SeeYou (Verte)

Alguien necesitaba verme a todas horas y de todas maneras: en persona, en fotografía, en un ordenador... ¿Quién sabe de qué otras formas?

See You (Verte)

1 – Un paseo para meditar

Salí a dar una vuelta pensando en el tiempo que había invertido en estudiar y en cómo en un solo instante, me habían hecho dar un paso atrás. Mis conocimientos teóricos para conducir vehículos seguían siendo los mismos, pero me veía obligado a repetir el examen.

Pasé cerca de la academia y entré para ver lo que se comentaba. El profesor seguía repitiendo las mismas cosas y las mesas estaban casi vacías. Me senté en una silla al fondo de la clase y me puse a mirar la pizarra sin pensar en nada. Me sentí muy relajado y me dio la sensación de que dejé de pensar y de oír en cierto momento. No me moví. Creí que cuando me hubiese relajado un poco más, volvería a casa y me metería en la cama.

Posiblemente estaba mi mente en blanco cuando alguien puso su mano sobre mi hombro. Pensé que podría ser mi amigo Carlos, pero una cara se acercó a mi oído.

  • ¿Interrumpo tu clase?

Me volví para ver quién era y encontré una cara que me pareció primero conocida y luego identifiqué inmediatamente: era un tío de la clase que me había hecho suspender, con toda seguridad, mi impecable examen teórico. No dije nada.

  • Si no estás atendiendo a la clase – dijo - ¿te importaría salir conmigo afuera un momento?

Casi me dieron ganas de cogerlo por el cuello, pero aguanté la respiración, me levanté y salí tras él. Me esperaba en la acera y me sonrió.

  • ¡Hola! – dijo -; sé que te llamas Nino y que el profesor te llamó la atención y te expulsó por mi culpa. Quiero pedirte perdón.

  • ¿Perdón? – lo miré fijamente - ¿Me has jodido el teórico y no se te ocurre otra cosa que pedirme perdón?

  • ¿Jodido? – se extrañó -. Me parece que no conoces bien a mi padre.

  • Ni conozco a tu padre ni quiero conocerlo – le dije -, con conocerte a ti ya tengo bastante disgusto.

  • No me has entendido, creo – se asustó -; el profesor que recogió tus exámenes es mi padre. Es muy serio; de verdad, pero yo no te he jodido ningún examen. Que yo sepa, estás aprobado.

  • ¿Cómo? – exclamé - ¡Repite eso!

  • Puede que te pusiera mala cara porque quise hablarte cuando ibas a entregar tu examen terminado – dijo -, pero no le he oído decir que estás suspendido.

Me quedé inmóvil. Me estaba diciendo que el profesor que me pidió los papeles con malos modos era su padre y que, según él sabía, yo no había suspendido. No sabía qué decirle.

  • Me levanté cuando terminé – le expliqué – y me pusiste la mano encima como para hablarme. La cara del profesor y su mirada no eran precisamente muy amistosas, sus palabras fueron muy secas y me pareció entender que iba a tener que repetir.

  • ¡Oh, no! – estaba preocupado -, no te va a suspender porque yo te pusiese una mano encima. Comprendo que no era el momento adecuado, pero pensé que si aprobabas… no ibas a venir más.

  • Espero que sea verdad eso que dices, chaval – me acerqué a él -, porque me veo viniendo a clases otros muchos días; o repitiendo. Y eso vale dinero ¿sabes?

  • No. No digas nada – bajó la voz -, pero he visto tu examen y creo que lo has pasado. Pensaba que nunca más te iba a volver a ver por aquí, pero me sorprende encontrarte.

  • ¿Me estás diciendo que sabes el resultado de mis pruebas? – bajé también la voz - ¿Es verdad que ese profesor es tu padre?

  • Sí y sí – contestó -; las dos respuestas son «sí». Mi padre se enfadó porque me vio la intención de hablarte ¡Tú ya habías terminado! ¿Cómo ibas a copiar?

Lo miré casi embobado, lo tomé por el brazo y tiré de él hasta un bar muy cercano: «¡Vamos a tomar un refresco!».

