Sensei (3)
Sakura lo contemplaba embobada, porque para ella, él sí había cambiado. Y su imaginación volaba sola. Acercando los labios hasta su rostro, apartaba la máscara temblorosa. Su clitoris, húmedo y resbalzadizo, pedía a gritos su miembro. Sensei, hagame suya.
Aquí va la tercera parte...
Me sorprendió la pasión que destilaban sus labios cuando me besaron por primera vez. Al principio parecía calmado, y su habitual pose seria no se modifico mientras abandonábamos el local. Su mano tampoco dejó de agarrar mi brazo. Pero cuando nos encontramos a una distancia prudencial, todo se volvió diferente.
Sus manos me tomaron por mi cintura desnuda y me empujaron con fuerza contra la pared, sin llegar a hacerme daño. Su cuerpo chocó contra el mío, y en un rápido movimiento la máscara desapareció, y sus labios devoraban mi boca. Parecía ansioso.
Estuvimos besando varios minutos, descargando en ese beso una gran multitud de sentimientos y emociones retenidas que ambos necesitábamos liberar. Ignoraba cuales podían ser las suyas, pero me concentré en descargarme de las mías. Sentía como si un gran peso se desvaneciese en mi interior.
Cuando finalmente nos distanciamos, la furia y la desesperación se habían desvanecido, y los últimos momentos de ese beso fueron calmados. Nos miramos. Mis ojos reflejaban paz, seguridad y decisión, y los suyos eran una mezcla de sorpresa, deseo, y liberación. Volvimos a besarnos, pero ya no había necesidad en aquel contacto, únicamente pasión. Deseo .
Sus manos delineaban mi cuerpo con fuerza, recorriendo sucesivamente mis caderas, mi cintura, y la curva de mis senos, y las mías, enroscadas alrededor de su cuello, se revolvían ansiosas entre su cabello, e intentaban atraerlo aun más hacía mi. Deseaba sentirlo. Contra mi piel.
Sus labios me devoraban con deseo, no solo mi boca, sino también el resto de mi rostro. Mi lengua gemía insatisfecha cuando la distanciaba de la suya, y corrientes de excitación ascendían por todo mi cuerpo cada vez que ambas se reunían. Aquel beso, la llamarada ardiente que provocaba en m interior, superaba con mucho a cualquier fantasía.
Entonces lo sentí. Algo bullían en mi interior, mis paredes se contraían, mis piernas se enroscaron contra su cintura en un acto involuntario, y pude sentir su creciente erección golpeando la parte intermedia de mis caderas. Él también lo sintió. Sus manos se escurrieron, ávidas, a través de mi camiseta, hasta dar con mis pechos desnudos. Los acariciaron.
No me pude contener, liberé un gemido. Entonces él se detuvo y me miró intensamente.
- Aquí no arguyó, con la voz ronca por el deseo.
Inmediatamente sus manos me alzaron y me tomaron por la cintura, y después, desaparecimos.
Apenas veinte segundos más tarde, reaparecimos frente a una casa que reconocí como la suya. Él contempló un instante la puerta, dudoso, pero después la rechazó con un gesto de cabeza y, de un salto, trepó hasta su ventana. Estaba abierta. La empujó y nos colamos por ella. Era su habitación.
Yo había visitado otras veces su casa, pero nunca había entrado en su recámara. De todos modos, tampoco tuve tiempo para examinarla en aquella ocasión. Él me dejó caer sobre su cama con delicadeza, y a continuación se arrojó sobre mi.
Mis labios lo acogieron con fuerza, pues la excitación no había muerto, y no tardaron en abandonar su boca y dedicarse a su cuello. Quería sentir cada parte de él. El contacto de mi lengua contra aquella zona erógena provocó que liberase un jadeó de forma casi inconsciente. Al escucharlo, algo en el interior de mi pubis pareció cobrar vida.
Retorcí las piernas para contener tal apabullante sensación, pero él se percató de mi gesto y me contuvo. Sus labios empezaron a recorrer mi estómago, enviando calambres alrededor de mi ombligo, mientras una de sus manos se escurría por el borde inferior de mis pantalones, llegando a acariciar la piel más próxima a mi entrepierna. Entonces lo sorprendí.
Con un rápido movimiento me coloqué a horcajadas sobre él, y de forma extremadamente hábil, logré desatar los dos lazos que mantenían el top sujeto a mi cuerpo; este calló sobre la cama, dejándome a mi totalmente expuesta de cintura para arriba.
