Segunda cita con hans

Después de aquella primera cita con Hans, Mar vuelve a quedar con él pero ahora será diferente.

SEGUNDA CITA

Después de la terrible enculada, Mar estaba dolorida. En la ducha estuvo dándose un lavado con agua fría, luego se puso una crema astringente para combatir los “destrozos” provocados por el disfrute con su vecino Jaime. Tumbada en el sofá sin ver nada concreto en la televisión, le daba vueltas a la cabeza sobre la posibilidad de escribirle a Hans contándole su experiencia anal, como él le había pedido.

No lograba entender la atracción que sentía por aquel tipo. El hecho de que fuera un completo desconocido con el que mantenía un intercambio de información de carácter sexual que les excitaba a ambos hasta convertirse en la musa del autor, era algo que le producía un morbo inexplicable. Decidió leer el último relato que Hans había subido a la web. Volvió a excitarse con aquella mujer madura que era forzada a tener sexo oral en el cuarto de contadores de su edificio por el hijo macarra, y más joven que ella, de su vecina.

Se volvió a imaginar siendo ella la protagonista. Se imaginó que era Hans el que la llevaba hasta aquel cuarto oscuro y le metía la polla en la boca a la fuerza. Se imaginó casi desnuda, arrodillada ante él y con manchas de semen por su cara… Fue entonces cuando decidió enviarle un correo electrónico, su único medio de comunicación, contándole como Jaime, su vecino buenorro y al que conocía tan solo de veranear en el piso de al lado, le había partido el culo literalmente mientras la forzaba contra una pila de hamacas, haciendo presión sobre su vientre. No se dejó ningún detalle, incluso ese en el que el hombre le violaba el ombligo metiéndole el dedo hasta el límite del dolor.


El viernes, tres días después de ser sodomizada por su vecino, volvió a quedar con él para echar un polvo. Aprovechando que su mujer iba a pasar la mañana fuera junto a su hijo, Jaime le envió un whatsapp a Mar la noche del jueves. Ella aceptó.

A las 11 de la mañana, vio por la mirilla de la puerta como Ana, la mujer de su vecino salía de casa. Cinco minutos después Jaime llamaba a su puerta. Ella le abrió desnuda:

-Joder, vaya recibimiento.

Mar le besó como respuesta. Y tiró de él hacia su dormitorio. Lo obligó a tumbarse en la cama, aún deshecha. Ella se arrodilló delante de él y bajó su pantalón deportivo liberando una polla totalmente recta de la que sobresalía un capullo en forma de flecha, amoratado. Mar no se lo pensó dos veces, lamió aquel pene desde la base hasta la punta antes de escupir en la cabeza y metérsela en la boca. El hombre suspiró de satisfacción al sentir el calor de la boca de su vecina. Su polla se derretía allí dentro.

Mar se sintió poderosa. Jaime estaba a su merced. Movía su cabeza a lo largo de la polla de aquel hombre sin dejar de mirarlo con cara de puta viciosa. El tipo la miraba cada vez más excitado. Cuando Jaime creía que no se podía chupar mejor, su vecina logró introducírsela más allá de su campanilla. El hombre notó como el glande se encajaba en lo más profundo de la garganta de ella. Antes de provocarse arcadas, la mujer se la sacaba. Algunos hilillos de saliva pendían desde su boca hasta el capullo. Tomaba aire, le escupía y volvía a empezar, mamada y garganta profunda:

-Sigue, guarra. Sigue que me corro.

Ella aceleraba notando como la cabeza de la polla se encajaba y desencajaba de su garganta provocando un ruido líquido muy excitante. Jaime la agarró por la cabeza y comenzó a follarle la boca a Mar que se dispuso a tragar cuanto pudiera de la corrida. Con un grito, Jaime comenzó a eyacular varios chorros de espeso esperma. La mujer tragó los dos primeros mientras él le aguantaba la cabeza para que no dejara de chupar. Ella le agarró por los cojones y apretó como señal de asfixia. Los últimos chorros de semen fueron a dar en las tetas de Mar mientras ella por fin pudo tomar aire. Jaime quedó rendido.

