Septiembre

Hacía tiempo que nos habíamos planteado la idea de quedar y conocernos en persona. Y hoy era el día. Ambos sabíamos lo que podría llegar a pasar, pero esa idea de que hubiera algo más nos excitaba. Teníamos ganas de devorarnos y hoy era el día ideal para hacerlo. Teníamos ganas el uno del otro.

Hacía semanas que planeamos este día, hacía tiempo que nos habíamos planteado la idea de quedar y conocernos, al fin, en persona, pero era simplemente eso: una idea, al menos eso me parecía a mí….claro que después de que me dijeras que querías quedar conmigo como cosa de quince o veinte veces, me replanteé las cosas…no era una simple idea era un deseo, tu deseo y, porque no decirlo, también empezaba a ser el mío.

Quedaban pocas horas para verte y los nervios, lejos de desaparecer, iban en aumento al igual que mis ganas de verte. Te costó convencerme, siempre he sido reacia a quedar con alguien a quien no conociera previamente, pero en una de nuestras conversaciones entre risas, indirectas, directas y comentarios que aumentaban la temperatura ambiente, quedamos en vernos un día de finales de septiembre.

No sé qué tienes, juro que no lo sé… pero me haces ser de una forma que nunca podría haber imaginado que sería capaz de ser. Nunca he pensado y mucho menos dicho comentarios o coletillas que llevasen un tono sexual y atrevido; contigo lo hago y me encanta. Nunca me planteé quedar con alguien que hubiera conocido por internet; contigo lo deseaba. Nunca he escrito relatos de estas características; tú me has inspirado…no sé qué tienes pero sacas esa parte de mí que desconocía, esa parte de mí que nadie ha sido capaz de sacar, esa parte de mí que te ha llevado a ponerme de mote “zorra”, esa parte de mí que lejos de desagradarme, me gusta y que sé que a ti también. No sé qué tienes pero…me descontrolas y me vuelves loca (y cada día que pasa más).

Pasaban unos diez minutos de la hora a la que habíamos quedado y, con paso rápido pero no muy firme (por los nervios que estaban siempre presentes) me encaminaba hacia el lugar donde quedamos en vernos. Estaba nerviosa, a decir verdad, muy nerviosa, no sabía cómo sería ese momento en el que tanto había pensado e imaginado, ese momento de verte por primera vez. Pero al llegar y verte esperándome me tranquilicé, no sé el por qué, pero mis nervios desparecieron casi por completo. Fue una falsa alarma. Conforme me acercaba a ti, diciéndote…

  • Lo siento, siento el retraso – Y nos dimos los dos besos pertinentes. En ese momento mis nervios volvieron a aparecer, no sé si lo notaste pero me temblaban hasta las pestañas.

Creo que esos nervios eran normales, el tenerte tan cerca después de las conversaciones que habíamos tenido desde que nos conocimos….tuve que cambiar de pensamientos, sino lo hubiera hecho…no sé qué podría haber pasado.

Hacía varias semanas atrás, mucho antes de decidir que íbamos a quedar, había imaginado como sería que vinieras al lugar donde vivo, que pasaría y donde pasaría y ahora… ahora estabas aquí. Habías recorrido muchos kilómetros, pero estabas aquí, habías venido a mi ciudad solo para conocerme y ya de paso conocer este bello lugar.

Así, caminando juntos pero dejando una cierta distancia entre nosotros, te enseñé mi ciudad, caminamos durante unas horas que me parecieron segundos.  No se puede decir que hablásemos mucho, no sé si eran los nervios, la vergüenza, la dificultad de romper el hielo o el simple hecho de que eres una persona poco habladora, y aunque al principio esos silencios me parecían incomodos al final me resultaron necesarios. Necesarios para poder respirar y hacer acopio de valor para besarte, pero ese beso no llegó. Y no llegó porque siempre que me decidía o tú o yo, rompíamos ese silencio.

Recuerdo varios momentos durante la tarde en los que deseé que me abrazaras y besarte, y créeme, estuve a punto de hacerlo.  Uno de ellos es cuando Íbamos caminando por unos de los jardines y te estabas metiendo conmigo.

