Sentí la necesidad de consolar a mi hijo

Después de enviudar, no estuve con ningún hombre, hasta que mi hijo se separó de su mujer, y sentí la necesidad de consolarlo

Soy Marta, con 60 años recién cumplidos.

Hace tres años enviudé. Con mi marido Enrique, teníamos excelente sexo; ambos nos manteníamos en forma y teníamos esa atracción intacta, desde hace más de treinta y cinco años.

Al comienzo fue muy difícil; quedarse sola repentinamente, no es para cualquier; y fue así que hice terapia, para evitar una depresión. Al año de terapia, mi psicoanalista me recomendó conocer a otros hombres; por lo que pasé por grupos de solos y solas; y, hasta me animé a bajar la aplicación de Tinder.

Por supuesto que, consulté todas las indicaciones sobre su uso y seguí cada uno de los consejos sugeridos.

Al comienzo, buscaba muchas seguridades; pero, cuando estaba lista para salir al ruedo, se declaró la emergencia sanitaria por la pandemia del COVIT.

Después del bombardeo de noticias por televisión, habían logrado aterrarme; por lo que, mi incursión en el Tinder, se frustró y saqué la aplicación de mi teléfono móvil.

De cualquier manera, seguí con mis secciones de psicoanálisis, por video conferencia; lo cual, me hizo ganar seguridad y estar precavida por ese terrible virus.

Un día, por matar el tiempo y ya sin saber que publicar en mis redes sociales, me topé con una página en Internet, sobre la masturbación femenina.

Al culminar de leer el artículo; que, por cierto, estaba muy bien elaborado; me animé a explorar mi cuerpo, encontrando después de unos ejercicios, una satisfacción prometedora, dadas las circunstancias.

Pero, seguí investigando por Internet, encontrando otros portales interesantes, sobre el uso de vibradores; por lo que, busqué la provisión de uno, con las dimensiones que recordaba de mi difunto esposo; pero, sin la morbosidad de recordar aquellos buenos momentos, lo hice simplemente porque ese tamaño y forma, me satisfacían.

Por suerte, la cuarentena obligatoria en mi ciudad, permitió la entrega a domicilio y con total discreción; lo cual, temía por mis vecinos, ya que vivo en un edificio de propiedad horizontal, con pocos departamentos.

Al abrir el paquete, leer las instrucciones de higienización y todo lo referente a su uso, no tardé en ir al baño, para probarlo.

Empecé a estudiarlo y sentía como mi vagina se iba poniendo cada vez más húmeda, por la excitación que sentía, podía notar cómo se iba humedeciendo mi ropa interior.

Su forma perfecta, similar a una polla de verdad, sus 14 centímetros de penetración, hacían imposible esperar mucho más; necesitaba sentirlo dentro de mí, cuanto antes.

Así que, me subí la falda, me quité la bombacha y me sonreí, al ver lo mojadas que la tenía. Me senté algo reclinada, sobre el tapete del inodoro, para estar cómoda y darle buen acceso a mi nuevo compañero; abrí las piernas y cerré los ojos, con una mezcla de nervios, miedo y deseo, que me tenían a mil por hora.

Acerqué la punta de mi vibrador, y me acaricié de arriba abajo, unas cuantas veces. Decidí parar y esperar un poco; ya que, casi acabo, sin haberlo ni siquiera introducido.

Para relajarme, me limpié, comprobando de nuevo, la cantidad de jugo que allí había. Intenté no eliminarlo mucho, para facilitar la entrada a mi vibrador; ya que, llevaba mucho tiempo, sin tener nada de ese calibre, dentro de mí.

Lo tomé de nuevo, y mi primer impulso, fue metérmelo en la boca, sentir esa forma tan real, y recorrerlo con mi lengua. Rápidamente sentí que volvía a fluir, mojándome de nuevo.

Decidí que iba a empezar por lo básico, así que, seleccioné una velocidad lenta, para que vibrara suavemente; al fin y al cabo, seguía siendo mi primera experiencia.

Lo acerqué a mi entrada y lo coloqué tocándolo; pero, sin introducirlo todavía; podía sentir su movimiento tan sensual, mientras me iba mojando aún más; al estar totalmente depilada, las sensaciones todavía se agudizan más, y me sentía increíble.

No podía esperar, había llegado el momento, me abrí bien de piernas, notando como mis labios vaginales se separaban, dejando mi agujero bien expuesto, dejando mi pequeño clítoris al aire.

