Semana de castigo
Relato de amor y entrega marital, donde la esposa es la que manda, domina, y lleva la Disciplina de la casa, para que todo vaya como la seda.
Estábamos desayunando tan ricamente mi mujer y yo en la cocina como todos los días, café, tostadas de tomate y aceite, y zumo de naranja, ella miró el reloj de la pared y dijo.
-Venga, no quiero que se te haga tarde, termínate eso.
-Cielo, no podrías perdonarme el castigo de hoy, tengo el culo en carne viva.
Ella me miró seria, sin decir nada, un mechón de su pelo largo le caía por la cara.
-Cariño. ¿Cuántas veces hemos hablado esto? ¿Te he perdonado alguna vez algún castigo?
-No no, lo siento, perdóname.
-Pues levanta, y vete a tu sitio, no me quiero enfadar ya de buena mañana.
Mi sitio era el comedor, brazos apoyados sobre el brazo del sofá, pantalones y calzoncillos abajo, y el culo bien expuesto para mi castigo diario.
Mi mujer me había castigado el sábado anterior en una cena con amigos cuando hice un comentario un tanto chabacano y machista, cuando los amigos con los que cenamos se fueron de casa, desde la misma puerta y mientras los despedíamos me dijo.
-Estás castigado, esta noche dormirás caliente y sin sexo.
-Joder Marta, ha sido una broma, todos los saben.
-He dicho que estás castigado, ya puedes irte al sofá, ya sabes cómo te quiero.
-No es justo joder, esto es un capricho tuyo…
Entonces con su tono calmado que a mí muchas veces me saca de mis casillas me dijo.
-Muy bien, pues estarás una semana castigado sin sexo, y durante toda la semana te daré una buena zurra antes de irte a trabajar ¿contento?
-Marta por favor… caí de rodillas y me abracé a sus rotundas y torneadas piernas, mi cara se apoyó en su falda a la altura de su coño, la deseaba demasiado y una semana sin sexo era un castigo muy duro, la miré estando de rodillas casi suplicándole con la mirada, y acariciándole el culazo que tan enamorado me tenía, sus ojazos verdes me miraban enigmáticos.
-Sube a por mis zapatillas, esta noche te vas a acostar caliente.
Como siempre, Marta nunca perdonaba un castigo, es más, a la más mínima lo aumentaba, lo sabía muy bien yo, y sobre todo lo sabía mi culo que había sufrido sus castigos en innumerables ocasiones.
Me levanté de mi posición, me puse de pie y la miré cara a cara, con las botas era un poco más alta que yo, cruzó los brazos y con la mirada me indicó las escaleras para que fuera a donde me había mandado, y antes de empezar a subir la escalera me dijo.
-Ponte el pijama, quiero que estés cómodo cuando te castigue.
Esa mezcla de sarcasmo y flema británica me ponía de los nervios, pero más me valía no protestar por la cuenta que me traía.
Así que me quité la ropa, me puse mi pijama de invierno, y cogí las zapatillas de mi señora esposa, eran unas zapatillas negras abiertas por detrás, eran muy contundentes con una suela de goma gorda y rígida, y cada zapatillazo sonaba como un cañonazo, y lo que es peor dolía como un demonio.
Cuando llegué al salón la vi sentada en el sofá, y me dijo, pónmelas. Entonces me arrodillé sobre la alfombra delante de ella, le descalcé sus altas botas marrones, y le calcé sus cómodas zapatillas, la derecha no tardó en descalzársela de una leve patadita y me dijo.
-Dámela.
Se la di, y entonces se golpeó levemente sobre su muslo indicándome donde me quería, así que me levanté rápidamente me bajé el pijama y el calzoncillo (si no lo hubiera hecho, hubiera tenido castigo doble o triple) y me puse sobre su regazo.
Aquella noche me dio un palizón que me dejó baldado, quería dejarme claro dos cosas, primero que estaba castigado, y segundo que no le gustaba nada que intentara que me levantara dicho castigo, no soportaba eso, nunca soportó esos lloriqueos.
