Señora, sí... señor (II)
Un duro entrenamiento, un complot y un error descubierto. Pero cuando parezca que todo está bien, Sabella aún tendrá un secreto para su amante.
-¡Más ritmo! ¡Rieger, no te rezagues! ¡Leblanc, salvo que te hayas muerto o estés vomitando, no quiero verte parado! ¡Mantened el ritmo, el último en llegar hará cincuenta flexiones extra! ¡¿Pensabais que estábamos aquí de vacaciones?! ¡No estáis aquí para pasarlo bien, sino para aprender duramente!– El pelotón de jóvenes reclutas iba con una lengua que se lamían las botas, el primer día de entrenamiento con el Capitán Stillson estaba siendo muchísimo más duro de lo que se habían temido. Stillson corría junto a ellos, dándose la vuelta y corriendo hacia atrás frecuentemente para vigilar cómo iban los últimos del pelotón. Hasta entonces, con el sargento Higgings, habían hecho marchas de cinco o diez kilómetros como mucho… y ahora de golpe, con Stillson, treinta. El propio Capitán tenía la camiseta marcada por rodalones de sudor en las axilas, espalda y pecho, tan largos que le llegaban casi al vientre, aunque estaba en buena forma y seguía entrenando, hacía mucho que no se metía treinta kilómetros de marcha entre pecho y espalda.
"Después de esto, o desertan en masa, o se les acaba la tontería para un buen rato", pensó Stillson sacudiendo la cabeza para librarse de las molestas gotas de sudor que le empapaban la cara y el pelo. El pelotón de muchachos, que no estaban ni de lejos acostumbrados a un entrenamiento tan duro había intentado protestar, pero la propia Coronel, que era quien ahora supervisaba los entrenamientos, había acabado con las protestas de un plumazo. El sargento Higgings solía gritar, Stillson solía gritar…. Ella jamás levantaba la voz. ¿Para qué? No lo necesitaba. Simplemente entró en el barracón de los reclutas, donde algunos aún ni se habían levantado de la cama, y con perfecta tranquilidad, arrimó la espalda a una de las literas donde había dos chicos haraganeando y de forma totalmente metódica y sin mover un músculo de la cara, empujó hasta tumbar la litera, en medio de los gritos de los dos reclutas y las carcajadas de sus compañeros. La Coronel Slade sacudió un varazo en la mano de uno de los que más que se reían, y se acabaron las carcajadas. "A entrenar" dijo solo, y a nadie se le ocurrió replicar.
Stillson sentía que ella le quitaba la autoridad, no era plan que sus hombres le obedecieran pensando "si no hacemos caso, vendrá la Slade y será peor…", pero de momento, mejor era eso que nada. Desde luego, la marcha la estaban haciendo solos, aunque ella había amenazado con acompañarles si "no era capaz de meter en vereda a unos cuantos chicos", finalmente se había avenido a dejarle el mando a él, ella simplemente esperaría en el campamento a que llegaran y se limitaría a vigilarlos por satélite, de modo que los chicos no sabían que estaban siendo vigilados por la temible "Coronela Bragas de Hierro" como empezaban a llamarla a escondidas, pero Stillson, sí. Por eso se estaba esforzando en mantener no sólo el ritmo, sino la disciplina. Sabía que Slade quería fastidiarle, aunque realmente no supiera por qué…. Y lo que había visto la noche anterior, sólo le dejaba más confundido.
Se suponía que ella lo odiaba hacía desde catorce años, y sin embargo, la noche anterior, sin que ella lo supiera, la había pescado dándose gustito mientras miraba una foto de él. "Tal vez lo hizo sólo para ganarme definitivamente", pensaba, recordando el pasado "me sedujo, me hizo besarla, y después se echó para atrás, o pensó que humillándome delante de todos quedaría inequívocamente por encima de mí, y por eso me delató a su padre…" pero lo cierto es que no entendía una palabra, y una buena manera de desahogar la frustración que sentía por no entender nada, era machacándose con un entrenamiento dantesco, eso era lo que le daba tantas energías y ganas de gritar.
Sentada tranquilamente en su despacho, la Coronel Slade miraba por el monitor la imagen que le enviaba el satélite de los reclutas entrenando y Stillson junto a ellos, corriendo y gritándoles. No pudo evitar recordar aquéllos entrenamientos, catorce años atrás, cuando salían ambos con sus pelotones, y la actitud del Capitán era muy similar a la de hoy… y quizá por los mismos motivos. "Siempre ha sido severo y mandón, pero le gustaba lucir el mando delante de mí. Le gustaba exhibirse, demostrarme cómo sus hombres le obedecían y en cierta manera, también respetaban. Le gustaba hacerse el gallito cuando yo estaba delante". Isabella quería pensar que lo sucedido hacía ya catorce años, se había quedado en el pasado, que en realidad el imbécil de Stillson no significaba nada para ella ya… y así había sido mientras estuvieron lejos, pero al verle de nuevo… quizá fuera la sensación de poder al ser su superior, o el saber que bastaría un informe de ella para mandarle a las Lunas Heladas de los Límites, o el saborear el miedo que irradió de él tan pronto oyó su voz, pero lo cierto es que se sentía excitada, atraída y repelida por Dan Stillson en igual manera y no podía evitarlo. "¿Porqué lo hiciste, Dan? ¿Porqué me traicionaste….? ¿De veras fuiste capaz de besarme, tocarme… espiarme por casi un mes, y no sentir NADA….?"
