Senderos de sumisión (8)

Bianca Redgrave y su sirvienta rasuran sus conejitos siguiendo las órdenes de Mistress Patrizia y acaban comiendoselos mutuamente.

Toc, toc, toc. Bianca Redgrave se despertó sobresaltada. Miró el reloj de su mesilla de noche. Las nueve y media de la mañana. Se había dormido. Jack, por supuesto, no estaba a su lado. Hacía tiempo que se había ido a trabajar. Toc, toc, toc. Volvieron a sonar los golpes en la puerta. Sabía que serían Pamela o Linda con el desayuno. La señora Redgrave había pasado una noche terrible. Su cabeza había estado dando vueltas una y otra vez a lo que había pasado con Mistress Patrizia. No podía creerlo y al mismo tiempo no podía negar que había sido la experiencia más erótica y más gratificante que había tenido en su vida. Los recuerdos le habían excitado tanto que se había masturbado dos veces allí mismo, tendida al lado de su marido que dormía plácidamente. También había pensado en Rachel. Pobre niña. Y todo había sido por su culpa. Por su envidia. Se sentía tan mal que no dudaba en pensar que se merecía lo que le estaba pasando. Toc, toc, toc. Los golpes en la puerta se repitieron insistentes.

Adelante –autorizó la señora Redgrave.

Pamela abrió la puerta y entró en la habitación arrastrando un carro con el desayuno, que empujó junto a la cama de Bianca.

Buenos días, señora.

Buenos dias, Pamela.

¿Estaba usted dormida aún?

Me temo que sí. Me costó bastante conciliar el sueño.

Puedo hacerme una idea

Bianca Redgrave enrojeció hasta las cejas.

Bueno, Señora, aquí le dejo el desayuno. Me voy a seguir con el resto de las faenas...a no ser que usted requiera algún otro servicio –dijo Pamela con una mirada pícara y llena de intención

La señora Redgrave miró a la sirvienta con un aplomo que no sentía.

Pamela, lo que ocurrió ayer entre nosotras fue un tremendo error.

Creí que le había gustado

Bueno, quizá me gustase –reconoció sonrojandose- Pero no está bien y no debe volver a ocurrir.

Como usted diga, señora.

¿Han llegado ya Sue Ellen y Linda?

Sí, señora. A las nueve.

¿Y los uniformes de criada que encargué ayer?

Aún no, señora.

Bueno, supongo que estarán a punto de llegar. Me aseguraron que estarían a primera hora de la mañana. Avisame en cuanto lleguen.

Sí, señora

¿Pamela?

¿Sí?

Hay una cosa más que nos ordenó Mistress Patrizia

Lo sé, señora.

¿Alguna...alguna vez te lo has rasurado?

No, señora. Nunca.

Yo, tampoco.

Frank dice que sólo las putas se quitan los pelos del coño. No quiere ni que me los recorte.

Y qué le vas a decir cuando te vea sin un solo pelo –preguntó Bianca.

No sé si voy a volver a acostarme con Frank

¿Le vas a dejar?

No es eso, señora. ¿Usted ha leido alguna vez algo sobre las relaciones de dominación y sumisión?

Por supuesto que no. ¿Tu sí?

Algo –se sonrojó Pamela- Los Amos y Amas prohiben a sus esclavos que tengan relaciones sexuales con cualquiera que ellos no autoricen. Normalmente esto incluye las relaciones conyugales o de pareja.

¿Y tu crees que Mistress Patrizia me va a prohibir que tenga relaciones con Jack?

Es muy probable, señora

Bianca sintió un intenso escozor en la entrepierna. ¿Le excitaba que el Ama le ordenase no tener relaciones con su marido? Por supuesto, Mistress Patrizia no podría enterarse de si la obedecía o no, ¿o sí?.

Entre nosotras dos, Pamela. La verdad es que Jack y yo lo hacemos más bien poco.

La joven sirvienta se quedó callada.

En cambio tu... seguro que Frank y tu no perdeis el tiempo.

Bueno...la verdad es que no. Pero...

¿Sí?

Bueno, lo de ayer con Mistress Patrizia... fue algo increíble, ¿verdad?

Bianca se sonrojó y bajó la mirada

Sí, lo fue –balbuceó

Nunca he gozado con Frank ni la cuarta parte de lo que gocé ayer.

Ni yo con Jack –reconoció la señora Redgrave

Señora...

¿Sí?

Mentiría si le dijera que no me gustaría volver a probarlo

Bianca no dijo nada, pero a veces el silencio es tremendamente revelador y a Pamela no le cupo duda de que su señora estaba tan deseosa como ella. El silencio se adueño de la habitación durante unos segundos hasta que finalmente Bianca Redgrave lo rompió y pidió a la joven que trajese del baño unas tijeras, la maquinilla y la espuma de afeitar de su marido y varias toallas. Pamela fue a por todo y cuando volvió se encontró con su señora espatarrada mostrandole su coño rubito y bien arreglado. Las bragas de la joven se mojaron al instante. Durante la noche le había dado muchas vueltas a la cabeza y había llegado a la conclusión de que era bisexual. El deseo que sentía viendo a Bianca Redgrave abierta ante ella no dejaba lugar a dudas. Sin pensarselo dos veces y desobedeciendo a su señora, dejó todo lo que traía a los pies de la cama y antes de que la mujer se percatase la boca de la chica estaba ya devorando su jugosa almeja.