  • Soraya -  me dijiste, que es uno de los apodos que me has puesto. Yo te miré y te sonreí. Me hacía gracia que me dijeras eso, porque ambos sabíamos lo que significaba aquellas palabras, el juego que podía desencadenar aquel nombre – o si lo prefieres te puedo llamar otra cosa….- dejaste caer.

No dije nada, pero de sobra sabía que en la cabeza de los dos apareció la misma palabra: “zorra”. Sabes perfectamente que solo consiento que me llamen así bajo una circunstancia, por lo que sabíamos que si te seguía la corriente terminaríamos enredados en un juego que quizás se nos fuera de las manos. Así que decidí no seguirte la corriente, pero en el fondo de mí deseaba cogerte del brazo para pararte, y así estando el uno frente al otro, acercarme a ti y dejar ese juego de comentarios y besarte de la forma más salvaje en la que se puede besar a alguien.

El otro momento que recuerdo claramente fue cuando, estando sentados bajo un gran árbol, y después de varios minutos de silencio, mi cabeza empezó a pensar que ese era el momento. El estar sentados tan cerca el uno del otro, estar  en ese sitio, rodeados de árboles y sin nadie a nuestro alrededor….era el momento ideal. Y estaba a punto, recuerdo que te miré de reojo y que  incluso hice el amago de inclinarme hacia ti, pero en ese instante.

  • Nos vamos? – pregúntate – es casi la hora de que cierren esto – continuaste diciendo.

No sé si te percataste, pero en aquel momento te odié. Te odié porque acababa de perder el valor para besarte.

Después decidimos ir a por algo de cena e irnos al hostal donde pasaríamos la noche, puesto que en mi casa había gente y no te podía dar hospedaje. Durante el tiempo que pasamos esperando que nos hicieran la cena, ninguno de los dos dijo nada. Yo era incapaz de mirarte, porque si lo hacía únicamente me imaginaba besándote y aún teníamos que pasar toda una noche juntos, y no sabía si sería capaz de parar si te besaba.

Te deseaba, deseaba sentirte cerca, sentir tus manos acariciando mi cuerpo, sentirte dentro de mí, pero nunca he sido una chica que se acuesta con un tío nada más conocerle, y aunque deseaba que pasase, algo dentro de mí me impedía lanzarme. En eso pensé en el trayecto en coche hasta el hostal. Te miraba y deseaba que dejases de sujetar el volante y deslizases tu mano hasta mi muslo, eso, me hubiera sorprendido y encantado. Dios, no sabes bien lo que me hubiera gustado!!

No tardamos mucho en llegar al hostal y subir a la habitación. Aunque sabía que era una habitación con una única cama, al pasar y descubrirlo, el ver aquella cama donde pasaríamos aquella noche únicamente separados por unos escasos centímetros, me hizo estremecer y desear que llegase ese momento de tenerte tan cerca. Quizás así terminase por lanzarme y darte ese beso que tanto deseaba darte.

No sé qué pasaba por tu cabeza, pero la mía era un torbellino de ideas y pensamientos, me costaba hasta casi respirar, la cena no me entraba, solo deseaba tenerte entre mis brazos, que me acariciaras, solo podía pensar en tirarte sobre aquella cama que teníamos a nuestra espalda y que me hicieras tuya de una maldita vez.

Cuando terminamos de cenar decidí ponerme el pijama y así estar más cómoda. Dijimos de ver alguna peli y ¿qué mejor que un pijama para estar tumbada en una cama viendo la tele, no?. He de decir que no solo me puse el pijama sino que, además, me cambié la ropa interior, llevaba un tanga negro que me gustaba, pero había elegido un tanga blanco bastante sugerente por si pasaba algo, así que me lo puse. Recuerdo que mientras me cambiaba pensaba en el momento en el que escogí el pijama que me llevaría para esa noche. Me volví loca eligiéndolo, aún hacía calor por lo que tenía que ser de verano, pero… ¡oh, problema!. Todos los que tenía de verano o eran de pantalón demasiado corto o bien la camiseta tenía demasiado escote y, sabía que sentías una cierta obsesión con mi pechonalidad. Siempre me decías que serías incapaz de apartar las manos de ellas, que tus manos siempre las buscarían. Asique tras mucho tiempo y tras haberme probado todos los pijamas que tenía, decidí llevarme el más recatado de todos. (Poco tiempo después descubrí que dejaba ver más de lo que imaginaba).