La Coronel salió poco después de su despacho, a esperarlos en el punto de llegada, viéndolos venir de lejos. Y por más que le avergonzase admitirlo, el ver a Dan cubierto de sudor le hacía sentir un tremendo antojo de lamerle… aunque también de destriparle. El pelotón se detuvo aminorando lentamente, y casi la mitad de los reclutas se dejaron caer al suelo, exhaustos.
-Treinta… kilómetros, señor. Permiso para ir a las duchas antes… de las clases teóricas, señor – jadeó Stillson, haciendo ímprobos esfuerzos por permanecer erguido pese a su agotamiento.
-Concedido, Capitán. Esta tarde, entrenamiento de obstáculos.
Stillson se limitó a asentir e intentó que su rostro no reflejase las ganas de morirse ahí mismo, pero sus reclutas no tuvieron tanto orgullo, los que seguían de pie se tiraron de culo con un gemido de derrota, y alguno se echó a llorar de pura impotencia. La Coronela sonrió con superioridad y se marchó. Y sólo entonces, el Capitán se dejó caer de espaldas cuan largo era.
Las siguientes semanas fueron un rosario de sudor, arcadas, extenuación, caídas, agujetas, torceduras, dolores musculares… tanto Stillson como sus reclutas se levantaban a las cuatro de la mañana para desayunar y salir de marcha a las cuatro y media, entre veinte y treinta kilómetros, con paradas para hacer flexiones y abdominales, después ducha y comida, clase teórica y al atardecer, entrenamiento de obstáculos hasta la hora de la cena y a acostarse a eso de las diez. Y todo ello, siendo vigilados por la Coronela, bien por satélite o personalmente, mirándoles con su sonrisita de superioridad, alzando una ceja si alguien se caía… y en los últimos días, para el entrenamiento de obstáculos, había incluido una pequeña nota "graciosa"… fuego real de artillería.
"Te estás vengando bien". Pensó Stillson en la ducha aquélla noche (por tener barracón propio con ducha a su disposición, podía lavarse antes de dormir. Por derrengado que estuviese, odiaba acostarse empapado en sudor y oliendo a caballo) mientras se lavaba la quemadura del costado que le había causado un láser de baja potencia. "No sé qué demonios te llevó a cogerme tanta tirria, pero sea lo que sea, lo estoy pagando con intereses y dejando propina". No estaba de muy buen humor, estaba que se dormía de pie, los reclutas estaban empezando a faltarle al respeto y de postre, estaban atravesando la ruta de los cometas, una zona por la que el planeta y sus dos lunas pasaban más o menos una vez cada siete años y que estaba llena de este tipo de cuerpos celestes y la noche se llenaba de estrellas fugaces de distinta consideración, lo que significaba que cada tanto, pasaba un fogonazo de luz a mitad de la noche, que lo mismo podía ser un simple destello, que iluminar todo el campamento. Ver interrumpido tu sueño por una bomba de luz cuando apenas puedes tenerte de pie, no es precisamente lo más agradable del mundo…. Mira, precisamente un pequeño destello acababa de pasar ahora.
Y lo peor, era lo de los reclutas. Respetaban a la Coronela por su modo tajante y peligrosamente tranquilo de imponer disciplina, pero se habían dado cuenta que ésta despreciaba a Stillson abiertamente y le tenía muy mal considerado, y él mismo la tenía miedo; no podía evitarlo, pero apenas la veía aparecer, le temblaban las piernas, en parte de temor, aunque también por otros motivos igualmente vergonzosos. Cuando aparecía a su espalda sin avisar, al Capitán se le encogían los hombros sin que pudiera evitarlo… no era un buen clima para propiciar el respeto, y los reclutas, puesto que no podían reírse de la Coronela ni chincharla a ella, lo chinchaban a él.
-Señor, con todos mis respetos, pero tiene que dejarme a mí el mando absoluto… o por lo menos, no desautorizarme delante de los reclutas. – Le había dicho Stillson esa misma tarde a Slade, al salir del campo de entrenamiento. La Coronel le había mirado sin parpadear ni decir nada, hasta que el Capitán se dio cuenta de qué ocurría y, con gesto de fastidio, se quitó la gorra.
-Mejor. Capitán, esto no es más que denotativo de la falta de disciplina y capacidad para imponerse de la que usted adolece, y si no fuera por esos motivos, yo no me vería en la dolorosa necesidad de supervisarle. Si estos niños se le suben a las barbas, Capitán, ¡arréglelo!
-Pero, señor… ¡no me van a tener respeto nunca si usted les da motivos para reírse de mí!
-No les daría motivos para reírse de usted, si le tuvieran respeto desde un principio. Stillson, si le dejo a usted solo el mando de esos reclutas, no sería capaz ni de levantarlos de la cama. Estoy intentando enseñarle cómo se hace. La única razón por la que esos chicos le obedecen, es porque saben que detrás de usted, estoy yo. Y si usted hubiera sido una figura disciplinaria y estricta desde el primer momento, no se vería en la necesidad de aprender ahora cómo imponerse, ni Fuerte Bush III se hubiera convertido en una especie de reducto para jóvenes problemáticos, en lugar del magnífico campo de entrenamiento que fue en el pasado. – el Capitán intentó objetar algo, pero Slade alzó su vara como advertencia – No se le vaya a ocurrir levantarme la voz. Si tanto le fastidia que le supervise, es porque lo estoy haciendo bien, igual que los reclutas se sienten fastidiados cuando el entrenamiento hace efecto, porque es tan duro como debe ser. No hemos venido aquí para pasarlo bien, sino para aprender duramente.