2 – El bar para aclarar las cosas

Pedí dos cañas bien frías y saqué un paquete de cigarrillos.

  • ¿Fumas?

  • ¡Sí, gracias! – dijo -; no te he dicho mi nombre. Soy Javi.

  • Encantado, Javi – le dije sin mucho interés -; esperemos que sea cierto lo dices porque no voy a poder dormir.

  • ¡Te lo aseguro! – encendió el cigarrillo - ¡Créeme, hombre!

Lo miré seriamente y tomé un sorbo de cerveza, luego, le sonreí.

  • ¡Jo! ¡Espera! – dijo contento - ¡Déjame sacarte una foto con el móvil! Tu sonrisa es muy bonita.

  • Supongo que no tienes por qué contarme una historia falsa – le dije -, es verdad que yo ya iba a entregar los documentos cuando me pusiste la mano en el brazo, pero no dijiste nada.

Noté asombro en su mirada y bajó los ojos al suelo. Me fijé bien en él y sentí algo… Los que entendemos bastante sobre este puto mundo gay, reconocemos ciertos gestos, ciertas miradas, extraños comportamientos e, incluso, distinguimos alguna diferencia en cómo se mueve la mano con el cigarrillo. Estaba alucinando. No podía ser. Pensé que podría ser verdad que puso su mano sobre mí porque pensó que no iba a volver a verme ¡Tonterías! Nadie hace eso en un examen teórico para el carné de conducir. Pero lo mismo que tenía mis dudas sobre su comportamiento, me propuse aclararlas.

  • Es decir – le hablé mirando a mi cerveza -, que pensabas que no ibas a verme más y por eso me pusiste la mano en el brazo como para hablarme

  • No he venido a la academia para verte – dijo -; estaba seguro de que ya te había perdido de vista para siempre, pero quería recordar cosas.

  • Primero quiero aclararte que no me molesta nada lo que dices – me acerqué a él – y, segundo, quiero decirte claramente que esto me suena a

Se quedó unos momentos pensativo y fumó nerviosamente.

  • ¡No te molestes, déjalo! – tiró la colilla - ¡Perdona que te haya molestado!

Cuando le vi las intenciones de salir corriendo del bar, lo agarré por el brazo, tiré de él y lo acerqué a mí ¡Joder! ¡No me había dado cuenta de cómo era su mirada! Casi me desarmó, pero tomé fuerzas.

  • ¡No te vas! – le dije - ¡Por lo menos, no te vas hasta que me digas lo que piensas! ¡Me importa un carajo si te da corte, pero me vas a decir lo que piensas!

Me sonrió como asustado o de compromiso. Pidió otras dos cañas y me ofreció un cigarrillo.

  • ¡Mejor así! – le dije -, pero si no vas a hablar tú, hablaré yo.

Siguió mirándome un tanto asustado, pero no hablaba.

  • Tu padre – le dije -, es ese profesor estúpido al que nadie puede ver. Seamos sinceros. Hemos coincidido en las clases y te he gustado – se sobresaltó -. Eso no me molesta; me halaga. Tú eres muy guapo ¿Por qué no me dijiste nunca nada?

  • ¿Cómo sabes eso? – dio un paso atrás -.

  • Intuición, supongo – le dije -. Te propongo una cosa. Ya que casi me aseguras que no me has jodido el examen, ¿por qué no nos comemos una pizza juntos?

  • ¿Estás hablando en serio? – volvió a acercarse -.

  • Me parece que sí – le dije con naturalidad -, es que si no, te habrías enamorado de un gilipollas – me acerqué mucho a su cara -, y yo, no soy un gilipollas.

  • ¡Joder! – sonrió abiertamente - ¿No te estarás quedando conmigo, no?

  • Puedo asegurarte que no, Javi – tiré la colilla -; y te voy a decir una cosa más. No te conozco de nada; de vista. Pero tienes una mirada encantadora.

No sabía qué decir, ni a dónde mirar. Volvió a sacar los cigarrillos y me ofreció uno.

  • ¡No, déjalo! ¡Gracias! – le hablé al oído -; no quiero fumar demasiado ¡Vamos a comer algo juntos!