Mi respiración era rápida y entrecortada, estaba necesitando terminar la jugada. Tomé mi vibrador con mis manos, y lo dirigí a mi vagina, introduciéndolo suavemente. Costó un poco que encajase, necesitaba relajarme y disfrutar del momento; así que, fui sacándomelo y metiéndomelo, poco a poco, hasta que lo tuve todo adentro.

Al mismo tiempo, con mis dedos, iba estimulando mi pequeño clítoris.

No tardé ni cinco minutos, en sentir por fin, el orgasmo; sentí mi cuerpo estremecerse como nunca, mis músculos aprisionaron dentro de mí, al juguete, mientras el placer me llenaba. Seguía moviéndose y vibrando, con lo que el éxtasis se alargó, y logré volver a correrme.

Lo apagué y respiré hondo; allí estaba yo, con la falda por la cintura, sin ropa interior, con las piernas bien abiertas, la entrepierna súper húmeda, incluso llegué a mojar la toalla, que había puesto por higiene, y con mi nuevo juguete aún adentro, totalmente rendida.

Lo saqué, lo limpié, lo guardé en la caja, estando aún semidesnuda y con los muslos mojados, por mis jugos calientes.

A partir de ese día, ya no sería en el baño, sino que organizaba verdaderas citas amorosas con mi juguete; y esto, me hacía sentir más acompañada y ocupaba mi mente. No le deseo a nadie, atravesar una cuarentena sola, resolviendo una viudez.

Por ejemplo, preparaba una rica cena, elegía un lindo vestido para la ocasión, y especialmente una sensual lencería, como le gustaba a mi difunto esposo. Pero insisto, no se trataba de recordarlo, sino de recuperar mis sensaciones de aquellos buenos momentos.

Así que, luego de la cena, con buen vino y música placentera, me retiraba a la habitación, colocando el vibrador en medio de la cama de dos plazas. A veces me quitaba el vestido, practicando un baile sensual; para luego, recostarme y estar varias horas con el vibrador, hasta quedar exhausta.

Al cabo de unas semanas, mi hijo de 35 años, me llama angustiado, anunciando su separación con su mujer. Sin bien, no me tomó por sorpresa, porque veníamos hablando por teléfono, de su pesar. El problema era que, deseaba mudarse conmigo, a lo que no podía negarme; pero, le advertí que sería difícil visitar a sus hijos, por los permisos necesarios, debido a la circulación restringida.

Al comienzo, su presencia agregaba ruido y yo debía volver acostumbrarme a compartir espacios, aunque su habitación, siempre se mantuvo intacta; pero, su actitud desbastada, exigía lo mejor de mí.

Durante las comidas, me contó cómo descubrió a su esposa y su amante secreto; se trataba de un exnovio, con el cual, habían tenido muy buen sexo; pero, con la pandemia y la cuarentena obligatoria, el affaire se había interrumpido.

Mi hijo al hacer teletrabajo y estar todo el día en su casa, comenzó a sospechar sobre ciertos video chats, que su mujer realizaba a escondidas; hasta que un día, la escuchó detrás de la puerta del baño, cómo pergeñaba un encuentro furtivo con su amante.

A partir de ese momento, comenzó a deprimirse, en lugar de enfurecerse. Hasta que, la interpeló en un momento, cuando los niños estaban ocupados con sus clases virtuales.

Finalmente, su esposa lo reconoció y confesó.

Con el correr de los días, mi hijo entendió que ya no podía vivir esa situación, y fue cuando me llamó por teléfono.

Yo no lograba sacarlo de esa tristeza, y estaba comenzando a sentirme mal por él, compartiendo su pesar.

En la sesión virtual con mi psicóloga, también se apenaba por la situación; pero, me recomendó separar las situaciones; ya que, había observado un gran avance en mi perspectiva de vida.

Esa misma noche, después de cenar con mi hijo y despedirnos hasta el día siguiente, me metí en la cama con mi vibrador.

Me metí debajo de las sábanas desnuda, portando sólo mis medias negras de liga.

Fue reconfortante volver a sentir ese trozo de silicona vibrando dentro mío.

Después de lograr el primer orgasmo, mi temperatura corporal era tal, que tuve que despojarme de las sábanas, e iba en búsqueda de otro clímax.

Tuve que reprimir mis gemidos, para no causar sospechas; pero, en un momento, sentí sonidos sordos desde la puerta, descubriendo que no la había cerrado bien, quedando un poco entre abierta.

