Sensei (2)

Sakura lo contemplaba embobada, porque para ella, él sí había cambiado. Y su imaginación volaba sola. Acercando los labios hasta su rostro, apartaba la máscara temblorosa. Su clitoris, húmedo y resbalzadizo, pedía a gritos su miembro. Sensei, hagame suya.

Había pasado la noche en vela, apuntando en una libreta los puntos fuertes y flacos de los que disponía para hacer realidad mi fantasía; pero un pequeño deje de insatisfacción anclado en el centro de mi mente me advertía a mi misma de que quizá todo aquello no sirviera de mucho. No obstante, no estaba del todo mal como punto de partida; ya iría improvisando más adelante, conforme mis avances dieran fruto.

Lo primero era inspeccionar el terreno, acercarme a él y examinar sus reacciones, y para ello mi físico y el uso que de él pudiera obtener era el punto clave.

Hasta entonces siempre había sido reacia a las críticas y tendía a examinarme a mi misma bajo una completa subjetividad, pero aquella noche abandoné toda conducta infantil, me planté delante del espejo, y no me moví de allí hasta obtener una lista completa de todos los fallos, y las virtudes que pudieran resultar deseables a la vista de un hombre. Ahora reconozco que fue un duro golpe para mi ego, pero la misión era lo importante, y mis caprichos de ningún modo podían hacerla fracasar.

Lo que más resaltaba de mi aspecto era el color de mi pelo: largos cabellos rosados que había dejado crecer y que casi alcanzaban la altura de mi cintura. Fruncí el ceño, irritada; eso bien podía ser considerado defecto o virtud, indistintamente. ¿Sería mi sensei un hombre de gustos exóticos y refinados, o preferiría los típicos tonos castaños? Bien, su gusto por el Icha-Icha podía ser una clara pista sobre el asunto. Pase al siguiente punto.

Mi piel era perfecta, impoluta e inmejorable. Afortunadamente para mi, las típicas espinillas de la adolescencia ya habían quedado a atrás, y ni una sola imperfección hacía sombra alrededor de mi cuerpo. Es cierto que por aquel entonces se llevaban los tonos morenos, pero yo siempre me sentí satisfecha con la blancura que mi piel trasmitía, tan parecida a la de un bebe, y estaba convencida de que ello no sería impedimento a la hora en la que Kakashi-sensei me acogiera entre sus brazos.

Mi rostro era aceptable; poseía unos rasgos dulces y delicados, unos labios turgentes, una nariz pequeñita y unos preciosos ojos verdes. La frente, demasiado amplia para armonizar con el resto, era el peor de mis problemas. Pero tampoco era nada preocupante, con el debido peinado ni siquiera parecía notarse.

Luego estaba mi cuerpo. La altura era adecuada; varios centímetros por debajo de la exigida en las modelos, pero acorde con el resto del cuerpo. Mi cintura era estrecha, y en los últimos tiempos había desarrollado unas caderas deseables, que abrían el paso a unas nalgas respingonas y a unas largas y bien torneadas piernas. Hasta ahí satisfecha; después venía el problema.

¿Cuál es primer rasgo notable en todas las chicas Icha-Icha? Las dos grandes protuberancias surgidas entre la parte superior de su estómago y la parte inferior de su cuello. No había forma de que yo pudiera competir con ello. Si bien ya no era una absoluta tabla de planchar como en años pasados, las curvas de mis pechos seguían siendo deficientes, y una modesta talla A era todo cuanto podía inspirar a lucir. Tendría que contentarme con ello, y confiar el trabajo de seducción al resto de mi cuerpo.

Sombras rosadas que acentuaran la dulzura de mis rasgos, un semirecogido que estilizara el perfil de mi rostro, una minifalda rosada con corte a ondas, que dejará al descubierto mis piernas, diera aun más volumen a mis caderas e hiciera juego con el color de mi propio cabello, y un top cerrado con las letras kiss me pintadas en rosa sobre el fondo grisáceo completaban mi atuendo. Las bailarinas negras de charol eran otro añadido. No estaba perfecta, pero casi.

