¿Seguiremos follando después de que te cases?

Una mujer se va a casar en segundas nupcias, a su hijo no le hace mucha gracia.

La pandilla de los seis, un grupo de muchachos entre los dieciocho y los diecinueve años, todos morenos y fuertes, nos hacíamos unas pajas en el monte que nos quedaban las piernas temblando. Siempre había un motivo para hacerla. Aquel día la pandilla de los seis, Julio, Antonio, Manolo, Seso, Adolfo y yo, estábamos junto al río fumando unos porros cuando dijo Antonio:

-Teníais razón, mi prima Amalia tiene más pelos en el coño que en la cabeza, bueno, todos tenéis razón menos uno, que decía que lo vuestro todo era lengua, pero no me extraña, cómo en su vida vio un coño delante...

Julio se dio por aludido.

-Ya vi uno.

Seso, vacilándolo, le dijo:

-¿Tenía pelos o hierbas?

-Tenía un herbazal de pelos negros.

-¿Te follaste a Begoña?

-No, fue con otra mujer

-¿Y quién es esa mujer misteriosa?

-Mi madre.

Nos quedamos todos boquiabiertos. El que más y el que menos había contado las cosas que habían hecho con sus hermanas o con sus primas, incluso uno de la pandilla había follado con su abuela política, pero follar con la madre..., además Julio hasta es día jamás había dicho una palabra de su madre. Le pregunté:

-¿La follaste así, de repente?

-La cosa empezó hace mucho, pero la follé hace poco.

La madre de Julio era una mujer que no llegaba a los cuarenta años, llevaba su largo cabello negro recogido en una cola de caballo, era de estatura mediana, morena, voluptuosa... Tenía un buen polvo. Hablé por todos:

-Cuenta.

-Es muy largo de contar.

-Tenemos toda la tarde. ¿Verdad muchachos?

El sí fue unánime y Juan comenzó a contar.

-Como ya sabéis mi primera paja me la aprendisteis a hacer vosotros, pues bien, la primera vez que la hice en mi cama fue una mañana al despertar. Pensaba que mi madre se había ido a trabajar a la fábrica, pero aún no se había ido. Al correrme hice mucho ruido y mi madre vino a mi habitación a ver que me pasaba. Os podéis imaginar su cara de sorpresa al ver mi polla empalmada y mi mano derecha limpiándose a la sábana. Pensé que me iba a poner verde, pero me dijo:

-A ver si haces menos ruido cuando te desahogas, hijo.

Se dio la vuelta y se fue. A partir de ese día, a veces, cuando yo hacía una paja y mi madre sentía crujir los muelles de la cama ella se hacía otra, lo que llevó a que durante meses me hiciera una paja por la noche, al acostarme, y otra por la mañana al despertar para ver si ella también la hacía.

Seso le preguntó:

-¿Y cómo sabes que ella se daba dedo al pelarla tú?

-Porque la sentía jadear.

-Podría estar haciendo ejercicio.

Julio dijo con sarcasmo:

-Sí, preparándose para escalar el Everest, no te jode.

-Muy seguro estás.

-Lo estoy.

Le preguntó Manolo:

-¿Qué ocurrió para que pasaras de escuchar a actuar?

-Un sábado por la mañana, después de hacerme una paja, sentí cómo mi madre decía: "Me corro." Oí sus gemidos y después los muelles de la cama siguieron chirriando. Debía tener muchas ganas porque se corrió dos veces más. Esperé a que se fuera al mercado, entré en su habitación y busqué por sus bragas para olerlas. No las veía por ninguna parte, hasta que se me dio por mirar debajo de las sábanas de su cama, cama que dejara sin hacer. Al cogerlas se me mojó la mano. Miré y vi algo viscoso cómo si se hubiera sonado los mocos a ellas, pero no eran mocos, no, eran sus corridas. Mi madre se había limpiado el coño con las bragas. Olí y aquel olor me puso la polla mirando para el techo. Le pasé la punta de la lengua a las babas para conocer el sabor. Su sabor agridulce hizo que me pusiera tan malo que saqué la polla del calzoncillo, la rodeé con las bragas y mi polla se deslizó entre las corridas hasta que me corrí. Dejé las bragas para tirar. Aún me temblaban las piernas cuando puse las bragas donde estaban y las volví a tapar con las sábanas. Al regresar mi madre del mercado fue a su habitación a cambiarse de ropa. Volví a sentir sus gemidos y oí cómo se corría de nuevo. Debió correrse de pie porque no sentí crujir los muelles de la cama. Imaginé que se pusiera a hacer la cama y se encontrara con mi leche. Al llegar a la cocina me lo confirmó, me miró y me dijo:

-No me importa encontrar tu leche en las sábanas de tu cama, pero encontrarme con ella en mis bragas es muy fuerte. Estás en una edad muy difícil, pero coño, soy tu madre, Juan. ¿Qué te movió a hacer esa barbaridad?