La oscuridad no me dejaba ver nada; pero, por las dudas, volví a taparme con las sábanas, para seguir disfrutando, e intentando recordar si se me había escapado algún gemido.

No volví a escuchar nada; así que, volví a destaparme por el calor.

Con todo el vibrador dentro mío, volvía a descargar un placentero flujo de jugos, que sentía bajar por mi raya.

Unos segundos más tarde, sentía el cierre de una puerta, estimando que provenía de la habitación de mi hijo.

Me quedé paralizada unos minutos, pensando que me podría haberme espiado; después de todo, el vibrador no era silencioso y seguramente, algún gemido involuntario, podría haber llamado la atención de mi hijo.

Esa película mental, me avergonzaba y me metía en una disyuntiva. No sé si sentía culpa y debía dar explicaciones; la cuestión, que esa situación me desveló.

Al otro día, durante el desayuno, le pregunté:

Marta: ¿dormiste bien anoche hijo?

Hijo: Sí, ¿Por qué?

Marta: Me pareció haberte escuchado que te levantaste. Oí el cierre de tu puerta, un poco después de medianoche.

Él permaneció sin responderme; y yo, no iba a insistir.

Al rato, como buscando las palabras, rompió el silencio.

Hijo: Ah, sí. Escuché un ruido como el motor de la heladera; pero, no proveniente de la cocina; y, además, un gemido, casi gritado.

Seguramente mi rostro cambió de color, y él continuó describiendo.

Hijo: Así que me levanté, y de paso fui al baño. Cuando pasé por tu puerta, descubrí que esos ruidos provenían de tu habitación; y me dije: Oh, mi madre está con alguien. Me pareció raro; ya que sé, que te cuidas mucho con esto del COVIT. No pude controlar mi curiosidad y observé al interior, a través de la hendija.

Marta: Hijo, yo…

Hijo: No tienes que explicarme, ni disculparte conmigo. ¿Qué te crees que hago desde hace meses? Yo también me masturbo.

Marta: Lo que sucede es que desde que tu padre falleció, no estado con ningún otro hombre…

Hijo: Te repito, está todo bien, no te avergüences. Por cierto, conservas un cuerpo espectacular. ¿Cómo es que no estás con alguien?

Esos dichos, me oprimieron el cuerpo.

Marta: Fueron tantos años, junto a tu padre, que no sabría qué hacer, ni a donde ir; estoy fuera de carrera como quien dice; y ahora, para mal de colmos, debemos encerrarnos por la pandemia.

Hijo: Por favor madre, no digas tonterías. Te repito, eres una mujer hermosa, y verte con esas medias y jugando con el vibrador, te confieso que no pude contenerme, y comencé a masturbarme detrás de la puerta; y, si no fueras mi madre, me hubiera zambullido a tu cama.

Al escucharlo, se me heló la sangre, quedando boquiabierta.

Hijo: No me mires así ¿te crees que no ha sucedido?

Marta: ¿Qué cosa?

Hijo: El complejo de Edipo no es una fábula, hay casos de hijos, que han sido atraídos por su madre; y, viceversa. Pero no me hagas caso, mi cabeza no está en su mejor momento. No te espantes por lo que digo.

El silencio se apoderó del resto del desayuno.

Los días siguientes, se normalizaron; volvimos a compartir su desgracia en los almuerzos y cenas; lo único que lo distraía, era su teletrabajo.

Yo lo veía cada vez más apesadumbrado; y también, descubrí que había empezado a tomar whisky, después de cenar, algo que nunca había hecho antes; pero, sin llegar a emborracharse, seguramente lo hacía para conciliar el sueño.

Con el correr de los días, me cohibí y no volví a usar el vibrador; pero, sus dichos me habían quedado rondando en la cabeza; así que, investigué en Internet, sobre el complejo de Edipo.

Al leer artículos, no identificaba lo que me había dicho, con su niñez; y tampoco, recordaba ninguna rivalidad manifiesta con su padre. Hasta que, me topé con un relato de incesto: “Kim West tenía 51 años, cuando se reencontró en el 2014 con su hijo Ben Ford, de entonces 32 años. A los pocos días de volver a verse, Ben decidió terminar con su esposa, para escapar junto a su madre e iniciar una relación de pareja con ella. Los medios ingleses los bautizaron "los amantes imposibles". Pero en realidad, su romance fue posible: viven juntos en Michigan, dicen tener una conexión sexual "alucinante".

