Sentados en un tren
Qué puede ocurrir en tan poco espacio para cambiar para siempre la mente de una persona? (ojo, va de crímenes)
Sentados en un tren.
Altas horas. Nadie más en el vagón. Casi todo el tren vacío.
El me miraba. Su mirada fija penetrante. Desconcertante. Ni una sola palabra. Sus ojos me iban penetrando lentamente. Se iban apoderando de mi voluntad. Y ni una palabra. Sólo su mirada.
Sin poder resistirme tuve que mirar su entrepierna.
Obscenamente se agarró el paquete.
Mi mirada se dirigió al suelo. El rubor apoderado de mis mejillas. Me ardía la cara.
Su sonrisa sardónica, casi sádica se tatuó en mi retina.
Caminé delante de él. El traqueteo del tren hacía que mis pasos fueran inseguros. Tenía que sujetarme de vez en cuando en las paredes del tren. Mi andar casi un traspiés, como si hubiera bebido litros y litros de alcohol...
El servicio era muy estrecho. No olía bien. Yo no tenía fuerzas, no tenía voluntad. Como si fuera mi dueño me sujetó por las muñecas y las colocó sobre el borde del lavabo de metal.
Vi mi estúpida cara reflejada en el espejo con mis manos apoyadas en el lavabo, el cuerpo un poco reclinado hacia atrás. Su sonrisa de triunfador... y mi voluntad abandonándome segundo a segundo...
Ni una palabra. Sólo hablaban sus manos. Y sus manos eran crueles conmigo. Se apoderaron de mi pelo y tiraron de él. Hasta conseguir arrastrarme al maloliente suelo.
Le vi manipular en su entrepierna. Vi su poderosa forma oculta tras el calzoncillo. Le vi salir disparado. Libre. Estaba rígido, un palo. Duro como una piedra. Amenazante, con sus venas hinchadas, a punto de explotar.
Tuve que arrodillarme en aquel apestoso servicio.
Su mano enroscada en mi pelo dirigió mi cara hasta enfrentarme de nuevo a esa magnífica visión. Su pene estaba frente a mí. Apuntándome.
Su fuerza era innecesaria,. Mi boca buscaba, esperaba ansiosa su entrada.
Y vi sus genitales ante mis ojos. Vi su trasformación en mi mente. Ya no era un pene, no era un simple glande... Frente a mis ojos se estaban convirtiendo en una polla, en un rabo... En un morado capullo que me iba a tragar... que tal vez iba a regar mi paladar con su semen...
Y aquel pedazo de carne rígida entró en mí. Tan suave pero a la vez tan duro... que lamía y rodeaba con mis labios sin cesar..., que tan pronto me ahogaba como me daba la vida...
Ese sabor... Ese singular tacto que mi lengua descubría milímetro a milímetro...
Su mano, sus dedos enroscados en mi cabello me dirigían... Tan pronto imprimían un ritmo rápido como lento... Y mi cabeza se dejaba llevar... Su polla traspasaba mi boca y se alojaba en mi garganta... A veces su entrada era brusca. Otras, tan lenta que me hacía sentir cada rugosidad de su piel. Y yo lo aceptaba, lo deseaba...
Cuando se retiraba de mí, sujetaba su rígida polla y me golpeaba con ella en la cara..., la hacía pasearse por el contorno de mis labios... luego me hacía agacharme aun más y me forzaba a lamer sus testículos... Y mi boca disfrutaba dejándose invadir por sus peludos cojones...
Y yo siempre obedecía... me humillaba y me sometía a sus caprichos... Se lo lamía, se lo besaba... se lo chupaba... dejaba que penetrara en mi garganta hasta ahogarme... o que se retirara de mí dejando mi boca abierta a la espera de una nueva visita...
Mis dedos acariciaban con suavidad infinita su barra de carne... sus ovalados testículos... Y un sabor cada vez más agrio se iba apoderando de mi paladar...
El solamente sonreía...; no me hablaba... ni siquiera me insultaba... Yo sólo me afanaba en darle placer.... En llenar de besos su deliciosa polla...
Y se detuvo. Intenté que su rabo no se alejara de mis labios. Una humillante bofetada cruzó mi cara.
Me hizo incorporar tirándome del pelo. Y volvió a colocarme con las manos apoyadas en el lavabo. Su cuerpo pegado en mi espalda. Su rostro junto al mío, mirando de frente. Qué diferencia de expresiones. Se le veía contento, ansioso. El brillo en sus ojos. Excitación frente a miedo. Seguridad frente a incertidumbre. Poder frente a total rendición. Su paquete restregándose en mis nalgas.
Su mano manipulando mi cintura. Un tirón brusco. Mis pantalones arrastraron mi ropa interior hasta llegar a las rodillas. Mis nalgas al descubierto. Mi sexo estaba excitado. Lo sabía aunque no me atreviera a bajar mi mirada y mucho menos a tocarme.
Sus manos sobaban ansiosas mis nalgas. Cada vez sus caricias eran más violentas, más bruscas. Sus dedos se clavaban como garras. Sus uñas me arañaban. El primer azote. Mi primer respingo.
Tomó varias toallitas de papel y las introdujo en mi boca. Le vi sacar su cinto de las trabillas. Le vi enroscárselo en una mano. Cerré los ojos y sentí por primera vez su punzante dolor.
A pesar de lo reducido del espacio, el cuero golpeó sin piedad mis glúteos hasta dejarlos colorados. Entre azote y azote, algún pellizco revivía mis insensibilizadas nalgas.
Situado a mi espalda, rodeó mi cuello con el cinto. Me ahogaba con él, pero no hacía nada.
