Seduciendo a Yushio
Soy arquitecto, 35 años, casado y con dos hijas. Pero mi colega japonés me traía loco y tenía que hacer algo
SEDUCIENDO A YUSHIO
Soy arquitecto, tengo 35 años, casado y con dos hijas. Trabajo en un despacho de Barcelona donde realizamos proyectos de arquitectura contemporánea para toda Europa. Los propietarios del despacho son unas vedettes del star system de la arquitectura actual, muy mediáticos, de los que crean opinión. Ellos son tres, pero el equipo lo formamos 45 arquitectos de todo el mundo. Yo llegué como becario recién salido de una universidad francesa y aquí me he quedado. Con el tiempo ya me he ganado un puesto clave en la empresa y tengo un cierto estatus dentro de nuestra particular jerarquía, pero cuando llegué esto era terrible. Me dieron muy buenas oportunidades de creatividad y de aprendizaje, pero el régimen era de semiesclavaje, trabajando como desgraciados sin fines de semana y con un sueldo que dejaba mucho que desear. Ahora esto lo sufren las chicas y los chavales de veintitantos, recién titulados que se comen el trabajo sucio.
La verdad es que me gusta mucho mi oficio y si bien es verdad que comparto local con chicas y chicos y mujeres y hombres que están de muy buen ver, no suelo pensar demasiado en el sexo mientras trabajo. Solo cuando me aburro, sobretodo en las reuniones de dirección. Me encanta mirarle las tetas, enormes, a una de las jefas e imaginarme como suda y jadea cuando se la follan a cuatro patas. Me gustaría agarrárselas, pero siempre he respetado eso de "donde tengas la olla no metas la polla". Y no porque no haya tenido oportunidades. Mi madre es parisina y mi padre marroquí, y según dicen la combinación no salió nada mal: 175cm, bien proporcionado, pelo negro rizado, ojos negros penetrantes, pecho velludo, piel tostada, labios carnosos. Para tomarme el pelo, mis amigos me llaman "corazón diablo" porque dicen que voy por ahí rompiendo corazones.
De unos años para acá tenemos en el equipo algunos japoneses. Los primeros en llegar eran francamente feos, pero siempre me he sentido atraído por las facciones singulares. Y como soy un apasionado de Asia enseguida conecto muy bien con ellos, aunque reconozco que a veces me cuesta entender como piensan.
Hace un par de meses ha llegado un chaval de Tokio que tiene 28 años pero aparenta veintidós. Lo han puesto en mi grupo de trabajo y ya desde el principio noté que me turbaba su presencia. Nunca me pongo colorado, puedo hablar de sexo, hacer bromas de lo que sea... pero hablar con Yushio me descoloca. Y el pobre no ha hecho nada. Casi ni ha abierto la boca, es muy tímido, entiende el castellano pero solo habla inglés.
Al mes de haber llegado Yushio me sucedió algo realmente preocupante. Follando con mi mujer me vino su cara y deseé estar con él en ese preciso instante. Tuve que cerrar los ojos y concentrarme en él para no tener un embarazo gatillazo. Y le vi. Erguido con una enorme e ingenua sonrisa. Tiene la cabeza grande, como la mayoría de japoneses, que contrasta con su cuerpo delgado. Eso me da un morbo terrible. Acariciarlo, morder su cuello, tumbarlo en la cama debajo de mi, para ver como se ve su peinado a lo manga desde arriba, y ver como su sonrisa ingenua se transforma en carnosos labios de deseo. Me corrí físicamente en ella pero yo no estaba ahí.
Me sentí fatal porque nunca había mezclado mis dos sexualidades. Tenía que seducirlo, lo tenía que conseguir para poder saciar esa necesidad. Solo así podría volver a follar tranquilamente con mi mujer.
Desde ese día me hice aun más simpático con él. Le ayudaba en todo, le daba conversación, hablábamos de Japón y de su ciudad, la antigua capital imperial de Nara, que yo había visitado un par de veces en viajes de placer.
Nos estábamos haciendo buenos amigos pero antes de que eso sucediera tenía que abordar el tema sexual y, la verdad, toda mi fama de gran seductor no me servía para leer en Yushio algún síntoma, alguna señal de que captaba mis insinuaciones. Los asiáticos tienen su forma de expresarse y yo no sabía interpretarla. Iba tan salido que perdía poder de concentración en el trabajo. Todo a mi alrededor era sexo.
