Selecto Club
Selecto club destinado a satisfacer lo más oscuros deseos de sus socios.
Saludos. Voy a relatarles a continuación algunas recientes experiencias vividas por los integrantes del "club" del que formo parte junto con otros cuatro hombres. Les pongo en antecedentes.
Somos cinco hombres de entre treinta y seis y cuarenta y ocho años, con un elevado nivel económico, de diversos lugares y sin aparente relación. Tomamos contacto por Internet de forma casual, descubriendo que todos teníamos ocultas fantasías, y que en nuestra situación era posible llevarlas a cabo. Tras meses de contactos y varias reuniones en que pusimos puntos en común comenzamos a trabajar en ello.
Adquirimos en un municipio al azar una gran casa alejada de cualquier núcleo habitado, la restauramos y adecuamos para nuestros fines y pusimos a trabajar en ella personal doméstico de probada confianza. Terminadas estas tareas fijamos reunirnos en ella para acordar las actividades a realizar, así como las fechas. Se decidió comenzar con algo poco arriesgado, fijándose una fecha cercana y quien debía encargarse de organizar el acto.
Llegado el día, y una vez estuvimos todos, Gerardo, el hombre que ejercía de jardinero, y a quien por gozar de contactos y nuestra confianza habíamos encargado de organizar el encuentro, explicó los detalles de este. Un conocido suyo le puso en contacto con una joven con graves problemas económicos y familiares que por una elevada cantidad percibida de antemano accedió a tomar parte en la reunión. Se le explicó lo que allí iba a suceder, y se la obligó a firmar un contrato privado en el que admitía conocer los pormenores del encuentro. Dijo entonces su edad, dieciocho años, y su nombre, Alba. Tras esto pasamos al salón central, dotado de todo tipo de artilugios destinados al sexo y seis cámaras ocultas que filmarían nuestros encuentros, nos vestimos con túnicas y cubrimos nuestras caras. Gerardo hizo pasar a la chica.
Era una preciosa morenita, de pequeña estatura aunque con un cuerpo bien proporcionado, que ya desnuda avanzó avergonzada hacia nosotros, que aplaudimos la buena elección de nuestro hombre.
Realizo un pequeño inciso para aclarar que en ningún momento revelamos nuestros nombres, y que la hicimos llamarnos solamente Amo.
Uno de mis amigos se acercó a ella, y tomándola por el brazo la acercó a un pequeño banco de madera sobre el que la tumbó, atando después sus brazos y piernas a unas argollas colocadas a ese fin. Quedó expuesta a nosotros, que decidimos comenzar con la fiesta. Ella había recibido instrucciones sobre como había de comportarse, y las cumplía a la perfección. Llegó el turno a otro, que sin más preparativos colocó su pene en el ano de la chica, penetrándola de un solo golpe y arrancándole gritos de dolor, comenzando después a bombear su culo con violencia, disfrutando de su llanto. Por suerte para ella tras unas pocas embestidas eyaculó en su interior y se retiró dejándome paso. La retiré de ese aparato para colocarla sobre una gran aspa de madera que presidía la estancia. Una vez atada escogí una fusta de la vitrina más cercana y la acerqué a su cara, que reflejaba pánico. El miedo hizo que no soportase la tensión, y comenzó a pedir que la soltase y que no le pegara. Un primer latigazo sobre su vientre la hizo temblar y marcó en su piel un surco rojo. El siguiente fue a parar sobre sus tetas, haciéndola llorar con más fuerza todavía. No pude resistir la excitación, me acerqué y penetré su coño con tanta fuerza como me fue posible. Ver su preciosa carita desencajada por el dolor me hizo llegar a un rápido orgasmo, tras el cual cedí el turno a otro, que propuso tomar un descanso. Todos aceptamos, abandonando la sala si prestar atención a los lloros de la chica.
Tras una ducha y varias copas decidimos cambiar de juego. Queríamos penetrarla por todos sus orificios a la vez, sin dejar tiempo para que se recuperase. Al vernos entrar en la sala comenzó a lloriquear y suplicar que la dejáramos marchar, y tras recordarle que pedir clemencia era algo penado por las normas, recibió una fuerte bofetada de cada uno de nosotros. Tras esto pareció entender que la mejor opción consistía en aguantar, llegar a mañana y olvidar esto gastando la pequeña fortuna recibida en pago por sus servicios. Una vez observamos que se calmaba procedimos a soltar las correas que la ataban a la cruz, para esposar después sus manos a la espalda. Uno se tumbó en el suelo, y ordenó a la chica que se sentara sobre su polla, para lo que necesitó de nuestra ayuda. Cuando su miembro entró por completo la tumbó sobre su pecho, facilitando así el trabajo de quien comenzó a penetrar su culo, ya dilatado por la brusca tarea anterior. Mientras un tercero acercó su falo a la cara de ella para recibir una mamada, los dos que ahora esperábamos turno nos deleitamos con sus gestos faciales, que parecía comenzaban a pasar del dolor al placer. El primero en terminar fue quien ocupaba su culo, lugar que pasé a ocupar. Su estrecho trasero presionaba mi verga haciéndome gozar como nunca antes, y sus gemidos y suaves balanceos, que ya no eran gritos de dolor, acrecentaban mi excitación. Tras no mucho tiempo los cinco estábamos agotados, y Alba, que ya obedecía como una buena esclava, estaba cubierta de semen y fluidos. Acordamos otro receso, durante el cual nuestra putita esperaría atada, igual que antes, aunque sin lloros ni gritos.