Con su vecino tumbado en la cama fue Mar quien tomó la iniciativa. Comenzó a trepar por el musculado cuerpo de su amante que se dejaba hacer emitiendo pequeños suspiros cada vez que ella le dedicaba un mordisco. Ésta se entretuvo en los abdominales, recorriendo con su lengua cada músculo definido. Luego, en sus pectorales, mordió los pezones arrancando un grito de dolor:

-Puta no me dejes marcas. ¿Qué le digo a mi mujer?

Ella le miró con lujuria:

-Pues entonces calla y come.

Se colocó a horcajadas sobre la cabeza de Jaime. Mirando hacia abajo, le colocó su coño sobre la boca. Haciendo pasar su triangulo de vello púbico por su nariz y sus labios hasta acomodarse. Agarrada al cabecero de la cama, echó su cabeza hacia atrás. Su melena casi alcanzaba en esta postura su culo y se dispuso a disfrutar del sexo oral que le comenzaba a dar su vecino. El hombre hacía pasar su lengua desde el inicio de su vagina hasta el clítoris, sorbiendo todo el flujo vaginal que manaba de aquel coño ardiente.

Mar acompañaba cada pasada de él por su clítoris con un gemido. Notaba la lengua caliente de Jaime recorrer su sexo. Cómo partiendo desde el orificio anal recorría cada pliegue de su coño, introduciéndose en su vagina para succionar su jugo y terminar dando lametones a su clítoris henchido por la excitación. Las manos de él amasaron sus glúteos. Ella temió otra sesión de sexo anal salvaje.

-Muérdeme, la pipa, muérdemela. –Ordenaba Mar a su vecino.

El tipo apretó el clítoris de la joven modelo publicitaria entre sus dientes y comenzó a succionar, al tiempo que con una mano introducía dos dedos en su vagina y con la otra amasaba una de sus tetas para terminar pellizcando un pezón. El dolor se multiplicaba en distintos puntos. Ella respiraba entrecortada mirando hacia la cara del hombre y se agarraba a la cabeza de éste. Un calambre se disparó desde alguna de las terminaciones nerviosas de su clítoris, recorrió su columna vertebral para impactar en su cerebro. Esta descarga hizo que estuviese apunto de perder el conocimiento. Estaba teniendo uno de los orgasmos más intensos que recordaba y así lo anunció:

-Joder que me corro…

El hombre aceleró su lengua sobre el clítoris de ella. Y Mar intentó gritar de dolor/placer hasta caer rendida hacia delante. El hombre la levantó. Ella se dejaba hacer totalmente relajada. Jaime se incorporó y la sentó sobre su polla. La mujer se sintió ensartada por el mimbro de aquel tío. Ahora, ella se agarraba a sus hombros mientras él le comía las tetas, Mar intentaba botar ayudada por el empuje de él.

Mar apoyó sus manos sobre el abdomen musculado de Jaime y éste la escrutó. Sus maravillosas tetas se movían al son del ritmo que marcaba su cadera de amazona. A la altura del ombligo, el hombre descubrió que había un moratón alargado. Sin duda se correspondía con el apoyabrazos de las hamacas contra las que la enculó unos días antes. No pudo reprimir sus ganas de violarle, otra vez el ombligo.

Mar echó la cabeza hacia atrás, sintió como su melena casi alcanzaba su culo. De repente sintió que Jaime le introducía su dedo pulgar en el ombligo y comenzaba a fallárselo. Ya lo había hecho en el almacén de la piscina. Esto la excitó:

-¿Te gusta follarme por el ombligo? –Preguntó ella con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior al tiempo que suspiraba de gusto.

-Me encanta follarte por todos los agujeros.

El hombre después de un par de mete-sacas comenzó a introducir su dedo lo más profundo que podía. Mar estaba a punto de estallar otra vez en un orgasmo. Cinco segundos después ambos estaban gritando de placer. Jaime se corrió abundantemente en el coño de su vecina. Y esta volvió a caer rendida sobre los pectorales de su amante.

