Segunda vez en un local liberal

Os contamos cómo fue nuestra segunda visita a un local liberal. ¿Quieres saber lo que hicimos?

Segunda vez en un local liberal

Autora: Lorena.

mariolorena40historias@gmail.com

Finalizando el verano y aprovechando un sábado que estábamos sin niños decidimos ir por segunda vez a un local liberal. Para esta ocasión buscamos un sitio diferente al que estuvimos la primera vez.

Antes paramos en la Cava Baja de Madrid para cenar algo en nuestros bares favoritos. Hay que ir con fuerzas por lo que pueda pasar, jeje.

Cuando llegamos al local nos quedamos un poco sorprendidos. Esa noche, aunque era sábado, podían entrar hombres solos. Esto no lo teníamos previsto, la verdad, y nos hizo dudar si entrar o no. Pero bueno, ya que estábamos allí… ¡¡pues entramos!!

Pasamos por el vestuario y tras desnudarnos dimos una vuelta por las diferentes salas envueltos en una toalla y en chanclas. La idea del local nos gustó pero había poco ambiente. Casi todos eran hombres solos, que daban vueltas en círculo buscando alguna presa.

Nos sentamos en una sala junto a la barra a tomar algo y charlar. No pudimos evitar hacer comentarios sobre los hombres con los que nos habíamos cruzado. La verdad es que algunos de ellos eran realmente patéticos.

Dimos una nueva vuelta por el local. Había entrado alguien más, pero seguía todo muy tranquilo. Donde más gente vimos fue en la piscina, donde dos parejas estaban charlando con otra que estaba fuera.

Nosotros nos metimos a la sauna. Cuando entramos no había nadie pero enseguida entró un joven tras nosotros. Dijo “hola” y se sentó junto a Mario. Seguimos charlando a lo nuestro tranquilamente hasta que decidimos salir y continuar con el paseo.

Mario me propuso darme un masaje en una de las salas donde había una especie de camilla. Me encantan los masajes por lo que no pude negarme. En la entrada nos dejaron un frasco con aceite y nos metimos en esa pequeña sala echando el cerrojo al entrar. Una ventana comunicaba nuestra sala con otra contigua. Mario me preguntó si quería que echáramos la cortina y le contesté que no. Total, tampoco creo que se viera mucho.

Mi marido se quedó dando la espalda a la ventana. Me cogió la toalla, la puso sobre la camilla y me ayudó a subir en ella. Aún no había terminado de ponerme boca abajo cuando pude ver a tres hombres asomados por la ventana.

Mario empezó el masaje por los pies. ¡Dios, qué maravilla! Yo tenía la cabeza girada hacia la pared por lo que no veía si había gente mirando o no. Simplemente estaba disfrutando de ese maravilloso masaje inesperado.

Mario fue subiendo por las piernas: gemelos, bíceps femoral, glúteos… De verdad, los masajes de Mario me derriten. Primero me relajan… y cuando llegan a cierta parte… no lo puedo evitar, ¡¡¡¡me pongo a fluir!!!! Y más en ese ambiente, pensando que tenía espectadores.

Entonces pasó a tocarme entre las piernas. Suavemente me fue acariciando los labios, disfrutando de lo fluido que estaba todo, para centrarse luego en el clítoris. A veces hacía un recorrido muy suave, rozándome sólo con la punta de los dedos; a veces me acariciaba algo más fuerte centrándose en el clítoris cuando paraba. ¡¡¡¡Puffff!!! Yo ya estaba súper cachonda cuando se me acercó al oído.

-       ¿Te gustaría recibir un masaje a cuatro manos?

-       Noooooo – contesté instantáneamente – ¡¡estás loco!!

Mario se acercó a la ventana. Yo me incorporé para mirar y vi cómo hablaba con el único hombre que había al otro lado del cristal. Entendí perfectamente decir a Mario “solo un poco de masaje”.

En unos segundos Mario descorrió el pestillo y le dejó entrar. Me puse súper nerviosa y casi no quise ni mirar. El chico tendría unos 30 años, de cara no era atractivo pero tenía un bonito torso musculado.

-       Empieza por los gemelos – le dijo mi marido.

-       De acuerdo – comentó él sin dirigirme la palabra.

Mario cerró, ahora sí, la cortina y se puso a la altura de mi cabeza a masajear mi espalda mientras el chico acariciaba cada uno de mis gemelos con cada una de sus manos. Nadie hablaba.