Mientras, restregaba su pene desnudo por mis maltratadas nalgas... Percibí su calor... La humedad del líquido preseminal dibujaba su sendero sobre mi dolorida piel. Su pie entre mis piernas empujó la ropa hasta el suelo. Lo pisó todo. Lo aplastó contra el suelo. Me sacó las toallitas de la boca.
Sabía que me iba a sodomizar. Desde que entramos, desde que me hizo levantar y en silencio me ordenó caminar delante de él.
Sus dedos colocaban su capullo en mi esfínter. Intenté relajarme pero no podía... Todo mi cuerpo estaba tenso... Todo mi cuerpo temblaba de terror... pero todo mi cuerpo estaba ansioso por recibirle... Aunque sabía que sería doloroso. Muy doloroso.
Un intenso dolor... como una terrible descarga eléctrica. Algo duro se introdujo en mí... Quemaba... Un dolor desconocido, indescriptible.
Furiosos azotes. Sabía que no le había entrado entero. De nuevo las mismas maniobras. De nuevo, ese intenso dolor al forzar mi entrada. Su empuje... su furioso y potente empuje... Su rabo destrozando cruelmente mi ano... El calor de mi propia sangre resbalando por el interior de mis muslos...
Acababa de comenzar y ya mi cuerpo no podía más... Sus esfuerzos tuvieron su recompensa. Su duro rabo llegó al final de mi estrecho túnel... Y ensartó todo mi cuerpo.
Un insoportable dolor, como si toda mi carne se replegara sobre si misma...
Cada vez que se retiraba de mí me invadía esa sensación tan extraña que me hacia desear que no se demorara ni un segundo en volver a causarme ese tremendo dolor.
Sus jadeos en mi espalda.... Sus testículos impidiendo el feroz avance de su ariete... Sus temblores... Aquel líquido caliente...
Aquel espasmo que le hizo salir de mi justo cuando yo también llegaba al éxtasis...
Y se derramó sobre mis nalgas... Su líquido viscoso, espeso, resbalando perezosamente por mis glúteos... tuve que tocarlo...
Mi mano recogió algo de su semen mezclado con unas gotas de mi sangre. Su mano guió la mía. Y mi lengua lo paladeó tantas veces como él quiso. De nuevo me arrodillé ante mi ídolo. No me importó que su rabo estuviera sucio, manchado con mi sangre y mis propias heces. Mi boca ordeñó su polla fofa buscando con auténtica desesperación encontrar una última gota.
Hubiera dado todo el oro del mundo por recibir su deliciosa descarga en mi paladar.
Y allí seguía sentado en su asiento. Mirándome indiferente sin decir nada. Como si nada hubiera pasado. Pero sí había pasado...
Se lo pedí, se lo supliqué, incluso se lo rogué alcanzando cotas de humillación que jamás sospeché... Necesitaba volver a lamer su rabo, necesitaba beber su líquido... Y él nada...
Sólo se reía..., me insultaba con el desprecio de su indiferente mirada...
Aquella navaja suiza que siempre llevo cuando voy de viaje.
No chilló. No gritó. Ni siquiera se molestó en hacer algún ademán cuando saqué la navaja. Sólo me miraba... Un solo pinchazo. La sangre me salpicó.
Me arrodillé y descubrí sus genitales...
El sabor de la sangre se mezclaba en mi boca con el de la carne cruda. Tardé poco en ingerir sus testículos...
¿Lo entiende, verdad? ¿Lo entiende? ... Tenían que ser míos... No me miren así... ¿es que no me entienden?... Aquello tenía que estar otra vez dentro de mí... tenía que formar parte de mí... no quería separarme nunca...
¡¡¡¡¡¡TENÍA QUE SER MÍO!!!!!!... ¡¡¡¡TENÍA QUE VIVIR DENTRO DE MÍ!!!!
¡¡¡¡¡¡ORDEN EN LA SALA!!!!!!
¡¡¡¡TENÍA QUE SER MÍO!!!!!!...
¡¡¡¡¡SEGURIDAD!!!!! ¡¡¡DESALOJEN LA SALA!!!!!
Los inútiles martillazos del Juez... el alboroto de la sala... Las inútiles llamadas al orden...
¡¡¡¡¡SEGURIDAD!!!!!
Todo fue inútil... Los dientes se hundieron en su garganta... La sangre salpicó la mesa...
Aun con la boca escupiendo sangre no paraba de repetir una y mil veces la misma frase....
Tenía que ser mío...
- Después de recordar el estremecedor relato de los hechos acaecidos tanto en el expreso nocturno Madrid - Paris, ocurridos el día 26 de abril de 2004, como en esta Sala, no nos cabe ninguna duda a la hora de dictar sentencia, ni ningún remordimiento a la hora de señalar la máxima condena por los execrables asesinatos brutalmente cometidos... Por ello, se considera apropiada la condena a la pena de cadena perpetua por la comisión de los horribles crímenes acaecidos.
Así ha resultado probado por la confesión por todos escuchada. No ha habido titubeo en sus palabras al afirmar que acabó con la vida de su víctima procediendo a continuación a ingerir sus genitales.
Tampoco lo hubo en la causación de la muerte de nuestra compañera en esa misma sala....
Tal sentencia deberá ser cumplida en centro psiquiátrico... el cual no podrá ser abandonado...
Las palabras de la sentencia resonaban terriblemente por la sala, acompañadas por un murmullo soterrado, por una trágica letanía... -"tenía que ser mío... tenía que ser mío..."- Y una perdida mirada que deambulaba de rostro en rostro sobrecogiendo a todos los presentes.
NOTA: Este relato va dedicado a la sección de crímenes y actividades conexas e inconexas.