Este relato tenía más certeza sobre lo que me había dicho mi hijo; por lo que, me quedó rondando en la cabeza; y dudé en compartirlo con mi psicóloga, porque seguramente me preguntaría por mis sentimientos al respecto, a lo cual, no sabría que responder; pero sí, me parecía una locura.

Pasaron los días y mi incertidumbre crecía al verlo tan apesadumbrado; pero, por suerte, nunca se volvió a mencionar el tema.

Un sábado por la noche, acordamos cenar y compartir una película que se estrenaba en Netflix.

Mientras preparaba la cena, mi hijo dice:

Hijo: ¿Necesitas ayuda?

Marta: No, está todo bajo control y casi ya termino.

Hijo: Podríamos simular que salimos a cenar afuera, y luego al cine. Estoy podrido de usar este jogging, estamos todo el tiempo de entre casa. ¿Nos ponemos lindos, como si tuviéramos una cita?

Marta: Tienes razón. Terminó y voy a cambiarme.

Hijo: ¡Genial! Yo también iré a ponerme algo atractivo.

Lo de atractivo me sonó raro, y automáticamente recordé sus dichos en aquel desayuno, y el artículo del incesto.

Estando en la habitación, no sabía que ponerme; hasta que olí el perfume de mi hijo; evidentemente, deseaba provocarme una buena impresión; así que, elegí un atuendo acorde a la ocasión; seleccionando un vestido azul de noche, que había dejado de usar hace algunos años.

Cuando estaba saliendo de la habitación, sentí frío en las piernas; entonces, volví a mi recámara para ponerme medias; pero, solo tenía las medias negras de liga; ya que, como lo mencioné antes, desde que enviudé, no salía a ningún evento; y, por lo tanto, había prendas que no reponía. Como el vestido era largo hasta las rodillas, pensé que con el porta ligas, nada se notaría y no podía interpretarse como una provocación.

Al reencontrarnos en el comedor, mi hijo me observó sorprendido.

Hijo: ¡Guau! ¡Qué hermosa estás!

Marta: Gracias hijo, vos también estás muy guapo.

Antes de sentarnos a la mesa, yo fui a la cocina por la bandeja de la cena; y mi hijo, destapaba una botella de vino blanco helado.

Al regreso, nos acomodamos, comenzando a cenar y a conversar animadamente. Por suerte, la ocasión, había sido una buena idea; ya que, ahuyentó ese desánimo que lo dominaba, cuando no trabajaba.

Hablamos sobre sus responsabilidades laborales y las posibilidades de un ascenso; también, compartí algunos pasajes de mi tratamiento psicológico y lo bien que estaba llevando la vida. En un momento, se disculpó por no ocuparse más de mí, y se justificó con el drama de pareja que atravesaba.

Ya casi terminando, cuando estábamos por el postre, mi hijo tomó el control remoto del centro musical, y seleccionó una lista apacible de canciones, con ritmo lento y romántico; lo cual, completaba una atmósfera calmante.

El vino blanco hacía de las suyas en nuestras cabezas, y derribaba barreras, para que mi hijo se confesara.

Hijo: ¿Vos crees que lo de mi mujer lo descubrí hace poco?

Marta: No sé, no tengo ni idea; sólo me contaste la causa de tu separación.

Hijo: Lo descubrí hace unos cuatro años.

Marta: ¿Cómo pudiste soportarlo hasta ahora?

Hijo: Porque pensé que podríamos acordar algo.

Marta: ¿Pensaste que podría dejar a su amante y recomponer el matrimonio? ¿Después de 4 años de saberlo? No sé cómo aguantaste.

Hijo: No es tan sencillo. Ella es muy fogosa y no habíamos dejado de tener buena cama.

Marta: ¡Ay hijo! Eso no es suficiente justificación para soportar una infidelidad, durante tanto tiempo.

Hijo: No están sencillo, te dije. Resulta que, hasta hace un año, sólo tenía sospechas. Pero, un día al regresar de la oficina, en el garaje del edificio, me llamó la atención una pareja dentro de una camioneta familiar, con los vidrios empañados; así que, por curiosidad, me acerqué sigilosamente; y, desde la luneta trasera, descubro que ella estaba cabalgando sobre el tipo. Al principio, me entristeció comprobar mis sospechas; pero, al rato, la escena me excitó y comencé a masturbarme.

Marta: ¡No te puedo creer! ¡Qué cosas raras pasan por tu cabeza!

Hijo: Te dije que no era sencillo.

Marta: ¿Y ella no te descubrió?

Hijo: Sí, me vio, la tenía de frente; y, de hecho, me sonrió.