Una vez la parte uno quedó completada, tocaba abordar la fase dos, o lo que es lo mismo, encontrar el lugar/momento adecuado en el que poder encontrarme a solas con mi sensei y poner en practica lo aprendido. Por suerte para mi, encontré la excusa perfecta en ese mismo momento.


Fueron más de uno los chicos que me silbaron por la calle, sorprendidos de mi nuevo atuendo. Dos o tres de ellos habían asistido conmigo en la academia, pero hubo incluso uno que debía ser dos o tres años mayor que yo. Desde luego, la fase A había resultado un éxito, y mi ego estaba en su apogeo cuando me detuve ante su puerta, dispuesta a dar inicio a la fase B.

La casa de Kakashi sensei era relativamente nueva y estaba situada en un barrio lujoso, pero saltaba a la vista por la fachada que él la tenía bastante descuidada. Lo que más llamo mi atención fueron las verjas, coloreadas con el típico color verde. Había una pequeña mitad, la del lado derecho, que brillaba como si hubiera sido barnizada recientemente; las pocas impurezas y la superficie casi perfecta lo demostraba. Por el contrario, la mitad izquierda, mucho más numerosa, se encontraba opaca y oxidada, con grandes trozos de pintura despegada.

La explicación más plausible, teniendo en cuenta su carácter, era que había comenzado a pintar, probablemente motivado por las innumerables quejas de los vecinos, pero a pocas horas de empezar, la desgana, unida a la visión de su salón a través de la ventana, con el cómodo sofá vergonzantemente vacío, el ventilador girando en el techo, y el libro de Icha-Icha cerrado sobre la mesilla, lo habían vuelto a abducir hacía adentro, concluyendo el trabajo antes de llegar a la mitad. En sí mismo todo ello pudiera parecer una tontería, pero situado en esa comunidad de vecinos ricachones y estirados a mi me provocó una sonrisa.

Cuando me arme de valor para atravesar la verja y escurrirme a través de las crecidas hierbas de su jardín, mi corazón ya temblaba. Cuando al fin me atreví a pulsar el timbre, mi mente circulaba a mil quinientos kilómetros por hora. La melodía tenía ese tinte abstracto, desganado, que también lo describía a él, y quizá fuera en un tonto afán de calmarme que me deje arrastrar por ella, quien condujo de nuevo a mi mente a los intrínsecos caminos de las fantasías y el deseo.

Lo veía abriendo la puerta, parándose frente a mi con la mirada todavía perdida; pero entonces, ese instante de reconocimiento. Sus manos agarraban mi cintura y me atraían posesivamente hacía su cuerpo; después, se deslizaban hasta mis nalgas.

Antes de ofrecerme tiempo para reaccionar, sus labios ya devoraban la tierna piel de mi cuello. Yo cerraba los ojos, concentrándome en dicha sensación, mientras mis manos bajaban la cremallera de su chaqueta de shinobi y la lanzaban sin delicadeza lo más lejos posibles. Ahora una única tela por parte de ambos separaba nuestros cuerpos.

Ante mi reacción, él se detenía un instante, uno solo. El tiempo suficiente para alzarme, enroscar mis piernas en su cintura, llevarme dentro y cerrar la puerta tras de mi. Su miembro se clava entre mis piernas. Él arroja su mascara lejos, y lo mismo hace con mi blusa. Yo me deleito con su efusividad, y con la belleza de su rostro.

Él me mantiene prisionera contra pared, mientras sus manos recorren ansiosas mi pechos y mi muslos. Yo me las arregló para mandar lejos su camiseta, mientras sus expertos dedos luchan contra los broches de mi sujetador.

Él besa mis pechos deleitándose con sus formas, y yo gimo, loca de placer. Mis manos se escurren dentro de su pantalón y sujetan su miembro a través de la elástica tela negra de sus calzoncillos. Él también gime. Yo quiero sentirlo dentro, y quiero sentirlo ya.

Sensei, por favor....

Sus hábiles manos deslizan mis pantalones a través de mis piernas, y yo me veo obligada a bajar al suelo para quitármelos del todo. Sus caricias se escurren hasta la parte interior de mi sexo; mi clítoris arde, está lleno, y yo no puedo reprimir los jadeos cuando dos de sus dedos se introducen en mi interior.

