Sentir, vivir: vivir, tal vez amar.
Metamorfosis de un chico: De prostituta transexual de lujo a cantante famosa.
Sentir, vivir: vivir, tal vez amar. Sí, ya sé que estás no son, exactamente, las bellísimas palabras que Shakespeare escribiese en Hamlet (“Morir, dormir : dormir , tal vez soñar”); pero me describen a la perfección.
Desde muy pequeña, tengo recuerdos de sentimientos encontrados que, me han perseguido a lo largo de toda mi vida. Sentimientos de culpa, de rabia, de dolor, de rechazo, de odio; pero también de amor, ternura, cariño, amistad y al final de comprensión y aceptación. Sentimientos que, por otra parte, todos y todas, hemos experimentado y sentido, de una forma o de otra, en nuestras propias carnes. Quién diga que no ha vivido algo parecido, es que simplemente, no ha vivido.
Mi historia, como la de la mayoría de mujeres transgénero, comienza con una infancia difícil. Yo ya tengo una edad, que omitiré decir por vanidad; a estas alturas ya, a nadie le interesa. Las cosas han cambiado mucho, ¡gracias al cielo!: Hoy en día los padres, aceptan con cierta normalidad, incluso apoyan a sus hijos e hijas, cuando éstos comentan en sus casas, que no se sienten bien con sus propios cuerpos. Que sus mentes y su género, simplemente, no concuerdan.
Sin embargo, la cosa era muy distinta en mis tiempos. Para mis padres yo siempre fui una gran desgracia; algo que había que ocultar a la familia. Desde pequeña me encantaba vestirme con las ropas de mis hermanas mayores. Jugar con sus muñecas, sus cromos y sus cuerdas. Mis mejores recuerdos de aquella época, era cuando podía encerrarme en mi habitación, después de haberles robado alguna falda larga, una bonita blusa floreada, un par de zapatos de tacón alto, y el pintalabios de mi madre. Nada conjuntaba ni pegaba lo más mínimo. De verme hoy, me parecería un completo adefesio, pero por aquel entonces, me sentía la niña más bonita del mundo, con aquellos trapos viejos. Para mi desgracia, en cuanto me pillaban de esa guisa; después de un par de azotes, o de alguna que otra bofetada, me obligaban a volver a ponerme mis ropas de chico e ir a la calle a jugar al balón con los otros niños, a ver si así me enderezaba.
Con el paso de los años, esos mismos chicos con los que jugaba al fútbol, me acabarían odiando y despreciando injustificadamente; a pesar de que, más de uno, se fue conmigo detrás de los muros de la iglesia de mi pueblo, a que les hiciera trabajitos manuales, acompañados de buenas felaciones, e incluso de algún intento vano de penetración, que también los hubo. Este hecho unido al desprecio familiar, hizo que me decidiera, después de terminar el servicio militar obligatorio, a irme del pueblo y a echar raíces en la gran ciudad, Madrid; para alivio de mis padres y mío propio.
Coincidí con los años de la Movida madrileña, el destape en los cines, el auge de la música punk, y en definitiva con la libertad, que tanto necesitábamos después de cuarenta años de dictadura y represión. Por primera vez en mi vida, podía vestirme de mujer y salir a la calle que, a nadie parecía importarle. Me volví discotequera, y noctámbula.
A la hora de buscar trabajo, me encontré con todo tipo de impedimentos y objeciones. En cuanto me veían entrar a sus negocios, totalmente travestida y me ponía a hablar, con mi voz masculina aflautada, se negaban a contratarme. Y cómo podréis imaginar, acabé trabajando de prostituta, para poder mantenerme y ahorrar algo de dinero, para hacerme la cirugía de reasignación de género; operación que no era ni fácil ni barata, en esa época; pero que en Marruecos se la hacían muchas de mis compañeras de fatigas y sueños, a un precio más asequible.
Fueron unos años muy bonitos, porque estaba consiguiendo lo que tanto deseaba, transformarme en la chica que tenía dentro; pero también fueron años muy duros, la prostitución no suele ser un plato de buen gusto. ¡Pero qué le vamos a hacer! Gracias a ese trabajo, también conocí a mucha gente famosa, que posteriormente me ayudaría en mi carrera artística; llegaría a ser cantante, sin una gran voz, pero con mucho arte.