Sus ojos se abrieron con sorpresa ante mi gesto, y después, sin ser consciente, me dedicó una larga e intensa mirada. Yo no lo entendí en aquel momento, pero él me contempló como se contempla a una mujer sumamente hermosa y querida.
No me detuve ahí. Sin ningún tipo de reparó, lo desprendí a él también de su camiseta y me permití a misma deleitarme en su torso perfecto, curtido por numerosas batallas, un instante antes de lanzarme sobre él para devorarlo.
Mientras lo besaba, mis hábiles manos se introdujeron a través del corte superior de su pantalones, rozando su miembro ya totalmente erecto por encima de sus calzoncillos. Mi clítoris palpitó con fuerza; él liberó un ronco gemido. Satisfecha con su reacción, me permití acariciarlo más a fondo en un movimiento ascendente. Eso pareció enloquecerle.
En apenas un instante nuestras posiciones volvieron a cambiar, yo estaba abajo y él sobre mi, solo que ahora nuestros pantalones también habían desaparecido. Una única prenda en cada uno era la que nos distanciaba el uno del otro. A él no parecía importarle.
Su boca devoraba mis pechos mientras sus manos no dejaban de recorrerme. Todo su ser destilaba ansias, pasión, necesidad, y yo únicamente podía concentrarme en el increíble placer que su lengua me provocaba. Entonces retiró la última prenda que me cubría, y sin dejar de besar mis pezones, sus manos centraron su atención en lo que allí se escondía. Y todo quedó en nada, porque nada, absolutamente nada de lo que alguna vez había sentido o fantaseado con sentir, se asemejaba a lo que él estaba provocando dentro de mi.
- Por favor... supliqué desesperada, entre jadeos Por favor...
Él sonrió, y un instante después, se detuvo.
Con exasperante parsimonia, dedicada únicamente desesperarme, se incorporó, sonrió, y se despejó de esa última prenda, quedando por primera vez desnudo ante mis ojos. Desde luego, su miembro hacía justicia al resto de su cuerpo, fue todo lo que pude pensar antes de que él se tumbará sobre mi. Entonces ya no pude pensar en nada.
Recuerdo como volvió a besar mis pechos una vez más, para relajarme, mientras dos de sus dedos se introducía en mi húmedo interior, haciéndome jadear aun más intensamente. Evidentemente satisfecho de su comprobación, sus labios se dirigieron está vez a mi boca, acariciándola más suavemente, mientras el capullo de su pene se habría paso por primera vez a través de mis estrechas paredes.
Supongo que cabía esperar algo de ese dolor del que tanto se habla entre las vírgenes, pero yo no lo sentí; estaba demasiado excitada.
Él continuó introduciéndose en mi interior hasta llenarme por completo. Solo entonces se detuvo y me miró, para comprobar que todo iba bien. La perdida y extasiada expresión de mis ojos debió servirle. Entonces comenzó a moverse, en un movimiento regresivo y progresivo repetidamente.
Aquello me sacó de mi ensoñación. Jadeé por el placer que sentía. Mis piernas se enroscaron alrededor de su cintura; quería sentirlo dentro, profundo, poseyéndome por completo. Él pareció entender, pues aumentó el ritmo de las embestidas.
Mis brazos rodearon mi cuello mientras lo sentía, miles de luces de colores comenzaron a enajenar mis sentidos. Tanto placer... ignoraba que pudiera ser posible.
Lo sentía moverse en mi interior, rozar mi clítoris en cada envestida, y salvajes corrientes eléctricas atravesaban mi cuerpo cada vez que él lo hacía. Eran más que jadeos lo que liberaba ahora, pero no podía contenerme. Si el Cielo existía, yo lo había alcanzado.
Y entonces lo sentí, la culminación final, una serie de orgamos inconcebibles. Mis paredes se contrajeron con una fuerza y velocidad inusitada, de mi garganta escapó un gemido ronco y profundo, mi corazón bombeó sangre y apenas podía contener mis respiraciones. Y solo cuando él lo sintió, se permitió derramar su leche en mi interior; con un jadeo rudo y satisfecho lo descargó todo, y después se dejó caer rendido a mi lado.
El sexo siempre fue excepcional entre nosotros, en cualquier momento de nuestra relación, pero aquella noche, la primera noche, siempre quedaría registrada en nuestras mentes como el principio de todo, y la culminación de placer. Fue algo insuperable.
Extenuados los dos, no tardemos en caer dormidos, uno al lado del otro.