Marta: No puedo creerlo. ¿Cómo pudieron verse a la cara después?

Hijo: En resumen, este año, durante el encierro por la pandemia, intenté convencerla de practicar cuckolding.

Marta: ¿Cuc qué? ¿Qué es eso?

Hijo: Simplemente de blanquear la situación. A ella le gustaba el sexo que tenía con él, y a mí, me excitaba verla con otro hombre.

Marta: ¡Te volviste loco!

Hijo: No, para nada, intentaba de abrir mi mente ante los hechos; pero, su amante no lo aceptó; y, por ende, entramos en un bucle de frustración ambos, hasta que comenzamos a discutir día a día, y en exabrupto, tomé la decisión de irme. Y acá estoy.

Marta: Me dejas helada.

Hijo: Bueno, basta de pálidas, no arruinemos la noche. Ven, baila conmigo.

Dejé que me tomara de la mano, porque no podía salir de mi sorpresa. Anonadada, nos abrazamos y comenzamos a bailar lentamente. Intentaba comprender, metiéndome en sus pensamientos; mejor dicho, imaginando sus procesos mentales; hasta que, me sobresalta sentir su mano, acariciando mi nalga izquierda.

Hijo: ¡Qué hermosa estas!

Le retiro la mano, tomándosela y dirigiéndolo hacia el sofá.

Marta: Creo que será mejor que veamos la película.

Tomo rápidamente el control remoto de la televisión, para ubicar la película seleccionada en Netflix; mientras él, tomaba el otro control remoto, para silenciar el centro musical, demostrando cierta frustración.

Nos acomodamos en el sofá, cada uno sobre un extremo, para aprovechar el apoya brazos.

Se trataba de un thriller; por lo que la intriga, nos atrapó desde el comienzo.

A la media hora, el film se centra en una escena erótica, entre la esposa del detective, protagonista masculino, y un joven, que realizaba trabajos de mantenimiento, en el vecindario; similar a lo ocurrido en la película “Unfaithful”, que protagonizó Diane Lane y Richard Gere.

Yo observaba a mi hijo de reojo; ya que, la película estaba desarrollando con lujos de detalles, un adulterio.

Las escenas eran tan eróticas, que, si hubiera estado sola, seguramente hubiera ido por mi vibrador.

Estaba tan absorta con las imágenes, que no me percaté del acercamiento de mi hijo y el apoyo de su mano, apenas encima de mi rodilla.

En ese momento, mi cabeza era carrusel; ya que, nos habíamos servido un gin con tónica, para acompañar la película, y sus confesiones durante la cena, sus dichos en aquel desayuno, sumado a los artículos leídos por mí, hacían un torbellino en mi mente, imposible de detener.

Sentí que su mano, comenzó lentamente a subir por mi muslo.

No sé porque, pero dirigí mi mirada hacia su entrepierna, verificando que experimentaba una erección descomunal y preguntándome que estaba haciendo.

De pronto, su mano ascendió, descubriendo que llevaba las medias de liga.

Hijo: ¡Oh! Sabía que mi madre me iba a consolar. ¡Sácame de esta angustia!

Sin hacer valores de juicio, me surgió un sentimiento de complacencia; así que, con mis dos manos, me dirigí hacia su bragueta, para liberarlo; mientras él, por la cercanía que se había producido, me besaba y mordisqueaba el lóbulo de la oreja; lo cual, me excitaba.

Cuando logro abrir el cierre de su pantalón, y con dificultad sacar su miembro, me sorprende el tamaño que había adquirido.

Mientras tanto, él había ganado terreno con su brazo derecho debajo de mí, y su dedo índice comenzaba a jugar con mi clítoris. Su otro brazo, me rodeaba por la espalda y su mano la había metido por el escote del vestido, para acariciar y masajear mis senos.

Yo estaba atrapada como en una luchadora greco romana, a centímetros de introducirme su verga en la boca.

Su brazo izquierdo presionó para animarme; así que, la tomé con ambas manos y comencé a mamársela.

No pasó mucho tiempo en sentir placer, después de varios años, sumado a las expresiones a viva voz de mi hijo, que demostraban lo bien que se sentía.

En unos minutos, él soltó una descomunal cantidad de semen, junto a un estruendoso gemido.

Esperó a que tragara todo, y me tomó de ambas manos, diciéndome:

Hijo: ¡Sos estupenda! Ven, déjame devolverte el favor.

Me incorporó y nos dirigimos a mi habitación. Yo me imaginaba que iba a suceder; pero, por una extraña razón, me dejé llevar.

