¡Sedúzcame, doctor!
Un abogado sin experiencia en el sexo con otros hombres sucumbe ante uno de sus clientes.
¡Sedúzcame, doctor!
El teléfono sonó y cuando Germán levantó el tubo oyó la voz de su secretaria diciendo:
" Dr. Lasalle, el Sr. Figueroa está aquí ".
" Gracias Clara. Déme un minuto y hágalo pasar ".
" Sí doctor ".
El joven abogado abrió la carpeta que tenía sobre el escritorio y dio una leída rápida al expediente: Esteban Figueroa, médico, 35 años. Consulta para iniciar trámite de divorcio .
Germán se levantó de su silla y parándose frente al espejo se acomodó el nudo de la corbata. Después contempló el reflejo de su imagen, y sonrió satisfecho. Alto, muy apuesto y con un muy buen cuerpo, tenía un porte que hacía que lo mirasen tanto hombres como mujeres, ellos con cierta envidia, ellas con admiración.
Apenas había terminado de verificar su aspecto cuando su secretaria abrió la puerta, y Esteban Figueroa entró en el despacho.
Lo primero que notó Germán fue el exquisito perfume que emanaba del cuerpo del hombre, atrapando el olfato y la atención de quienes estuvieran cerca. Después sus ojos se toparon con un ejemplar masculino que atrapaba tanto o más que el perfume.
Esteban Figueroa era un tipo tan alto como Germán, aunque de espaldas más anchas y pecho más amplio. Tenía el cabello rubio oscuro y unos ojos color cielo impresionantes. Sus facciones eran hermosamente viriles, y su sonrisa compradora hacía gala de una dentadura perfecta.
Germán le estrechó la mano, y cuando sintió sobre la suya el apretón fuerte de ese hombre subyugante un extraño escalofrío le recorrió la espalda.
El abogado le pidió a su secretaria que nadie los interrumpiese, y después invitó a su cliente a tomar asiento.
" ¿Café? " preguntó Germán amablemente.
" Sólo si usted me acompaña " respondió Esteban.
" Con gusto. Y por favor: nada de usted. Tenemos casi la misma edad ".
" Como quieras " dijo Esteban, exhibiendo una amplia sonrisa.
Mientras servía el café, Germán notó un ligero temblor en su mano. No sabía por qué, pero la presencia de ese hombre lo había alterado. Sintiéndose algo nervioso le dio el pequeño vaso a Esteban, y luego se sentó junto a él.
" Bueno, entiendo que estás divorciándote " le dijo a su cliente.
" Exactamente " respondió Esteban después de apurar un sorbo de la infusión.
" Ya veo. Bien, en ese caso, si voy a ser tu abogado necesito saber cual es la causa de tu divorcio " dijo Germán. Apenas dijo esas palabras advirtió una ligera perturbación en Esteban, y para tranquilizarlo agregó: " No importa cual sea ese motivo, no quiero saberlo para juzgarte, sino para poder manejar mejor el caso ".
Esteban lo miró fijamente, y Germán sintió nuevamente escalofríos. Por alguna razón, la mirada de esos impactantes ojos celestes lo ponían nervioso, y se dio cuenta que estaba levemente agitado.
" Entiendo " respondió Esteban. Entonces hizo una seña a Germán para que se acercase, y cuando sus rostros estuvieron a un palmo de distancia le preguntó al abogado casi en un susurro:
" ¿Puedo contarte un secreto? ".
" Sí, claro " respondió Germán, intrigado por saber la razón de tanto misterio.
" Me divorcio porque . . . porque . . . porque he descubierto que me gustan los hombres " dijo de sopetón, con una expresión entre pícara y contrita en su hermoso rostro.
Germán quedó estupefacto. En realidad, no era la primera vez que trataba con gays, y nunca había sentido ni atracción ni rechazo por ninguno. Tampoco era la primera vez que tramitaba un divorcio porque uno de los miembros de la pareja descubría sus inclinaciones homosexuales. No no . . . el problema era ese hombre, que irradiaba masculinidad por todos los poros, que por alguna causa que no podía entender lo ponía tan nervioso, y que encima se confesaba gay . . .
Por unos instantes que le parecieron eternos, Germán sintió que se perdía en esos ojos increíbles. Se dio cuenta que sus sentidos tambaleaban, y algo adentro suyo le decía que la extrema cercanía a ese fascinante rostro masculino podía resultar peligrosa.
" Ah! Vaya descubrimiento, no? " dijo por fin el abogado cuando pudo articular una palabra.
" S í" asintió Esteban. " La verdad es que yo aún no puedo entenderlo, pero sé que es una verdad innegable. ".
" ¿Y . . . eh . . . cómo fue que te diste cuenta? Claro, si no te molesta contarme. " Germán se arrepintió de haber preguntado, temeroso de haber dado la impresión de ser un curioso morboso.
" No, no me molesta para nada" respondió Esteban. "Verás. Desde hacía un tiempo, yo había notado que cuando me cambiaba en el vestuario del club inconscientemente me ponía a mirar los hombres desnudos, y que más de una vez mi verga se había empalmado cuando el tipo . . . tú sabes . . . estaba bueno. Traté de no pensar en ello, y por las noches realmente follaba con ganas a mi mujer. En fin, creí que podría superarlo. Pero una tarde . . .". Esteban se interrumpió, y su mirada se perdió a lo lejos, como si estuviese viendo ante sus ojos los sucesos que estaba relatando.
" ¿Qué . . . qué pasó? " preguntó Germán, en un tono anhelante.