3 – La pizzería de las sorpresas

  • Conozco demasiado bien a mi padre – me dijo masticando -; es un hijo de puta como profesor, pero no como padre, y el otro día, cuando te retiró los papeles y te expulsó, seguro que lo hizo para encubrirme. Es así. De todas formas, casi puedo asegurarte que no va a suspenderte.

  • ¡Joder!, Javi – se me pegó el queso fundido en el paladar - , espero que sea verdad. Pero eso ya no me interesa tanto.

  • ¿No? – preguntó decepcionado -; te estoy diciendo que estoy seguro de que has pasado la prueba.

  • Sí, chaval – le miré sus preciosos ojos -, pero en el bar hemos hablado de un tema muy diferente ¿Recuerdas?

  • Bueno… - agachó la vista -, en realidad eres tú el que has hablado de eso.

  • ¿Y me he equivocado?

Siguió comiendo pero no apartaba sus ojos de mí. Me quedé callado a propósito para ver si se veía obligado a hablar del tema o cambiaba la conversación.

  • Verás, Nino – dijo soltando su porción en la mesa -. Yo sólo quiero verte; sólo verte. No me he insinuado ni te he dicho nada.

  • Ya, ya.

  • ¡En serio! – insistió - ¿Por qué no me crees? No te he pedido nada, no me he insinuado, no voy a hacerlo. Sólo quiero verte. Necesito verte y mirarte. Si eso te molesta, te prometo retirarme.

  • ¡A ver si tienes cojones! – le dije -; me encanta que me mires con esos ojos. Quedaremos, a ser posible, todos los días para que me veas… y para ver yo tus ojos. Olvídate de las fotos.

  • ¿En serio? – se extrañó mucho - ¿Te gustan mis ojos?

  • Sí, Javi, sí – mordí otro pedazo -, lo que pasa es que eres tan guapo que a mí sí que me gustaría que fuésemos amigos… por lo menos, ¿no?

  • ¡No me importa! – dijo ilusionado -; siendo amigos nos veremos para salir por ahí al cine, a comer algo

  • Sí, por supuesto – le interrumpí -, pero… no te gustaría... ¡No sé! Cogerme la mano, que nos agarrásemos por la cintura, darnos un besito

  • ¿Qué? – preguntó extrañado - ¡Yo no te he dicho que quiera tocarte, ni besarte, ni acariciarte! ¡Sólo quiero verte! ¡Necesito verte!

  • ¡Por Dios, Javi – me estaba poniendo nervioso -, lo que dices no es normal! ¿Qué pretendes? ¿Que me ponga todos los días delante de ti una hora para que me veas? ¡No soy un modelo de fotografía ni nada de eso! ¡Tengo sentimientos! También me encanta ver tus ojos, pero cuando haya una cierta amistad, necesitaré acercarme a ti, besarte, acariciar tu pelo, abrazarte… Eres mayorcito ya para comprenderlo ¿no?

  • No es eso – dijo -; veo que no pensamos lo mismo. Dejémoslo. Sólo te pido un favor. Déjame hacerte una fotografía más con mi móvil. Te dejaré en paz.

  • ¡Lo siento, guapo! – le dije acercándome a él -, no soy modelo y, si lo fuese, te cobraría unos cuantos euros por foto. Hablas de verme como el que ve un pedazo de papel. Quizá para hacerse una paja en su casa mirándola. Yo te hablo de algo más importante; de sentimientos. Primero te deslumbra la belleza, es cierto, pero eso no es más que la puerta de entrada a un mundo maravilloso donde puede llegarse a compartir mucho; a dar y a recibir sin interés ninguno. Aquí, se trata, por lo que veo, de que yo me ponga delante de ti todos los días un rato para que me veas ¡Asegúrame que no te harás una paja a mi costa todos los días cuando llegues a tu casa y me recuerdes!

Se levantó tirando la porción que tenía en la mano y salió de allí a prisa sin decirme ni adiós.

Terminé mi porción de pizza y bebí un trago de cerveza.

«Ablata causa, tollitus effectus».