-Esta mañana te corriste tres veces, mamá, me dejaste muy caliente.

-¡¿Me oyes cuando hago mis cosas íntimas?!

-Duermes en la habitación de al lado.

-¡Jesús, Jesús, Jesús! Lo que te estaba haciendo sin querer. Menos mal que me caso si no acabarías haciendo alguna tontería más gorda.

-Mamá.

-¿Qué, hijo?

-¿Te frotaste mi leche en el coño?

-¡¿Qué?!

-¿Qué si te frotaste las bragas en el coño mojadas con mi leche?

-Piensa el ladrón que todos son de su misma condición.

-¿La frotaste? A mí me gustó frotar la polla con las babas de tus corridas.

-De eso no hay duda. Lo vi en mis bragas. Dime, hijo: ¿Si me sentías hacer mis cosas en mi habitación nunca se te pasó por la cabeza venir a desahogarte conmigo?"

-¿Querías que fuera?

-¡No! Es para saber si tengo que cerrar la habitación con llave.

-Se me pasó, y fui, mamá, fui todas las noches y todas las mañanas.

-No debías hacer esas cosas pensando en mí.

-Ya lo sé, pero no puedo remediarlo, mamá.

Le dije yo:

-Yo creo que tu madre se moría de ganas de que fueras a su habitación a follar con ella.

-Eso no lo sé, lo que sé es que así empezó la cosa, lo que tampoco sé el tiempo que durará porque cómo ya sabéis mi madre se casa el mes que viene.

Nos había dejado a los cinco empalmados. Uno a uno quitamos las pollas y comenzamos a hacernos una paja pensando en la madre de Juan. Al vernos nos dijo:

-¿La estáis haciendo a la salud de mi madre?

Cómo nadie le respondía, le respondí yo.

-¿Tú que crees, Juan?

-Que sí.

Pensando que me iba a mandar a la mierda, le dije:

-Cuéntanos cómo la follaste.

El Juan morboso, el Juan que no conocíamos, nos lo contó:

-Una noche mi madre estaba en el fregadero lavando los platos de la cena, y me dijo:

-Después quiero que mires una cosa a ver si te gusta.

-¿Qué cosa?

-El vestido con el que me voy a casar.

-Vale.

Juan seguía sentado, nosotros nos habíamos tumbado boca arriba sobre la hierba. Continuó hablando.

-Poco después me llamó y fui a su habitación. Estaba al lado de la cama con un vestido negro y largo, calzaba unos zapatos de tacón de aguja de mismo color, tenía el cabello suelto y al cuello llevaba un collar de perlas gordas, de fantasía, pero le quedaban muy bien. Sonriente me preguntó.

-¿Qué te parece?

-Me pareces una actriz de cine.

-¿A cuál me parezco?

-A Sofía Loren.

-Esa sí que está buena.

Adolfo le dijo:

-Yo follaba mejor a tu madre que a Sofía Loren.

-Yo a la Loren que a mi madre ya la follé. Volvamos al tema, mi madre se dio la vuelta, me mostró su gordo culo y me preguntó:

-¿Y así?

-Me tiré en plancha, y le dije: ¡Así pareces polvo con patas!

-No sabía que los polvos tuvieran patas.

-Perdón, se me escapó, fue sin querer.

-Sí, sin querer, cómo la leche que echaste en mis bragas.

-Esa leche en sus bragas se iba a acabar cuando se casara, y me jodía, así que le dije: Voy a echar de menos el vivir solos tú y yo.

-Te acostumbrarás a la nueva vida.

-¡Puta boda!

-A ver, hijo. ¿Por qué te molesta tanto que me case?

-Tú no quieres saber la verdad, mamá.

-Sí que quiero.

-¿Aún que ofenda?

-Aún que ofenda, hijo, aunque ofenda.

-Me jode que te vaya a follar otro pudiéndote follar yo.

-Pero tú eres mi hijo.

-¿Y quién te amaría más que yo?

-Amar es una cosa, follar es otra muy diferente.

-Tú ganas, seguiré follándote en mis pajas oyendo cómo gimes cuando te corras con él.

-Me da pena saber que me deseas tanto y no poder ayudarte, pero eres mi hijo, cariño, y no estaría bien, el incesto es un pecado muy gordo. ¿Lo entiendes?

-Sí, mamá, pero te seguiré deseando mientras viva.

-No digas eso, esa es una cruz muy pesada de llevar, hijo.

-Solo la podría dejar de llevar el día en qué...

-El día en que me folles.

-No, madre, el día en que te haga el amor.

-Anda, vuelve para tu habitación. Ya encontrarás una mujer que te haga feliz.

-Tienes que ser la primera, mamá, tú primero o nadie.