Reconozco que estaba un poco tensa, la verdad. Bueno, mejor dicho, muy tensa. Mi marido se centró en mi cuello y aquello ayudó bastante a ir relajándome. Sentía también una caricias por las piernas. Las manos de él no eran tan hábiles como las de mi marido pero me gustaba igualmente. Poco a poco fui empezando a disfrutar de lo que estaba pasando. Yo, ahí desnuda ante dos hombres, que no paraban de tocarme.

Mario debió hacerle algún gesto al otro hombre porque rápidamente pasó de acariciarme de rodilla para abajo a hacerlo más arriba. Las manos de mi marido bajaron de mi cuello a mi espalda, recorriéndome la columna y masajeando los costados hasta llegar a rozar mis pechos.

Aquello empezaba a excitarme más y más hasta que mi marido me hizo pasar el umbral de “no hay vuelta atrás”.

Mario, en uno de sus recorridos por toda la espalda no paró al llegar a la cintura y continuó con una de sus manos hasta mi coño. Me frotó fuerte todos los labios, se centró un momento en mi clítoris y me metió un dedo o dos.

Fue entonces cuando solté el primer gemido de la noche. No me lo esperaba… y me encantó. Mi marido empezó a follarme con los dedos. Al principio suave pero poco a poco fue haciéndolo con más determinación. El otro chico se puso a sobarme el culo y la espalda. Los gemidos salían de mi boca tras cada envite hasta que paró de golpe para volver a masajearme la espalda lentamente.

Mi respiración intentaba volver a su ritmo normal cuando noté otra mano acariciando mis labios empapados, despacio.

Mi marido se puso en el extremo de la camilla, junto a mi cabeza, mientras me masajeaba la espalda y el cuello. El otro chico estaba a un lado, a la altura de mi cintura,  cada vez con más confianza mientras me masturbaba lentamente con una mano y con la otra masajeaba mi culo.

Intenté incorporarme para buscar la polla de mi marido pero no me dejó, pidiéndome que siguiera tumbada.

Justo en ese momento volví a sentir unos dedos dentro de mi. Entraban y salían profundamente con muchísima facilidad. Se movían despacio frotándose por el interior de mi cuerpo a su voluntad. Salían casi por completo y volvían a entrar.

El ritmo tan lento me empezó a desesperar y comencé a mover mis caderas para agilizar la penetración. Mi desconocido amante entendió el mensaje y comenzó a acelerar sus movimientos. Ahora sí, ¡¡Qué placer!! Intenté abrir las caderas lo que pude para facilitar la masturbación hasta que empecé a notar cómo me llegaba el primer orgasmo de la noche.

El chico sacó sus dedos empapados, me dio un beso en el culo y oí cómo salió de la sala.

Mario rápidamente cerró la puerta y vino hacia mi quitándose la toalla. Según estaba tumbada comencé a chupársela con tremendas ganas mientras le pajeaba. En seguida salió toda su corrida que saboreé súper satisfecha.

Después de unos minutos salimos de la habitación como si nada y recorrimos de nuevo el local.

Seguía sin haber mucho ambiente, la verdad. Vimos alguna pareja en la piscina, donde un hombre solo miraba de arriba a abajo a las mujeres que pasaban por ahí. Pasamos junto a una pequeña sala donde había un columpio donde una pareja follaba con ganas. Mario quiso quedarse a mirar un poco pero le tiré del brazo y seguimos el recorrido hasta meternos de nuevo en la sauna.

Dentro estaba tumbada una chica joven sola. Entramos y tras saludar nos pusimos en el mismo rincón de antes. En seguida entró un hombre sin decir nada y se sentó entre la chica y Mario.

Mi marido y yo empezamos a besarnos lentamente. Eran unos besos muy suaves pero a la vez juguetones. Noté su mano meterse debajo de la toalla buscando mi entrepierna. Facilité un poco el acceso y al notar de nuevo sus dedos sobre mi clítoris aceleré el movimiento de mi lengua.

En eso entró otro hombre y paramos un poco. Se quedó de pie junto a la puerta e intentó entablar una conversación con la chica. Oírle hablar me incomodó un poco y le pedí a Mario que nos fuéramos.

Volvimos a la barra a tomar algo antes de entrar en la sala de “solo parejas”, de la que ya no salimos hasta que nos fuimos.

En la sala habían dos grandes “camas” con espacio para que estuvieran tranquilamente 8 o 10 parejas. En ese momento habían dos, una junto a la entrada y otra en el medio. Nosotros nos fuimos al final, a la segunda cama que era más pequeña.