Sensei, hágame suya...

Él atiende a mis suplicas y su miembro también está preparado para la tarea. Con escasa delicadeza vuelve a auparme y me coloca sobre la encimera; seguidamente, con presteza, se despoja del resto de la ropa. Yo puedo ver sus intenciones, pero estoy demasiado loca de deseo para protestar. En el suelo, contra un árbol, encima de una mesa... ¿qué más da?

Sensei, pido suplicando.

Él me sonríe, y me besa una vez más. Después se prepara para investir, y yo se que estoy a un instante de sentirlo. De sentirlo...

De sentirlo...

  • Sakura ¿te encuentras bien? – un nueva sacudida de hombros me estrelló contra la realidad.

Él estaba frente a mi, hablándome, mirándome con ese deje desinteresado que imaginé al principio pero que no varió al reconocerme. Yo enrojecí con violencia, no estaba preparada para verle, pero me repuse en seguida.

  • ¡Sensei! – exclamé – Yo, tu... quería... – me hice un lío con las palabras.

Él me observó elevando la ceja, pero mantuvó su habitual expresión de aburrimiento. Yo desvié la vista, avergonzada, y me mordí el labios con fuerza como castigo. Debía dejar de tartamudear como una niña tonta y nerviosa. Era una adulta, y eso es precisamente lo que necesitaba demostrar.

Tomé aire, antes de volver a mirarle.

  • Sensei, solo quería invitarte a mi fiesta de cumpleaños, este sábado en el local de Sugoii – expresé calmada, mirándole a los ojos.

Él asintió recordando, pero en seguida frunció en ceño preocupado.

  • ¿En el Sogoii? ¿No eres un poco pequeña para esa clase de fiestas, Sakura?

Reconozco que sus palabras me sentaron peor que un tiro directo a la cabeza. ¿Dónde estaban ahora mis estilizadas y descubiertas piernas, mis bien formadas caderas, mi estrecha cintura, mi tierno y dulce rostro, mis cabellos rosados? ¿Dónde estaba ahora su mirada de impacto, de reconocimiento? ¿Dónde estaban las llamaradas de incontenible deseo que debían abrasarme desde sus ojos?

  • Cumplo dieciocho años, sensei – señalé con un tono más agrio del que pretendía emplear –. El sugoii es perfectamente adecuado.

  • Cierto, tienes razón – se apresuró a sonreír. Adivinó que me había herido y trató de remediarlo. En el fondo, mi orgullo fue el más apaleado en toda aquella situación –. El tiempo pasa demasiado rápido, ¿sabes? A veces me cuesta verte como alguien distinto a la niña que eras cuando empezaste tu camino ninja bajo mi cuidado. Ahora ya eres toda una mujer.

Sus palabras debieron haberme animado, o al menos tal era su propósito, pero yo no pude creerle. Me llamaba mujer, pero sus ojos seguían contemplando una niña, y eso era algo que ni mis palabras ni mi aspecto externo podrían cambiar.

Aun así me esforcé por sonreír. Surgió una sonrisa fría.

  • ¿Irás? – inquirí directamente, sin ganas para más conversación.

  • Claro – asintió rápidamente, movido por sus remordimientos – No me lo perdería.

Formé otra sonrisa, todavía más tétrica que la anterior.

  • Te esperaré – indiqué.

Después le di la espalda y abandone lo más rápidamente el lugar.

Mi interior ardía de furia mucho más que desasosiego. Ya no era la simple necesidad de hacer realidad mis fantasías, el deseo de que fuese él quien me hiciera por primera vez el amor, ahora era un cuestión de orgullo, de dignidad. Necesitaba enseñarle que había crecido, que no era más una niña. Necesitaba provocarlo hasta tenerlo a mis pies. Necesitaba besarle, hacerle enloquecer. Necesitaba probarle que era toda una mujer.

Quizá, ante todo, y de forma inconscientemente, aquello fuera algo que necesitaba verificar por mí misma. Solo ante mí misma.

Te demostraré si soy o no una mujer sensei, ya lo verás.

Solo espera y verás.