(Abolida la causa, se acabaron sus efectos)

4 – Una visita irreal

Recibí una notificación de Tráfico donde se decía que mi examen teórico no había sido superado. Me imaginé muchas cosas, pero el rencor entonces no me iba a servir de nada, así que me matriculé en otra academia (bastante distante) y volví a estudiar.

Casi un mes después, cuando mi economía se había repuesto un poco, pensé en irme a casa de Raquel, una amiga que comprendía mis sentimientos y que, en su momento, se quedó «muerta en la bañera» cuando le expliqué las intenciones de Javi. Era una tía divertida, más bien gruesa y no muy agraciada, pero me sentía muy a gusto con ella.

Tomé mi vieja moto y comencé a subir una de las avenidas que, en cierto momento, tenía un cambio de rasante muy brusco y comenzaba a bajar. Casi no pude ver cómo se me atravesaba una bicicleta y, por no destrozar al chico que la montaba, hice un giro brusco, caí al suelo y mi rostro se arrastró por el asfalto más de dos metros por no llevar puesto el casco.

  • ¡Enfermera! – alcé la voz - ¿Puede traerme un poco de agua? Y dígame, si puede ser, cuánto tiempo voy a tener que estar aquí.

  • No te preocupes, Nino – respondió -, las heridas van sanando y muy pronto estarás en casa. No hay fracturas ni nada. Ya te citarán más adelante y te arreglarán esa cara. Espero que quede tan preciosa como era.

  • ¿Necesito tener este paño cubriéndome? – le dije angustiado

  • ¡Me molesta!

  • Es mejor que no te lo quites – dijo -; está suelto y, si te agobia, puedes quitártelo un poco, pero no es aconsejable que tu piel esté ahora expuesta al polvo. Aquí no hay casi ninguno, pero mi consejo es que aguantes un par de días.

A través de unos agujeros, podía ver con dificultad la televisión. El enfermo anciano de la cama de al lado, la ponía todas las tardes para ver los toros. El único problema era que estaba casi sordo. Aunque cerrase los ojos, tenía que aguantar aquel insoportable murmullo y los comentarios inanes del locutor.

Los días eran increíblemente largos; las noches, no puedo describirlas.

Un día, cuando me disponía a gritarle de una vez a mi compañero de habitación y su avinagrada señora que el volumen de la televisión me molestaba, vi a alguien entrar en la habitación ¡Joder! ¡No!

  • ¡Hola, Nino!

  • ¡Hola, Javi! – afortunadamente mi rostro estaba tapado - ¿Qué haces aquí?

  • Me he enterado de lo que te ha pasado – dijo – y… lo único que quería era verte.

  • ¿Verme? – le pregunté cínicamente - ¿Qué coño quieres ver?

  • Quiero verte a ti – me habló al oído - ¿No es posible que bajen un poco esa televisión?

  • Por favor, Javi – le dije - ¡Pídeles que la quiten ahora!

Se dio la vuelta y miró a los señores que me acompañaban y, yéndose hacia la televisión, la apagó. Aquellos señores empezaron a gritar y a increpar a Javi y, ocultamente, pulsé el botón de llamada a la enfermera. Cuando ésta entró, oyó los gritos de aquellos maleducados egoístas y miró a Javi.

  • La he apagado yo, señorita – le dijo -; si una tarde tiene que aguantar mi amigo la sordera de estos aficionados a los toros, otra tarde, tienen ellos que respetar el silencio de un hospital.

  • No hay por qué poner la tele tan fuerte – les dijo la enfermera -; no se debe molestar a nadie.

Y la señora avinagrada de mi vecino de habitación le gritó a la enfermera que su marido estaba sordo y necesitaba el máximo volumen para oír lo que tenía derecho a oír. Salió la enfermera de allí bastante enfadada y, al poco tiempo, mientras Javi me miraba en silencio, entraron dos celadores, prepararon las cosas del anciano y empujaron su cama hacia afuera de la habitación. Levantaron los dos la voz en gritos de rabia y, pasado otro rato, volvió la enfermera.

