Selecto club de mujeres

Cuando me quedé sin trabajo y ofrecí mis servicios en ese club especial no imaginé que iba a disfrutar tanto.

Me había quedado de pronto sin trabajo y empecé a buscar desesperadamente algo para sobrevivir.

Encontré en los clasificados un aviso algo especial y decidí probar suerte.

Cuando toqué el timbre en la lujosa mansión una voz femenina sonó en el portero eléctrico.

Cuando la puerta se entreabrió la mujer que estaba detrás era hermosa. Tenía cabello negro brillante recogido por un moño y un maquillaje inmaculado, como el de una modelo.

Cuando empezó a hablar pude romper el contacto con sus ojos y centrarme en sus rojos labios.

Se presentó como la Señora y estableció la relación entre nosotros llamándome por mi nombre de pila.

Dijo que me había concedido esa entrevista personal porque mi currículo era excelente.

Me dijo que se trataba de un club privado exclusivamente femenino y que ella era la presidenta.

Agregó que las miembros eran extremadamente ricas y tenían intereses comunes, que ya iría conociendo si entraba a formar parte del servicio.

A continuación expresó que todas ellas apreciaban la buena cocina y querían ver qué les podía preparar yo para almorzar.

Resultaba claro que aquella mujer estaba acostumbrada a dar órdenes y a solucionar las cosas por vía directa.

Me dirigí a la cocina donde me encontré con un equipamiento profesional digno del mejor restaurante.

Lo que había dentro del enorme refrigerador me daba pie a numerosas opciones y rápidamente planeé un menú.

La Señora me pidió que le preparara una pequeña mesa en un rincón del comedor para ella. Se aposentó allí y siguió leyendo el diario.

Pude observar que sus piernas estaban enfundadas en nylon negro, sobre todo porque, al estar sentada, su breve falda dejaba ver la parte superior de las medias junto con un poquito de su tanga de latex negro.

Sonó el timbre de la casona y la Señora se puso de pie y acudió a abrirla. Cuando me dio la espalda vi que sus medias llevaban oscuras y un refuerzo oscuro en el talón.

La mujer que entró estaba elegantemente vestida y se saludaron con una demostración de afecto que yo no esperaba.

La recién llegada atrajo a la Señora hacia ella y le dio un profundo beso de lengua como si fueran amantes.

Yo era consciente de que mi pija había empezado a ponerse dura y estaba armando una carpa en mis pantalones.

Y aún se hizo más grande cuando vi como las manos de la recién llegada vagaban por el cuerpo de la Señora sin dejar de besarla.

Cuando se separaron me la presentó como la señora Ruiz.

La Señora, irónicamente, me dijo que estaba empezando a convencerse de que poseía los talentos culinarios necesarios y que tenía interés en trabajar allí, al ver mi bulto que se marcaba en mi delantal.

Regresé a mis tareas cuando las mujeres se fueron escaleras arriba.

Cuando se abrió la puerta de la cocina la Señora llevaba puesta únicamente una bata de seda roja y cuando se inclinó para examinar la comida, la bata se entreabrió y me mostró por un instante sus suaves pechos y el pubis afeitado.

Una vez más mi pija se puso a mil.

De repente, sin mediar previo aviso, palmeó mi bulto y sin mediar palabra, giró sobre sus tacones para reunirse con la otra mujer.

Cuando les serví la entrada, ambas damas estaban echadas sobre el sofá de cuero blanco. La presidenta tenía la bata completamente abierta y mantenía cerrados los ojos mientras la otra mujer le masajeaba con sus manos la concha.

Coloqué la bandeja y los platos sobre la mesa y antes de que pudiera retirarme la señora Ruiz me dijo que chupara los jugos de la concha de la Señora de su mano y me preguntó si me gustaba eso.

Cuando volví a traer el resto del almuerzo, las mujeres estaban hablando y comiendo animadamente.

La Señora me pidió que la siguiera al piso de abajo para ver la habitación de servicio. Me indicó el uniforme que debía ponerme y como tenía claro que la mujer no se iba a ir, me desnudé quedándome en ropa interior.

Me pidió entonces que me la quitara porque en el club no iba a ser necesario que la llevara puesta.

Mi pija saltó hacia delante como un resorte.