¡Por Dios, Pamela! ¡NO! ¡Ya te he dicho que no! –exclamó Bianca, más sorprendida que decepcionada.

Pero la joven siguió saboreando su suculento chochito sin hacerle el menor caso. Fue toda la oposición que opuso la señora Redgrave. Después se dejó caer de espaldas y abrió aún más las piernas en lo que sin duda era una invitación a Pamela para que siguiera. Y la muchacha siguió y siguió, disfrutando con pasión de aquella comida de coño que le estaba haciendo a su señora. Bianca gemía de placer y se retorcía sobre las sábanas, mientras su respiración se agitaba y sus pechos subían y bajaban con rapidez.

¡Oh Dios, Pamela! ¡Qué gusto me estás dando! ¡No pares, por favor!

La joven había introducido dos dedos en la almejita de Bianca y al tiempo que lamía sus labios, la penetraba lentamente. Pamela sabía que en cuanto le rozase el clítoris se iba a correr, por eso intentaba evitarlo. Quería disfrutar de aquel delicioso conejito un poco más. Pero su señora, al borde del orgasmo, se llevó los dedos al clítoris y lo masajeó con violencia bañando la cara de la joven con una abundante corrida. Bianca se retorcía, gimiendo de placer, mientras la lengua de Pamela lamía el líquido que se escapaba de su agujerito. Finalmente, tras varios minutos, la respiración de la señora Redgrave se fue sosegando. Entonces, la sirvienta se incorporó.

Siento haberla desobedecido, señora. No he podido evitarlo –dijo.

Bianca Redgrave la miró sin decir nada. ¿Qué podía decirle? Que le había encantado la comida de coño, que esperaba que no fuese la última...

Esta bien. Olvidalo. Vamos a hacer lo que tenemos que hacer –respondió

Bianca separó de nuevo las piernas. Con una sonrisa pícara, Pamela tomó una de las toallas que había humedecido en agua tibia y la pasó por el pubis de su señora. Esta se extremeció. A continuación extendió la espuma y con mucho cuidado comenzó a rasurarla. No tardó mucho y cuando acabó y limpió los restos de espuma con la toalla, el coño de Bianca Redgrave parecía el de una niña preadolescente. Pamela fue a por un espejo y se lo mostró a su señora. Esta lo miró en silencio durante unos instantes.

Traeme el "after shave" de mi marido –pidió.

La criada obedeció y la señora Redgrave se aplicó la loción sobre el área recien rasurada. Después se giró a cuatro patas y agarrandose las nalgas se separó los cachetes para que Pamela pudiese rasurarle la raja del culo. La joven sentía como sus bragas chorreaban al ver a su señora en aquella posición y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no sucumbir una vez más a la lujuria. Finalmente, consiguió controlarse y finalizar el trabajo.

Ahora es tu turno –dijo Bianca- ve desnudandote.

Pamela se desprendió de las sandalias y a continuación se quitó la bata azul celeste. Llevaba un sostén fucsia y unas braguitas del mismo color que mostraban un enorme parche de humedad, que no pasó desapercibido a su señora.

¿Estás muy excitada, verdad?

Mucho, señora.

Termina de desnudarte y tiendete en la cama.

La joven se quitó el sostén y las bragas e hizo lo que Bianca le había pedido. El coño de Pamela estaba cubierto por abundante pelo rizado y la señora Redgrave tuvo que rebajarlo con unas tijeras antes de aplicar la espuma y rasurarlo. Después repitió el proceso con la raja de su culo y el vello alrededor de su ano.

Te acabo de dejar inservible para Frank, con todo el conejito y el culo rasurado –rió Bianca Redgrave, pasando la palma de su mano por la suave vagina de Pamela que aún estaba a cuatro patas separandose las nalgas.

Sí, señora. Así no puedo desnudarme ante él.

A mi, sin embargo me gusta más así. Suavecito y sin pelos. Me estan entrando ganas de comertelo – dijo Bianca picarona, pues había tomado la decisión de hacerlo desde que había visto lo mojadas que estaban las bragas de su criada.

¡Oh! –exclamó Pamela sorprendida, su chochito bañando de jugos la mano de su señora- Por favor...

Antes de que pudiese seguir hablando, la lengua de Bianca Redgrave se coló entre sus labios vaginales y sin poder remediarlo la joven sirvienta se corrió.

¡Noooooooo! ¡Noooooooo! –gritó envuelta en un intenso placer, pero contrariada por no haber podido aguantar más el orgasmo.

La corrida de la joven fue copiosa y además de bañar la boca de su señora mojó las sábanas que ésta compartia con su esposo. Bianca, por su parte, encontró el sabor del coño de la sirvienta más fuerte que el de Mistress Patrizia, pero no desagradable y no paró de lamerlo hasta que la muchacha bajó del limbo. Entonces se incorporó.

¡Oh, señora! Muchas gracias –dijo- ¡Dios Santo, cómo he dejado las sábanas! Ahora mismo las cambio.

Tranquila –dijo Bianca Redgrave- vistete y termina las faenas. Avisame en cuanto lleguen los uniformes.

Sí, señora.

Pamela volvió a ponerse sus bragas húmedas, sus sostén, la bata y las sandalias y salió presurosa y satisfecha de la habitación.

¡Dios Santo, en qué nos estamos convirtiendo!, pensó Bianca Redgrave, mientras se sentaba ante la bandeja con su desayuno.