Stillson respingó de sorpresa, ¡esa era SU frase! La… la había estado usando desde que tenía quince años y fue tácitamente elegido para comandar su pelotón, ella la había oído durante aquél lejano mes de entrenamiento… y ahora, la usaba… A Stillson se le escapó una sonrisa de orgullo que no pudo ocultar, y le pareció que de pronto, la Coronel tenía más color en la cara. La mujer se marchó, algo azorada, pero el Capitán no podía dejar de sonreír. Sus reclutas no le respetaban, el sargento Higgings le detestaba, la Coronela le despreciaba… pero a una jovencita llamada Isabella Bonnetti, en su día, él le había hecho mella y ella sí le tenía respeto… y puede que hasta cariño.
-Esto no puede seguir así… una cosa es entrenar, y otra muy distinta, matarnos. – en el barracón de los reclutas, entre los que aún podían seguir despiertos, reinaba la insatisfacción y la rabia generalizadas. Hasta la llegada de la Coronela habían vivido más o menos bien. Los entrenamientos eran fastidiosos, y Higgings un pesado, pero mal que bien, se le podía torear y escaquearse con excusas. Rieguer en particular, que era quien hablaba, era el príncipe del escaqueo, sabía fingir síntomas y trucar pruebas médicas con la suficiente seriedad como para que le dejaran en paz, y era hábil para hablar y hacer favores… Es cierto que de vez en cuando, como todo el mundo, tenía que comerse arrestos, flexiones y castigos, pero muchos menos que los demás.
-Rieguer… tus ideas geniales nos pueden costar caras con la Coronela aquí, mejor que pasemos el entrenamiento básico, solamente quedan dos meses, y luego, podremos elegir destino…. Pedimos que nos destinen a administración, o a ingenieros, y listos, se acabó el ejercicio draconiano.
-¿Y piensas malgastar tu juventud estudiando como un asno en ingenieros o pasarte la vida grabando datos como un androide en administración? ¡Esas son profesiones de ineptos!
-Rieguer, ¿porqué no desertas y nos dejas en paz a los demás…? – dijo Leblanc, que intentaba dormir.
-Mira, no te digo que no tengas parte de razón… - intervino otro de los reclutas – pero, ¿cómo piensas hacer algo? Nunca volveremos a estar tan tranquilos como antes.
-Ya tengo una idea… - sonrió Rieguer.
-¿Te das cuenta, hijo, que lo que me propones, es sabotear a un superior? – dijo el Sargento Higgings. Rieguer se había escabullido de su barracón esa misma noche para hablar con él y contarle sus ideas.
-Lo que le propongo, señor, es librarse para siempre del Capitán Stillson… no es un secreto para nadie que usted le tiene… cierta animadversión. - Eso, era quedarse muy corto, pensó el sargento, pero el joven tenía razón. – Señor, usted sólo tiene que hacer un poco la vista gorda por aquí, no darse del todo por enterado por allá… y llegará el momento que el Capitán se rinda solo, o que la propia Coronela Bragas de Hierro se harte de él y lo mande a las Lunas de Hielo de los Límites. Y entonces… alguien tendrá que tomar su cargo para ocuparse de Fuerte Bush III. Y a cambio, sólo tendrá que dejarnos volver a nuestra antigua tranquilidad hasta que se nos declare inútiles para el servicio y nos permitan regresar a casa.
Era una absoluta locura, un acto falto por completo de moral o de escrúpulos, y que podía llevarle a la ruina a él si llegaba a descubrirse… y que si salía bien, pondría a Stillson en el sitio que ese estúpido engreído se merecía desde siempre.
A la mañana siguiente, cuando el Capitán abrió la puerta del barracón de reclutas, un barreño de gelatina verde le cayó encima, en medio de las estruendosas risas de todo el pelotón.
-Qué bienvenida tan dulce me habéis dispensado. – sonrió Stillson. - ¡Hoy, cuarenta kilómetros! ¡Y los haremos en el mismo tiempo que los treinta, así que a correr!
Rieguer y algunos más intentaron holgazanear en la cama, y el Capitán estuvo tentado de insinuar si querían que llamase a la Coronela para que los levantase ella, pero su cabreo fue más fuerte, agarró el colchón de Rieguer y de un soberbio tirón, le hizo volar metro y medio fuera de la cama. Stillson enfadado era peligroso, tenía muchas más energías, de modo que el resto de bromas (el quitarle el agua caliente mientras se duchaba, poner un hilo de nylon en la puerta de la cafetería para que tropezara, servirle el café salado y escribir en la tierra: "Stillson quiere a Slade"), sólo sirvieron para que proyectara en los chicos sus ganas de desfogarse.