Aquel viernes por la tarde, el matrimonio formado por Jaime, Ana y su hijo pequeño, dieron por concluidas sus vacaciones y marcharon a su residencia habitual en Madrid. Mar se quedó apurando sus últimos dos días. Durante aquel fin de semana, todavía estuvo enviándole fotografías eróticas a su amante de verano. Él alabó, vía whatsapp, el cuerpo de ella, en la ducha, en una visión de su culo. Ella le comentaba que aún todavía, una semana después, le dolía después del castigo anal al que fue sometida por él. Le envió un par de ellas en la que se veía una especie de contoneo contra la pared de su ducha.

En otra, se intuía (y así se lo confirmó Mar) una masturbación con la alcachofa de la ducha. El cuerpo de la mujer se inclinaba hacia delante en el momento exacto en que le llegaba el orgasmo, Se apreciaban sus tetas con los pezones erectos por la excitación y su melena mojada tapando parte de su preciosa cara. Sus carnosos labios entreabiertos delataban un gemido de placer.

Para finalizar el reportaje, una en un precioso posado en la que la joven modelo aparecía semi cubierta por una toalla blanca. A todas ellas contestó Jaime con sinceros piropos y entregado a la excitación que le producía ver el maravilloso y sensual desnudo de su vecina veraniega.

El sábado por la noche la mujer volvió a ponerse en contacto con Hans. No lo hacía desde el miércoles. Sí había leído cada noche un relato de su autor favorito. Aquella noche Mar se decidió a contar con todo lujo de detalles los polvos que había echado con Jaime, su vecino. La conversación siguió durante muchos correos electrónicos.

El lunes, Mar se incorporó a su trabajo en el aeropuerto que combinaba con esporádicas sesiones fotográficas como modelo publicitaria. En los últimos meses había posado para un fotógrafo particular que le pagó bastante bien por una hora de trabajo. También había posado para una tienda de lencería. Ella sabía lo que producía en los hombres cuando la miraban y no pensaba desaprovecharlo. No tenía que rendir cuentas a nadie y el sexo le gustaba.

Le gustaba disfrutarlo provocando situaciones morbosas. Su imaginación siempre volaba más allá de la realidad. Fue así como conoció a Hans, el autor de relatos eróticos que ahora la tenía enganchada. Es cierto que la primera vez que dio el paso de conocerlo la cosa estuvo un poco (mucho) comprometida. Si el tipo hubiese sido un psicópata la hubiese matado. Bueno, no la mató pero la violó en su propia casa. Lo que no terminaba de explicarse es por qué se sintió tan excitada. La cuestión es que ahora volvía a sentir ganas de quedar otra vez. Pero estaba vez sin plantón.

Le envió un correo electrónico proponiéndole quedar el sábado siguiente. Lo volvió a emplazar en el mismo lugar donde la había dejado plantada, en la plaza del Triunfo, justo detrás de la Giralda. Delante de la Fuente de las Farolas. Pero esta vez él le dijo como iría vestido. Pese a que Mar nunca lo había visto, al menos si sabría como podría reconocerlo.

Mientras deambulaba por su casa haciendo tiempo para vestirse y acudir a la cita pensó si aquello era una buena idea. Recordó que había pensado lo mismo la primera vez. Quedar con un completo desconocido, y menos aún contactado por Internet, no era algo que a ella le gustase demasiado. Pero había entrado en una fase donde la curiosidad era superior al riesgo o el miedo. La primera vez la había violado, ¿qué le podía hacer en esta segunda cita? Por un momento se planteó seriamente si acudir o dejarle plantado. Solo existía un problema. Él sí sabía donde vivía ella.