Cuando llegamos al pie de la cama matrimonial, él desde atrás, me bajó el cierre del vestido, dejándolo caer a mis pies; también, desabrochó mi sostén; el cual, cayó junto al vestido. Luego, con sus manos sobre mis hombros, me hizo girar, y presionando hacia abajo, me sentó en la cama.

Acercó su flácido miembro, nuevamente hacia mi boca, en señal de que lo reanimara; lo cual, hice inmediatamente; mientras él, se desnudaba.

Mientras se la mamaba, en ningún momento me animé verlo a la cara.

No paso mucho tiempo, para recuperar su erección. Entonces, me tomó y me acomodó en cuatro patas.

Primero, jugó con su lengua y su índice sobre mi vagina y el clítoris, logrando que deseara su cogida. No sé si estaba esperando que se lo pidiera, o era parte de su práctica sexual.

Hasta que, por fin, me tomó de las caderas y me dio una estocada certera con su verga. Lo hacía de forma intempestiva; nunca me lo habían hecho con tanta fuerza y velocidad, que provocó rápidamente mi primer orgasmo de la noche.

Hijo: Voy hacer que sientas plena, como nunca lo han hecho.

Me ponía boca arriba y volvía a introducírmela, a pesar de tener el cuerpo electrizado aún. Mi sensibilidad, le ofrecía alguna resistencia; pero, seguía sin poderlo ver a la cara; así que, cerré mis ojos y me concentré en seguir gozando la cogida que me practicaba.

Aunque tardé un poco más, sus movimientos rotatorios de su pene dentro de mi vagina, me arrancaban nuevamente otra acabada; mientras él, seguía con su herramienta totalmente erecta.

Tenía ganas de decirle un montón de cosas, hasta de que ya había sido suficiente; pero, no salió ni un gemido de mi boca.

Volvió a cambiarme de posición, recostándome sobre uno de mis laterales, susurrándome al oído:

Hijo: ¡Qué mujer hermosa sos!

Marta: No te parece que…

Sentía como mis flujos se escurrían por la cara interna de mis muslos, seguramente humedeciendo las ligas de mis medias, que era lo único que tenía puesto.

Me interrumpe y me pregunta en donde guardaba el vibrador; el cual, fue a buscar inmediatamente cuando señalé el cajón.

Al regreso, se recuesta detrás de mí.

Hijo: ¿Alguna vez estuviste con dos hombres?

Marta: No ¿Cómo se te ocurre?

En ese instante, siento que hecho andar al vibrador, y comienza a jugar en la puerta de mi vagina, comandándolo desde atrás.

Con tanto flujo, no tardó en introducírmelo hasta la mitad; pero, esa vibración era casi insoportable; ya que, esa zona estaba muy eléctrica.

Sentía como su paquete descansaba erecto entre mis dos nalgas; pero, a pesar de lo intenso que sucedía en mi vagina, siento que él, hacía movimientos con su glande, en la puerta de mi ano.

Marta: ¡No! Por favor. Nunca lo hice por ahí.

Hijo: Tranquila. Veras que te gustará mucho. Prometo hacerlo despacio.

Yo intenté con mi mano, que no avanzara; pero, al rato, era yo que lo dirigía, tomando su tronco con mi mano e introduciéndolo, proporcionalmente al dolor que me causaba.

Después de unos quince minutos, tenía mi enésimo orgasmo y él, teniendo la mitad de su verga adentro de mi culo, me llenaba con su semen.

Lejos de abandonar el ritmo acompasado, él seguía comandando el vibrador por delante; y ahora, sin mi ayuda, me seguía cogiendo por detrás.

Hijo: ¡Qué lindo es cogerte!

Marta: ¡Estoy exhausta hijo!

Hijo: Gracias por consolarme de esta manera.

Marta: Me dolía el corazón verte así.

Hijo: Tendríamos que invitar a alguien, para ocupar el lugar del juguete.

Marta: ¡Nos seas loco!

La madrugada transcurrió de esta manera, a pesar de la tremenda cogida; firmándose una especie de acuerdo de colaboración mutua y sexual.

Los días que siguieron, en algún momento del día, alguna acción sexual teníamos; una mamada mientras trabajaba, un rapidito mientras cocinaba, una masturbación mutua mientras tomábamos una ducha; pero, los días sábados, yo me vestía con mi mejor lencería y teníamos una maratón, después de la cena; y él, insistiendo que deberíamos invitar a alguien más, para proveerme placer infinito.