De la mayoría de mis clientes, casi ni me acuerdo. Eran hombres casados y acomplejados, pues no podían, ni siquiera en su imaginación, aspirar a vivir su sexualidad con total normalidad. Así que buscaban a chicas “especiales” que les aportaran ese trozo de carne extra, que por aquel entonces, aún llevaba entre las piernas. En mi experiencia juvenil, en el pueblo, siempre había sido yo la que les comía la polla a los chicos con los que crecí; pero aquí eran ellos los que se morían de ganas por chupármela a mí. Les volvía locos cuando me bajaba las bragas, de malas maneras, dentro de sus vehículos, y aparecía ante ellos mi verga morcillona.
Se pasaban la mayor parte del tiempo, lamiéndome desde la punta del miembro hasta los testículos. Engullendo con glotonería ese apéndice que a mí nunca me gustó llevar pegado a mi cuerpo de mujer; pero que reconozco, me hacía sentir un placer, cómo jamás he vuelto a sentir. Eran unas caricias maravillosas y una pasión desenfrenada la que viví con aquellos “polvos mágicos”. Recuerdo sus manos, miles de ellas, acariciando mis muslos, aferrándose a mis nalgas, hurgando en mi íntimo anillo anal. Su saliva resbalando por el tronco de mi polla, mientras me llevaban al éxtasis y explotaba toda mi carga seminal en sus codiciosas y ávidas bocas. Centenares de manos masajearon mis incipientes senos que, por entonces, empezaba a hormonar. Pellizcaban mis pezones y me producían sensaciones únicas. Me sentía muy mujer y muy puta a la vez. Pero sobre todas las cosas, mis recuerdos más húmedos, son para las ingentes cantidades de falos, de todos los tamaños, grosores y formas, que perforaron mi culito, dándome el mayor de los goces. Siempre gemía con desesperación cuando me taladraban inmisericordemente, mientras yo subía y bajaba incansable por sus duros mástiles de carne; acariciándoles las pelotas para darles mayor placer. Me encantaba ver la cara de felicidad, reflejadas en los miles de rostros que me poseyeron, cuando se corrían dentro de mi cuerpo, derramando toda su semilla en mi interior.
Del que sí me acuerdo bien es de mi primer cliente V.I.P. Por aquellos tiempos, yo era una chica muy jovencita y él un famoso e incipiente director de cine, con un par de películas de relativo éxito en su currículo. Era un hombre muy fogoso y ardiente, tanto que se corrió en un par de minutos. No pudo aguantar tanta pasión. Recuerdo también que su pene, no puedo llamarlo micropene porque le mediría unos ocho centímetros, pero sí que me lo podía meter en la boca sin llegar a sentirme llena o sin aíre para respirar. Digamos que era muy manejable. Pero lo que más llamaba la atención, era su inmensa mata de pelo púbico. ¡Aquello no era un pubis, era la selva amazónica! Así que imaginaros, entre tanta masa capilar y el pito pequeñito, a penas era visible su cosita. Pero como ya he dicho, terminó todo rapidito. Le di unas cuantas chupaditas, le acaricié un poco los huevos, le metí un dedito por el culo, y bingo, eyaculó como un adolescente en su primera paja.
Eso sí, después de cobrarle el mini polvete, me invitó a tomar unas copas en la discoteca más cara y más de moda del momento. Dónde me presentó a varias actrices conocidas en ese mundillo, y me introdujo así en el famoseo. Pululaban por allí unos cuantos paparazzi y nos sacaron unas fotos que se publicaron en todas las revistas de la época. Por lo que empecé a ser conocida por el gran público. Tras algunas copas y algunos chutes de cocaína, nos fuimos todas a un karaoke, los cuales comenzaban en aquellos años a estar de actualidad. Y allí es dónde desplegué mis dotes de cantante. Al final de la noche, yo me fui a la casa que compartía con otra chica transexual activista y luchadora, ella. Estaba tan mareada por el pedo, con perdón, que llevaba encima, que caí muerta en la cama tal cual estaba vestida, y no me levanté hasta pasadas catorce horas.