Pero aún me quedaba otro suplicio, cuando nos acostamos, mi mujer lo hizo desnuda y con su “satisfayer”, se estuvo dando placer como una posesa, se clavaba las uñas en sus poderosos pechos, cerraba los ojos mientras gemía, los gemidos se convirtieron en gritos, movía las piernas mientras que el resto de su cuerpo culebreaba por el colchón, yo lo único que pude hacer fue ver como disfrutaba, a centímetros de ella, pero sin tocarla, aquella noche ni siquiera me dejó limpiarla después del espectacular orgasmo que tuvo, me dijo con su característica retranca.
-Hala, a dormir.
A la mañana siguiente me dio mi primera azotaina mañanera que de toda la semana, siempre tras el desayuno y siempre en la misma posición, yo odiaba apoyarme sobre el brazo del sofá por dos motivos, el primero porque la paliza era más dura, ella podía dar los zapatillazos más fuertes de una manera muy cómoda, y además no podía gozar del roce de su cuerpo al no estar sobre su regazo.
Pero volvamos al principio del relato, me había mandado a mi sitio en el salón, a mi odiado brazo del sofá, con el culo desnudo y en pompa preparado para recibir su temida zapatilla.
Era jueves, por lo que ya llevaba unas cuantas azotainas desde el sábado por la noche que empezó el castigo, ésta sería la sexta en apenas cinco días, y claro mi culo ya estaba resentido y con alguna que otra marca que no se borraba de una paliza para otra.
Pero no me quedaba otra, apreté los dientes, cerré los ojos, y cayó el primer cañonazo PLASSSSSSSSSSSSSSS, desde el primer zurriagazo supe que la paliza iba a ser algo más dura que los días anteriores, sin duda por mi inútil petición de que me levantara el castigo. Era su forma de decirme que con ella no se jugaba.
Aquella mañana lloré como un niño pequeño, no siempre que me pega lo hago, pero aquel día no sé muy bien la razón, a media azotaina empecé a llorar sin consuelo, puede que los zapatillazos fueran más duros que otras veces, puede ser también por tanto azote acumulado durante toda la semana, o por cualquier otra razón, pero no por ello aflojó en sus golpes.
Así pues cuando oí, levanta, fue como si me hubieran hablado los ángeles del cielo, seguidamente oí su pesada zapatilla negra caer al suelo, me pareció también música celestial aquel maravilloso PLOMMMM.
Aunque durante la zurra estaba oyendo como lloraba, no se dio cuenta realmente de la llorera que tenía hasta que no me levanté y la miré a la cara.
Entonces me tomó la cara con sus dos manos, y mientras me besaba las lágrimas pasó de besármelas a lamérmelas, me secó el llanto con su saliva mientras yo sollozaba a la vez que sentía sus rotundos pechos clavados en el mío.
-Ya ya , ya está cariño-me dijo abrazándome- y ahora vete, que no quiero que pierdas el autobús.
-¿Cuando llegue esta tarde me dejarás que te coma el coño?
-Bueno, ya veremos, ahora vete.
Estuve a punto de seguir intentando arrancarle la promesa de que me dejara comerle el coño al llegar por la tarde a casa, pero la verdad es que después de muchos años algo había aprendido, con Marta no iba a conseguir nada que ella no quisiera darme por mucho que se lo pidiera, es más eso sólo empeoraba las cosas, y acababa con mi culo azotado, y bien azotado, así que opté por coger mis cosas, besarla en la boca, e irme a la parada de autobús antes de que se me escapara.
Al cerrar la puerta del jardín, miré atrás, y la vi en la puerta despidiéndome, en bata y zapatillas, y con el pelo desordenado como cada vez que me azotaba, en ese momento olí su saliva en mi cara, y pensé que ojalá no se me fuera aquel olor en todo el día, en toda la vida.