Al otro lado del río Guadalquivir, Hans repasaba su último relato. Tras darle el visto bueno lo envió a la página web. Le llegó el correo con la confirmación de recepción y el mensaje de que en las próximas 48 horas estaría disponible para los usuarios. En él había descrito como imaginaba que sería la cita con su musa. Pero claro, entre la ficción y la realidad hay una gran diferencia y al autor le entraron las dudas. Pese a estar seguro de sí mismo la posibilidad de que no encajase con lo que ella se esperaba era una posibilidad. A fin de cuentas Mar era una preciosa chica que había ejercido de modelo publicitaria. Podría estar con cualquier tipo mucho mejor que él. El hombre también se planteó seriamente la posibilidad de no acudir. El problema era que ya le había dado plantón una vez y una segunda sería romper para siempre el contacto.

A las 8 de la tarde, Mar, vestida con un vestido corto de color negro, con el escote cruzado, se encontraba en el lugar acordado. Un minuto después se fijó en un tipo que venía andando por la calle Don Remondo en dirección a ella. La mujer le miraba con atención. El hombre era de una altura superior a la media. De andares seguros, tenía un porte elegante, con la espalda totalmente recta pese a su altura. Vestía una camisa blanca remangada hasta el codo, con un pantalón vaquero que rellenaba bastante bien. Unas gafas de sol Ray-Ban Wayfarer negras tapaban sus ojos. En su cara se apreciaba una belleza discreta de facciones suaves.

El hombre seguía hacía ella y se le empezó a dibujar una media sonrisa en su cara al tener un contacto visual con Mar. La mujer dudó por un instante que fuera Hans en persona. Se lo había imaginado con otro aspecto. Menos elegante, más mayor. Solamente su pelo plateado delataba que pasaba la cuarentena. Su cuerpo aparentaba mucho menos edad. Sin estar musculado se apreciaba a simple vista que se cuidaba:

-¿Mar? –Le preguntó el hombre cuando estuvo cerca de ella.

-Si. ¿Y tú eres Hans?

Él se quitó las gafas y dos ojos color miel la miraron sin saber muy bien si debía besarla en el saludo o no. Durante unos segundos estuvieron torpemente intentando solucionar la situación hasta que, riendo por el malentendido, logaron besarse en las mejillas dos veces:

-¿Tienes pensado algún plan, algún lugar al que te apetezca ir? –Preguntó Hans.

-No, la verdad es que no lo había pensado.

-Bueno pues entonces vamos a tomar algo a un lugar por aquí cerca y ya vamos viendo.

Hans marcó una ruta rodeando la Giralda por la calle Alemanes que prosiguió por Hernando Colón hasta llegar a una cafetería, Picalagartos. Entraron en aquel local antiguo de aire alternativo que Mar no recordaba haber visitado en su vida. Sentados en unas sillas de hierro pidieron al camarero un par de cervezas. Después de un par de comentarios banales sobre la temperatura les llegó la bebida. Ambos quedaron mirándose. Mar tenía ante sí a un tipo maduro, pese a que su aspecto dijese lo contrario, que la había excitado mediante relatos eróticos hasta haberla violado en su propia casa. Él conversaba por primera vez con una preciosa mujer, veinte años menor, con la que había estado intercambiando correos electrónicos durante el último mes. Y a la que había forzado a tener sexo en su propia casa. El hecho de no denunciarle y seguir manteniendo el contacto le había dado luz verde a seguir con el juego.

Por fin Hans rompió el hielo de un silencio que amenazaba con arruinar la cita. Comenzó alabando la figura de ella y cómo se excitaba con cada mensaje que recibía. Cómo, en persona, ganaba.

Mar por su parte, le comentó la agradable sorpresa que le había supuesto su físico. Alejado de lo que ella se había imaginado cuando él le dijo su edad.

Poco a poco la conversación fue fluyendo. Ambos se fueron relajando y dejando que el diálogo fuera llegando al tema sexual que les había hecho encontrarse:

-Escribo relatos eróticos desde hace mucho tiempo. En ellos hay situaciones reales que he vivido, fantasías y guiños a mujeres que pasaron por mi cama. Siempre camuflados para que nadie, excepto ellas en caso que los lean, se vean perfectamente identificadas.

-A mi me excitó mucho ese en el que unos atracadores abusan de una modelo. No sé, quizá porque la situación me permitió ponerme en el lugar de la chica… Alguna vez he fantaseado con algo similar.