  • Se acabó el ruido, Nino – dijo -; ese otro lugar de esta habitación se va a quedar vacío y al viejo lo he puesto en una habitación donde no funciona la televisión. Lo que no entiendo, es que en un hospital donde se pide silencio, se instalen televisiones en las habitaciones. Descansa, Nino. Te dejo hablar con tu amigo.

Javi no habló. Se quedó a mi lado mirándome y lo veía con dificultad. De pronto, vi que se movía hacia mí y sentí sus cálidos labios en mi cuello.

  • He pensado mucho en lo que hablamos, Nino – dijo -, estaba equivocado.

  • ¿Ahora te das cuenta? – le pregunté - ¿Ahora vas a querer seguir viéndome?

  • No – dijo tajante -; te repito que estaba equivocado. No sólo vengo a verte, sino a demostrarte esos sentimientos de los que aquel día me hablaste.

Me tomó la mano y comenzó a acariciarme.

  • Tenías razón y yo no me había dado cuenta – continuó -, necesitaba verte y memorizarte para luego masturbarme en casa. No es justo. Estaba equivocado.

  • ¿Qué dices? – exclamé - ¡Explícate!

  • No era tu rostro, ni tu cuerpo lo que yo necesitaba contemplar – dijo -, necesitaba memorizarlos y sentir el placer de tu belleza en mi casa. No es así. Ya me he dado cuenta y aceptaré tu decisión tal como la tomes.

  • Mi decisión, Javi – le dije -, no ha cambiado. Te ofrecí mi mano, mi amistad, mi compañía y que pudieras verme, claro. Pero no me oíste. Estabas tan sordo como el aficionado este a los toros y me dejaste solo comiéndome una pizza, que por otro lado, no se me apetecía. Tomé la misma decisión que tú; estoy seguro. Pensé que no quería verte más en toda mi vida y, además, tu puto padre me suspendió.

Se asomó con la respiración entrecortada sobre mi cabeza y pude ver sus lágrimas caer.

  • ¡Aquí los tienes! – dijo suavemente -; son mis ojos, los que te gustan ¡Míralos! Pon tus manos sobre mí.

No comprendía aquel cambio, pero mis manos se levantaron despacio y tomé su cara por las mejillas y sequé sus lágrimas.

  • ¡Qué lástima, Javi – dije -, porque ahora ya no vas a ver más mi cara como estaba!

  • Es que eso no me importa – me acarició el pecho -; ahora quiero verte y tenerte. He memorizado demasiado bien tu rostro; te lo van a arreglar.

  • ¡Sí, eso dicen! – contesté desesperado - ¡pero no imaginas los arreglos que te hacen estos!

  • Te equivocas, Nino – estuvo unos segundos en silencio -; mi padre me ha pedido que te diga que él mismo va a llevarte a una clínica privada para la cirugía plástica ¿Tienes buenas fotos tuyas? Yo solo tengo algunas no muy buenas que te tomé con el teléfono en tus descuidos.

5 – No me dejaron solo

Cuando salí del hospital me acogieron en su casa. Su madre preparó un dormitorio con una sola cama para los dos y jamás, en ningún momento, se comentó nada del estado de mi cara hasta que se buscaron las fotos.

Dormimos juntos durante más de un mes, con mi cara destrozada y, poco a poco, Javi me miraba desnudo extasiado. Luego me hicieron una primera operación; luego otra. Pero Javi seguía queriendo verme, sólo verme, aunque mi cara estuviese destrozada y nos uniéramos en amor cada noche. Incluso llegó a proponerme que, cuando ya hubiese pasado todo, y teniendo ya permiso de sus padres, viviríamos juntos.

Tengo que confesarlo; me sentí como conviviendo con mi verdadera familia y, cuando terminaron todos los retoques plásticos, me miré al espejo.

  • ¡No es posible! – me dije - ¡Sólo les he dado una foto y no era muy buena! Quizá, la cámara del teléfono de Javi haya servido para algo.

Almorzamos todos juntos y no comprendía cómo sus padres respetaban las ideas gays de Javi hasta el punto de acogerme como si fuera también su hijo.