Furiosa conmigo misma y herida en mi orgullo camine sin detenerme hasta quedar a cuatro manzanas de distancia de su casa. Creo que un par de personas me llamaron por el camino, pero ni siquiera me fije en quienes eran; lo único que quería era alejarme, huir, esconderme y hacer cuenta que tal humillación nunca había sucedido.

El problema era que si había ocurrido. Había sido real. Él se había burlado de mi llamándome niña. Bueno, tal vez no lo había hecho directamente, y tampoco creo que su intención fuera burlarse, pero yo lo sentí así. Y lo peor era que no podía entenderlo.

Es decir, tenía dieciocho años – o los tendría en unas horas –, mi cuerpo se había desarrollado aceptablemente – ni extremadamente fea, ni extremadamente flojucha –, y mis habilidades como ninja médico habían alcanzado el nivel de mi legendaria maestra. ¿Qué más me faltaba? ¿Por qué diablos él no sabía diferenciarme de la Sakura de hace ocho años? ¿Por qué?

Presa de la desesperación, y la rabia que cargaban mis pensamientos, me detuve de golpe y giré mi cuerpo con brusquedad, hasta plasmar mi reflejo en el cristal de un escaparate que estaba a mi derecha. Después lo examiné con acritud.

¿Dónde estaba el problema? ¿Qué era lo que él veía?

Con un esfuerzo sobrehumano, traté de dejar de lado todo lo que me concernía y examinar el asunto con total imparcialidad. Debía ver más allá de mi reflejo de niña bonita, debía abstraer los elementos como si proviniesen de su propia mente. Debía ser adulta, exactamente lo que quería demostrar, y encontrar una respuesta madura e inteligente.

Cerré los ojos, y cuando los volví a abrir, me sentí rodeada de una profunda calma. Era consciente, incluso, de mis propias respiraciones. Entonces, volví a contemplar mi reflejo en el espejo, y me sorprendió: era el reflejo de una desconocida. No era yo. Es decir, sí, reconocía mis rasgos, mi cuerpo, mis ropas... pero ninguno de ellos reflejaba mi esencia, lo que yo era por dentro, o lo que me sentía ser. Más bien parecía un disfraz, una máscara de la que no había sido consciente al crear, pero que llevaba conmigo demasiado tiempo.

En ese instante hube de preguntarme a mi misma si realmente había vivido y escrito mi propio guión, o si, simplemente, había estado desarrollando mi vida acorde a un papel preestablecido. Inquirí el porqué de haber hecho yo tal cosa, y si acaso ese fuera el motivo por el que nadie era capaz de diferenciar entre mi persona actual y la que había sido cuando era niña.

Y aunque en aquel momento no supiera que responder a dichas preguntas, dentro de mí había surgido una llama de ardiente rebeldía que aviva su fuego en mi interior y que no me sentía capaz de frenar. Tampoco quería hacerlo.

Yo quería cambio, quería ser alguien, quería ser real para el mundo y vivir acorde a mí misma. Quería demostrarle a Kakashi lo mucho que había cambiado, y quería ver sus ojos abiertos por la sorpresa. Y quería pasar de todo tipo de planes esquematizados y limitarme a vivir, a seguir mis instintos, por muy locos que estos pudieran parecerme.

Yo era Sakura Haruno, y quería que el mundo empezará a hablar de mi como tal.


  • ¿Estás segura, cielo? Piensa que luego no hay vuelta atrás... y tienes un cabello tan perfecto.

La peluquera me contemplaba con acritud, mientras yo le señalaba el modelo que quería plasmar en mi pelo partiendo de la fotografía de una revista.

  • Estoy segura – insistí, sin espacio para la duda–. Quiero ese.

  • ¿Y tus padres están de acuerdo? – me enfureció la condescendencia su voz.

  • Tengo dieciocho años – respondí secamente – ya es edad para tomar mis propias decisiones. Pero no se preocupe – añadí, en un canto más dulcificado y cargado de ironía – dudo que a mis padres les preocupe mi estilo de cabello, ¿sabe? Los pobres nunca han sido especialmente duchos en comprender la moda.

