Séptima [Ciencia ficción]

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  1. La cueva terrana.

Al amanecer, Azul se despertó muy rápido y salió a recorrer el lugar. Los demás aun dormían, excepto por Rao y sus compañeros. Formaban un círculo alrededor de la fogata agonizante y afilaban sus lanzas y flechas, hacían reparaciones y otras cosas. La chica rio levemente al ver sus caras recién despiertas, despeinados y desorientados. Rao la miró con la misma seriedad de siempre y le hizo un leve saludo que Azul le respondió. El chico bajó la mirada de vuelta a sus labores y Azul pudo continuar.

El bosque se miraba silencioso, como si durmiera, la brisa fría movía las hojas muy suavemente hacia el oeste. Ignoró las rutas que se adentraban en él, deshaciéndose de la curiosidad latente por ir a ver qué otras cosas maravillosas y peligrosas descansaban ahí. Decidió caminar hacia la montaña más grande. El camino empezaba a hacerse empinado, pero ella quería mirar, así que, con sus bien formadas piernas del entrenamiento terrestre, subió la montaña que cada vez se hacía más cuesta arriba.

El valle se hacía cada vez más pequeño y el mar más grande. Al llegar a la cima, se dio cuenta de lo inmenso que era. Vio las montañas, los bosques y los ríos, y como todo se unía en una armoniosa plenitud. Y se dio cuenta de algo que había pasado por alto, justo en ese sitio en el que estaba, habían estado sus padres y se habían tomado la foto que ella había encontrado. Recordó que todas sus cosas se habían perdido, habían quedado en el bosque.

Se dejó caer y se sentó, cansada. El sol lució más imponente y abajo empezaban a despertarse.

—Azui también solía venir aquí en la mañana  —dijo Rao sentándose a su lado.

Azul lo miró angustiada.

—Sé que no eres ella. —Rao esbozó una sonrisa al decirlo - lo supe desde que llegaron.

Azul guardó silencio por un breve instante.

—Te ríes igual que ella —dijo Azul con una sonrisa—, a Maya. —Aclaró al ver que Rao no entendía lo que decía.

—Somos hermanos —confesó.

—¿De verdad? —preguntó sorprendida mirándolo y Rao asintió.

—No somos una tribu unida... —dijo despacio— emocionalmente.

—Ya lo noté, pero Maya está locamente enamorada de esta chica —dijo con incomodidad.

—Hay sentimientos que no se pueden evitar —aclaró—, pero la mayoría prefiere ignorarlos, estamos en constante peligro —explicó—. Aferrarnos a alguien nos trae dolor cuando se van.

—¿A dónde se van? —preguntó con curiosidad y Rao sonrió.

—Mueren —dijo—. Existen muchas cosas que pueden hacernos daño.

—¿Y por qué Maya se enamoró?

Rao elevó ambos hombros.

—Es muy inteligente, nos ha guiado a tomar buenas decisiones y no ha muerto nadie desde que nos dirige —explicó—, y admito que nunca la había visto tan emocionada como cuando te vio.

Azul se sonrojó un instante hasta que Rao soltó - supongo que la extraña mucho, debió sentirse fatal cuando se dio cuenta de que no eras Azui.

—Así que lo sabías —dijo con un dejo de tristeza.

—Sí —dijo— y de no ser por Karim, los hubiese matado a todos —Azul tragó fuerte y dejó que continuara—. Doce aparecen luciendo exactamente iguales a nuestros guerreros, pero con la misma vestimenta que usaban aquellos que se los llevaron —explicó como si fuese lo más obvio del mundo—, no los hubiese dejado ni hablar —finalizó con un suspiro—. Karim es el más viejo de todos y es el que mejor conoce a Maya, me habría matado si yo te hacía algo —miraba al horizonte sin pestañear—. Si llegan a hacer algo para dañarnos —la miró fijamente—, me encargaré personalmente de ti —la amenazó—, así Maya acabe conmigo después. —Se puso de pie y se fue.

Azul se quedó sentada, nerviosa. Lo entendía de alguna manera, ella en su posición tampoco confiaría, pero todo era tan extraño que no sabía cómo actuar. A pesar de que no tenían intenciones de hacerles daño, temía lo que quienes dirigían el proyecto planeaban para esa pequeña tribu y para esos doce que se habían llevado. Se cubrió el rostro con ambas manos, sentía que en cualquier momento iba a volverse loca.

—¿Estás bien? —La voz de Maya le endulzó los oídos y levantó el rostro de inmediato.

—Sí —dijo—, sólo me duele un poco la cabeza.

—Podemos dejar la salida para mañana —dijo.

Azul recordó que Maya quería mostrarle algo, por lo que se puso de pie y le sonrió.

—No, vayamos ya —dijo apresurada.

—¿Qué hablabas con Rao? —le preguntó.

—Uhm, me comentaba cosas de la tribu —dijo nerviosa.

—Te amenazó —afirmó— ¿Cierto? —Azul asintió apenada— no te pasará nada mientras yo esté aquí —le dijo.

Azul la miró y sintió que su corazón le saltaría del pecho.

—¿A dónde me llevas? —le preguntó con curiosidad luego de un rato caminando.