-¿Te gusta leer sobre sexo?

-Sí, me excita. Pero no vayas a pensar que estoy todo el día pensando en lo mismo –aclaró ella mientras Hans la miraba a los ojos con la cabeza apoyada en su mano derecha–, de vez en cuando entro a leer y cuando me excito con algún relato acabo….aliviándome…

El hombre rió, ante el eufemismo utilizado por Mar. La imaginó sobre su cama introduciéndose algún consolador mientras leía sus relatos. Suspiró y comenzó a notar que su polla reaccionaba a este pensamiento.

Su altura le hacía variar de posición en aquellos asientos demasiados pequeños. Le propuso a Mar invitarla a cenar. Ahora la situación era bien diferente al inicio de la cita. Había más fluidez y entendimiento entre ellos. Ambos se pusieron de pie y se dirigieron a la barra. En un espejo justo de tras de ésta se reflejaba la imagen de la pareja. La diferencia de altura era considerable. Hans calculó que Mar mediría sobre metro sesenta y cinco, lo que unido a sus metro noventa y uno daba una diferencia suficiente para que ella alcanzase a su hombro y se viera obligada a mirar hacia arriba cada vez que hablaban.

En busca de algún lugar donde tapear evitaron pasar por la Plaza del Salvador. Hans intuyó que Mar no querría una exposición para evitar dar explicaciones ante conocidos que pudiese encontrarse, en ese momento, en la siempre concurrida plaza. Optaron por un italiano. Allí siguieron hablando de sus correos:

-Entonces ¿te gustan los relatos de dominación? –Preguntó Hans.

-Sí, la verdad es que me excitan muchas otras situaciones pero la dominación es algo con lo que he fantaseado alguna vez. Incluso mientras lo hago con alguien.

-¿Y no te has animado a escribirlos tú?

-No, nunca. Lo que imagino es demasiado personal y me da un poco de corte.

-La exposición pública siempre es jodida –comentó el hombre–, en mi caso recibo críticas de todo tipo. Malas, regulares y algunas tan buena como la tuya. Fíjate, que nos ha traído hasta aquí.

El hombre levantó su copa y le ofreció un brindis que Mar aceptó. Tras hacer chocar las copas bebieron y se quedaron mirando uno a otro. Entre ellos, después de la frialdad inicial, empezaba a existir cierta complicidad. Pese a no conocerse de nada y pretender que la situación siguiera así. Entendieron que el anonimato era lo mejor de momento. A fin de cuentas lo suyo era una atracción sexual, nada más.

Después de un rato de agradable conversación regada con un par de gin-tónics por cabeza, Mar aceptó la invitación de Hans de tomar la última en su casa. La cita había ido bastante bien y, aunque la mujer tenía sus reservas, desde hacía un tiempo se sentía totalmente atraída por aquel autor de relatos eróticos. Estuvieron andando un rato por calles estrechas. Por fin pararon frente a un portal con puerta de madera que daba acceso a una escalera. Estaban cerca de la Alameda de Hércules. Una casa antigua.

Una vez dentro, la pareja se miró a los ojos, el beso fue inevitable. Ambos lo deseaban desde hacía horas. Hans, desde la posición dominante que le daba su altura, cogió la cara de Mar entre sus manos, la miró fijamente:

-Eres preciosa. –Y la besó apasionadamente.

La mujer se dejaba hacer encantada de sentirse deseada y deseando de compartir experiencia sexual con aquel hombre.

Hans la giró hasta colocarse justo detrás de ella. Con los ojos cerrados se dejaba besar y morder el cuello mientras era empujada con delicadeza hasta el dormitorio.

De nuevo enfrentados, comenzaron a desnudarse mutuamente. Sin prisas, fueron quitándose las ropas. Ella desabotonó la camisa blanca de él descubriendo un torso rasurado. No tenía un cuerpo espectacular, su musculatura se definía levemente pero tampoco tenía la “barriga cervera” propia de muchos hombres de su edad. Mar pasó sus manos por el tronco de Hans y no pudo resistirse a morder los pezones de él que suspiraba excitado.

