Segundo encuentro en la habitación del hotel

Es la segunda vez que quedamos. Hoy vas a saber lo que es sentirte como una muñeca hinchable. Vas a conocer la humillación y la anulación total de tu voluntad. Vas a confundir dolor, placer, frío, calor, humedad y asco en una sola sensación mezclada difícil de describir, pero que te hará alcanzar el momento de mayor intenso placer de tu mierda de vida.

Es la segunda vez que quedamos. Hoy vas a saber lo que es sentirte como una muñeca hinchable. Vas a conocer la humillación y la anulación total de tu voluntad. Vas a confundir dolor, placer, frío, calor, humedad y asco en una sola sensación mezclada difícil de describir, pero que te hará alcanzar el momento de mayor intenso placer de tu mierda de vida.

Vuelvo al apartamento tarde, sobre las 1.30 de la madrugada, después de haber estado en el teatro. Consulto whatsapp y veo que estás en línea.

-          Quiero usarte

-          Señor, es tarde

-          No me dices nada que no sepa. Ven

Sabes que no puedes desacatar la orden. Ya establecimos los castigos que conlleva la desobediencia, y no quieres imaginarte sufriendo dicho castigo. Aceptas, pues.

-          Qué ropa llevo, señor?

-          Ponte ese camisón negro que me enseñaste en una foto. Y las medias con liguero. Coge también unas braguitas cualquiera del cesto de la ropa sucia y póntelas. Encima, ponte un abrigo. Y los zapatos de tacón.

Te quitas el pijama que llevabas, dejándolo tirado en el sofá. Debajo no llevas ropa interior, por lo que te quedas completamente desnuda y vas así hasta tu dormitorio. En el armario localizas rápidamente el camisón y las medias con liguero. Te lo pones. Luego sacas unas bragas sucias directamente del tambor de la lavadora, que tenías ya cargado para poner a la mañana siguiente. Te las acercas a la nariz. Huelen a ti, sin duda. Te las pones.

Te sientas en una silla y te pones los zapatos. Haciendo resonar el sonido de los tacones a cada paso, sales para la calle. No habrá un solo vecino que no haya escuchado tu salida nocturna.

Un Cabify te permite llegar a mi apartamento en apenas 10 minutos.

La puerta está abierta. Pero el apartamento está casi completamente a oscuras. Solo algunas velas iluminan las aristas de las paredes y de los rodapiés del suelo. Guiándote por ello avanzas hasta el centro del salón. Al llegar humillas la cabeza y cierras los ojos. Yo aparezco detrás de ti, y te pongo una venda en los ojos. Luego te pongo una correa con una bola en la boca. Seguidamente desabrocho tu abrigo y lo dejo caer al suelo.

-          Ven, siéntate en el sofá a mi lado

Te doy la mano para acompañarte hasta el sofá.

-          Tu misión hoy es fácil, al menos de momento. Solo debes permanecer aquí sentada, sin hablar. No es más.

Asientas con la cabeza. Y al instante notas como el primer hilo de saliva se desliza lentamente desde tu boca, que la bola mantiene permanentemente abierta.

Mientras, he empezado a tocar delicadamente tus pechos y tus pezones por encima de la tela del camisón. Al sentarte, su tela ha dejado tus muslos al desnudo. Los observo. Aparecen tersos y de piel muy clara, como es tu cuerpo.

Me levanto para servirme una copa de vino y acercarme un paquete de cigarrillos y un cenicero. Vuelvo a sentarme a tu lado. Bebo un buche largo de vino blanco, que retengo en la boca. Luego acerco mi boca a tu cara, y lo derramo por ella. Recorre tu nariz y boca, cayendo en hilos dorados hasta el interior de tu escote, donde desaparecen. Aunque no los veo, pero llegan hasta tus braguitas. Repito eso mismo dos veces más. Al poco, tu cara, tus pechos, tus braguitas y tu coño están empapados de vino, oliendo a alcohol.

Es entonces que me enciendo el primer cigarrillo, echándote una intensa bocanada de humo directamente en la cara. Toses, y la bola de la boca te hace escupir involuntariamente la saliva que tenías retenida dentro. Ésta se mezcla con el vino en el interior de tu escote.

