Sentados y calientes
Se sentaron en la cama. Él, tras ella, la rodeaba con sus brazos.
Se sentaron en la cama. Él, tras ella, la rodeaba con sus brazos. Jugaba con los dedos con su sexo. Introducía muy suavemente el índice en su vagina. Lo movía en círculos, muy poco a poco, mientras con el pulgar rodeaba el clítoris siguiendo las agujas del reloj.
Ella no podía evitar gemir, y giraba la cabeza para besarle. Mientras, con su mano libre, él le acariciaba los pechos mezclando suavidad y brusquedad, pero de ambas formas resultaba muy agradable y sexy.
Los besos que se dedicaban eran suaves. Juntaban sus labios y se saboreaban, entrelazaban sus lenguas como si de un juego se tratase. Parecía que el mundo se había parado para ambos.
Ella se sentía en el cielo. Por los besos, por los dedos de él jugando con su sexo. Por notar su erección en la espalda, reclamando atención. Pensaba en qué le haría cuando se liberase de esa tortura tan placentera. Sin duda estaba caliente a más no poder y eso hacía volar su imaginación más erótica.
Los besos seguían siendo muy suaves y lentos, se disfrutaban mutuamente. Pero él cada vez la estimulaba más deprisa. Esa diferencia de velocidad entre lo que sucedía arriba y abajo era abrumadora. A ella le costaba no gritar, sentía muy cerca un orgasmo, que llegaría tan solo unos segundos después. Ella notó que explotaba, de placer, de felicidad, de amor, de gusto.
Temblaba, pero no podía dejar de besarle. Quería más, pero también quería corresponderle.