Al día siguiente, me desperté ya avanzada la tarde. Me puse algo de comida del día anterior en un plato y me fui a la sala a comer mientras veía la televisión. Daban un programa de esos de cotilleos y prensa rosa, y en un momento dado apareció mi cara, junto con las de las otras actrices y el director de cine. Estaba alucinando, y lo mejor vino cuando pusieron un vídeo de nosotras cantando en el karaoke. ¿Cómo coño habían grabado aquel vídeo? Ni idea; tengo los recuerdos de aquella noche muy borrosos, la verdad. El caso es que, había saltado a la fama, sin yo saberlo.
Pasaron algunos días y yo seguía con mi rutina de puterío y desfase por las noches y amaneceres en blanco. Vivía totalmente ajena a la marejada de fondo que se estaba produciendo y que desconocía por completo. El caso es que una noche, me volvió a buscar el afamado director de cine, pero esta vez venía acompañado de un prestigioso, agente musical. Me invitaron a entrar en la enorme limusina que poseía el rico empresario. Como era verano, yo iba casi desnuda. Llevaba un top que, apenas me tapaba mis ya muy desarrolladas tetas, y una minifalda, que más parecía un cinturón ancho que una falda. Pero en lo que más se fijó el agente musical, fue en mi apretadísima tanga, que marcaba a la perfección toda mi anatomía, y los bustos de que se componía. No le quitaba el ojo. Mantuvimos una conversación acerca de lo mucho que le había gustado mi actuación musical y lo interesado que estaba en promocionar mi carrera artística. Dijo todo eso sin apartar la vista de mi entrepierna; no me miró ni una sola vez a la cara; babeaba, eso sí, como un bebe al que le empiezan a salir los dientes.
Para cerrar nuestro acuerdo comercial, el director de cine nos propuso hacer un trio allí mismo. Naturalmente pagando pues, al fin y al cabo, ese era mi oficio, hasta esa noche. Rápidamente me vi desnuda de la cabeza a los pies. Los dos hombres se pusieron a sobarme por todo el cuerpo. Tenía cuatro manos hurgándome en cada rincón de mi ser. Mientras el cineasta me besaba con un beso de tornillo, metiéndome su lengua hasta el paladar, y apretando mis delicados pezones, con saña; el músico me apretaba el culo a su bragueta que, ya estaba totalmente enhiesta, y mordisqueaba mi cuello, pellizcando mis muslos y acariciando mi pene.
Recuerdo que el primero en sacarse la polla fue el agente musical. La sentí clavarse entre mis nalgas, sin llegar a penetrarme aún. El otro, como la última vez, se corrió enseguida, en cuanto le bajé la cremallera y me la metí en la boca, no duró ni un minuto. Se ve que el pobre sufría de eyaculación precoz. Me dejó la boca llena del sabor de su simiente y él se quedó allí tumbado en el asiento de enfrente, viendo como me follaba el músico, mientras se masturbaba su ya mustia verga. Sin embargo, a diferencia del anterior, el agente resultó ser un excelente amante. Tenía una preciosidad de polla. No voy a hablar de centímetros, porqué ¿quién se detiene a medirla cuando es algo tan maravilloso? Pero era una hermosura, de tamaño y de grosor; acompañada de un par de grandes y gordos cojones. Me deleité mucho lamiéndolos y metiéndome en la boca ese par de huevos. Él por su parte, era un sobón. No hubo un rincón de mi cuerpo por el que él no posara sus manos. ¡Pero qué delicia!
Lamí como una loca aquél bellísimo trozo de carne. Pasé mi lengua por la puntita de su glande, recogiendo todas y cada una de las gotitas del delicioso líquido preseminal que iba soltado a raudales. Jugueteé con la cabeza de su polla, metiéndola y sacándola de mi boca, hurgando con mi lengua le fina tela de carne de su frenillo y sus alrededores. Y terminé engulléndola entera, hasta sentirla dentro de la garganta. Tuve un par de espasmos e intenté sacármela de la boca, pero él me sujetaba la cabeza con firmeza. Acabé por acostumbrarme al enorme monstruo que invadía mi cavidad bucal; pero le llené la durísima verga, completamente de mis babas. No puedo recordar cuánto tiempo estuvimos así, pero desde luego fue muchísimo más que con el cineasta.