-¡Serás cabezón!

Le dijo Manuel:

-Por lo menos no la engañaste, sería la primera.

Juan siguió con la historia.

-Volví a mi habitación con idea de dormir, sí, de dormir, no estaba de humor para nada. Ya me había desvestido y en calzoncillos me metiera en cama cuando me volvió a llamar mi madre:

-Ven un momento, Juan.

Cómo no tenía ganas de frustrarme más, le contesté:

-Estoy desnudo.

-No me voy a asustar, ven.

Le dije yo.

-¿Qué fueras desnudo? Supongo que ya oliste a coño.

-Claro que lo olí. Me quité los calzoncillos y me levanté de cama. Al llegar a la puerta de la habitación la vi en el mismo sitio de antes, pero ahora estaba descalza y se había puesto un corpiño negro y unas medias del mismo color que se sujetaban al corpiño con dos tiras acabadas en pinzas.

-¿Te gusta lo que me voy a poner en mi noche de bodas?

-Vi sus gordas tetas en la parte de arriba del corpiño y parecía que lo iban a reventar. Luego me fijé en los pelos negros que sobresalían por la parte de abajo del corpiño. Mi polla se puso dura cómo una piedra y apuntó hacia delante, le respondí:

-¡Qué cuerpazo! ¡¡Estás para comerte!!

Le pregunto Adolfo:

-¿Tan buena está tu madre?

-Mejor de lo que os podáis imaginar. Sentándose en el borde de la cama y mirándome para la polla, dijo:

-Ven. No quiero que por mi culpa cargues con ninguna cruz.

Le dije yo:

-Me da que no cargabas ninguna cruz.

-Y te da bien. Fui a su lado y me preguntó:

-¿Quieres que te guíe?

-Sí.

Seso dijo:

-Estoy cómo una moto.

Juan, sintiéndose el centro de atención siguió con la historia.

-Mi madre se bajó el corpiño y vi sus tremendas tetas con unos pezones que parecían mirarme. Me cogió las manos y me las puso sobre sus tetas, me las apretó y mis manos apretaron sus tetas. Me dio un beso y después se echó hacia atrás sobre la cama.

A Seso le salió un chorro de leche que alcanzó los dos metros de altura y después de su polla salió leche en cantidad. Juan siguió hablando:

-Mi madre estaba roja cómo un tomate, me dijo:

-Lame los pezones como si fueran helados y después pon la lengua sobre ellos y chupa.

-Al chupar sus tetas mi polla comenzó a latir más aprisa y empecé a correrme en su pierna derecha. Me cogió la polla por la cabeza, la envolvió con sus dedos y acabé de correrme en la palma de su mano. Al acabar lamió la leche de la palma y entre los dedos hasta dejarla limpia.

De la polla de Antonio salió otro chorro de leche que alcanzó una considerable atura, luego varios chorritos salieron de ella. El cabrón de Juan parecía disfrutar sabiendo que sus amigos con el pensamiento le estaban llenando el coño de leche a su madre. Siguió contando la historia del polvo.

-Al acabar de lamer mi leche se incorporó, levantó los brazos para atar su pelo y vi sus axilas peludas. Después se quitó las presillas que sujetaban sus medias y a renglón seguido se quitó el corpiño. Se sentó en el borde de la cama y abrió las piernas. Su coño era maravilloso. Tenía mucho pelo negro, pero mucho, mucho, mucho. Mi madre me dijo:

-Agáchate y lame mi coño cómo si fuese la crema de un pastel.

Adolfo y Manolo se corrieron al mismo tiempo con sendos chupinazos, Juan miró para mí y siguió con la historia.

-Lamí las babas del coño. Tenían sabor a ostra. Mi madre me cogió la cabeza con las dos manos, acarició mi pelo, después se echó hacia atrás y me dijo:

-Lame desde el ojete hasta aquí.-me señalo la pepita, lame lento al principio y más aprisa cuando yo te diga.

-Ya no pude más. Iba a hacer que se corriera cómo nunca había hecho.

Seso lo interrumpió.

-Que coño ibas a hacer tú.

-Soy el mejor comiendo coños, tuve buenas maestras.

Sonriendo, le dije yo:

-Sí, mi burra y alguna cabra de Antonio.

-No, tus primas, Quique, tu abuela, Antonio, tu hermana, Adolfo... Usé la información que me dabais para chantajearlas y así aprendí a comer coños, a comer tetas y a follar. Follo mejor que cualquiera de esta aldea. Si no me creéis preguntarles, preguntarles.

El que pensábamos que era una mosquita muerta resultó ser un depredador. No me metió envidia. Yo también me las había tirado a todas. ¿O nos había follado ellas a nosotros? Más bien iba a ser eso. Me acordé de la abuela de Antonio, de cómo me enseñara a comer un coño mientras me decía que era la primera vez que se lo comían. ¡Qué puta era la cabrona! En fin, que me había metido la curiosidad en el cuerpo, y le pregunté:

-¿Y cómo hiciste?