Comenzó el hombre a bajar la cremallera del vestido de ella y deslizarlo suavemente por su cuerpo hasta dejarla tan solo con un conjunto de lencería negra. Un sujetador de encajes realzaba sus maravillosas tetas mientras que un tanga diseñado a base de tiras apenas cubrían su sexo con un pequeño triangulo mientras entre sus espectaculares glúteos se perdía otra de las tiras:

-¿Estás dispuesta a probar al dominación? –Le preguntó Hans.

-Sí. Si he llegado hasta aquí es para no echarme atrás. –Confirmó Mar.

Hans la sentó al filo de la cama. Hizo que se desnudara totalmente y le ató las manos a la espalda. Después se colocó de pie frente a ella. Se bajó los pantalones quedándose solamente con un bóxer negro en el que la polla erecta pelaba por liberarse. De un tirón se bajó la prenda dejando que su miembro saltase como un resorte a pocos centímetros de la cara de la mujer. Era una polla recta, con un glande gordo. Mar miró con media sonrisa a Hans y acercó su boca hasta el falo para introducírselo en la boca. Los carnosos labios de Mar besaron la polla antes de abrazarla poco a poco. El hombre sentía la humedad caliente de la boca de aquella joven modelo de lencería. Echó la cabeza hacia atrás mientras ella conseguía calzarse cada uno de los centímetros de su polla hasta la campanilla. Lentamente comenzó a sacársela hasta el capullo para volver a hacer el recorrido inicial. En cada pase aumentaba el ritmo de la mamada que estaba llevando a Hans a la gloria, y sin tocarla con las manos.

El autor agarró la cabeza de Mar para penetrarle la boca. Comenzó a coger ritmo, cada vez más rápido. Notaba la respiración forzada de ella, que permanecía desnuda sentada ante él con las manos atadas a su espalda. No le daba respiro y la mujer comenzó a sentir arcadas. Cuando parecía que ya no aguantaría más, el hombre paró y se la sacó de la boca. Unos hilillos de babas salían de los labios de Mar hasta el capullo de la polla de Hans. En los ojos de ella habían aparecido algunas lágrimas. Ahora toma aire con fuerza.

Hans sacó de un mueble un vibrador y se lo dio a chupar a Mar. Ella lamió con ansias:

-Esto no ha hecho más que empezar. –Anunció el hombre.

Con aquel dildo lubricado por la saliva de ella, se lo fue introduciendo en la vagina. Arrodillado, le separó las piernas para observar aquel coño solamente cubierto por un triángulo de vello sobre el monte de Venus que el pareció irresistible. Hans besó aquellos labios y pasó su ardiente lengua hasta conseguir abrirlos y rozar el clítoris de Mar. Ella no pudo evitar soltar un suspiro de satisfacción. Luego abrió un poco más las piernas para facilitar la penetración de aquella polla de goma.

Mar fue inspirando a medida que aquel juguete iba avanzando cada centímetro dentro de su coño. Gritó cuando el hombre presionó para introducírselo entero. Luego, pulsó una especie de rueda en su base para ponerlo a vibrar. La sensación de la mujer era agradable y de excitación creciente. Hans se colocó de pie y observó las tetas de la mujer.

Eran de un tamaño considerable, con una gran aureola de color marrón claro, y coronadas por un pezón que ahora se erguía erecto. El hombre no dudó en pellizcarlos y retorcerlos hasta que ella sintió dolor. Antes de que se pudiera quejar abofeteó cada una de aquellas mamas. Luego las amasó, clavando sus dedos en ellas. El vibrador seguía haciendo estragos en la libido de Mar mientras el hombre le provocaba un dolor en sus tetas que le gustaba:

-¿Te gusta que te pegue en las tetas?

La mujer apenas podía articular palabra. Hasta ese momento, la habitación permanecía en silencio solo roto por el ruido monótono y ahogado del vibrador funcionando dentro de su vagina y el sonido de las bofetadas sobre sus tetas:

-Sí… -acertó a contestar Mar con un hilo de voz.