A través del espejo pude ver como la mujer se mordía los labios para no soltarme un buen rapapolvo sobre falta de respeto y educación, pero sus ojos expresaban bastante bien las palabras que había callado. Decidí que sería mi última vez en aquella peluquería.

Por suerte, el resultado no fue tan malo. De echo, mi pelo estaba exactamente como yo lo había imaginado. Ahora, con un par de visitas más al centro comercial y a una boutique de aprovisionamiento, ni siquiera Naruto sería capaz de reconocerme.

Nunca había gastado tanto tiempo en afán de vestirme, pero en esa ocasión buscaba algo más que unas prendas bonitas que me hicieran parecer mona, quería que mi aspecto exterior reflejará lo que yo era por dentro, mirarme al espejo y reconocerme a mi misma, pasar de todo tipo de complejos y limitarme a vivir. El resultado fue magnifico; me hubiera costado reconocerme a mi misma si alguien me hubiera señalado hace un par de días.

No me conforme solo con comprar el traje para mi fiesta, sino que además hice una renovación completa a mi armario – seguramente mi madre se moriría al comprobar la factura, pero durante años había estado ahorrando mi sueldo de las misiones, así que bien podía permitírmelo –. No obstante, la mayor diferencia radicaba en el vestuario que luciría aquella noche, totalmente explosivo; el traje indicado para una mujer que se siente a gusto consigo misma y no tienen ningún tipo de reparo a la hora de trasmitírselo a los demás. Ino se moriría de celos.

Una vez el cabello, la ropa, el calzado y el maquillaje dejaron de ser puntos preocupantes, se me ocurrió la última cosa necesaria para que Kakashi-sensei comprendiera que ya no era una niña – si es que tras verme aquella noche le seguía quedando alguna tipo duda –, y cayera rendido a mis pies. El problema, era que ese último punto no lo podría ejercitar sola. Necesitaba a alguien que me brindara su ayuda.

Naruto estaba excluido, era demasiado sensiblón e inmaduro para servir a mis fines; además, no podía arriesgarme a que estropeara sus lentos y escasos avances con Hinata por mi culpa. Sasuke también quedaba fuera, por motivos evidentes. Y Shikamaru era otro nombre tachado; aun en caso de que aceptara por no considerarlo demasiado problemático, conocía a cierta embajadora de la arena a quien no le hubiera echo ni pizca de gracia. Y sus golpes de aire dolían, no podía arriesgarme.

Necesitaba a alguien maduro, pero sin excederse. Alguien que no fuera extremadamente sensible pero tampoco una tumba de hielo. Alguien en quien poder confiar sin reservas. Alguien a quien poder pedirle un favor sin temor a que te juzgue. Alguien como... él .

Sai no pudo contener la expresión de desconcierto y total admiración cuando aparecí por su casa aquella noche – y eso que su cara solía ser todavía más inexpresiva que la de Kakashi-sensei –, menos aun cuando le propuse lo que había venido a pedirle. Aun así me escuchó y aceptó; por la expresión de su rostro, intuí que todo aquello le parecía sumamente divertido. También mencionó algo como que ningún libro llegaba a ser tan interesante como la propia vida, pero no le hice mucho caso. Sai era aficionado a ese tipo de comentarios.

El local estaba ya a rebosar cuando nosotros llegamos, por lo que procuré que nuestra entrada fuera lo más discreta posible. El ambiente cargado, el humo, y las luces de colores que pendían de las bolas del techo actuaron a mi favor.

Sai fue muy amigable, me acompañó hasta la barra y el mismo pagó mis bebidas. Se lo agradecí con una sonrisa.

Después de un cubata, dos chupitos y una cerveza, lo arrastré hasta la pista de baile. Multitud de amigos y conocidos se acercaron a saludarme, sorprendidos por mi nuevo aspecto. Un par de chicos vinieron también dispuestos a pedirme royó, pero la presencia de Sai los ahuyentó.

Entonces lo localicé, un instante antes de que el me mirará; él estaba allí, tal como había prometido. Una emoción de ardiente satisfacción nació en mi estómago al verlo. La excitación ascendió por mis piernas hasta perderse en el interior de mi cuerpo. Mis pezones se endurecieron involuntariamente, sabía lo que iba a encontrar.