  • Ya ha pasado mucho tiempo desde aquel lamentable accidente – dijo el padre -. Las operaciones han dado su resultado; hay que reconocerlo. Pero también tengo que decirte como profesor de autoescuela, que no debe conducirse una moto sin llevar el casco. Tu examen, Nino, fue impecable. Ciertas circunstancias me hicieron suspenderte, pero no tendrás que volver a la academia ni examinarte y yo mismo te haré el examen práctico, pero ponte siempre el cinturón.

  • Tiene razón, señor – le dije -, pero no sabe usted lo desesperado que salí de casa. Ni me di cuenta de que iba sin casco.

  • Esas cuestiones han pasado, hijo – me habló la madre -; ahora ya no hay que pensar en eso. Los mejores médicos han hecho un buen trabajo con tu cara. Eres precioso; Javi nos lo decía. Hemos hecho por ti todo lo que hemos podido y aquí seguiréis teniendo vuestra casa si queréis.

  • Gracias, señora – le dije -; necesitaría quizá ir a mi casa a ver cómo está. Me espero un frigorífico putrefacto y al presidente de la comunidad buscándome para que le pague.

  • Lo arreglaremos todo – dijo Javi -; estoy seguro de que tienes una casa muy bonita, pero aquí tenemos un buen dormitorio con cuarto de baño, servicio… Me gustaría que tú eligieras. Nunca te vamos a dejar solo.

La situación era muy extraña, pero no podía negar que me habían tratado como si fuese de la familia y seguían ofreciéndose a ayudarme.

Me miré al espejo con atención y, si no se fijaba uno con mucho detalle, mi cara era la misma que antes del accidente. No entendía muy bien cómo se había reconstruido mi rostro con unas cuantas fotos pésimas. Salí al salón y me senté a esperar.

6 – Me dejaron solo

Mi vida con Javi parecía haber llegado a una situación normal. Casi todas las noches y, cada vez con más naturalidad, nos abrazábamos y hacíamos el amor apasionadamente, aunque él siempre quería hacerlo sobre la colcha y con luz. Me avergonzaba que su madre o el servicio encontrasen manchas todas las mañanas. Pasó una sirvienta, la más joven y simpática de ellas y, aprovechando que habían salido, le pregunté con disimulo si el piso era mucho más grande de lo que yo conocía. La sirvienta, acercándose a mí amablemente, me dijo que el piso era mucho más grande y que había hasta un despacho para el señor (el padre de Javi), un estudio para la señora y otro, donde no se les permitía la entrada, para Javi.

  • ¿No se puede entrar allí? – pregunté extrañado - ¿Quién limpia?

  • Suponemos que el señorito, señor – dijo -; pregúntele a él, usted tiene más confianza que nosotras en eso.

  • Tiene razón – le dije -, pero ¿dónde está esa parte de la casa?

  • Hay que entrar en el salón comedor y por la puerta de enfrente, una puerta corredera, se entra en el pasillo de los despachos.

  • Gracias, señorita – le dije -, es usted muy amable. Supongo que poco a poco iré integrándome más en esta familia.

  • Así lo esperamos todos, señor.

Miré con curiosidad a la puerta que decía. El salón comedor no se abría nunca; comíamos en el salón principal, cerca de la cocina. Aprovechando que las dos señoritas del servicio estaban ocupadas, me acerqué con sigilo a la puerta misteriosa y la abrí muy despacio ¡Dios mío! ¡El salón comedor era lujosísimo y casi más grande que el salón principal! Javi no me había mencionado nada de aquello, pero tampoco me parecía algo importante. Entré y cerré la puerta. Había poca luz y un extraño olor a un producto químico. Enfrente, se veía la puerta corredera que dijo la sirvienta y crucé con cuidado el salón hasta ella. No era difícil abrirla; sólo estaba cerrada con un pasador para poner un candado, pero no había candado. Entré con algo de prisas por ver todo lo que pudiese antes de que llegasen a casa y encontré un corredor ancho y oscuro. A mi derecha había un interruptor.