Mientras seguía mamándole la polla, él acariciaba mi culito por entre los cachetes de mis nalgas. Sus dedos eran muy hábiles a la hora de taladrarme el ojete. Sin necesidad de lubricantes, me fue introduciendo poco a poco hasta tres dedos de su mano; dilatándome brutalmente mi esfínter y haciéndome gemir como una perra en celo. ¡Qué dolor y qué gusto, a la vez! No puede entender como se puede disfrutar tantísimo de algo que te hace tanto daño, pero que, por otra parte, no puedes evitar desearlo con todas tus fuerzas. Movía mi trasero a la misma velocidad que ese hombre metía su mano en mi agujerito, sin soltarme, ni por un segundo, de su enorme pollón. Estaba totalmente emputecida.
Por otro lado, el director de cine seguía masturbándose y con su pollita medio morcillona se volvió a correr, esta vez, apenas unas gotitas de lefa.
Me entregue en cuerpo y alma a mi maravilloso amante, olvidándome del otro tipo. No tardó en cambiarme de posición. Me colocó a cuatro patas, apoyada en el respaldo del asiento, mientras él acercaba el glande de su falo a la dislocada entrada de mi ano. La primera sensación de cálida presión entre mis glúteos, fue el fugaz instante del loco deseo de ser penetrada; pero a pesar de las ganas que yo tenía de sentir aquel descomunal trozo de carne, abriéndose camino hasta mis entrañas, grité como una loca cuando realmente metió de un golpe seco, ese rigidísimo vergón dentro de mí. Sentía que me había roto el culo, cómo si me partiese por la mitad. Las lágrimas brotaron de mis ojos. Me mordí con fuerza los labios para dejar de gemir, por el delicioso martirio al que me sometía esa descomunal masa de sabrosa carne.
Me estuvo follando como una media hora. Aquello no se terminaba nunca y yo estaba ya destrozadita, pero muy feliz por el salvaje polvo. Metía y sacaba su rabo de mi oquedad a una velocidad de vértigo. En un momento dado él arqueó todo su cuerpo y se puso a bramar como un toro desfogado. Descargó tanta leche que después se me fue escurriendo a chorretones desde mi culito hasta el asiento de cuero y las alfombrillas de diseño de la limusina. Mi sensación fue de tener el depósito lleno. Estaba henchida de semen y me temblaban las piernas, por la extenuante maratón de sexo que habíamos tenido hacía a penas unos segundos.
Cuando terminamos, los tres nos volvimos a vestir y acabamos la noche dándonos nuestros teléfonos para poder contactar fácilmente. Para mi sorpresa, efectivamente me llamaron de la agencia de música y me puse a trabajar en el lanzamiento de un “single” o sencillo de vinilo, que era el formato de la época. A las pocas semanas ya estaba entre los diez primeros de las listas de éxitos musicales. Salí en todas las radios y en la única televisión que había en España. Además, me hicieron entrevistas en revistas musicales y de sociedad, así como me pidieron hacer un posado en toples en una prestigiosa revista masculina. Salté a la fama en un abrir y cerrar de ojos.
Posteriormente, con el paso del tiempo, hice algún papelito cantando en un par de películas del director de cine y empecé a dar clases de interpretación, saliendo de vez en cuando en alguna obra teatral. Al final, ahorré suficiente dinero como para operarme, pero no en Marruecos, sino aquí en mi país. Dejé a mi compañera de piso, que por aquel entonces ya se había afiliado a un partido político que, promovía los derechos y libertades LGTBI, y se hizo famosa por salir en la tele en las noticias y los debates; y me compré un precioso apartamento en el centro de Madrid. Tuve muchos líos amorosos que publicaron en innumerables revistas y magazines y la prensa no me dejaba nunca en paz. Pero yo era muy feliz, pues por fin tenía todo lo que siempre había soñado.
De mi familia deciros que intentaron ponerse en contacto conmigo cuando vieron mi gran éxito, pero los recuerdos infelices y el mal que me habían producido durante toda mi infancia y adolescencia, hacía muy difícil la relación. Lo único que querían era mi dinero, y yo les cerré las puertas en las narices. No iba a permitir que nada ni nadie me quitara la felicidad que con tanto esfuerzo había logrado conseguir.
Ahora estoy en paz conmigo misma y con el resto del mundo. Gracias a todos y a todas por escuchar mi historia. Os envío un fuertísimo abrazo y un beso enorme. ¡Hasta siempre!