Mis muslos estaban prácticamente al descubierto: únicamente unos short negros de cuero los cubrían, pero eran muy cortos, sumamente cortos. Unas estilizadas botas con tacón de aguja, también negras, llegaban hasta poco más allá de mi rodilla, otorgando a mis piernas un aspecto hondamente atractivo y sensual.

Mi espalda también estaba descubierta, con dos pequeños lazos alrededor del cuello y la cintura encargados de sostener el top, de brillantes tonos granates y plateados y corte romboide, única prenda de todas las que llevaba dedicada a ocultar mis pechos y la parte alta de mi estómago.

Mi cabello ya no era una cascada de seda larga y delicada, al contrario; unas resaltantes mechas negras repartidas por toda la melena le confería un toque salvaje, y la longitud iba aumentando progresivamente, corto por la parte trasera, y cada vez más largo por la de adelante.

Mis ojos habían abandonado las sombras rosadas y aparecían perfilados de negro, y sobre mis labios brillaba el sugerente tono rojo. Realmente parecía otra, y sabía que él lo vería así.

Todavía no tengo claro si fue efecto del alcohol, o si hubiera conseguido realizar mi plan con tal absoluta perfección sin los efectos desinhibidores de este, pero en aquel momento no lo pensé. En el milésimo especio de tiempo intermedio en que su rostro dejó de girar, y sus ojos se abrieron para encontrarme, simplemente actué.

Mis brazos se enroscaron alrededor del cuello de Sai y atrajeron su cuerpo hasta que este quedo sobre él mío. Mis labios se lanzaron contra su rostro y mi lengua poseyó su boca sin demora. Yo era plenamente consciente de que él me estaba observando, e incluso podía imaginar la sorpresiva mueca de asombro y espantó cruzando su cara, y eso me excitaba.

Sai fue algo más lento en reaccionar, pero no le pilló por sorpresa, pues ya lo esperaba. Interpretando a la perfección su papel, sus brazos se enroscaron en mi cintura posesivamente, atrayéndome aun más contra su cuerpo, y sus labios devoraron mi boca, deslizándose también hacía mi cuello. Era un juego peligroso, pero en aquel momento yo confié en él.

Mi cuerpo adquirió un ritmo sensual, al son de la música. Mis caderas se deslizaban de lado a lado en un movimiento de pelvis y espalda. Sus manos agarraban mi trasero, por encima del pequeño pantalón, y en alguna ocasión las sentí introducirse osadamente por debajo de mi camiseta.

Todo ello me provocaba, no podía negarlo, y sin embargo era el hecho de saber que él me estaba mirando, lo que más me excitaba. Sai debió sentirlo, o quizá es que intuyó que estaba llegando a su limite, porque finalmente me apartó con delicadeza y me empujó contra mi destino.

  • Ahora o nunca pequeña – susurró en mi oido, con la respiración agitada –. Si esto no lo ha convencido, nada lo hará.

Yo asentí, y lo perdí de vista. Mi mente giraba con demasiada rapidez para darle las gracias en ese momento, ya lo buscaría más tarde. Ahora solo necesitaba encontrarme de nuevo con su mirada, y caminar hasta él .

Lo primero fue sencillo, no se había movido, y lo segundo no hizo falta, pues cuando lo encontré él mismo se dirigía hacía a mi. Mi corazón palpitó con fuerza, nervioso, pero al mismo tiempo no había sentido tal seguridad en mi vida. Sonreí cuando llegó a mi altura, lo cual contrastó con su la expresión de su rostro. Sus ojos destilaban furia y algo más que no supe entender...

  • Me alegro de que hayas podido venir, sensei – expresé satisfecha.

  • Lo prometí – fue su escueta respuesta. La furia no se había amainado. Yo no dije nada. – Estas... cambiada – reconoció al fin, tras unos instantes de tensó silencio. Está vez sonreí halagada.

  • ¿Te gusta? – inquirí, dando una vuelta sobre mi misma. Sabía que sí.

  • Es distinto – reconoció; aunque fue difícil diferenciar si era un halago o una crítica. Creo que él mismo no lo sabía.

