Septiembre
Expresión de la tensión acumulada durante los exámenes.
El cielo estaba nublado. Era la típica mañana de finales de verano en que está a punto de llover y el ambiente está muy cargado. El comedor de aquel piso de estudiantes estaba lleno de humo. Tras pasar la noche estudiando para sus exámenes de Septiembre, fumando y tomando café; los cuatro jóvenes se encontraban rendidos. Observaban la habitación como si hubieran nacido en ella y no conocieran nada más allá de sus cuatro paredes, como si no existiera civilización al otro lado de la puerta. Los objetos les parecían un calco de los originales, como si perdieran una dimensión y todo lo que les abarcaba la vista estuviera pintado en un lienzo bidimensional totalmente ajeno a ellos. Los jóvenes seguían leyendo sin entender aquella retahila de palabras que desfilaba ante sus ojos; simplemente leyéndolas y olvidándolas en cuanto leían la siguiente. Como una tarea repetitiva que sabían debían hacer sin pararse a pensarla.
En un momento dado y sin previo aviso, la única chica del grupo se levantó en medio del comedor quedándose desnuda. Como si durante toda la noche hubieran estado esperando esta señal, sus tres compañeros olvidaron de repente sus apuntes y se abalanzaron sobre ella. Tres bocas húmedas de deseo recubrían toda su piel de saliva, que seis manos impacientes se encargaban de extender. Uno de ellos estaba dedicado en cuerpo y alma a sus pechos, como un lactante que se hubiera negado a crecer, otro de ellos chupaba ávidamente su cuello, como si quisiera dejarla sin una gota de sangre; y el último se colocó bajo sus piernas abiertas lamiendo el espacio existente entre su clítoris y su ano. La chica mientras tanto se dejaba hacer invadida por el deseo, gimiendo cada vez más alto. Sentía intensamente en cada parte de su cuerpo los tres pares de labios y los treinta dedos que estaban dedicados por completo a cada centímetro de ella.
No podía aguantar más, decidió arrancarles la ropa a sus compañeros. En cuestión de segundos volaron por la habitación camisetas, pantalones y calzoncillos; y tres pollas dolorosamente duras se quedaron apuntando al objeto de sus deseos.
De repente se sintió horriblemente sola. A las 7 de la mañana, en aquel comedor lleno de humo, a finales de verano, con todo su cuerpo desnudo recubierto de saliva y con tres tíos a punto de follársela como si fueran animales salvajes se sintió vacía por dentro. Con lágrimas en los ojos se agachó junto a la polla de uno de sus compañeros y se la metió en la boca mientras pajeaba suavemente a otro de sus amigos. El tercero se agachó tras ella y mientras le besaba el cuello, se puso a acariciarle con dulzura sus tetas con las manos y su coño con la polla. Ella se irguió para que éste pudiera entrar dentro, gesto que él agradeció penetrando en sus entrañas con un violento golpe de cadera que a ella le recorrió todo el cuerpo como una descarga eléctrica.
Su estado de ánimo volvió a cambiar repentinamente. Se sintió furiosa. Toda la tristeza que sentía se mezcló con la pasión irracional de sus amigos y se transformó en ira. Una ira que decidió aplacar chupando con fuerza la polla que tenía en la boca, pajeando con fuerza la polla que tenía en la mano y follándose con fuerza la que habitaba su sexo. Así estuvieron unos diez minutos, deseándose al mismo tiempo que satisfacían ese deseo, a veces uno sentado en el sofá, ella montándole a horcajadas y pajeando las pollas que tenía a los lados; otras veces ella a cuatro patas, una polla en la boca, otra en su coño y es tercer chico lamiendo su cuerpo mientras él mismo se masturbaba.
Hasta hubo quien no pudo más y primero se corrió uno dentro de su boca y más tarde otro sobre sus tetas. El tercero aguantó más y se dedicó a follarla él solo como si no quedara nadie más en la habitación. Estaba rojo de ira sin saber por qué. Se besaban con ansia, sus caderas se movían a un ritmo salvaje y sus manos arañaban el cuerpo del otro queriendo hacerle daño y queriendo hacerle gozar. Los gritos de ella eran cada vez más fuertes, hasta que se deshizo en un grito desgarrador. Un grito que llegó a despertar a parte del vecindario, inundando de pena a todo aquel que lo oyó, ignorantes de que era causado por el orgasmo más intenso que nunca había sentido. Él, segundos después también se corrió dentro de ella mientras aquel alarido de deseo, de tristeza, de delor, de pena, de ira, de placer, de vida y de muerte seguía retumbando en las cabezas de los cuatro jóvenes. Nadie dijo nada durante mucho rato. Se quedaron quietos, desnudos, con los ojos muy abiertos y mirando al infinito en aquella habitación, al amanecer, con olor a tabaco y a sudor.