-Le metí la mitad de la lengua en el coño y después lamí de abajo a arriba cómo un perro. Lamiéndole el coño me dijo.

-¡Tú ya comiste más coños! Me engañaste. No había cruz.

-Sí, te engañé. Quería sorprenderte. ¿Te molesta?

Le dije yo:

-Seguro que no le molestó.

-Mi madre no dijo que si ni que no, lo que quería decir que no le molestara. Le metí en el coño el dedo medio de mi mano izquierda, lo saqué engrasado y lo moví alrededor de su ojete, lamí su pepita con suavidad al tiempo que le iba metiendo el dedo dentro del culo. Mi madre gemía cómo una perrita, después le metí en el coño dos dedos de la mano derecha. Le follé el coño y el culo muy despacito, y muy despacito lamí su pepita. Hasta diez veces paré de lamer y de follarle el culo y el coño cuando sentía que se iba a correr. Mi madre cada vez que lo hacía se retorcía y echaba la pelvis hacia arriba. Su pepita tenía a pepito de punta y colorado cómo una grana Yo lo veía latir y mi polla latía con él. Los agujeros del coño y del culo se abrían y se cerraban apretando y soltando mis dedos, después de la décima vez que paré para hacerla sufrir, sin lamer su coño y sin follarla, comenzó a salir de su coño un torrente de jugos. Salía por ambos lados de mis dedos, los saqué y lamí su coño para tragarme aquella delicia que me estaba dando.

De mi polla salió un potente chorro de leche que fue a parar encima de la hoja de un chopo. Eché una corrida espectacular. Juan al ver que nos corriéramos todos, nos preguntó:

-¿Sigo?

La respuesta es obvio que fue un sí.

-Pues sigo. Había hecho sufrir a mi madre, placenteramente hablando, y estaba orgulloso de mi hazaña. Me metí en cama con mi polla mirando al techo, y le dije:

-No me duraste mucho, mamá.

Manolo le dijo:

-Eso debió cabrearla.

-No, me miró, sonrió, y después me dijo:

-¿Qué no te duré mucho? Tú no sabes quién es tu madre.

Manolo seguía con la curiosidad.

-¿Quién era?

-Si no interrumpes te lo cuento. Subió encima de mí, se abrió de piernas, cogió la polla y metió la cabeza, yo empujé, pero no me dejó que se la clavara. Moviendo su culo me folló el glande a toda hostia. Ella no me hizo sufrir. Cuando sintió que me corría la metió hasta el fondo y siguió subiendo y bajando el culo a toda hostia hasta que acabé de correrme. Sentí como mi leche y sus jugos bajaban por mis huevos... Después la quitó, se puso a cuatro patas, metió el glande en la boca y lo mamó, era como si me estuviera ordeñando, ya que con su mano derecha cogió mis huevos y me los acaricio mientras su lengua y su boca hacían el trabajo lamiendo y mamando. Yo le magreaba las tetas que colgaban cómo dos globos de color trigueño por arriba y blancos por abajo... No le avisé, me corrí en su boca. Tragándose la leche que ya había echado volvió a meter mi polla en su coño y a cabalgarme. Mi polla se acabó de correr dentro de su coño, después me siguió follando y sentí cómo mi polla chapoteaba dentro de su coño al meterla hasta el fondo con su culo. Ni un puto beso me daba, ni una caricia, nada, solo me follaba a lo bestia. Mi madre era una fiera, una bestia sexual, o lo fue durante un tiempo, ya que tanto fuera la polla al coño que al coño se le rompió algo por dentro y soltó una corrida tremenda, corrida que mezclada con mi leche me bajó por el ojete, por los huevos y fue a parar a la cama. Al correrse, jadeando, se derrumbó sobre mí, me metió un bocado en el cuello y me tiró de los pelos, me tiró de ellos con ganas, ya que un mechón de ellos acabó en su mano derecha. Con mi polla latiendo dentro de su coño le dije:

-Te pude haber dejado preñada.

-No creo, no ando en mis días fértiles.

Comenzó a follarme de nuevo, pero ahora lentamente y comiéndome la boca. Me puse encima, y le dije:

-¿Seguiremos follando después de que te cases?

-No pienses en el mañana, disfruta del presente.

-Eran las doce de la noche cuando me dijo que disfrutase ... A las tres de la mañana mi madre se había corrido seis veces más, y yo le había llenado el coño de leche otra tantas.

Ya estábamos otra vez empalmados. Cuando Juan sacó su gorda polla, hicimos bueno el dicho: La polla española nunca se corre sola. ¿O es la polla española nunca mea sola? En nuestro caso fue que nunca se corre sola.

Quique.