Lamo tu cara, tus labios y tu barbilla, que saben a alcohol, saliva y tabaco. Mientras tanto, he metido una mano entre tus piernas. Al sentirla, separas los muslos tanto como puedes. Agarro tus braguitas con la mano y tiro fuertemente para fuera de ellas. Se rasgan. Para poder arrancártelas meto la mano debajo tu culo, que alzas asustada, al no esperar ese movimiento mío. Aprovecho esa leve inclinación para colar la mano hasta la parte posterior, y agarrar las bragas por el elástico de la parte trasera. Vuelvo a tirar, y esta vez te las saco hasta medio muslo. Ya luego con las dos manos las deslizo hasta tus pies, y te las saco.

Me las acerco al a nariz. Las huelo. Luego a la boca, las lamo. Están empapadas, no solo de vino, también de tus flujos.

-          Veo que estás desaguándote por el coño, putita.

Intentas hablar, a pesar de la bola que ocupa casi toda tu boca. No obstante, antes de que termines la ininteligible frase un guantazo restalla en tu mejilla. La bola que tienes dentro de la boca ha hecho que el golpe sea más doloroso aún.

-          Te dije ‘sin hablar’, recuerdas?

Asientes con la cabeza. Un grueso hilo de saliva vuelve a descolgarse de tus comisuras. Te lo recojo con dos dedos de mi mano derecha, y te los introduzco directamente en tu coño.

Suspiras en silencio al notar los dedos en tu interior.

Ahora vuelve la tranquilidad, y durante largo rato continúo tocándote suavemente el cuerpo por encima del camisón, mientras sigo bebiendo y fumando pausadamente.

Llegas a relajarte, reclinándote incluso en el respaldo del sofá. Pero justo en ese momento me levanto y meto bruscamente cuatro dedos de mi mano derecha en tu coño, como si fuese un asidero, y tiro de él, tiro de ti. Te levantas asustada y dolorida. Ahora, tirando de la tela de tu camisón te hago andar por el apartamento. No sabes dónde vas, te sientes un poco mareada por el humo, la oscuridad y lo desconcertante de la situación. Tropiezas por dos veces con las paredes al avanzar sin ver.

Finalmente llegamos hasta donde quería llevarte. Estamos en el cuarto de baño.

Abro la puerta de la ducha y te introduzco dentro. Te pongo las manos por detrás del cuerpo, y te las anudo con el cinturón de un albornoz. No sabes qué va a pasar, pero te lo empiezas a imaginar cuando escuchas correr el agua de la ducha.

Cojo el mango de la ducha y lo dirijo directamente hacía tu cuerpo, sin previo aviso.

El agua sale helada y no puedes evitar gritar al sentir el intenso frío en tu cuerpo. El grito es en realidad un semi-gruñido, pues el pedazo de plástico que tienes en tu boca no te permite otra cosa.

Tratas de esquivar el chorro de agua, pegándote contra la pared de la ducha, pero dirijo el grifo contra ti, y sigo empapándote, a la máxima fuerza del agua, que no solo está fría, sino que incluso duele golpeando sus finos chorros sobre tus pechos, tu vientre y tu cara.

Tras pasar unos segundos, el cuerpo se ha hecho al frío, y ya deja de importarte la temperatura del agua, y empiezas a disfrutar el juego. Cuando dirijo el chorro de agua hacía tu coño, gimes. Te lo acerco tanto que llego a introducir el agua a presión en su interior y te parece la más dulce penetración que recuerdas en mucho tiempo.

Entonces paro un momento el agua y te libero el nudo del cinturón que ataba tus muñecas.

Al tener los brazos y manos libres las diriges inmediatamente a tu entrepierna y tu sexo, y empiezas a masturbarte desesperadamente con ambas manos.

Sonrío y te felicito por tu desesperada iniciativa.

Vuelvo a coger el grifo de la ducha, y te apunto al cuerpo nuevamente, ahora mientras te masturbas. Pero esta vez pongo el agua caliente, casi al máximo. En pocos segundos pasa de estar fría a estar templada y a estar ardiendo.

Parece no importarte. Tu cuerpo enrojece con el calor, pero tú sigues sobándote tu coño y tu clítoris desesperadamente, ajena al mundo. Llegas a alcanzar 3 orgasmos casi consecutivos.

[Lo continuaré en otro momento...]

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