Se abrió la puerta y entró una jovencita vestida con un cortísimo delantal blanco. En la parte superior no llevaba nada puesto y dejaba ver unas hermosas tetas paradas. Tenía un collar de cuero negro alrededor de su cuello y usaba unos altísimos zapatos.

Era increíblemente sexy.

La Señora me señaló que se llamaba Carmen y que se encargaba de la limpieza.

Le pidió que antes de retirarse me afeitara el sexo y los testículos y que me mostrara su concha.

Así lo hizo y sentándose en un banco se abrió su delantal, corrió la tanga y dejó al descubierto una hermosa concha toda pelada, sus labios estaban colorados e hinchados.

La Señora le acarició la vulva con amor y la muchacha echó las caderas hacia delante moviéndose hacia atrás y hacia delante sobre esos zapatos con tacos de unos veinte centímetros buscando el placer de una forma muy parecida en la que una gata reacciona ronroneando y frotándose, a la mera presencia de su dueño.

La palabra posesión volvió a mi cabeza y me di cuenta que la sirvienta era una mascota que realizaba algunas tareas útiles. ¿Sería yo otra?

La elección era solo mía. Podía firmar el contrato laboral y ponerme al servicio del club o marcharme.

La Señora agregó que el afeitado era un servicio que debíamos prestarnos uno a otro, a no ser que algún miembro del club deseara hacerlo.

Luego retiró la mano empapada de la entrepierna de Carmen, hizo que le lamiese los dedos y le dio una palmada en su redondo culo.

La muchacha procedió entonces a afeitarme.

Sus manos eran muy suaves y mi pija estaba a punto de estallar pero la atenta mirada de la Señora imposibilitaba cualquier acción.

Mi compañera de servidumbre me aplicó aceite corporal al finalizar, con tanto esmero y dedicación que casi me lleva a un orgasmo involuntario.

Luego la Señora me ordenó que me pusiera el uniforme. Era de dos piezas y estaba hecho de cuero blanco. Estaba claro que debía llevarlo sobre mi piel desnuda, sin nada de ropa interior.

Al subirme los pantalones descubrí que tenían unas estratégicas aberturas que dejaban expuestos mis genitales y mi trasero.

La Señora tomó mi verga con su boca y comenzó a chuparme la cabeza con una fuerza de succión que por un momento pensé que me desmayaba por aquella forma tan extraña de mamar.

Cuando apartó su boca tenía la cabeza morada como una ciruela, bajó a mis huevos y se metió uno en la boca repitiendo el tratamiento anterior en esa zona tan sensible.

Carmen se acercó y metió su lengua caliente dentro de mi boca y una de sus manos se deslizó hasta mi culo.

La Señora separó mis piernas para poder pasar por debajo de mis testículos para llegar con su lengua a mi culo. Ese recorrido lo hizo unas cuantas veces. Casi sin darme cuenta empecé a tirar mi cola para atrás cuando sentí otra lengua recorriendo mi raya desde la espalda para terminar chocándose con la lengua de la Señora.

Esta le pidió entonces a Carmen que trajera la pija gorda y ella obedeciendo fue hasta el armario de donde sacó de una caja.

La Señora me indicó que me pusiera en cuatro patas sobre la cama y a Carmen que me diera a chupar su concha húmeda.

No bien sentí sus calientes labios, la punta de mi pija largó un chorrito de líquido preseminal. Era como si hubiera acabado en seco.

El sabor de su concha era perfecto y estaba sumamente entretenido en esa tarea cuando sentí que la Señora me untaba el agujero del culo con un montón de lubricante.

Primero metió unos dedos y luego me empujó para adelante para que me cogiera a Carmen.

Cuando la penetré me dio la sensación de estar con una virgen porque tenía la concha bastante estrecha.

La Señora volvía a cogerme por el culo con sus dedos hasta que sentí un dolo que me paralizó. Me estaba introduciendo la verga de goma.

Cuando tuve toda la cabez de la gruesa pija dentro de mí no pude contenerme y un gigante lechazo inundó toda la concha de la muchacha.

Y así fue mi primer día de trabajo en ese selecto club de mujeres del cual nunca me voy a olvidar.

Trabajé tres meses como cocinero y amante de todas las socias putas y degeneradas que asistían.

Euge