-¡Vamos! ¡Arre! ¡Arre! ¡Arre! – gritaba Stillson en el campo de entrenamiento, se había colocado junto a uno de los obstáculos de salto y se había hecho con una buena y flexible vara de árbol, y a todo aquél que no saltaba con bastante agilidad (o sea, todos), le zumbaba un zurriagazo en el culo para que se elevara.
-Geniales tus ideas, Rieguer. - le susurraron varios al recluta. – Ahora, tenemos a un Bragas de Hierro masculino, ¡y ella por lo menos está de buen ver y sólo cascaba a uno, éste nos está atizando a todos en fila india!
-Otra idea de las tuyas, Rieguer, y te metemos la manga dentro del hombro.
-¡Menos charla, la energía la quiero para sortear obstáculos! ¡Pongo el fuego! – Stillson activó el resorte simulado en el poste junto al cual se encontraba para activar el fuego real. Desde luego, todo era de baja potencia, nadie iba a quedar mutilado ni muerto, pero el que fuese alcanzado, se iba a quedar bien servido.
-Capitán Stillson. – La voz de la Coronel a su espalda le hizo volverse, pero por primera vez desde su llegada, lo hizo perfectamente erguido, y de inmediato se quitó la gorra e hizo el saludo marcial sin mover un músculo.
-¡Susórdenes, señor! – dijo con voz de trueno. Slade quedó tan asombrada del cambio, que perdió el habla por un segundo.
-Eeh… me habían dicho que había introducido usted algunos cambios en el entrenamiento de los reclutas, y he querido juzgarlos por mí misma.
-Sí, señor. ¿Tal vez debería haberle pedido permiso para ello, señor? – Slade permaneció pensativa unos segundos, viendo el fastidio y un ligero miedo en los ojos de los reclutas.
-A la vista de los resultados, no, Capitán. – Sonrió imperceptiblemente. – Todas las iniciativas que promuevan un mayor esfuerzo de sus hombres y un mayor respeto de ellos hacia usted, bienvenidas sean. – La Coronel le hizo el saludo marcial y se marchó. Y Stillson casi se sonrojó de orgullo. Era la primera vez que ella no le regañaba, y la primera vez que se refería a los reclutas como "sus hombres". Para ella, Stillson se había ganado el puesto de Capitán. Pero los reclutas, no compartían esa opinión.
-Rieguer, ¡muérete!
-¡Tu madre te va a volver a hacer caso!
-¡Os digo que podemos hacerlo! ¡Higgings está de guardia, y no nos delatará! No me digáis que no queréis iros a tomar una cerveza y quizá conocer a una chica… Hay lilius en la colonia, y sabéis que para esas, el sexo es una forma de rezar, lo hacen con el primero que se lo pide… ¡ni siquiera hay que pedírselo, te ven y saben que tienes ganas, y se te ofrecen! ¡Vamos, tíos!
-¿En serio… no es una leyenda galáctica…? - preguntó Meucci, un joven rubio y de ojos azules al que sus compañeros llamaban "carasapo" cuando querían hacerle enfadar.
-Claro que no, es verdad, mi primo estuvo con una y me lo contó, ¡en serio! Venga… ¿queréis seguir siendo vírgenes toda la vida?
Hubo muchos que no aceptaron… pero algunos sí lo hicieron. Efectivamente, Higgings no les delató, les permitió salir, y se metieron en el primer tugurio que encontraron en la pequeña colonia de mineros que había fuera de Fuerte Bush III, dispuestos a montarla.
-Pelea de bar. Consumición de alcohol. ¡Consumición de jump! ¡Sexo! Un bar destrozado, dos reclutas heridos, mineros de otras etnias víctimas de agresiones especiesistas, incendio, intento de rapto… Pensaba que había sido capaz de meter un poco de sal en esas molleras de piedra, pero está visto que me he equivocado. ¡Rieguer!
-¡¿Si, señor?! – dijo el muchacho con cara de susto y un ojo morado. Él nunca había esperado que las cosas se salieran de madre hasta tal punto.
-Todos sois culpables, pero tú eres el instigador… y yo, el responsable de todos vosotros. Cuando venga la Coronel, puedes elegir: o confiesas tú mismo, o cuento yo todo lo sucedido. No va a servir de atenuante, pero al menos, tanto tus compañeros como yo mismo, veremos que tienes narices no sólo para saltarte las reglas, sino para asumir las consecuencias. Aunque personalmente, lo dudo.
El capitán Stillson estaba en pijama y bata, el oficial de guardia le había sacado de la cama para explicarle la que habían organizado sus reclutas en el bar. Al principio todo había empezado bien, una simple noche fuera, gansadas, risas… pero después habían empezado a beber de más, a mascar jump de más, y con el cuelgue, habían terminado peleando por las chicas del local y por una partida de cartas, la cosa se acaloró y la pelea de bar acabó en incendio. Accidentalmente, pero en incendio. Había sido un milagro que no hubiera que lamentar víctimas mortales, sino sólo algún que otro mamporro de diversa seriedad. Stillson había llamado de inmediato a la Coronel, ya que era su superior, y estaba dispuesto a rendir cuentas ante ella. Casi por primera vez, pero no se sentía en absoluto intimidado. Había comprendido que ella tenía razón, no había sabido inspirar respeto a sus hombres, y éstos se lo habían demostrado, intentando quedar por encima de él. Éstas eran las consecuencias, y había que ser hombre y afrontarlas.