Al principio estuvimos charlando un poco y viendo a las otras parejas. La más alejada, la que estaba junto a la puerta, era una pareja algo mayor que nosotros, que charlaba animosamente ignorando aparentemente lo que pasaba a su alrededor. En el centro la otra pareja era más joven que nosotros. Nos miraban de vez en cuando, les mirábamos… pero al parecer ya habían hecho lo que tenían que hacer. Cogieron sus toallas y se marcharon.

Entonces Mario pasó a la acción. Se deslizó por mis pechos, mi vientre, mis caderas… y acabó metiendo la cabeza entre mis piernas. Mis labios volvían a estar lubrificados, mi clítoris volvía a hincharse y de nuevo mi respiración se aceleró sin poder evitar soltar pequeños gemidos de placer.

Estaba a punto de pedir a mi marido que me follara cuando me giró indicándome que me pusiera a cuatro patas. Parece como si nos hubiéramos comunicado telepáticamente. En cuanto sentí como entraba la polla de Mario en mi cuerpo me dio un escalofrío que casi me hace desplomarme. Pufff, estaba súper excitada.

Mi marido me estaba follando con un ritmo suave lo que permitía que pudiera tocarme mientras lo hacíamos. En eso entró una pareja y se colocó cerca de nosotros, al otro del espacio que había entre las dos camas. Eran mayores aunque estaban muy bien físicamente. Él alto y ella bajita.

Mario empezó a darme más fuerte. Tuve que apoyarme sobre mis dos manos y hacer fuerza para mantener la posición. Tras cada empujón salía un gemido de mi boca. Era imposible poder evitarlo.

La nueva pareja nos miraba descaradamente. Él estaba boca arriba, hierático y ella, de rodillas tras él, se la chupaba sin perdernos de vista.

En un momento dado no pude aguantar más y mis brazos cedieron. Mario seguía follándome bien fuerte. En esta nueva posición volví a alcanzar mi clítoris con mis dedos y no tardé ni un minuto en correrme. Mario se dio cuenta y paró casi por completo. Yo me dejé caer del todo, quedando tumbada boca abajo.

La mujer de al lado cabalgaba a su pareja con ganas. Estaba sentada en cuclillas y no paraba de subir y bajar sus caderas, como si estuviera haciendo sentadillas. Ya no nos miraban. Él seguía igual de estático mientras ella gemía y gemía tras cada penetración. Mario se recostó sobre mi sin sacarla y los dos nos quedamos un rato viendo como nuestra vecina de cama llegaba al orgasmo.

Cuando ella se recostó junto a su pareja también lo hizo Mario junto a mi y ahí nos quedamos un rato charlando y disfrutando de ese momento de tranquilidad y complicidad entre nosotros.

Entraron dos o tres parejas más que se fueron colocando en la otra cama. Cada una a su aire, unas más activas que otras y todas disfrutando del momento. La pequeña y delgada madurita volvió a la carga. Se puso de nuevo a levantar el miembro de su pareja a base de lametones. Igual, el hombre seguía con los brazos en paralelo a su cuerpo sin moverse, incluso cuando de nuevo ella volvió a cabalgarle.

Mientras, Mario y yo nos seguíamos tocando muy suavemente. Yo pasaba mis dedos por el húmedo capullo de la polla de mi marido, manteniéndola firme, a la vez que él recorría uno de sus dedos por mis labios y mi clítoris, haciendo también que se mantuviera todo bien fluido.

Una pareja joven entró y se colocó a nuestros pies. Miraban descaradamente cómo follaban nuestros vecinos y cómo nos tocábamos nosotros. Sin embargo ellos no se animaron a interactuar en ningún momento.

La mujer madura se volvió a correr cabalgando a su pareja entre gemidos más o menos contenidos. Era una verdadera atleta, daba gusto verla, la verdad. Se levantó y se puso de pie en el espacio que separaba ambas camas para limpiarse. Estaba a escasos centímetros de mi y pude contemplar plenamente su cuerpazo mientras se pasaba una toallita por su entrepierna.

Se marcharon. Y tras ellos la pareja que estaba a nuestros pies.

Pedí a Mario que se pusiera boca arriba, perpendicular a la cama. Me senté sobre él dándole la espalda y de cara a las dos o tres parejas que quedaban en la sala me puse a cabalgar. Reconozco que ver a la pareja madura disfrutar a mi lado me puso a cien. Fue una maravilla llegar al orgasmo a la vez que mi marido.

Y ahí acabó nuestra segunda noche en un local liberal. Cuando volvamos a ir… os lo contaremos. Aunque ahora de lo que tenemos ganas es de quedar con una pareja y jugar los cuatro.

¿Alguien se anima?

;-)