El momento de salir del baño ya con el pijama fue el peor de todos, pensaba que el verme así podría desencadenar en ti ciertas reacciones, asique quise quitar tensión a la situación diciendo lo primero que se me vino a la cabeza.

  • No te rías, que ya sé que es un pijama cutre y feo

Tú te limitaste a sonreírme mientras yo, me sentaba en mi lado de la cama. Y nos pusimos a ver una peli, la verdad, no la prestaba mucha atención, de hecho, hubo muchos detalles que me perdí…no podía parar de pensar en el momento de besarte. Hubo un momento de la película en el que el tío se cuela en la habitación de la chica y mientras esta duerme, la recorre el cuerpo con la mano pero sin llegar a tocarla, estando sus manos separadas del cuerpo de la chica por escasos milímetros. Al ver aquella escena, se me pasó por la cabeza un comentario, pero sin querer, en vez de pensarlo lo dije en alto.

  • Sí, claro y no se entera…eso se nota, yo lo notaría

Entonces, me sorprendiste. Pusiste tu mano tal y como lo hacían en la película, en la parte alta de mi muslo. Fui incapaz de mirarte, solo pude fijar mi mirada en tu mano, y desear que la bajaras. Pensé en mover mi pierna hacía arriba para que así tu mano tocase mi muslo…joder como te deseaba! Pero no lo hice…no quería incomodarte. Pensaba que, si no me habías dado un simple abrazo quizás…no querías que pasase nada. No tardaste mucho en quitar la mano de encima de mi muslo, pero ese gesto fue suficiente para acelerarme el pulso. Después de aquello hubo un largo silencio.

Dios! Maldito silencio. Tú estabas sentado en tu lado de la cama con las piernas estiradas y yo, sentada en mi lado con las piernas encogidas. Estábamos más cerca de lo que habíamos estado en todo lo que llevábamos de día, y, ya me había hartado de esperar. Te deseaba y no iba a dejar que los nervios o el miedo al rechazo me impidieran besarte. En un momento, con un gesto rápido, me senté sobre ti. Tú te sobresaltaste y me sonreíste, pero apenas fue un par de segundos, pues enseguida mis labios buscaron los tuyos. Mi lengua penetró en tu boca buscando desesperadamente la tuya, saciando así, las ganas que tenía de besarte de una jodida vez. Mis manos raudas y veloces fueron hacía donde terminaba tu camiseta, me separé de ti y me deshice de ella., te sonreí y volví a besarte. Era como si la vida se me fuera en ello. Como si fuera de aquella habitación se hubiera desatado el fin del mundo y aquel beso fuera el último de nuestras vidas. Tus manos no se habían quedado quietas, me acariciaban por debajo de la fina camiseta del pijama. El roce de tus dedos acariciando suavemente mis curvas me hacía besarte más salvajemente. Habían pasado de dibujar mi figura por mis costados, a dibujar la forma que hacía el sujetador. Me separaste de ti y me quitaste la camiseta.

  • Son tuyas – susurré, pues el largo beso me había dejado casi sin respiración.

Tú te quedaste unos segundos observando, recorriendo cada detalle de aquel sujetador rojo que tapaba lo que más deseabas en ese momento. Y casi sin darme cuenta, sentí tus labios besando mi escote, tus manos fueron a mis hombros y poco a poco me quitaste los tirantes del sujetador. Las mías acariciaban tu entrepierna que había despertado ¡ y de qué manera!  Y sentí tus manos en mi espalda desabrochando el sujetador, que resbaló por mi cuerpo dejando libre lo que tanto anhelabas ver y conocer. Me apartaste y me tumbé en mi lado de la cama, tú te pusiste sobre mí y…

  • Hay anuncios y no me dices que cambie…? -dijiste sonriéndome y yo te devolví la sonrisa