El hombre volvió a pellizcar los pezones de la mujer y a tirar de ellos hacia arriba hasta levantarla levemente de la cama. La mujer resoplaba. Cuando la soltó volvió a abofetear las tetas hasta que enrojecieron. Sin saber como, el vibrador ahora se movía a más velocidad lo que la estaba llevando a una situación de éxtasis máximo:

-Fóllame. Cabrón, Méteme la polla. –Exigía Mar

-Espérate, perra. –La insultaba Hans.

La mujer intentó alcanzar la polla de él con la boca pero Hans se lo impidió y volvió a clavar sus dedos en sus tetas al tiempo que se agachaba para besarla y morderle el labio inferior. De nuevo pellizcó los pezones para tirar de ellos. A Mar el dolor se le había transformado en placer. Deseaba que aquel tipo le arrancase los pezones mientras se corría de gusto con el vibrador en su coño.

Hans se separó de ella para coger otro juguete. La tumbó bocarriba en la cama, todavía con las manos atadas a la espalda lo que no la dejaba en una posición demasiado cómoda. Ante ella, le hombre blandió una especie de látigo con tiras de cuero de pequeño tamaño. Sin previo aviso fustigó el vientre de Mar dejando, a la altura de su ombligo, una bellísima marca enrojecida. La mujer gritó de dolor e intentó protegerse adoptando una posición fetal. Hans la obligó a estirarse y volvió a fustigar con fuerza el vientre de Mar.

El hombre se inclinó junto a ella para morder uno de sus pezones mientras seguía fustigando el vientre de la mujer, muy cerca de su cara. El vibrador seguía en movimiento dentro de su coño. Ella gritaba. Estaba muy cerca del orgasmo.

Cuando estuvo a punto de desgarrar el pezón derecho, Hans, lo soltó y se incorporó. Soltó el látigo y comenzó a dar palmetazos en el abdomen de Mar que comenzaba a estar de un rojo intenso. Con la otra mano comenzó a follarla con el vibrador. Agarrándolo por la base, lo introducía hasta el fondo para luego sacarlo y repetir la operación. Cada vez más rápido.

En la cabeza de Mar la situación se volvió insoportable por excitante. Sus muslos comenzaron a sentir calambres de placer, movía las piernas intentado cerrarlas entorno a la mano de Hans que seguía moviendo el vibrador a toda velocidad. No dejaba de dar palmetazos sobre su vientre y el orgasmo de Mar no se pudo contener más.

La mujer boqueaba intentado gritar pero de su garganta apenas podía salir un sonido gutural ahogado. Hasta que por fin, una ola de placer la arrastró de manera incontrolable. Sus piernas se aflojaron, su voz salió en grito y su coño se inundó de flujo manchando la mano de Hans. Su cuerpo se relajó. El hombre paró de palmearle el vientre y de introducirle el vibrador. Unos últimos espasmos de su cuerpo le señalaban que el orgasmo había sido intenso. Notaba como ardía su vientre enrojecido por el látigo y los palmetazos que le había propinado Hans.

Pero antes de lograr relajarse, Hans se colocó entre sus piernas. Se las abrió y colocó la cabeza de su polla en la entrada de su vagina. Sin previo aviso, el hombre la penetró de un tirón haciendo que una nueva ola de placer se le viniese encima a la mujer. El hombre comenzó a penetrarla con fuerza. El sonido característico del choque de su pubis contra su coño era la banda sonora de aquel ballet. Mar comenzó a respirar entrecortada cuando el hombre volvió a abofetear sus tetas. Al final se agarró a ellas, clavando sus dedos hasta casi hacerle sangre, sin dejar de bombear sobre la mujer.

Un nuevo orgasmo envolvió a Mar. Otra vez sus muslos se tensaban y relajaban. De nuevo sus piernas intentaban moverse y otra ola llegó para hacerla gritar de gusto antes de caer en un estado de semi inconsciencia.