En poco más de media hora regresamos a buscar a nuestra perra, la llevamos a un gran cuarto alicatado y con un desagüe en el centro y con una manguera y agua fría procedimos a lavarla. Unos minutos bajo el agua helada y su piel y las recientes cicatrices tomaron curiosos colores. Salió tiritando y completamente azul, andando despacio y encorvada. Le ofrecimos una toalla y permitimos que reposara en el cálido salón, desnuda y bajo nuestras miradas. Cuando consideramos suficiente su reposo procedimos a colgarla por las muñecas a las cadenas que colgaban del techo, procediendo después a separar sus piernas mediante un palo cuyos extremos sujetamos a sus tobillos. Consideramos oportuno hacerle saber que comenzaba ahora la más dura de las sesiones, palabras que volvieron a imprimir en su rostro una mueca de pavor. Colocamos entonces una gran pelota de goma en su boca, impidiendo que saliera mediante varias corres de cuero y consiguiendo así que sus gritos no perturbaran nuestro disfrute.
Fui yo quien tuvo el placer de llevar a cabo esta parte del juego, mi favorita, y en la que por miedo a lastimar en exceso a la perra, solo uno de nosotros tomaría parte, quedando los demás como meros espectadores. Me dirigí a la gran vitrina que ocupaba casi por completo una pared y elegí los juguetes que usaría con ella, que al estar de espaldas no tenía conocimiento de lo que hacía. Tras dudar, opté por colocar primero un doble consolador de un tamaño mayor que un pene grande la parte destinada a su culo, y de un grueso poco menor que un puño la más grande. Al ver aquello Alba se retorció e intentó quejarse, pero nada comprensible salía de su boca, así que de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas, mientras una expresión infantil, vulnerable, cambió su cara.
Apliqué lubricante sobre aquello y pedí que alguien sujetara a la putita por la cintura. Una vez conseguimos inmovilizarla comencé a introducir aquella exageración, empujando despacio pero sin detenerme, mientras su dulce cara expresaba el tormento por el que pasaba. Casi había introducido por completo el juguete cuando al mirar su rostro sentí lástima por un momento, que se tornó excitación cuando de un último y fuerte golpe sentí que aquello había entrado por completo y podía sujetarlo ya con las correas, y así alejarme a contemplar aquello. A cierta distancia se veía su cuerpo retorcerse y convulsionarse, intentando acomodar ese objeto extraño. Dejé que su cuerpo se adaptase al castigo, mientras la miraba complacido.
Cuando acabaron los espasmos comencé con el siguiente castigo, para el que tomé dos pequeñas pinzas metálicas con los labios dentados, y que tras mostrarlas a la chica coloqué en sus pezones. Apretaban con mucha fuerza, provocándole un ataque de nervios y un pequeño desmayo. Un trapo impregnado de amoniaco la trajo de vuelta a la dolorosa realidad, ya más calmada. Decidí dejarla reponerse durante unos minutos y retirar el bozal de su cabeza para facilitar su respiración. Cuando terminé mi cigarrillo volví a centrarme en el cuerpo de Alba.
Ahora oía su respiración, fuerte y entrecortada, pudiendo disfrutar también de toda la belleza de su rostro. Tomé una fina y larga cadena que enganché a las pinzas que torturaban sus pezones, arrancándole quejidos y llantos que volvieron a ponérmela dura, situación no habitual a mi edad. Comencé ya con la parte final, colgando de la cadena varias pesas que estiraron sus pezones, llegando esta vez a provocar fuertes gritos de dolor que nos estremecieron tanto como nos calentaron. Miré su cara otra vez, y ella respondió con una mueca de dolor e incomprensión, tras lo cual comencé a retirar todo lo que en su cuerpo había colocado.
Terminado esto soltamos sus ataduras y la tendimos sobre una cama, mientras Gerardo marchaba a por el botiquín. Curadas sus heridas la dejamos dormir hasta la mañana siguiente, cuando en agradecimiento aumentamos la cantidad inicial sustancialmente, ofreciéndole participar en otra ocasión, adoptando ya otro papel en el juego. Tras esto, una oferta económica que la hizo aceptar al instante, pasando así a formar parte de nuestro selecto club.