Finalmente, la Coronel llegó, en un pequeño vehículo antigravedad conducido por ella misma. Estaba en camisón y bata y ambas prendas le llegaban sólo a las rodillas.
-Stillson, son las dos de la mañana… por su bien espero que sea importante. – El capitán miró a Rieguer para darle la ocasión de confesar, pero éste, con miedo, agachó la cabeza. Sus amigos hicieron lo propio y algunos resoplaron, de modo que fue Stillson quien puso a la Coronela al corriente de todo lo sucedido, declarándose a sí mismo como principal culpable, dado que era el responsable de ese pelotón. Sólo cuando terminó, Rieguer dio un paso adelante y con la voz ahogada dijo que sus compañeros eran inocentes, que él había sido el causante de todo, que lo había hecho sin querer y que lo sentía mucho.
-Hijo, no se trata de que te hayan pescado cogiendo galletas a escondidas, ¿sabes? Aquí, sentirlo, no basta. – Dijo Slade – Tú y todos tus compañeritos que han tomado parte en la farra, quedáis expulsados, pero antes de volver a vuestra casita con el rabo entre las piernas, trabajaréis sin cobrar para arreglar ese bar y presentaréis excusas a todos aquéllos que habéis agredido, además de pasar por un proceso penal en el que seréis juzgados y condenados por agresión y consumo de estupefacientes. Prestaréis servicio durante seis meses en el hospital de rehabilitación para adictos al jump, y vuestros padres serán informados puntualmente de todo lo sucedido, además que la multa tendrán que pagarla ellos, ya que vosotros aún no disponéis de ingresos legales. ¿Os habéis divertido, verdad? Pues la diversión se paga, y se paga CARA. Y ahora, a vuestro barracón, espero que os sintáis satisfechos sabiendo que habéis cubierto de oprobio a vuestro pelotón, a vosotros mismos, a vuestras familias y a todo Fuerte Bush III. ¡Andando!
Stillson los vio marchar, cabizbajos, y aunque por una parte temía que llegase su turno, por otra no podía dejar de pensar "así se habla, qué dote de mando, qué señorío…".
-Capitán.
-¿Señor? – Stillson se cuadró al instante.
-Escólteme hasta mi barracón, tengo que hablar con usted. – "Ahora es mi turno" pensó el Capitán, manteniéndose erguido y digno pese a todo. Y en parte, porque ella no había usado "sígame", ni siquiera "acompáñeme", sino "escólteme", que, todo hay que decirlo, sonaba mucho mejor. Stillson fue a abrirle la puerta de su antigravedad, pero ella negó con la cabeza, y simplemente pulsó el botón de regreso automático del vehículo, para que volviera él solo a su garaje, y echó a andar. Respetuosamente, el Capitán caminó un paso por detrás de ella.
Sin el bastón de mando entre las manos, Slade se las retorcía sin saber qué hacer con ellas. En realidad, sólo tenía una pregunta en la cabeza y era una pregunta muy simple, "¿por qué me traicionaste, Dan Stillson?". Lo difícil, era hacerla salir por su boca. A su espalda, el Capitán pensaba que quería ponerle nervioso con la espera, y aunque lo estaba, no iba a dejar que se le notara. Finalmente, ella habló.
-Capitán, no esperaba esto de usted.
-Lo supongo, Coronel, y estoy dispuesto a recibir mi castigo por no haber sabido instruírlos en disciplina, honor, y…
-No me refiero a eso. – Stillson la miró inquisitivo, y aunque ella, un paso por delante, no podía verlo, lo notó. – Lo que no me esperaba, es su sinceridad y su valor al admitir su culpabilidad y entregarse como primer responsable. Hay pocos mandos elevados que hubieran hecho algo semejante, se hubieran eximido de responsabilidad cargándola a la inmadurez de los chicos. Y tendrían razón, aunque sólo en parte. Usted, en cambio, ha reconocido sus errores. Independientemente de que sean una recua de mulas sin pizca de sensatez, usted ha admitido que no ha sabido inculcarles disciplina, ni amor por su deber y por éste lugar. – Hizo una pausa y se volvió para mirarle a la cara – Eso, no concuerda con su comportamiento de hace catorce años. ¿Ha madurado usted en este mes?
-Me temo que no la sigo, señor. - ¿Qué quería decir? ¿Qué había hecho él? La había besado, desde luego, se habían metido mano y la había estado espiando en las duchas casi todo el mes que estuvo allí, pero todo había sido consentido.
-Menos etiquetas, Dan. – al Capitán le hubiera gustado alegrarse porque ella lo llamase por el nombre de pila, pero el enfado latente en su voz, no le dejó hacerlo. – Hace catorce años, me engañaste como a una estúpida para ganar una miserable apuesta de la que jactarte con tus condiscípulos. Me hiciste creer que yo te importaba cuando sólo querías apuntarte el tanto de besar a una de las invitadas, y más aún, a la hijita pequeña del Capitán Bonnetti. Y al día siguiente, ni siquiera tuviste la vergüenza de mirarme a la cara, ni de admitir tu culpa cuando te denuncié a mi padre. ¿Porqué?