Un lunes por la mañana lo vi delante de la máquina de café y, sin pensarlo, sin estrategia, me acerqué por detrás y le acaricié descaradamente el hombro. Ahí sí notó algo. Mi deseo debía transmitir vibraciones a través de mi mano. Le miré directamente a los ojos, cosa habitual en los mediterráneos pero a la que él aun no estaba acostumbrado, y sin más le espeté dulcemente que ese día estaba especialmente atractivo. No conocía la palabra. Cogí mi bolígrafo y le escribí la frase en el azucarillo antes de que me pidiera la traducción al inglés. Siempre tenía el traductor en el ordenador, así que en menos de un minuto sabría exactamente qué le estaba diciendo.
Toda la mañana lo vi pasar varias veces cabizbajo, como preocupado, como esquivándome. Pensé que se me escapaba, que no iba de ese rollo, así que lo abordé a mi manera. Al mediodía cordialmente me lo llevé a comer pero sin darle opción. Solo teníamos una hora, pero para clarificar las cosas bastaba. Tampoco quería perderlo como colega, aunque me tendría que mortificar a pajas si me rechazaba.
Lo asalté por la directa. Lo llevé a un restaurante donde las mesas son muy pequeñas y te sientas cara a cara. No sé de donde saqué tanta verborrea pero me deshice en mil elogios hacia él pasándome a veces al inglés para asegurarme de que me entendía. Pero seguía impasible. En un segundo de distracción puse mi mano encima de la suya, la quiso retirar pero la retuve. Le incomodaba sobremanera porque en Japón no es habitual tocarse en público y menos dos hombres en un restaurante. Le dije que tranquilo, que en ese restaurante nadie se extrañaría. Fue luego cuando captó que lo había llevado a un establecimiento del Gaixample, donde hay la mayor concentración de los negocios regentados por la comunidad homosexual de Barcelona. El pobre estaba al borde del colapso y solo se me ocurrió una forma de tranquilizarlo: Me senté a su lado y le besé los labios cálidamente. Para mi sorpresa encontré su lengua y la tensión desapareció.
Compartía piso con dos japoneses más. Aprovechando que ese viernes mi mujer se llevaba las niñas a Italia para visitar a su madre y que yo debía quedarme por trabajo me hice invitar a su casa. Me costó toda la semana convencerlo porque él no había estado nunca con un chico, pero esa noche tenía el piso para él solo y accedió. Cedió cuando le dije que no tenía que pasar nada que él no quisiera, que yo me contentaba con dormir abrazado a él toda una noche y despertarme a la mañana siguiente igualmente abrazados. Muy bonito, pero yo rezaba para que llegáramos a algo más.
Su piso era de estilo japonés, así que me descalcé al entrar. Me había preparado una bebida japonesa de recibimiento. Todo era extremadamente dulce pero estaba muy nervioso y se le notaba. Durante mucho rato solo hablamos de esto y de aquello. Me habló de su visita a Granada y Córdoba y le pedí ver las fotos. Finalmente pude sentarme cerca suyo, rozando ahora mi pierna, ahora mi brazo con el suyo. Sin previo aviso le acaricié la mano con la que señalaba una foto. Quedó mudó y me la llevé a los labios para besársela, luego le abracé y le besé por toda la cara. Yushio estaba pidiendo sexo por todos los poros de su piel pero yo quise ir especialmente lento, para saborear el momento y para tenerlo ardiente de deseo. Le acaricié los brazos, los hombros, el torso y le besé los labios. Estaba totalmente entregado. En ese momento todo era Yushio, quería darle todo el placer, todo para él. Que su primera relación con un hombre fuera realmente memorable. Levanté su camiseta y metí mi mano. Estaba caliente y no tenía casi vello.
Lo tenía en mis manos y podría hacer con él lo que quisiera. Me lo llevé a su habitación.
