Sentí sus manos recorrer mi cuerpo

Sueño o realidad.

Sentí sus manos recorrer mi cuerpo y perderse en sus caricias. Mi sexo palpitaba por el dolor, y por el deseo de poseerla de nuevo.

Rozó mis labios con su lengua; yo la acogí con la mía, dejando que jugaran en un baile sensual, excitante dentro de nuestras bocas.

Sus manos me acariciaban, todo mi ser respondía a sus caricias.

Abandonó mi boca, deslizándose hacia abajo. Comenzaba a reaccionar, preparándome para ella. Sin dejar de besar mis pechos, sus manos recorrieron la línea formada por los vellos de mi vientre, con la yema de sus dedos, para perderlos después entre mis muslos. Sentir su mano asiendo toda mi extensión y ver como se arrodillaba entre mis piernas, fue una invitación a acariciarla.

Una espesa humedad me envolvió y no tardé en sentir su lengua acariciándome. Escondida bajo las sábanas, me transmitía su calor invisible. Quería besarla y que su boca me supiera a mí.

Se negó.

Al incorporarse, pude ver el pubis humedecido por su excitación. Sus caderas, empezaron a moverse lentamente, mientras rozaba con mi glande su botón. Me estaba volviendo loco. Me agarré a los barrotes de la cama dispuesto a disfrutar por completo de ella.

Sus labios se fueron abriendo, acomodándose a mi grosor. Poco a poco, fue recibiendo todo mi sexo dentro de ella, hasta sentir cómo como la llenaba en plenitud. Era un convidado de piedra, mi función era el ser usado. Sus movimientos eran lentos, pero se volvieron más y más rápidos. Sentía como golpeaba contra la pared de su vagina, cada vez que profundizaba en su acción. Sus gemidos se hacían más intensos cada vez, haciéndome saber que estaba apunto de llegar a su clímax. Clavó sus uñas en mis hombros, mientras restregaba sus últimos reductos de placer contra mi piel.

Me desperté no tanto por el dolor, como por el abandono, que sentí al irse de mi lado.

Tardé unos momentos en ubicar que estaba en mi cama, y que ella no había deshecho mis sábanas, pero a la vez, con la certeza de haber sido objeto de su goce.