-¡Eso, es mentira! – se defendió amargamente Stillson. - ¡Yo te besé porque me gustabas, jamás se lo conté a nadie, no me jacté de nada! ¿Quién te ha dicho todas esas mentiras?
-No pretendas tomarme por tonta, Dan. Si no hubiera sido así, ¿por qué al día siguiente, en el desfile de despedida, ni siquiera me miraste? No esperaba que fueses a tomarme de la mano delante de todos, pero sí al menos que me miraras, que me sonrieras, que me demostraras que lo de la noche anterior no había sido un simple juego, sino algo que te importaba de veras, ¡una pequeña muestra de complicidad! Y ni eso me diste… todas tenían razón.
Al día siguiente al del beso, habían tenido el desfile de despedida, y, efectivamente, Dan había intentado evitar por todos los medios mirarla, sabedor de que si lo hacía, su cara reflejaría lo que había pasado entre ellos sin posibilidad de duda, por temor a ponerla en un compromiso delante de los demás. Había pensado que eso, era lo más juicioso, lo más prudente, pero al parecer a ella, ese detalle la había molestado profundamente, y cuando ella efectivamente lo denunció ante su padre diciendo que había "abusado de su confianza al punto de faltarla físicamente", Dan pensó que ella le había tendido una trampa, e intentó defenderse diciendo que ella mentía, que no había hecho nada semejante. Pero, ¿quiénes eran "todas"?
-Isabella… Coronel Slade – se corrigió de inmediato – Eso, lo hice porque lo creí lo más prudente… sabía que tu padre era el capitán, y tú la cabo del batallón femenino, que, igual que yo mismo, había luchado por impedir cualquier contacto carnal entre tu pelotón y el mío… pensé que te pondría en un apuro si te trataba de otra manera, por eso hice lo que hice, ¿quiénes te dijeron lo contrario?
Slade titubeó. Durante catorce años había estado convencida de que Dan se había aprovechado de ella, pero lo que decía ahora, encajaba con su comportamiento actual, y con el que le había visto usar desde siempre, del que sólo se había apartado en el momento de su detención. Por un momento, le invadió la duda de si no le estaría diciendo la verdad, y contestó:
-Mis chicas. Todo mi pelotón. Me contaron lo de la apuesta que hicieron tus hombres, y que tú también estabas metido en ella. Les dije que era imposible, y…. me sonsacaron que nos habíamos besado. Me dijeron entonces que Dan había sido el ganador de la apuesta y que si quería comprobarlo, bastaría ver que al día siguiente pasarías de mí como de la caca. No sabes lo que me dolió ver que tenían razón, por eso te delaté ante mi padre. Y cuando dijiste que era mentira, que tú eras inocente… me lo confirmaste.
Dan no sabía ni qué cara poner.
-¡Yo pensé que TÚ me habías traicionado a mí! Que te arrepentiste de lo sucedido, o que sólo querías pescarme para ganarme definitivamente, y por eso me delataste. Convencido de aquello, me defendí y dije que era mentira… Sabella, si hubiera sido sólo por ganar la apuesta, ¿te hubiera estado escribiendo durante todos estos años? No me digas que no te llegó NINGUNA de mis cartas, porque hasta que cambiaras de apellido, debían llegarte.
-También me llegaron después. - admitió ella – Todo el mundo sabía que Slade, es la hija del Capitán Bonnetti.
-Sabella, nos han engañado. A los dos. Permite que te lo diga, pero tus chicas fueron unas hijas de…
-La idea, vino de tus chicos, ellos se chivaron de la apuesta a las mías. Lo montaron todo juntos… ahora lo veo claro… Él lo sabía…tus chicos, sabían cómo actuarías aún después de besarme, mi pelotón sólo tuvo que decírmelo, y yo me tragué anzuelo y caña… Dan… - Sabella le miró con un deje de tristeza en los ojos. – He sido… muy injusta. Te… te prejuzgué en su momento como hombre, y no como compañero. No debí permitírmelo.
Dan tenía la sensación de flotar sobre el suelo. Si de él dependiera, grabaría en holograma ese momento… ¡la Coronela Bragas de Hierro, pidiéndole perdón! Pero no debía dejar que su orgullo le venciera en ese momento, tenía que derrotarse… para salir victorioso.
-Sabella, sin duda porque era un niño entonces, tampoco yo supe reaccionar. Tú sabes cómo soy, me atribuyo la responsabilidad cuando sé que me corresponde, pero en aquél momento, me porté como un cobarde, sólo por pensar que yo no te gustaba, que lo habías hecho sólo para tener algo de qué acusarme frente a tu padre… yo sabía que un compañero no me traicionaría jamás, pero a las mujeres no las conocía, y por eso me equivoqué. Yo también te juzgué como mujer antes que como soldado. Y lo lamento.
La mujer le miró a los ojos, había una sonrisa triste en su cara y de nuevo echó a andar, pero esta vez aminoró el paso para ir al lado de Dan. Quedaba muy poco hasta la puerta de su barracón, y allí pareció luchar consigo misma, hasta que dijo muy bajito:
-¿Qué se hace para enmendar un error de catorce años….?
