Septiembre todavía no había terminado...

Primero fue Marta en la Playa. Ahora Eva en la ciudad. Pero con las dos en septiembre

Septiembre todavía no había terminado y los últimos días con buena temperatura estaban por terminar. Por este motivo, todavía podía ir en mangas de camisa por la calle y me apetecía levantarme temprano y pasear. Sentir el frescor de la mañana me revitalizaba para el resto del día.

Mi nombre es Pedro y esta historia sigue temporalmente a la experiencia que tuve unos días atrás en la playa, con Marta.

Mi turno de guardia había finalizado y la noche había transcurrido más tranquila de lo habitual así que me dispuse a volver a mi domicilio para terminar algunas tareas de mantenimiento de la casa donde vivo. Al subir al coche observé un paquete en el asiento trasero y entonces me di cuenta que era un libro que debía entregar a una amiga mía que se iba de viaje y que un par de días antes me había pedido en préstamo.

Vaya, casi se me olvida, me dije a mi mismo. Y es que Eva (este es el nombre de mi amiga), me había llamado por teléfono para pedirme el libro en cuestión. Cierto que no era un libro nuevo ni nunca había sido lo que se llama un best-seller. Quizás por ese motivo no le di más importancia. Y había quedado en llevárselo a su domicilio ese mismo día temprano pues salía de viaje a mediodía.

Eva es una mujer que yo encuentro sencillamente bella. Pelo oscuro, con cinco quilos de más (me gustan rellenitas), con un par de tetas que quitan el hipo y una sonrisa perenne en sus labios. Nos conocemos desde hace más de diez años. Mi ex mujer y Eva eran amigas y así nos conocimos. Y aunque vivíamos en la misma ciudad únicamente coincidíamos en la playa pues ambos disponíamos de un apartamento.

Desde que tres años atrás me separé, había notado que Eva intentaba acercarse a mí pero no le había dado ninguna importancia. Ella seguía felizmente casada, con hijos y su profesión le iba muy bien. Así que ni me había fijado.

En estas, me di cuenta que eran poco más de las 9 de la mañana y decidí terminar con el encargo y llevar el libro a Eva.

Como vivimos relativamente cerca, dejé el coche en mi casa y pensando en otras cosas, con el libro bajo el brazo, me acerqué al domicilio de Eva.

Llamé al timbre y su voz respondió: Hola Pedro, te estaba esperando. Sube.

No noté nada raro en su voz. Así que abrí la puerta y me dirigí al ascensor. Cuando llegué a su rellano, este estaba a oscuras. Se abrió la puerta y la luz interior recortó la femenina figura de Eva.

Hola, dijo Eva. Yo, viendo aquella imagen, casi se me cae el libro de las manos y solo atiné a responder a su saludo con otro hola.

Me invitó a entrar y fue entonces cuando me di cuenta que sólo llevaba puesto un pijama muy veraniego, sin estridencias en los colores ni en las formas pero que le quedaba perfectamente ajustado a su cuerpo.

Me invitó a la cocina y me ofreció un café.

Como todavía no había desayunado le dije que si, pero que por favor con hielo.

Mientras lo preparaba me preguntó por mi vida y por mi trabajo a lo que yo respondí que muy bien, que sin cambios espectaculares pero que no me podía quejar. Cortésmente le pregunté por su familia y por la razón de su viaje. Respondió que los niños se habían quedado con unos abuelos y que su marido se había ido al trabajo muy temprano.

Se acercó a la nevera para coger el hielo que le había pedido y, al abrir la puerta del congelador, se hizo el milagro. Sus pezones, al contacto con el vapor de agua helado, empezaron a tomar vida y, en cuestión de segundos, aquellos pechos maravillosos quedaron adornados por unos pezones increíbles, grandes. Mi imaginación los percibía como tersos, suaves, apetitosos,

Mi imaginación se disparó. La de cosas que podría hacer con mi boca, mi lengua, mis manos,

Cerró el frigorífico y con el hielo en las manos se dirigió hacia donde yo estaba sentado.

Ver aquel par de tetas hermosas, coronadas por unos pezones que parecían vivos, me parecieron un toro de lidia embistiéndome.

Por aquel entonces notaba cierto cosquilleo en la entrepierna y un bulto más que notorio se adivinaba en mis pantalones.

Creo que no se dio cuenta de la situación. Y siguió hablando de cosas banales.

Seguí apurando mi café mientras no podía sacar de mis pensamientos aquella imagen de los pezones floreciendo con el frío. Total, que al terminarse el café, en lugar de despedirme me ofreció otro café.