Extendí la mano con miedo y pulsé para encender la luz. Ante mí, apareció un pasillo como el de los hospitales, pero no muy largo y con sólo tres puertas. Me acerqué a la primera y la abrí con cuidado. Era el despacho de don Javier, el padre; muy lujoso y con una estantería llena de fotografías de una misma persona en diferentes etapas de su vida. El resto estaba lleno de adornos de plata.

Salí de allí enseguida y me dirigí a la segunda puerta. Era el despacho de doña Concha, la señora. Entré también con cuidado pero siempre pensando en no entretenerme mucho. Había máquinas para coser, un pequeño telar, una vitrina llena de bobinas de hilos de todos los colores, muestras de telas y… ¡fotografías! ¡Muchas fotografías sin marco! Todas parecían de una misma persona, aunque dentro de un periodo de tiempo menos largo (dos años, tal vez).

Me sentí extraño y salí de allí confuso. Me dirigí a la última puerta y, al acercarme, me pareció oír el ruido de una cerradura eléctrica. Al mirar casi al suelo, a los lados de la puerta, encontré un sistema de células fotoeléctricas que cerraban aquel otro recinto. Separé mis piernas hacia atrás y oí otra vez el sonido de la cerradura al abrirse. Inclinándome sobre la puerta, me apoyé en los marcos y, luego, bajé despacio una mano hasta el pomo. Al abrir, salió ese olor fuerte a producto químico. La sala estaba iluminada con luz fluorescente ultravioleta (luz negra) y salté sobre el sistema de cerrado automático y entré en la sala.

Frente a mí, encontré toda una pared llena de fotografías; cientos de fotografías mías desde todos los ángulos. Sólo había una mesa (como una encimera) que iba de un lado a otro de la pared frontera de la habitación con un ordenador en el centro. No quise encenderlo. No quería que se me echara el tiempo encima. Miré algunas fotos y comencé a sentir pánico. Algunas de ellas estaban sacadas con teleobjetivos de largo alcance.

Salí retrocediendo de aquella sala y, al llegar al sistema fotoeléctrico se cerró la puerta ante mis narices. Me quedé inmóvil un rato y sin parpadear. Corrí luego al salón y me senté donde estaba intentando serenarme. Poco más de un minuto después, llegó la madre y, al cabo de media hora llegaron el padre y Javi.

7 – Una relación más fuerte

Después del almuerzo, entramos Javi y yo en nuestro dormitorio. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para que no me notase que estaba muy asustado. Entonces me pidió que lo hiciéramos, comenzó a desnudarme y me fue llevando hasta la cama. Sentí verdadero pánico, pero hice todos los esfuerzos que pude y comencé a desnudarlo. Nos fuimos quitando las prendas poco a poco y una a una hasta quedarnos desnudos. Su obsesión era siempre que hubiese luz (para verme bien, supuse) y hacerlo sobre la colcha.

Comenzamos a acariciarnos conforme se iban uniendo nuestros cuerpos hasta que rozamos nuestros miembros erectos durante un buen rato. Nos acariciábamos los cabellos y nos besábamos desesperadamente. Intenté ponerme en el otro lado de la cama pasando sobre él, pero me agarró por un brazo para que me quedase encima. Comenzamos a movernos sin dejar las caricias y los besos hasta que su mano cogió su polla y buscó mi agujero para penetrarme. No me pareció extraño a pesar de mi estado de nervios. Cada vez iba probando más y más cosas. Apreté cuando noté que la punta estaba en su sitio y comenzó a empujar con cuidado. Nos fuimos moviendo cada vez más y más hasta que noté que se encorvaba hacia arriba y tiraba de mi cuello para besarme salvajemente. Se estaba corriendo. Descansamos un poco en aquella postura.

Poco después, se dio la vuelta poniéndose de rodillas, dejó su culo en alto y se abrió las nalgas. Acaricié todo su culo con la punta de mi polla hasta que la llevé a su agujero y comencé a penetrarlo. Me apretaba la mano y contenía gemidos, pero tiraba de mí. Quería que lo penetrase en aquella postura. Lo agarré por los hombros y empujé hasta el fondo. Su cara estaba pegada a la colcha. Lo más seguro era que estuviese sintiendo dolor, pero yo sentía muchísimo placer y levanté la cabeza al techo. Entonces, me pareció ver una sombra alargada que venía desde la ventana. Miré atrás rápidamente. Encima de las cortinas había una cámara escondida.