  • Bueno, no todos los días cumple una dieciocho años - respondí. Él me ignoró.

  • No sabía que Sai fuera tu novio – arguyó, en cambio, serio. Yo solté una carcajada.

  • Él no es mi novio sensei – corregí –, es mi amigo.

Kakashi elevó una ceja escéptico, yo liberé una carcajada restándole importancia.

  • Lo de antes... solo pasábamos el rato – expliqué.

Ahora realmente parecía enfadado.

  • Escúchame, Sakura. Entiendo que el regreso de Sasuke a la aldea haya podido afectarte, pero...

  • ¡Sasuke! – ahora era yo quien estaba furiosa – ¡Esto no tiene nada que ver con Sasuke!

  • ¿Entonces que demonios te ocurre Sakura? Tú no eres así.

  • ¿Y tu qué sabes como soy? – escupí rabiosa – Despierta, sensei –pronuncié la palabra con ironía – ya no soy esa niña a la que tu entrenaste, he crecido. He vivido, he madurado, he sobrevivido y lo he hecho sola. Ya no soy una niña, soy una mujer. Y tu lo sabes.

Realmente mis palabras debieron de llegarle hondo, pero creo que lo que más le marcó fue la mirada. Una mirada que destilaba fuego, fuerza y pasión, una mirada adulta, una mirada de igual a igual. No de alumna a profesor, sino de mujer a hombre, por primera vez.

  • ¿Quieres sabe que me ocurre? – inquirí, con voz suave –. Es sencillo. Ocurre que siempre deseé que fueses tú quien me hiciera el amor por primera vez.

Aquella declaración le impactó tanto que no fue capaz de asumirla, simplemente siguió contemplando inmovilizado. Yo continué sin piedad. No es que quisiera ser cruel, ni nada por el estilo. Simplemente necesitaba decirlo, era una especie de... liberación.

  • Si sensei, lo deseé. Pero tranquilo, he despertado. Entendí que nunca serías capaz de verme como algo más que una niña, y desperté – pause un momento, reafirmando mis palabras –. Está es mi fiesta, cumplo dieciocho años, y quiero probar lo que es el sexo. Y como tu no te ofrezcas voluntario para ayudarme, cosa que no creo que vayas a hacer, tendré que elegir a cualquiera de los hombres aquí presentes para el trabajo– sonreí algo cínica –. Quizá no sea tan satisfactorio, pero tampoco creo que ellos pongan tantos reparos.

Mientras hablaba él no se había movido, pero ahora mi miraba, y por un momento creí que lo hacía con la misma intensidad con la que yo lo había mirado a él escasos minutos anteriores. Esperé, esperanzada. Pero pronto comprendí mi fracaso. Él nunca vería en mi lo que yo quería que viera.

Derrotada, suspiré, y giré mi cuerpo para marcharme. Entonces él agarró mi brazo, sorprendiéndome. Su tacto se extendió a la velocidad de un calambre.

  • Sakura – disfruté el tinte roncó que otorgó a mi nombre – ¿Estás segura? ¿Es eso lo que quieres? ¿Experimentar? ¿Una noche de sexo, nada más?

Yo lo mire un instante, entre decidida y desafiante. Él captó el mensaje.

  • Bien, entonces, te ayudaré.

Mi mente se hizó un remolinó intenso de pensamientos y emociones en ese momento. Ni siquiera entendía como había sido capaz de decir todo lo que había dicho, no estaba planeado; pero eran sus palabras finales las que retenían toda mi atención.

¡Él lo había hecho! Había accedido; realmente había accedido. No había sido un sueño, ni una fantasía. Está vez era real, él había dicho que me haría el amor, y yo estaba decidida a llevarlo hasta el final.

Sería perfecto, al fin; nada podría fallar. Absolutamente nada.

¿Verdad que no, sensei?


Bien, hasta aquí la segunda parte, q no hubiera sido posible sin vuestros votos y comentarios, así que muchísimas gracias. Espero que hayáis disfrutado la actualización y q sigáis en vilo para las siguientes entregas (solo una o dos más).

Como siempre sugerencias, ánimos, recomendaciones... serán bien recibidos, así pues...

q os ha parecido?