Semen en el tarro (01: Capricho en París)

De cómo me sumergí en los problemas de un amigo, y lo que tuve que hacer por él. Y por mí.

SEMEN EN EL TARRO (I) : Capricho en París

Después de un vuelo turbulento, Dani llegó por fin al hotel. Miró el reloj tras despedir al botones con una sonrisa forzada y se dio cuenta, por fin, de que llegaba tarde. Tenía que ir a hacerse las pruebas de paternidad a las 13:00, sin excusa, y ya eran más de y media. Veníamos de París, los dos.

Todo por una historia complicada y algo absurda, que él me la había contado desesperado, y en la que yo había decidido apoyarle. En aquel momento no sabía cuánto habría de hacerlo, se trataba en principio de un apoyo simbólico. El caso era que una noche de parranda Dani y tres de sus amigos habían contratado a una prostituta, una tal Marta, para festejar por todo lo alto el cumpleaños de uno de ellos. Tenían toda la noche por delante y la casa libre, así que pagaron una suma astronómica por disponer de la jovencita durante más de seis horas por lo menos. Según me contó Dani, por encima, ella era una tierna universitaria de veintiún años que estaba vendiéndose para poder pagarse la carrera de Filología inglesa, lo cual les dio mucho morbo. Pero al parecer resultó ser una inexperta o una miedosa, porque cuando llegó, el show y los primeros polvos fueron bastante lights . Había debido aceptar empujada por la importante suma de dinero, pero después lo lamentaría: hambrientos de sexo y estimulados por algunas sustancias, Dani y sus amigos se abalanzaron sobre ella forzándola incluso a algunas cosas que ella no había contemplado, como sexo anal, meterle una botella, lluvia dorada... sexo brutal en definitiva.

Ahora la tal Marta había denunciado a Dani y a sus amigos por violarla, pero específicamente también a él, pues ella había declarado que él fue el único que eyaculó en su interior. Los demás lo hicieron en la cara o en la boca, pero ella ahora estaba embarazada. Él me lo había contado en cuanto lo supo, en cuanto recibió la carta de los juzgados malagueños. Vino a mi casa, en uno de mis pocos descansos entre viaje y viaje, agobiadísimo por la noticia, deshaciéndose en un mar de llantos y confesiones inmediatas. Yo me molesté a la par que sorprendí por saber a mi mejor amigo un violador confeso, y me afectó evidentemente en mi conciencia de mujer, pero al cabo del tiempo y con todos los detalles del caso sumados a mi mente liberal y un poco desatada, decidí añadirle un poco de comprensión a mis sentimientos. Después de todo ya conocía la personalidad agresiva y dominante de Dani, había perdido de forma ignominiosa mi virginidad con él. Aunque eso ya estaba olvidado. Decidí ayudarle en la medida de lo posible, y aprovechar aquellas mini-vacaciones para estar a su lado.

Decidimos marcharnos de Málaga ese mismo día de su confesión, e irnos de vacaciones los dos hasta que llegase el juicio. Después de todo, podían ser sus últimos días de libertad. No fue un viaje excesivamente interesante, pero a Dani le sirvió para relajarse y volver a sentirse tranquilo, al menos durante aquellos días. En el avión, rumbo a París, me cogió la mano suavemente, entrelazando los dedos.

-Aún no te he dado las gracias, Inma...

Yo le sonreí ligeramente. Ya tendría ocasión de hacerlo. A decir verdad yo hacía por lo menos dos meses –demasiado para alguien como yo- que no había tenido sexo con nadie, así que pensé en relajarme yo también con él. Siempre había sido un fuera de serie en la cama, y yo no pensaba quedarme sin disfrutarlo, pero las cosas no iban a resultar como yo esperaba. Cuando llegamos al hotel francés, y tras hacernos con la habitación, pedimos algo de cenar y un buen vino, y charlamos de los viejos tiempos. Habíamos pedido una sola cama, porque ambos ya sabíamos lo que iba a pasar... no hacían falta ceremonias. Yo estaba tumbada con las piernas cruzadas sobre la cama, y el recostado a mi lado, sin camiseta. Estábamos un poco borrachos, pero no lo suficiente. Sin embargo, y cuando la conversación se estancó, Dani me miró a los ojos y se sonrió.