  • Cambia – te dije

Todo había sido producto de mi imaginación. ¡Puta imaginación! Pensé para mis adentros. ¡Jodida y puta imaginación! Me había humedecido, lo notaba, había conseguido humedecerme y mis ganas de besarte habían aumentado considerablemente y, sentía como el pudor y la vergüenza se iban apoderando de mí. Necesitaba salir de aquella cama, asique con la excusa de lavarme los dientes me levante y me fui al cuarto de baño, donde respiré hondo varias veces e intenté tranquilizarme y librarme de aquellos pensamientos. ¡Joder, como quería que aquello no hubiera sido solo un producto de mi imaginación y de mis ganas!

Al final conseguí apartar de mi cabeza aquellos pensamientos y tras haberme tranquilizado, salí del baño y me senté de nuevo en la cama. Al poco tiempo, te levantaste y vi cómo te desabrochabas los vaqueros y te ponías el pantalón del pijama. Lo reconozco, con aquel gesto me dejaste K.O. No es que  fuera la primera vez que veía como un tío se cambia de ropa delante de mí, pero que lo hicieras tú después de las innumerables conversaciones subidas de tono que habíamos tenido….simplemente me sorprendió. Lo debiste notar, tuve que disimular y coger el mando y cambiar de canal aprovechando que volvía a ver publicidad o era eso o decirte algo como “espera, que ya te lo desabrocho yo”.

Te volviste a sentar en la cama y decidiste que tumbado se estaba mejor, asique terminamos tu tumbado y yo sentada cada uno en su lado de la cama. Ahora que lo pienso, que idiotas fuimos, ambos teníamos ganas de lo mismo, pero ninguno de los dos dio el paso. Al menos en ese momento. Y así, muy seguramente los dos pensando lo mismo, terminamos de ver aquella peli, que no es que ayudase mucho a no pensar en lanzarnos.

Tiempo después la película acabó, momento que aproveché para ir a por agua y volver a tranquilizarme y apartar aquellos pensamientos de mi mente. Y al rato, decidimos que ya era hora de irse a dormir, pues había que levantarse más o menos pronto para dejar la habitación, además tú tenías que hacer un largo viaje de vuelta a tu casa. Y en ese momento me volviste a sorprender, como si fuera lo más natural de mundo, (que si, que vale, lo es, pero teniendo en cuenta nuestros antecedentes: esas conversaciones donde nos decimos todo lo que nos hemos imaginado que nos haríamos…) te quitaste la camiseta y te metiste debajo de las sábanas y apagaste las luces. Y menos mal que lo hiciste, pues, sabiendo como sabía que tenías aquella pequeña obsesión con esa parte de mi anatomía, me lo pusiste fácil para poder quitarme el sujetador  y que no fuera un gesto provocativo que incitase a algo y, así poder dormir a gusto, pues dormir con sujetador es muy incómodo.

Creo que, ninguno de los dos es que tuviéramos sueño, creo que más bien sabíamos que si no nos íbamos a dormir la cosa terminaría en una noche llega de gemidos y gritos. Eso explica porque después de apagar las luces para dormir terminamos hablando algo, la verdad que no recuerdo que dijimos, pero sé que te volviste a meter conmigo (nada raro, por cierto, pues te pasaste todo el día pinchándome de diversas formas). Me volviste a llamar “Soraya”. El comentario volvió a salir. Era la tercera vez que me lo decías, recuerdo que cuando lo dijiste la segunda vez me dije a mi misma, “como lo diga una tercera le contesto”. Y así pasó.

  • Soraya -  me volviste a decir y, al ver que permanecía en silencio dijiste - o si lo prefieres te puedo llamar otra cosa….- dejaste caer de nuevo. No sé si buscabas una contestación, yo diría que sí y la obtuviste.

  • Cómo….zorra? – te contesté bastante nerviosa. Cosa que no sé si llegaste a notar.

  • Chsss – me mandaste a callar y estarme quieta para no empezar nada.

