Sensaciones

Cuando me hacen gozar...

Marta y nuestra lujuria.

Me lo escribió Geraldin, y me éxito al recordarlo,

Noches de verano en Piriàpolis.

El soplo ardiente de la noche de verano penetra irremediablemente a hurtadillas por la ventana, entre visillos y cortinas. El suspiro cargado del cálido viento palpa la piel desnuda y agitada de dos cuerpos sudorosos, embebidos en un vaivén ardiente, rítmico y sobado del dormitorio. Un aroma se acopla a la brisa y copula arrastrado con ella, un tufo que mistura  perfume, esperma y jugos vaginales. Restos de una copa de vino, música suave y la sensualidad de los gemidos y susurros. Solo el reflejo que venía de las luces de la calle en besos de neón intermitentes rebotaba en los cristales como una lluvia de destellos cambiantes y daba movimiento al vaivén de los cuerpos fundiéndose en uno. Ecos de caricias, palabras de amor, lengua y bálsamo arrastrándose por los senderos del placer…

El sonido metálico de un dosel que se estrellaba contra la pared, dio paso a los gemidos baladros y susurros del encuentro. Olía a sexo a choque animal, a salvaje desenfreno. Éramos dos hambrientos de placer, fundidos por sensación de la entrega que reciente, delirio de la lujuria  y la posesión del uno al otro.

Martita mi rubia pasión, sombra de luz en la entrega sumisa, hecha de carne estremecida, de instinto femenino mescla de niña y puta total hecha para mis bajas pasiones. La deseo, sí, pero de otra manera… sin prisa, es mía…  es el deleite de la calma, el regodeo, sin la premura enfermiza de alcanzar el clímax como un  premio urgente. Mis manos recorren su piel, las colinas que ceñían su  cintura y sus pechos las cavernas de su recto y el canal de su vagina. En ese momento de calma después de la  a la tormenta. Remembranzas   del tiempo quería detenerme; sobre el vértigo del amor después del amor antes de volver al pináculo de tus pezones hasta hacerlos crecer turgentes nuevamente a fuerza de lamidas y apretujes mientras duermes rendida. En sus fantasías mas intimas habito y vivo quiero ser su maestro de ceremonias, sueños que pueden recrearse, jugueteando con la aureola de su clítoris, rodeándolos lentamente con la lengua, sin prisas. Turbada por el asedio, sus muslos se separan entre gemidos y estremecimientos, como una puerta entreabierta que muestra la humedad de ese néctar bendito, desgobernado y ardiente que brota de su vagina.

Sus dedos apartarían con delicadeza los pliegues de su sexo, hasta alcanzar el círculo tembloroso, anhelante, escondido, de su feminidad. Probar todos sus jugos, como un catador el néctar, abrazar todas sus curvas, las de su piel, las de su vulva abierta, palpitante, hasta que aquel acoso, insoportable, le hiciera retorcerse y elevarse en súplica. Y aún la haría esperar un poco más…Para sentir el tacto de su dermis cambiante  por la excitación, el olor nuevo de su pleamar a punto de nieve, el agua interna de sus ríos, el sonido de su vello erizado, el rubor de la luz en sus recovecos…

Tu boca roja, el rubro de tus mejillas y casi un llanto reprimido acompasan el taconeo de tus pasos y los míos. Nos detenemos en la puerta en un beso . Es así cuando te pones de rodillas como rezando y bajas la cremallera de mi pantalón, para liberar mi pene, lo sacas saboreando su aroma y entras a chupa con avidez, marcando el ritmo con una de sus manos, amarrada a mis nalgas con la otra en un hambre de pija insaciable. En el silencio de la escalera, se escucha el chirrido de una mirilla… Alguien observa la escena y lanza un quejido de sorpresa o de placer, lo que acelera tus ansias y hacen que aún te esmeres más en la faena de besos, lamidas y sobadas.

La quiero así de dura -. Me lo merezco — me dices - mientras te relames. Después nos conducimos dentro del apartamento, tu sin quitar una de tus manos del miembro, que masajeas con complacencia y yo hurgando en tus nalgas. – Haceme tuya - me ruegas

Vamos a la cama. Cuando devoradora, sinuosa, te acomodas y te abres suplicando una cabalgata. Enseguida gimes de placer al sentir la dureza de la invasión, percibo el ardor de tus pezones, endurecidos por el goce, y por fin los alcanzo para acariciarlos. Tu aprietas mis manos para que agarre y no suelte tus pechos con fiereza, no quiere otra cosa que recibir el retorno violento de mis embestidas. Con ferocidad, empujo mi miembro aún más dentro de ti. Tus gemidos desbordados de enajenada me alienta y en el éxtasis nuestro orgasmo lo llena todo.

Marta la mujer de las mujeres llega al clímax varias veces, hasta que agotada se abandona sobre el lecho, con el sexo dolorido, palpitante aún en un gemido interminable...

El rubor de tu piel, me derramo dentro de ti y sobre tus caderas. Nota el líquido caliente, y lo extiende por tu cuerpo, y sobre su sexo inflamado, tratando de aplacar el ardor y somos por unos momentos, uno y todas las cosas.