Seis meses
No es fácil escuchar algo así de un médico. No es fácil aceptar que tu futuro deja de ser incierto para convertirse en algo seguro: vivirás seis meses. Todos moriremos. Pero el no saber cuando nos facilita bastante el soportar la vida.
¿Seis meses?, ¿está seguro?
Lo estoy. Lamentablemente lo estoy.
No es fácil escuchar algo así de un médico. No es fácil aceptar que tu futuro deja de ser incierto para convertirse en algo seguro: vivirás seis meses. Todos moriremos. Pero el no saber cuando nos facilita bastante el soportar la vida.
Alguna vez había pensado que haría si le quedaran seis meses de vida. Igual que había pensado qué se llevaría a una isla desierta, o qué haría si le tocara la lotería. Pero ahora no se trataba de un juego para entretener su mente. Era real, le quedaban seis meses de vida.
Dio un rodeo antes de ir a casa, el necesario para llegar hasta el parque en la cima de la colina. Siempre le había gustado aquella vista. La ciudad ahí abajo, con sus problemas, su rutina, como de juguete. Era una imagen mental que le ayudaba a relajarse. "Tranquilo viejo, mira, si la vida es un juego, ahí abajo está el tablero, ahí abajo queda todo". Un juego, sí. Un juego cuya partida se acababa. Y él no era el ganador.
El paseo por el parque no le ayudó a organizar su mente. Demasiadas ideas, demasiados recuerdos, demasiadas intenciones, demasiado de todo. La cabeza era un hervidero de pensamientos que, con su ida y venida, le martilleaban las sienes. Era tarde y no quería preocupar a su mujer, por lo que caminó, casi arrastrándose, hacia su casa.
El suave olor de de la cena llegó hasta su pituitaria. Huevos con chorizo. Algo simple, pero era su comida favorita. Por un momento se olvidó de los malditos seis meses y sonrió al pensar en lo bien que le salían los huevos con chorizo a su mujer. Recordó, mientras subía la escalera, lo mal que cocinaba cuando se casaron. De eso hacía ya más de cincuenta años. ¡Cincuenta años!. Años de subidas y bajadas, duros, de lucha, de vaivenes, de contrariedades. Pero, sobre todo, cincuenta años de amor.
Abrió la puerta. La madera, vieja y carcomida, pareció quejarse, como pidiendo un descanso después de tantos años de uso. Le recordó a su cuerpo. También se había quejado. Sólo que a él le había dicho "basta ya, aquí me quedo". Y le había puesto fecha límite.
¿Qué tal tu dominó? ¿Ha habido revancha?
Contempló a su mujer, que esperaba en la cocina, terminando de freír el huevo y los trozos de chorizo. Hoy llevaba el pelo suelto. Con arrugas, el pecho caído, los muslos anchos, varices en las piernas, manos huesudas y, a pesar de todo, le seguía pareciendo preciosa. Seguía viendo a aquella chiquilla de 16 años hija del maestro que le miraba pícaramente en el parque hace cincuenta años.
Se sentó en la mesa dejando la gorra a un lado. Su mujer colocó el plato delante de él y acercó la barra de pan.
Estás muy callado. ¿Ha pasado algo en la partida?
Levantó la vista del plato y su mirada se clavó en el rostro de ella. Su boca, sus ojos, sus pómulos, el pelo suelto Ella no tenía setenta años. Tenía veinte. Seguía siendo la mujer que amaba, sin importar su físico.
Esther ¿cuánto tiempo llevamos juntos?
¡Uy!... pues no sé. Una barbaridad no sé ahora, creo que cincuenta y tres años. ¿Y eso, a qué viene ahora?
¿Sabes? Durante estos cincuenta y tres años no he dejado de amarte ni un solo día. Ni uno.
Ella se quedó en silencio sosteniendo la mirada de él. No habló, pero entre ellos se estaban diciendo mil cosas.
Lo sé. Y yo no te he dejado de querer ni un minuto, mi vida.
Tomó su mano y la apretó todo lo fuerte que su artritis la dejaba, intentando que las lágrimas no afloraran a sus ojos, aunque no pudo evitar cierto temblor en la barbilla.
Has sido el mejor regalo que me ha hecho la vida. Lo mejor, lo mejor que he tenido.
Ya ¡tonto!... me vas a hacer llorar.
No es llorar lo que quiero hacerte ahora.
¡Ja, ja, ja, ja! Pero bueno ¿qué te pasa hoy?
Me pasa que no son huevos con chorizo lo que me apetece cenar hoy
¡Pero bueno!... ¡qué cosas tienes!... ¡a nuestra edad!
Sigues siendo una niña
Por favor
Vamos a la habitación
Con las mejillas coloradas y avergonzada casi no se atrevió a preguntar:
¿Lo dices en serio?
Él no contestó. Se limitó a levantarse y, sin soltar su mano, la obligó a seguirle al dormitorio.
Por la mañana se levantó silbando. Se duchó y afeitó cantando canciones de su época de estudiante. Se miró al espejo al peinarse y le pareció que tenía 20 años menos. Se vistió intentando no hacer ruido para no despertar a su esposa, que aún dormía, cansada de la ajetreada noche. Habían estado diez años sin hacer el amor, pero parecía que habían sido dos días. No tenían la pasión de dos veinteañeros. Tampoco el cuerpo de dos adolescentes. Pero lo habían suplido con el amor que se profesaban.
Al salir de la habitación su mujer habló adormilada.
No te entretengas, sube rápido ya sabes lo que me gustaba que me hicieras mimos cuando me despertaba después de haber hecho el amor.
Te he despertado duerme, anda, que es muy pronto, queda mucha mañana.
Sí, es temprano, pero sólo tenemos seis meses.
Quedó petrificado con el picaporte de la puerta en la mano.
¿Lo sabes?, ¿cómo ?
El doctor.
¿Te llamó?, ¿qué derecho tiene ?
No. No me lo ha dicho. Fui yo quien le pidió que te lo dijera.
¿Cómo?, ¿qué estás diciendo?
Sí. No te quedan seis meses de vida. Estás perfectamente como anoche me demostraste.
Tuvo que sentarse en la cama para poder digerir mejor lo que su mujer le decía.
Pero pero qué dices. ¿Por qué?, ¿qué sentido tiene todo esto?
Porque era antes cuando te estabas muriendo, no ahora.
¡Estás loca!... ¡qué dices!
Sí, era antes cuando te estabas muriendo. Rutina, aburrimiento. Siempre lo mismo. Te limitabas a dejar correr la vida.
Eso no es cierto
Lo es. Casi diez años sin hacerme el amor. Por la mañana el paseo. Por la tarde la partida. Día tras día. Dejando todo escapar, viendo como tu más preciado tesoro escapaba entre tus dedos sin que siquiera hicieras un gesto para atraparlo. Tenía que hacerlo. Tenía que hacerte comprender que aún podemos aprovechar la vida, hacer muchas cosas. Tenía que hacerte ver que no estamos muertos. No, todavía no.
Su mujer le contempló en silencio durante unos instantes que parecieron horas. Tan sólo sus sollozos rompían la tensa quietud de la habitación.
De repente se levantó y se dirigió hacia ella, que le contempló en silencio, expectante y con la angustia reflejada en su cara.
La abrazó y la besó. Porque a ella le gustaba que la hiciera mimos cuando se despertaba después de hacer el amor.