Era ese momento o era nunca y como soy poco obediente…no me lo pensé dos veces y me puse encima de ti, que sé que es algo que te encanta, así me lo has hecho saber más de una, de dos y de tres veces.  Las luces estaban apagadas,  pero gracias a la luz que se colaba por debajo de la puerta, era capaz de ver tu cara de sorpresa.

Estaba sentada sobre ti, mirándote y sonriéndote y poco a poco me fui acercando a ti, recostándome sobre ti. Llevaba todo el día deseando besaste y quería recordar ese momento por el resto de mi vida, asique me tomé mi tiempo. Cuando tuve tus labios a escasos milímetros de los míos respiré entrecortadamente y con la punta de mi lengua recorrí tus labios, me morí el labio inferior y mis labios se posaron sobre los tuyos. Era mejor de lo que había imaginado, mi lengua buscó la tuya, la recorrió desde la punta hasta donde pudo enredándose en un baile de pasión. No fue un beso salvaje pero me supo a gloria.

Tus manos se habían quedado clavadas en mi cadera mientras te besaba. Cuando me separé de ti tras ese primer beso, tus manos olvidaron mis caderas y agarraron mi camiseta y estiraron de ella hacía arriba dejando mis pechos al descubierto y tiraste la camiseta al suelo. Te tomaste unos minutos para mirarme desde abajo, yo te sonreía pero el realidad estaba deseando que me acariciaras. En un ágil movimiento colocaste debajo de ti, sabes que me gusta llevar el mando pero querías hacerme desesperar.

Esta vez tus labios fueron los que saborearon los míos besándome desesperadamente, los míos te respondieron tal y como deseabas. Tus manos recorrían mi cuerpo acariciándolo suavemente con las yemas de tus dedos y las mías te abrazaban atrayéndote hacía mí, no quería que te separases de mí ni un solo milímetro, tenía ganas de sentirte así de cerca y no iba a dejar que te alejaras. Tras unos minutos enredados en ese beso, fuiste bajando con pequeños besos hasta llegar a mi cuello, me besabas y me mordías, pequeños mordiscos que me hacía liberar pequeños gemidos y a ti te encantaba aquello, te encantaban oírme gemir con un simple y leve mordisco en mi cuello.

Tus manos dejaron de acariciarme para bajar por mi muslos y recorrerlos hasta llegar a mi entrepierna, la acariciabas por encima del de la tela del pantalón notando el calor que liberaba, mientras que las mías te seguían atrayendo hacía mí. Dejaste mi cuello atrás y bajaste hasta mis pechos, avanzando por mi cuerpo con la punta de tu lengua. Llegaste hasta mi canalillo y lo recorriste de arriba abajo con tu lengua, mientras una de tus manos acariciaba mi concha de la misma forma, de arriba abajo, sobre la tela del pantalón, aumentando así mi temperatura y la otra la llevaste hasta mi pecho izquierdo, jugando a acariciarlo, dibujando circulitos sobre mi pezón. Y tu boca caminó lentamente hasta el pezón derecho y lo mordiste con la fuerza justa para hacerme liberar un gemido mucho más fuerte que los anteriores. Así estuviste unos minutos, jugando a desespérame y a darme el placer que deseaba que me dieras.

Tras ese tiempo volviste a buscar mis labios mientras tus manos llegaban hasta la goma del pantalón, metiste las manos por debajo de la goma, abarcando tanto la goma del pantalón como la del tanga blanco que llevaba y tiraste hacia abajo, mis pies terminaron de ayudarte a quitarme esas prendas. Me tenías debajo de ti totalmente desnuda, echaste una ojeada y me sonreíste, te gustaba tenerme así, totalmente a tu merced, te gustaba sentir que tenías el control de la situación. Pero te duró poco. ´

Te ibas inclinando hacía mí para volver a besarme, pero mis manos te empujaron hacía atrás separándote bruscamente de mí. Me levanté, sabías que ahora era mi turno y aunque algo reacio, me dejaste hacer. Me senté sobre tu vientre de tal forma que mi entrepierna quedaba un poco más debajo de la tuya. Mis manos se posaron sobre tu ya más que notable erección y la empezaron a masajear de arriba abajo, mientras te sonreía picara y me acercaba para devorar de nuevo esos labios. Tras un rato así, mis manos bajaron tus pantalones hacía abajo, llevándose con ellos tu ropa interior y tus pies, como habían hecho los míos con mi ropa, terminaron de desvestirte. Te tenía tal y como había deseado tenerte todo el día, desnudo, bien caliente y de bajo de mí.