-¿Te apetece? –me dijo.

Apenas había pasado una hora y media desde que estábamos allí, así que dudé. Fruncí los labios caprichosamente, y contuve una carcajada. Era divertido verlo allí, con cara de niño preguntándome si quería follar. Él tenía unas ganas enormes, podía verlo en su cara y más específicamente en la erección que contenía su bragueta. Me aparté un mechón rizado y le sonreí. ... Por cierto, ¡aún no me he descrito! Soy una mujer bonita, puedo decirlo tranquilamente, de veinticinco años. Tengo el pelo hasta los hombros en una coqueta melena rizada, rubia, y los ojos grandes y azules. Mis pechos son algo más pequeños de lo que me gustaría, pero a la mayoría de hombres les gustan porque recuerdan a los de una niña adolescente. Mido un metro setenta y dos centímetros, por lo que mis piernas son bastante largas... mi culo es torneado aunque sin ser excesivo, y mis pies son finos y delicados, por lo que tengo que llevar mucho cuidado con el calzado que escojo. Estoy muy contenta con mi físico, aunque sé que no siempre va a ser así.

-Venga, ¡podría ser mi último polvo en años! –insistió sin tapujos.

Yo estallé en carcajadas, sin poder evitarlo ya. Me quité la camiseta corta, que había anudado sobre el ombligo, dejándole ver mi sujetador negro. Bajo el busto llevaba una minifalda blanca, y tras ella un tanga también negro muy cómodo, elástico. Me acerqué a él y le besé lentamente los labios, jugando con mis uñas sobre su torso. Él siempre ha sido un chico fibroso y atlético, aunque por aquella época ya estaba perdiendo algo de forma y además, de pelo; es mayor que yo, seis años.

Dani enroscó mis piernas con las suyas, y mientras nos besábamos, yo hice ademán de quitarme un zapato. Eran unas leves plataformas blancas, sujetadas por una tira como la de una sandalia. Él me lo impidió.

-Déjatelos...

Lo dijo con aquel tono al que nunca me había podido resistir. Sentí su lengua abrirse paso entre mis labios y mis manos apresuradas desabrocharle el pantalón, palpándole el pene. Siempre me había encantado su miembro... era extremadamente largo y algo fino, llegaba hasta lo más hondo y era muy manejable. ¡Uno de mis favoritos, vaya! le bajé rápidamente los calzoncillos y apreté con avidez sus testículos, sin dejar de besarlo en ningún momento. Me giré colocándome encima de él, con las manos sobre su torso y una sonrisa de lujuria dibujada en los labios. Pensaba cabalgar sobre él hasta destrozarme la pelvis... Arrastré sus pantalones un poco más, por debajo de las rodillas, y luego me rompí yo misma la goma del tanga de un tirón. Estaba ansiosa. Dirigí su falo con avidez hacia mi chorreante cueva, sintiendo como penetraba despacio su largo miembro en mi interior... Mis labios se abrieron en un gemido de satisfacción al sentir su glande franquear mis labios mayores, apretándole de nuevo los testículos con la mano, por detrás de mi espalda. Él llevó sus grandes manos a mis codos, apretándome la piel en el comienzo de la penetración. Yo me zafé con cuidado para desabrocharme el sujetador, dejando botar ligeramente con la gravedad mis tetas.

Poco a poco fue bajando con mis piernas, colocada sobre el colchón de cuclillas, y con las plataformas blancas hundidas en las sábanas, manchándolas del polvo de las aceras. La polla de Dani se me metía cada vez más dentro, y yo, extasiada en el comienzo tras haber pasado aquellos dos meses de absurda abstinencia, empecé a subir y a bajar con mis rodillas, metiéndomela y sacándomela sólo hasta la mitad, sin llegar nunca a la base. Me restregaba subiendo y bajando cada vez más, hasta que mis piernas, agotadas tempranamente por el ejercicio, se desplomaron ensartándome en el largo pene.