-Aprovechar el tiempo todo lo que podamos. – sonrió Dan, casi incrédulo de haber dicho él esa frase, como no pudo creer cuando, años atrás, le besó la mano en el momento de verla. Entre risas nerviosas, como dos niños traviesos, le hizo entrar a su barracón y echó la cerradura digital, al tiempo que soltó su bata y dejó que ésta se deslizara por sus brazos, para mostrar el camisón blanco de tirantes que el propio Dan había visto noches atrás. El capitán la abrazó por la cintura y la atrajo hacia sí, mientras ella le desanudaba el batín rojo que usaba. Se miraron por un instante a los labios, luego a los ojos, y por fin se besaron. Un beso corto, casi fugaz, una simple juntada de labios con sonido divertido… pero apenas se separaron, se lanzaron el uno a por la boca del otro en medio de un gemido impaciente.
-Oh Dios mío… - susurró ella, como lo hiciera la otra vez, al sentir la boca de Dan recorrer su cuello en besos cálidos que le erizaban la piel. La pierna de Sabella se dobló ligeramente para acariciarle la hombría con el muslo, que se elevó poderosamente al instante. Dan tomó en brazos a su compañera y sin dejar de darse lengua mutuamente, se dejó caer con ella sobre la cama.
Con movimientos impacientes, el batín de Dan voló al suelo, Sabella le acariciaba los costados y el pecho metiendo los brazos bajo la chaqueta azul pálido del pijama, hasta que él se la sacó por la cabeza, y ella misma aprovechó para deshacerse de su camisón. Se tumbó sobre ella, aún con los pantalones puestos, caídos, pero en su sitio aún, para besarse frenéticamente. Sabella metió las manos en el pantalón de Dan y los bajó lo suficiente para sacar su miembro y acariciarlo con pasión.
-¡Aaaah….! – Dan gimió sin poder contenerse, ¡qué dulce! Era muchísimo mejor que cuando lo hacía él a solas, incluso en las aventuras que había tenido, jamás se había sentido tan bien, Sabella le lamía la cara, la lengua cuando la tenía a tiro, y no dejaba de mover su mano arriba y abajo, con suavidad, pero también intensamente, con la fuerza exacta… Deseoso de hacerla feliz en la misma medida, bajó su mano hasta el bajo vientre de su compañera y acarició su pubis, haciendo cosquillas y enseguida pasando a caricias más intensas.
-Mmmmmh…. Sí, sí… - susurró ella, entre sonrisas, y poniendo los ojos en blanco, ¡qué preciosa estaba! Agarró la tela de las bragas y tiró de ella para masturbarla. - ¡Síiiiiiiiii….! – Sabella se mordió los labios para reprimir sus ganas de gritar, ¡qué bueno! Los latigazos de placer le quemaban el clítoris, le estremecían las piernas, el gozo la recorría de pies a cabeza, a medio camino entre el picor y el placer…
"No son de hierro…" pensó confusamente Dan, refiriéndose a las bragas de Sabella, con las que la estaba haciendo gozar en ese momento. Su pene estaba a punto de explotar de excitación, y no quería hacerlo tan pronto, pero el gozo era tan bueno, lo que sentía era tan rico… le parecía que se iba a desmayar de un momento a otro, los gemidos le rasgaban el pecho a cada momento y los escalofríos de gustito le torturaban la espina dorsal, más potentes cada vez.
-Sabella… no… no aguanto más… - musitó con voz derrotada, mientras sus caderas se movían solas. La joven sonrió y asintió, estaba sudada y muy roja, ella también lo estaba deseando, y le ayudó a despojarla de sus bragas húmedas y pringosas, mientras él pateaba para librarse de los pantalones y ella lo acariciaba de los hombros a los costados para atraerlo hacia su sexo ansioso.
-Sí, sí, Dan… mi capitán… Vas a hacer flexiones para tu coronela, mmmmmh….. demuéstrame que estás en forma. – a Dan se le escapó la risa, lleno de deseo. Hubiera querido hacerlo más lentamente, pero apenas se colocó sobre ella, el delicioso calorcito que emanaba de la cueva de Sabella le guió y fue incapaz de resistirse a su encanto: la ensartó hasta el fondo, y ambos ahogaron un gemido en el que casi parecieron morir. Ella lo abrazó con brazos y piernas, mientras su cara se contorsionaba en expresiones de gozo, sintiéndose dulcemente atravesada por su falo poderoso, que, inconscientemente, la hizo pensar en su vara de mando. A Dan le costó recobrar el aliento, las piernas le temblaban y todo su cuerpo parecía derretirse, le daban ganas de babear de placer… "Haaaaaahhhh… catorce años esperando éste momentooo…..", logró pensar. Intentó empezar a moverse, pero ella lo retuvo, quería sentirle ahí un momento más. – Quiero… quiero saborearte… mmmmh… parece tan…. Tan… ¡grande! – logró jadear.
A Dan la sonrisa de orgullo le llegó hasta las orejas, precisamente él, que siempre había tenido tantos complejos… las ganas de moverse parecían tirar de él, y por fin comenzó a hacerlo, y Sabella asintió, ya incapaz de hablar, con los ojos medio cerrados y poniéndolos en blanco cada vez que él embestía. Se agarró a sus hombros y le clavó las uñas, pero a él le pareció la caricia más excitante del mundo y se le escapó un jadeo más alto de lo prudente, pero no pudo resistirlo, ¡el placer era insoportable! Cada vez que se introducía en su cuerpo, era como si todo su ser gritase de gozo… un calor maravilloso le invadía de pies a cabeza, su miembro picaba, las olas de placer se extendían desde ahí hasta sus riñones, y enseguida por todo su cuerpo, cebándose en las corvas, en los hombros… las sonrisas se le escapaban, y no era el único.