Tuve que hacer esfuerzos inhumanos para seguir adelante y procuré correrme lo antes posible.

  • ¿Te pasa algo? – me preguntó -: tienes mala cara.

  • Sí, Javi – le dije -; posiblemente no he hecho bien la digestión, pero no te preocupes. Ya se pasará.

Me llevó al baño y me echó agua fresca en las muñecas y en la nuca y me dio a beber algo.

  • ¡Estás blanco! – se asustó - ¡Te echaré en la cama hasta que se te pase! Voy a vestirme y avisaré al servicio. Si te sientes mal, llama al timbre.

Me dejó sentado en la tapa del retrete y salió al dormitorio. Hizo algunas cosas y volvió a entrar a por mí envolviéndome en una toalla. Me levantó y me llevó a la cama. Puso la habitación un poco más a oscuras y salió despacio. Miré inmediatamente a las cortinas de la ventana. La cámara ya no estaba.

Aunque el pánico de aquella visión de la sala llena de fotos mías no se había pasado, pero sentí que me dormía. No podía mantenerme despierto. Me había drogado.

8 – Un paseo sin retorno

Desperté a la hora de cenar e intenté que todo fuese natural; como si no hubiese ocurrido nada. Dormimos como siempre y desperté solo en la cama. Cuando me duché y salí, la joven del servicio me sirvió el desayuno y me dijo que la familia había salido a hacer unos trámites. Pensé en volver al estudio de Javi para ver más cosas, pero me temblaron las piernas.

Me senté con tranquilidad en el sofá y, cuando pasó un buen rato, le dije a la sirvienta que necesitaba tomar algo el aire y que saldría a dar un paseo. Bajé las tres plantas por las escaleras y tuve cuidado de que nadie me viese al salir. Recorrí varias calles que no conocía y llamé a Raquel.

  • ¡Raquel - grité -, por favor! ¡Escucha!

  • ¿Dónde estás? – dijo asustada -; desapareciste cuando saliste del hospital. ¡No me hagas esto!

  • ¡Escucha, por favor! – le dije nervioso -; no tengo dinero y no sé dónde estoy. Necesito que me ayudes.

  • Es fácil, Nino – me dijo -; para un taxi y ven a casa. Yo esperaré en la puerta y lo pagaré. Tienes que contarme mucho.

  • ¡Sí, Raquel! – le dije -, tengo que contarte más de lo que piensas. Ahora tomaré el taxi; necesito irme de aquí lo antes posible.

Cuando llegué a casa de Raquel, la encontré esperando en la puerta. Pagó el taxi y se abrazó a mí llorando desesperadamente.

  • ¡Tu cara, Nino, tu cara! – me miró con espanto - ¡No le ha pasado nada!

  • Subamos a tu casa, por favor – le rogué -, no quiero estar en la calle.

Se sentó a mi lado y escuchó mi larga historia aunque quise resumir mucho los detalles. Su rostro se fue desfigurando al oír los últimos detalles. Tomó el teléfono y llamó a alguien llamado Ciro. Le habló algo sobre lo ocurrido y, llorando. Le dio las gracias.

  • ¿Qué pasa? – pregunté intrigado - ¿Quién es ese Ciro?

  • Es un amigo – contestó dando paseos por el salón -; es de la policía secreta. Cuando le he contado algo de la historia, me ha preguntado que dónde estás y casi me ha colgado de inmediato. Algo pasa, Nino, algo pasa que es más grave de lo que tú piensas. No salgas de mi casa. Yo traeré ropas y comida. Descansa aquí unos días hasta que sepamos todo.

Varios días después, se presentó en casa un hombre alto, delgado, con bigote y no muy agraciado. Nos habló mucho de aquella familia. Estaban buscándolos por todos lados por psicópatas. Sabían que eran muy peligrosos, pero lo único que llegué a entender con claridad es que querían verme; querían verme por fuera y por dentro.