-¡Ooh!

Solté un gemido de placer y sorpresa. Me mordía el labio inferior, con las manos echadas hacia atrás apoyadas en sus rodillas, y los ojos cerrados apuntando al techo. Dani comenzó a tomar el control, acompañando mis movimientos –cabalgaba sobre él- levantando la pelvis para favorecer la penetración. Eso no duraría mucho tiempo. Conociéndolo, sabía que tras provocarlo así él se volvería loco. Acerté.

Dani rugió animalmente y se incorporó presa de la excitación, y rodeando mi estrecha espalda con sus brazos de gimnasio. Me apretó las costillas con ansia y comenzó a lamer mis pezones, mordisqueándolos y estirándolos hacia él sin compasión. Me reclinó hacia atrás y yo, apoyándome con las manos sobre el colchón, comencé a moverme contra él. Él se movía contra mí también, meciéndose furiosamente con las rodillas, dejando mis plataformas blancas temblando entre las sábanas con cada acometida.

Notaba el sudor mezclarse con la saliva de Dani en mis pechos, la febrilidad de mi piel quemándome las entrañas en cada embestida, la fragilidad de mis huesos que amenazaban con desplomarse en el orgasmo venidero.

Él ya estaba al cien por cien. Con otro gruñido incontrolado se abalanzó sobre mí y me tumbó en la cama, bocarriba, cogiéndome con fuerza con las manos en mis gemelos. Sonreí relamiéndome los gruesos labios rosados con la lengua, viendo cómo él volvía a tomar su mástil con la mano derecha y a encañonarme para metérmelo en mi vulva.

Al tumbarme lo había sacado. Me penetró de una vez, embistiéndome con fuerza, y yo lo agarré de las nalgas con un grito, rasgándoselas con las uñas. Noté algo de sangre en su zona trasera, fruto de mi brutalidad. Comenzó a bombearme irresistiblemente, llevando su largo miembro a las zonas más profundas y últimamente olvidadas por los hombres de mi ser, a mis cálidas entrañas ávidas de semen, removiendo todos mis deseos. Se movió con furia, y yo cada vez me hipnotizaba más con el sonido líquido de nuestras húmedas anatomías chocar. Sentí mis pezones arder de forma fría, mis cabellos erizarse en una ola interminable, y definitivamente grité sintiendo como un tremendo orgasmo me sacudía por fin el cuerpo.

Temblé con los zapatos a la altura de sus brazos, y a los escasos segundos, cuando yacía inmóvil con los labios entreabiertos en una sonrisa boba, sin importarme ya nada, noté cómo su miembro se convulsionaba en mi interior apagándome el fuego que me quedaba dentro. Fue un bálsamo genial sentirlo dentro de mí, después de haber llegado ya al final.

Dani se desplomó sobre mí como una fiera cansada de taladrarme, cogiéndome de los brazos y apoyando la cabeza sobre mi pecho. Qué romántico. Me lo quité de encima y le sonreí, encontrando sus ojos cómplices, cansados.

-Tranquilo, ahora mamá va a limpiarte... –le murmuré sugerentemente.

Con cada una de mis piernas a los lados de su cuerpo, descendí, rozando mi culo sus piernas, hasta tener al objeto de mi placer frente a mi rostro. Le sonreí a él también, como si pudiera verme, frotándolo un poco con ambas manos, para animarlo en su reciente decaimiento. Lo cogí con la mano derecha, introduciéndomelo en la boca con un lengüetazo caprichoso, cuando sonó el chasquido de la puerta abrirse.

Un botones con su carrito nos miraba estupefacto desde el umbral. Venía a traernos la cena que habíamos pedido.

Yo ni siquiera había tenido tiempo de sacármela de la boca.

Continuará...

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