Sensaciones

Exhibicionismo y autosatisfacción de una joven que sigue su instinto erótico en busca de sensaciones.

Bueno, Xio, allá voy...

Cuando cerró la puerta de casa sintió una sensación de exposición máxima, como un escalofrío que eriza la piel y pone los vellos de punta. Giró la llave cerrando aún más su refugio. La extrajo y, de puntillas, se dirigió al piso de arriba subiendo los escalones como danzaría una bailarina, descalza. Llegó hasta la puerta de salida a la azotea y colgó la llave en una alcayata que había junto a ésta. Retiró la mano despacio siendo consciente del total abandono a su suerte y la sensación de indefensión, agradable, le invadió. Se giró y procedió a descender de nuevo las escaleras para salir a la calle. Desnuda. Sentía moverse cada nalga en su descenso y el balanceo de sus tetas, libres, más por su nerviosismo y excitación que por el acto en sí. Despacio, apoyando una mano en la barandilla, pasó ante la puerta de su casa de la playa, un edificio antiguo sin ascensor, en un segundo piso, y continuó la bajada. Era mediodía de un jueves, mes de mayo, con el edificio completamente vacío y sin peligro de ser descubierta en las escaleras. Pero, aún así, la excitación crecía en su pecho y estómago como un chisporroteo sentido en los pezones y cerca del ombligo. Con la mano derecha se acarició la barriguita, el pubis y... Paró, no quiso bajar más la mano pues sabía lo que se iba a "encontrar".

La sensación de pasar por delante de las puertas cerradas de las casas de la primera planta le transmitió más excitaciones todavía por imaginar (aunque sabía que era imposible) que se abrían de repente y ese vecino o aquella vecina la pillaban así, con nada de ropa puesta.

Cuando abandonó el primer piso y enfiló el último tramo de escalera contempló la luz que entraba por la cristalera de la entrada al edificio y se sintió expuesta. Era lo que quería sentir, para eso estaba allí.

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Lo hizo. Abrió la puerta despacio, asegurándose de lo obvio: que no había nadie en ese momento en su reducido campo de visión. Nadie en la acera de su portal, nadie en el parque de enfrente. Un viejo parque con una fuente seca rodeada de tres bancos de madera más seca que la fuente. Tenía gracia lo de aquellos elementos en comparación con su vulva húmeda, bastante húmeda. Echó un último vistazo a la vacía calle parapetada todavía tras el cristal esmerilado de la puerta. Sus pezones, de normal puntiagudos, estaban más crecidos que de costumbre y se rozaban sin remedio contra el cálido cristal. Eso le gustó. Como aquella vez que frotó su pecho izquierdo contra el brazo de un vecino de ese edificio un verano anterior mientras les hacían una foto grupal por una cena o fiesta vecinal típicas en vacaciones. Ella iba con un falda pantalón muy corta y la parte de arriba de un bikini. Posó muy pegada a él con su mano izquierda sobre su hombro y su teta pegada al tríceps del señor, rozándole con tela y piel pero, sobre todo, con el pezón. Y aquello lo disfrutó, en el momento y lo seguía haciendo en el recuerdo.

Salió al exterior sin demasiada seguridad pero sin dudas. Un pequeño paso para sus pies, un gran paso para su mente.

Le vibraba todo el cuerpo. Las yemas de los dedos, la zona de la nuca cercana a sus orejas, la nariz, pezones, vulva, hasta en las pantorrillas sentía esa electricidad como si se tratara de un modo de alerta que desplegaba su cuerpo al sentirse desprotegido y vulnerable. Conocía esa sensación. Ya la experimentó una ocasión en el balcón de casa de sus padres una cálida noche de otoño bastante avanzada, serían casi las cuatro de la madrugada, cuando salió a fumar un cigarro con su corto camisón y en braguitas nada más. Al acabar el pitillo se quedó mirando la noche que pintaba de color oscuro las calles de la ciudad y se sintió traviesa y juguetona. Dando un par de pasos hacia atrás hasta tocar con el culo la pared cruzó ambos brazos sobre su pecho para que sus manos se posaran sobre sus hombros. Se acarició sincrónicamente con los dedos hacia dentro, hacia el cuello y la parte posterior de la cabeza para continuar de forma inversa el movimiento hasta tocar la punta de sus hombros. La segunda vez que repitió idéntico movimiento fue para que sus dedos arrastraran los tirantes del camisón, consiguiendo que estos cayeran por sus brazos e hicieran descender toda la prenda por su cuerpo en forma de sutil caricia a modo de despedida del mismo. Y allí, en ese balcón oscuro, en bragas y con los pechos destapados por los brazos que estaban descruzados como si los tirantes en su caída hubieran sido más fuertes que ellos fue cuando sintió por primera vez esa vibración.

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Anduvo unos metros por la acera con parsimonia, recreándose en el paso ondular que hacía mover sus caderas para imprimir un sugerente meneo a su "culete". Los brazos pegados a los costados y las manos entrelazadas debajo del ombligo. Giró a la derecha en la primera intersección para dar la vuelta a la manzana. No había nadie tampoco en esa estrecha y corta calle. Otro giro a la derecha para desembocar en otra calle más ancha que la anterior. Y ahí se detuvo. Observó que a lo lejos sí había algún coche. Residentes, no veraneantes. Se tapó su sexo con una mano mientras el otro brazo cubría sus pechos, como si se tratara de un acto defensivo. Volvió a caminar buscando el penúltimo giro y comenzó a darle vida a sus manos. Mutó la protección en ofrenda: la mano que tapaba su vulva se abrió haciendo que dos dedos separaran sus labios mayores mientras la otra mano levantaba su seno derecho y los dedos pellizcaban el pezón. "Joooddeeerrr" pensó en ese momento y aceleró el ritmo, necesitaba correrse. Pronto dobló la última esquina y, a escasos metros de la entrada del edificio, frenó. Estaba calentísima. Quiso seguir expuesta y, pegando la espalda a la pared, se dejó caer hacia el suelo para sentirse de manera vulgar, con las piernas abiertas y dobladas, apoyando la punta de los pies en el suelo y casi rozando las nalgas con las baldosas de la acera. Dejó caer saliva en la punta de los dedos tanto los que se ocupaban del pezón como en los de su coñito. Y empezó a masturbarse dándose tirones de tetas y frotando vulva. Clítoris, labios exteriores, labios internos, meato, entrada vaginal, ano... Dedos dentro, dedos fuera que penetran o que pellizcan y acarician... No tuvo que esperar mucho para explotar con lo caliente que iba y más cuando añadió a su estado febril la fantasía de que no estaba sola en la calle, que había gente parada a su alrededor mirándola y disfrutando de ver a una chica desnuda con el cuerpo tenso por una descomunal paja.

– Hhhhhmmmmm... Uuuuiiiiiuuuuffffffff... Aaaaaaoooossshhh... Mmmmmssssiiiiiiiiiii...

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Pero ella tenía otros planes, "la nena quiere más" pensó. Sonrió, se iba a dar caña a si misma.

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