—Al inicio de nuestra tribu —dijo despacio respondiendo a su pregunta—. Cuando me contaste lo de Séptima, pensé que esto te ayudaría a descubrir lo que planea tu gente. —Llegaron a la entrada de una cueva cubierta de musgo—. Nuestros ancestros creían que el alma en nuestro cuerpo, lo que nos da vida, era sólo una parte de un todo. —Maya encendió una antorcha y se adentraron en la cueva—. Y que cada parte habitaba un cuerpo diferente, en otro lugar, en otro momento, las almas nunca se encontrarían en vida, tenían que evolucionar, tenían que ascender. —La luz iluminó la cueva y dejó ver los dibujos pintados en la pared.

—Impresionante —dijo Azul sorprendida— ¿Por qué nadie habla de esto?

—Hace tiempo que dejamos de creer en cosas que no vemos —dijo—. En la tribu sólo Karim y yo conocemos esto. —Señaló los dibujos y suspiró.

Los dibujos iban desde pequeñas chozas, animales, hasta siluetas del cuerpo humano, uno en especial le llamó la atención. Era un cuerpo cuya silueta se repetía siete veces, como un eco. Azul se acercó y pasó la yema de los dedos sobre la roca y notó las letras que lo adornaban. Frunció el ceño al reconocer el idioma.

—Esto es... —dijo tomando la antorcha de la mano de Maya y acercándola a la pared— idioma draconiano, pero... —miró a la chica— ¿conocen este idioma?

—No —dijo Maya—, suponemos que dice lo que ya te expliqué.

—Este idioma pertenece a una civilización que habita nuestro planeta —dijo— ¿también estuvieron aquí?

—¿Y qué es lo que dice? —preguntó impaciente.

—El alma se divide en siete partes, siete pensamientos diferentes, siete cuerpos diferentes, en siete... —hizo una pausa al darse cuenta de lo que era— en siete mundos diferentes. —Se alejó un poco—. El proyecto séptima consiste en seis misiones, no siete, cada misión tuvo como destino un planeta diferente —explicó—, seis planetas diferentes ¿cuál es el séptimo? —preguntó más para sí misma.

—Espera —la atajó Maya— ¿qué buscan en esos planetas? —preguntó y Azul la miró sorprendida.

—A nosotros.

—¿Están buscando las seis partes de ustedes? —dijo Maya.

—Eso explica por qué secuestraron a esos chicos aquí —dijo anonadada—, y explica el por qué nos enviaron a nosotros en la última misión.

—Pero si ustedes son los sextos —dijo señalando el número en la camisa de Azul— ¿quiénes son los séptimos?

—Es lo que vamos a averiguar —dijo— tenemos que llegar pronto a Dortmund.

Por la cabeza de Azul pasaban miles de preguntas ¿Por qué estaba escrito en draconiano aquello en la pared de roca? ¿Por qué sus padres habían accedido a cumplir esa misión? ¿Qué planeaban los encargados de ese proyecto? ¿Unir las siete partes y completar un alma? ¿Para qué? ¿Qué iban a conseguir con eso? Lo que más le preocupaba a Azul era que, para lo que fuese, lo estaban logrando, habían conseguido lo que buscaban y, a pesar de que dentro de sí misma se gritaba que no debía ir a Andralian, sabía que tenía que hacerlo, tenía que descubrir lo que estaban haciendo y detenerlo, aunque se le fuera la vida en ello.

Cuando regresaban por el camino seguro, Azul no mencionó palabra alguna, ni intentó iniciar ninguna conversación, su mente estaba en un caos constante. Maya la miraba de vez en cuando.

—Después de todo —dijo Maya rompiendo el silencio—, Azui y tú comparten la misma esencia.

—¿Qué? —preguntó Azul confundida.

—Azui y tú tienen una parte de una sola esencia o alma, es como si fueran la misma persona, pero en lugares diferentes —aclaró.

Azul la miró profundamente y soltó el trozo de madera cuyo fuego ya se había apagado. Empujó a la chica con fuerza apoyándola en la corteza de un árbol y la besó. Maya rodeó la cintura de Azul y la pegó más hacia ella, mientras Azul la tomaba del rostro y la besaba con ímpetu, como si se le fuera a escapar de las manos, como si alguien más se la quisiera quitar.

Maya logró sacarle la camisa gris y Azul volvió a besarla, esta vez con sus manos tocando a la chica que tenía acorralada. Un rugido les erizó la piel y Maya se puso alerta de inmediato, le dio la camisa a Azul mientras miraba furiosa hacia el bosque.

—Corre —le susurró—, te espero en mi choza por la noche —dijo con la voz agitada.

Azul asintió aún con su respiración acelerada y le miró los labios antes de darle un profundo beso y correr en dirección contraria, hacia la aldea.

La chica corrió sin dejar de sonreír, temblaba de pies a cabeza, por todo lo que había descubierto en la cueva, por lo que había pasado con Maya después. No sabía si debía contárselo a su tripulación —el descubrimiento de la cueva, no que se había lanzado desesperada sobre Maya— pensaba en Azui, pensaba en los draconianos, pensaba en sus padres y luego en Maya, como la había tocado y como de pensar en ella su vientre cosquilleaba.