Tus manos no habían perdido el tiempo y masajeaban mis pechos, jugando con ellos moviéndolos suavemente a veces en círculos y otras veces de arriba abajo.  Mientras las mías ahora recorrían tu entrepiernas tal y como hacían antes, pero esta vez ya sin tela de por medio. Nuestras respiraciones se entrecortaban y únicamente se oía los pequeños gemidos que se nos escapaban. Cuando vi que era el momento, coloqué tu erección en mi entrada y me dejé caer sobre ella, entró hasta el fondo haciéndonos liberar un gemido bastante fuerte, de hecho, fue más que un gemido, yo diría que fue más un grito.

Tus manos fueron bajando de mis pechos a mis caderas y agarradas a ellas me seguías en mis movimientos. Yo subía y bajaba sobre tu entrepiernas llegando bien adentro cada vez que bajaba. Mis pechos rebotaban, se movían en un movimiento que te hipnotizaba, yo consciente de ello, ponía más fuerza en mis movimientos haciendo que se movieran más y más. Te estaba volviendo loco y eso me encantaba. Cuando me cansaba de moverme de esa manera, me movía en círculos teniéndote dentro de mí y al rato volvía a subir y bajar. Así estuvimos un rato hasta que decidiste que ya estaba bien, que volvía a ser tu turno.

Aprovechaste que me recosté para besarte, para, cogerme de las caderas fuertemente y situarme debajo de ti. En ese instante, me besaste y acto y seguido me embestiste, fue una embestida fuerte llegando totalmente dentro de mí y se me escapó un gran grito. ¡Joder, las ganas que tenías de oírme gritar de esa manera, de hacerme gritar tal y como lo estabas haciendo!. No paraste de embestirme de esa forma y cada grito que daba, me embestías más y más fuerte.

  • Así me gusta zorrita, que grites hasta quedarte sin voz. No esperaba menos de ti – me susurraste

No pude articular palabra, con esas palabras mi piel se erizó, mi espalda se arqueó y esas ganas de mear tan características del orgasmo aparecieron. Fue el primero. Tú hiciste el amago de disminuir el ritmo para darme algo de treguar, pero no te dejé.

  • Como pares ahora te mato cabrón – te dije

Aquellas palabras las interpretaste a la perfección, me besaste y me pusiste a cuatro patas y desde detrás, me volviste a embestir tal y como antes hacías. Mis gritos debían de oírse en marte, desde luego me estabas haciendo gozar como nadie había hecho hasta ese momento.

Yo no aguantaba más en esa posición, mis piernas me temblaban y notaba que mucho más así no iba a aguantar. Me aparté y tú me miraste como diciéndome que no entendías nada. Te empujé y quedaste tumbado y me volví a subir sobre ti. Aunque apenas tenía fuerzas te cabalgué durante unos minutos mucho más violenta y salvajemente que antes, aumentando el ritmo de mis movimientos. Tu notabas que me costaba moverme asique me atrajiste hacía ti, forzándome a moverme hacía adelante y atrás, movimientos en los que tus manos sobre mi culo me ayudaban a realizar. Te besaba y no dejé de hacerlo hasta que me dijiste en un susurro y casi sin voz.

  • Me voy, zorra, me voy

“zorra”, aquella palabra tuvo un efecto sobre mí, mis piernas temblaron, mis brazos temblaron, mi respiración se cortó durante unos breves segundos, mis paredes internas se contrajeron y estallé en un gran grito. Acaba de tener el mayor orgasmo que recuerdo. Al notar mi calidez y al oír ese grito, te corriste dentro de mí.

Y así terminamos la noche, cansados y abrazados y con las ganas totalmente saciadas. Ahora, solo nos toca esperar hasta la próxima vez que nos veamos.