" Una tarde yo estaba en mi consultorio, esperando un paciente, un muchacho. Como era el último, le dije a mi secretaria que por ese día ya no la necesitaba y la dejé marcharse antes. Al rato llegó él, y ¡Ah! No te imaginas!. Era un chico de unos veinticinco años, moreno de ojos verdes, terriblemente bonito, pero por sobre todo muy masculino. Recuerdo que me puse muy nervioso apenas lo vi, y mi respiración se volvió irregular y agitada. Bueno, tal vez todo esto te suene extraño, e imagino que ha de ser difícil de comprender si no sientes atracción por otros hombres. ".
Germán tragó duro y dijo " Claro, claro ", mientras intentaba serenar su respiración.
" Tratando de controlarme, lo hice sentar en la camilla y le pedí que se quitara la camisa. Le pregunté por qué había venido a consultarme, y me explicó que se sentía un poco cansado porque estaba en época de exámenes en la Universidad, y que por eso tenía frecuentes dolores de cabeza. Yo lo escuchaba, pero no podía dejar de admirar su hermoso rostro, su torso musculoso, sus abdominales. Me sentía muy confundido, y las manos me sudaban terriblemente. Te imaginas que mal momento ¿Verdad?. ".
" Seguro, seguro " respondió Germán, mientras disimuladamente se secaba las manos en sus pantalones
" Yo trataba de verlo como un pedazo de carne, como nos enseñan en la Facultad ante la primera autopsia. Pero por Dios ¡Qué pedazo de carne era ese! No estaba muerto ni mucho menos, y me di cuenta con angustia que me moría por besarlo y abrazarlo. Y para peor, noté que el muchacho me comía con la mirada .".
" ¿Y que hiciste? " preguntó Germán con una irreprimible ansiedad, mientras devoraba con los ojos al médico.
"Saqué fuerzas de no sé dónde, y seguí con la revisión. Tomé mi estetoscopio y lo apoyé en ese pecho tan viril . . . y advertí que sus pulsaciones estaban aceleradas. Después apoyé mi cabeza en su espalda para revisarle los pulmones . . . y comprobé que estaba tan agitado como yo. Todo iba de mal en peor, y para colmo de males noté con desesperación que mi verga se estaba empalmando. ¿Puedes imaginar algo más incómodo?".
" No, no, claro que no " respondió Germán, mientras apretaba los muslos para tratar de aplacar la erección que empezaba a abultar en su entrepierna.
" Pero lo peor estaba por llegar " continuó Esteban, con los ojos chispeantes. " Le avisé que iba a hacerle un fondo de ojo, y me acerqué para mirar sus pupilas. Tenía su cara tan próxima a la mía que sentía su respiración en mi piel, ves, así de cerca " dijo el médico, acercando su hermoso rostro al del abogado.
" ¿Y entonces? " preguntó Germán, con la voz ronca.
" Entonces puse mi mano sobre su rostro . . . así . . . y me quedé mirándolo como hipnotizado. ".
Germán sintió la caricia de la mano del médico, y tuvo un nuevo escalofrío. Su raciocinio se bloqueó, y sus sentidos sólo podían percibir las señales que emanaban de Esteban: el olor de su perfume, el sonido de su voz, la suavidad de su piel, el calor de su aliento. Perdió conciencia de todo lo demás, y mientras cerraba sus ojos preguntó con un hilo de voz:
" ¿Y . . . que pasó luego? ".
" El cerró los ojos, como tú, y yo . . . yo acerqué mi boca a la suya . . ."
" ¿Y . . .? ".
" Y. . . y lo besé . . . así. ".
El joven abogado sintió sobre sus labios los labios de Esteban . . . y se entregó al beso sin oponer resistencia. Extasiado, dejó que la lengua del médico comenzase una húmeda exploración en su boca, mientras la mano que aún tenía en su rostro lo acariciaba con dulzura.
Germán abrió los ojos, y vio una expresión contrita en las bellísimas facciones del médico.
" Lo siento " se disculpó Esteban.
" No . . . no hay problema " respondió el abogado. Confundidos, ambos se pusieron de pie, y Germán dijo:
" Me interesaría saber que más pasó, pero . . . "
" Lo sé, lo sé " dijo Esteban. " Perdóname, soy un estúpido, y juro que no quise incomodarte. Pero ya me voy " dijo mientras se encaminaba hacia la puerta. " Y si quieres dejar de ser mi abogado, yo lo entenderé y . . . "
" ¡No no, no me malinterpretes! Es que ahora estoy trabajando " dijo Germán con ansiedad. Después, con cierto temblor en la voz, como si no pudiese creer lo que iba a decir, agregó mientras ponía las manos en los bolsillos y miraba el piso totalmente ruborizado: " Yo . . . eh . . . ¿No . . . no quisieras venir esta noche a casa, para . . . para contarme el resto? ".
Esteban se sorprendió por lo que acababa de oír. Miró al abogado, y susurró un tibio: " ¿De veras? ".
" De veras " respondió Germán, levantando la vista y mirando al médico a los ojos.
" Te contaré todo, y con lujo de detalles " dijo Esteban, mientras le regalaba al abogado una de esas sonrisas incomparables que tenía. Después se acercó a Germán, y parándose casi pegado a su cuerpo le preguntó: " ¿Y mientras tanto, doctor . . . no te interesaría un pequeño adelanto? ".
Instantes después el teléfono de la secretaría de Germán sonó, y cuando la mujer levantó el auricular escuchó a su jefe decir:
" Clara, por favor no me pase llamadas y no nos interrumpa por nada. El Sr. Figueroa me está . . . ¡ahh! . . . explicando las razones de su divorcio ".
" Por supuesto, doctor ". El pedido no sorprendió para nada a la secretaria, ya que los clientes hablaban más cómodamente sabiendo que nadie los interrumpiría. Lo único que le extrañó fue ese sofocado jadeo y la excitación que notó en la voz de su jefe.