-Más… má-aaah… más…. – jadeó Sabella. Sudaba copiosamente y sus pies, en el aire, se movían solos, con los dedos encogidos. Dan embistió a toda velocidad, tragándose como podía los gemidos, y entonces lo sintió, ese cosquilleo mágico que le hacía estremecerse por completo, temblar y sacudirse, sin control alguno sobre su cuerpo, que estallaba en su cabeza y luego en todo su cuerpo… no podía detenerse, no ahora, y siguió empujando, jadeando como un animal, mientras sentía a Sabella debajo de él estremecerse y titilar del mismo modo, le mordió en el hombro para acallar sus propios gemidos, y ese fue el detonador, el pene de Dan explotó salvajemente de placer, inundándola y manchando las sábanas, mientras él no podía parar quieto, el indescriptible goce le convulsionaba desde el ano, en contracciones maravillosas que le recorrían todo el cuerpo y le hacían encoger los hombros, mientras su compañera gemía debajo de él, abrazándole de nuevo con brazos y piernas y gimiendo quedamente, recuperando el aliento después del placer que aún le acariciaba el cuerpo y hacía zumbar su sexo…
-¿Qué te parece? Catorce años después, para acabar igual que si lo hubiéramos hecho entonces, tengo que salir a escondidas de tu barracón.
-Si alguien descubre que nos hemos acostado, Dan, mis informes ya no tendrán validez y el Alto Mando me sacará de aquí, ¿quieres esperar otros catorce años hasta que nos retiren o encontremos un destino conjunto?
Dan se ponía de nuevo el pijama y el batín apresuradamente, pero mientras lo hacía, tenía muchas dudas en la mente.
-Sabella, hay algo que debo preguntarte… primero, ¿cómo supiste que te estaba espiando entonces?
-…Mis chicas me lo dijeron. Tus hombres les contaron que les habías confiscado un catalejo, y que no lo habías entregado al Mando Superior, supusieron que te lo habías quedado, y ¿a quién más ibas a espiar? Tú nunca mostraste preferencia por ninguna otra chica, y además…
-¿Qué?
-La lente del catalejo, a veces, produce reflejos de luz. Destellos, que yo veía desde la ducha. En principio, dudé de mis chicas, pero, ¿qué otra cosa si no podría producir esos destellos?
-La ruta de los Come…. – empezó Dan, y de pronto se detuvo en seco. Los destellos que él había visto últimamente mientras se duchaba… ¿eran… eran….? Sabella sonrió pícaramente y asintió. Se dirigió a su mesilla y sacó un artefacto similar, sólo que eran dos tubitos juntos en lugar de uno solo, se parecía mucho más a los binoculares.
-Se llamaban prismáticos. Cuando supe que me destinaban aquí, me los compré, quise ver cómo podía ser de excitante espiarte sin que lo supieras… y lo fue mucho, la verdad. Tanto como el saber que tú, volvías a hacerlo.
Dan sonrío abiertamente. Y aún tenía una pregunta más.
-Y ¿lo de tu apellido? ¿No será que te has….?
-Dan, por favor…. E-estaba harta de ser "la hija del Capitán Bonnetti", Slade era el apellido de mi madre. ¿Me crees capaz de dejar de usar el nombre de mi padre, para pasar a dar lustre al apellido de otro hombre, sin que éste tenga más mérito que haberse casado conmigo? ¡Si yo ni siquiera le amo! – Dan, que había respirado tranquilo, ahora tosió y se puso pálido.
- ¿Quieres decir que estás… que estás….?
-Un… un poco - pareció disculparse ella, pero enseguida se rehízo - Dan, no dramatices como cuando tenías miedo de mi padre. Para empezar, fue un matrimonio de conveniencia, nos casamos hace unos cinco años, y en todo ese tiempo, le he visto unas ocho veces. La última, hace casi un año. No le quiero, y él a mí tampoco… Cuando sea oportuno, puedo mirar de pedirle el divorcio.
-¿"Oportuno"? ¿"Mirar de pedirle"?
-Dan, por favor, han pasado catorce años… ¡no podía saber lo que sucedió! – Sabella vio que él iba a contraatacar hablándole de las cartas que ella nunca había contestado, ni quiera leído, y por eso ella alzó un poco la voz para interrumpirle – Y ahora es mejor que te marches antes que pase la primera guardia y puedan pescarnos… Has sido lo mejor que me ha pasado en muchos años, Dan, no me lo estropees con reproches ahora. – dijo, cariñosa, y le besó antes de empujarle hacia la puerta. Dan salió y suspiró. Casi estaba más hecho un lío ahora que antes, pero qué importaba si a cambio, la tenía a Ella, aunque fuese a escondidas. El tiempo diría.
Escabulléndose entre los jardines y ocultándose en las sombras nocturnas, llegó hasta su barracón, apenas le quedaba una hora de sueño antes del toque de diana, pero durmió como un príncipe. Y por primera vez en catorce años, cuando Ella apareció en sus sueños, fue plenamente agradable.
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