¿Como podía yo negarme a repetir tales imágenes?

Instintivamente dije que sí.

Y lo que tenía que suceder, sucedió.

Los pezones, que por aquel entonces habían vuelto a su normalidad, volvieron a crecer de manera imparable, otra vez, hasta evidenciarse a través de la camiseta del pijama.

Como ya sabía lo que iba a pasar, fijé toda mi atención sobre lo que era inminente.

Y el milagro se reprodujo. Los pezones crecieron y crecieron hasta alcanzar unos 5 cm (mi imaginación me juega malas pasadas). Casi rompen la camiseta.

Parecía imposible que no se diera cuenta.

Yo estaba embobado observando aquella maravilla.

De repente, Eva me dijo: el hielo se va a derretir antes de llegar al café, no?

Adiviné una sonrisa picarona a la vez que me guiñaba un ojo.

Siguió diciendo:

El otro día estuve hablando con Marta (su hermana) y me contó que os habíais encontrado en la playa y que fuisteis a cenar y que os lo pasasteis muy bien

Bueno, pues si, respondí yo. Cenamos juntos y fuimos a tomar unas copas.

No se porqué pero no se lo creyó. O era yo quien no lo quería.

Únicamente Eva dijo: Yo también quiero mi ración de sexo, como Marta. No voy a ser menos, no?

Al oír estas palabras me levanté de la silla como un resorte y me abracé a Eva. Mi boca buscó su boca. Mi lengua encontró la suya. Pude notar sus pezones en mi pecho. Eran tal y como los había imaginado: Potentes. Como dos diablillos. Empecé a acariciar sus pechos. Eran tersos y firmes. Casi no cabían en mis manos.

La temperatura ambiental empezó a ascender. Jadeos y gritos apagados se entremezclaban con movimientos apresurados. Eva se quitó la camiseta. Allí estaban aquellos diamantes, todos para mí. Mi boca fue a su encuentro. Qué placer jugar con ellos: un leve mordisco, un beso apasionado, un pellizco

Y Eva seguía con sus jadeos de mujer en celo.

Se despojó del resto del pijama. Su vello púbico, negro como el azabache lucía a juego con sus ojos. Y aunque no lo llevaba rasurado como su hermana, lo cuidaba. Pero lo que me sorprendió fue ver como de entre los labios mayores asomaban los menores, ya totalmente brillantes por sus jugos íntimos, majestuosos, pidiendo que los chupara.

La puse en la cama y separé sus piernas. Otra agradable sorpresa fue un clítoris que de ninguna manera desmerecía en aquel cuerpo. Grande, vivo, lujurioso. Me pedía que mi lengua jugase con el. Lo mordí. Su tamaño era tal que lo masturbaba más que lo lamía.

Y Eva alcanzó otro orgasmo.

Sus jugos invadían su culo y pensé que era el momento adecuado para enterrar mi polla que estaba ya por aquel entonces en su punto de mayor tamaño.

La puse a cuatro patas en la cama, con sus nalgas bien abiertas.

Me miró con picardía y me dijo: deja el culo para después y fóllame como hiciste con mi hermana.

La visión de Marta me puso la polla todavía más dura y de un solo golpe se la hundí hasta que mis testículos chocaron con su clítoris. A un gemido de Eva siguió un orgasmo. No dejaba de bombear. Nuestros cuerpos se acoplaron y empezó una orgía de movimientos. Sudor y jugos vaginales se entremezclaban.

No quería correrme en su coño. Así que le dije que se preparase para recibir la embestida en su culo.

Separó las nalgas con sus manos para facilitarme la tarea. Apoyé el glande en el ojete y presioné. Con más facilidad de la esperada mi polla desapareció en su culo. Empecé a moverme con ritmo, sintiendo como su culo aprisionaba mi miembro.

Eva, sumergida en un mar de orgasmos, se masturbaba con una mano. Sentí como llegaba mi orgasmo. Mi cuerpo se tensó y una riada de leche inundó su culo. Hacía tiempo que no me corría de aquella manera. Fue tal que al separarme de Eva, de su interior goteaba mi semen.

Para sorpresa final, se introdujo dos dedos en su culete desvirgado y recogió el semen para introducírselo, golosamente, en su boca.

Una vez tumbados en la cama me dijo: Por cierto, el libro ya lo he leído y i hermana ya me había contado el manual de instrucciones para que funciones como un semental.