Pero Hans no se había corrido. Unos diez segundos de respiro le dio antes de colocarla a cuatro patas con las manos aún atadas (y ya adormecidas) a la espalda. La agarró por las caderas y comenzó a penetrarla con violencia. El cuerpo de Mar iba y venía con cada empujón de Hans. El hombre aceleró el ritmo y tiró de la melena de ella haciendo que se incorporase. Sus cuerpos desnudos se juntaron sin dejar de follársela. Le agarró una teta y volvió a pellizcar uno de sus pezones. A estas alturas lucían amoratados y doloridos pero Mar hacía un rato que había claudicado a los antojos del hombre.

La volvió a colocar a cuatro patas, dio un par de cachetazos en su culo dejando la marca de sus dedos en la piel blanca y le introdujo su dedo pulgar en el ano antes de anunciar que se corría. La polla del hombre llegaba sin dificultad al fondo del coño inundado de Mar, quien jadeaba ante las embestidas de él. Un bufido fue la antesala del grito que anunciaba la corrida del hombre en el interior de su coño. Una corrida espesa, abundante, comenzó a salirse de su interior cuando el hombre liberó la entrada de su coño. Ambos cayeron rendido en al cama.

El hombre quedó bocarriba, con el capullo totalmente enrojecido por la fricción. La mujer, que por fin fue liberada de su atadura de manos, se sentía dolorida. Le dolía el coño después de las penetraciones del vibrador y la polla de Hans. Sus pezones estaban irritados tras del castigo. Tenía los dedos del hombre marcados en su culo y en sus tetas. Y en su vientre había marcas de latigazos. Ahora estaba rendida pero a gusto. Se relajó y el sueño la atrapó…

La luz que entraba por la persiana mal cerrada la despertó. Miró a su alrededor y se ubicó en aquella extraña habitación. Junto a ella dormía un hombre al que no le costó reconocer. Hans se encontraba tumbado bocarriba, desnudo. Mar se levantó y pasó al baño.

Reflejada en el espejo, la mujer observó las marcas en su cuerpo. Sobre sus tetas aparecían marcados los dedos del hombre, uno de sus pezones estaba amoratado. Mar se lo pellizcó hasta producirse un dolor que la llevó a la noche anterior. Sobre su vientre había pequeñas marcas rojas que coincidían con las tiras del látigo. Cinco minutos después salió y se acercó a la cama.

En penumbra observó el cuerpo del autor de relatos y se tumbó junto a Hans. Acercó una de sus tetas a la boca de él. Con su pezón amoratado recorrió los carnosos labios del hombre. Una sonrisa comenzó a dibujarse en la cara de Hans al sentir aquel botó ardiente. Sacó la lengua para lamerlo levemente.

Mar se lo retiró y comenzó un descenso por el cuerpo del hombre. Le mordió los pezones en su descenso haciendo que se estremeciese. Introdujo la lengua en el ombligo pequeño y profundo consiguiendo un suspiro de placer de él. Por fin su nariz rozó la polla de Hans que se erguía lentamente ante su llegada.

Mar la recorrió con su lengua hasta conseguir una magnífica erección. Se colocó sobre sus rodillas y comenzó a introducirse el falo de Hans en la boca. Después de varios movimientos de cabeza agarró la polla con su mano derecha y comenzó la mamada.

Hans la miraba. Junto a él aquella mujer movía su cabeza de arriba abajo mientras que con su mano derecha la acompañaba con una paja. Sus tetas se bamboleaban al son de sus movimientos bucales. El hombre cruzó sus manos tras su nuca y se dejó “ordeñar” por aquella preciosa modelo de lencería. Su cuerpo comenzó a tensarse ante el aumento de ritmo de la boca de Mar. Sin avisarla, Hans se corrió abundantemente. La mujer no dudó en tragarse la leche mañanera que aquel tipo le ofrecía. Algunos restos comenzaron a salir por la comisura de sus labios.

El hombre terminó por relajarse con los ojos entrecerrados cuando Mar le plantó un beso manchado su boca con restos de su propia corrida.