Nos arrodillamos en su cama y le desabroché la camisa. Lo dejé con una camiseta ajustada. Joder, como me ponía ver su cuerpo delgado, erguido, le acaricié los muslos y el torso. Él, casi sin atreverse, me rodeó por los hombros mientras yo lo besaba y acariciaba. Descendí hasta su ombligo y levantando la camiseta se lo besé. Se le escapó un gemido de placer. Le acaricié el culo. Joder qué culo, pequeñito, duro. Y le puse la mano en el paquete. Subí otra vez a su boca pero mi mano buscó entrar en sus calzoncillos. Cuando entró suspiró muy fuerte y me encontré con una dura y caliente polla aprisionada. Le tumbé completamente y le abrí los pantalones. Él volvía a estar nervioso, como si viera que ya no había vuelta atrás. Se convenció de que no la había cuando me la metí en la boca. Sentir mis labios lo desarmó completamente y se entregó sin más. Sin que se diera apenas cuenta lo dejé desnudé completamente. Me da un morbo terrible estar vestido delante de mi amante desnudo. Que cuerpo tiene, es delgado pero está fuerte, poca cosa pero muy bien repartida. Yo deseaba penetrarlo pero sabía que era demasiado para su primera vez, así que me dediqué a comerle bien sus pequeños huevos metido entre sus piernas y acariciándole los muslos por la parte interior. Los rumores dicen que los orientales la tienen pequeña, pero la suya debía medir unos 17 cm y estaba deliciosa. Me apliqué a darle placer y el chaval estaba flipando. En estas yo también me había liberado de mi ropa y al cabo de un rato no pude evitar levantarle un poco las piernas y seguir lamiendo más abajo. Cuando puse mi lengua en su ojete todo su cuerpo se aflojó y gimió como perdiendo el control. Paré porque mi polla no soportaría más culo sin entrar en él.
Volví a sus labios y esta vez todo mi cuerpo acarició el suyo, desnudos los dos. Él me agarró fuerte con sus brazos y me besó apasionadamente.
Me gustaba que la cosa durara tanto, sin tocarme notaba mi polla palpitar de deseo y él mantenía una erección tremenda sin atisbos de que necesitara correrse. Su olor era extasiante y me puse a mil cuando noté que él también me olía. Eso le debió gustar aun más porque se entregó completamente: me abrazó con las piernas y levantó un poco su cuerpo. Acerqué mi polla por debajo de su culo y le pregunté con la mirada. Joder, no podía creerlo: quería que lo penetrase.
Volví a lamerle el ojete, esta vez no solo para dar placer sino para asegurarme de que mi polla entraría sin dolerle demasiado. No me gusta utilizar cremas, prefiero notar todas las sensaciones. Ya pensé en el día que podría follarlo sin condón pero de momento tuve que ponérmelo. Cuando cubrí mi polla con la goma me quedé impresionado por su tamaño, y mira que la conozco bien!
Me erguí un poco para ver bien donde estaba la entrada. Lo miré a él, expectante, con el deseo en los labios y la mirada suplicante. "Relájate" le dije, era la primera palabra que intercambiábamos en más de una hora. Noté que, efectivamente su ojete no estaba tan apretado y empecé a meterla. Tenía la sensación de que lo partía y, por la cara que puso, él debió tener la misma. Con el capullo metido me tumbé sobre él para besarlo y tranquilizarlo. Jadeaba para acostumbrarse al dolor y noté como se iba relajando. Yo sentía en la punta de mi polla apretada como él hacía un enorme esfuerzo para aceptarla. Me incorporé un poco y seguí entrando. Qué placer. Él me indicaba con su cara si dolía demasiado o era soportable. También con sus manos que mantenía en el vello de mi pecho. Lo estaba desvirgando y en su cerebro debían cruzarse millones de pensamientos y sensaciones por segundo. Poco a poco pude ir saliendo y entrando hasta que los movimientos me llevaron al fondo. Lo tenía totalmente dominado y entregado. Aceleré un poco el ritmo y él fue convirtiendo sus suaves gemidos en jadeos. Su cuerpo estaba ardiendo, y cuanto más lo follaba más calor desprendía. La follada era tremenda, tuve que controlarme un par de veces para no acabar. Me tumbé encima de él y le besé los labios. El roce de todo el cuerpo fue insoportable para él y agarrado a mis hombros se corrió gritando de placer, completamente descontrolado. Me mordió en el cuello y ahí no pude más y me corrí acelerando en un sprint final el ritmo. Quedé tumbado encima suyo con la polla palpitando en su interior.
Cuando se relajó soltó la boca de mi cuello y poco a poco mi polla resbaló fuera de su culo. Literalmente tuvimos que despegarnos y enseguida me cogió la polla para sacarme el condón. Hasta ese momento no la había tocado. Tenía mucho interés en ver cuanto había soltado y quedó pasmado al ver la cantidad de semen que guardaba el preservativo. Comentó largamente la cosa entre risas y cara de sorpresa, y finalmente me besó.
Nos metimos en la bañera y sentados uno delante del otro se contrarió al ver la marca que me había dejado en el cuello. Por suerte mi mujer no volvía hasta dentro de una semana: le dije que tenía toda una semana para prestarle al enorme chupetón todos los cuidados que necesitaba para que desapareciese. Me los dio y se los di.