Seduciendo a un sacerdote

Un jovencito de un pequeño pueblo fantasea con el atractivo párroco que acaba de llegar al pueblo... Poco imagina que su fantasia se hara realidad...

SEDUCIENDO A UN SACERDOTE

Un pequeño pueblo, del interior de Galicia, es testigo de esta historia que a continuación narraré, una experiencia verdaderamente religiosa, nunca mejor dicho,

En un pequeño pueblo de Galicia, donde todo el mundo se conoce y se sabe la vida y milagros de todo ser vivo habido y por haber, no es un buen lugar para que esté un chico gay de 15 años.

En dicho pueblo, yo tenía la imagen del niño bien educado, dulce, agradable, que hacía las delicias de las viejas chismosas del pueblo y que era el portentoso orgullo de su madre, yo verdaderamente soy un chico tranquilo, dulce y educado, pero en mi interior existe ese sentimiento de atracción por los hombres. La verdad que en mi pueblo no hay mucho donde escoger, y daba rienda suelta a mis deseos gracias al Internet, ya que en el instituto tampoco podía hacer mucho...

Así transcurría mi vida, aburridamente sin ninguna ilusión que me hiciera vibrar de emoción, amor y deseo, pero afortunadamente eso cambió.

Un buen día, como del mes de marzo, se extendió por todo el pueblo el cotilleo de que el cura de toda la vida se iba a ir de la parroquia y había especulaciones sobre quien sería el nuevo sacerdote de nuestra pequeña iglesia.

Las dudas se disiparon cuando una de las viejas del pueblo comentó toda ufana que el nuevo sacerdote era un sobrino de su marido que recién acababa de salir del seminario. Yo acostumbrado a oír los chismes de marujas no le di mucha importancia a la noticia que se pasaban unas a otras las mujeres del pueblo. Pero la cosa pasaría a tener mucha importancia cuando ese domingo, que casualmente era el día de Ramos, tuve que ir a la iglesia.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando conocí al famoso Juan, el nuevo cura. Era un chico de unos 27 años, alto, fuerte, de pelo negro azabache y unos ojos azules brillantes y una boca carnosa y jugosa, yo diría que hasta se parecía a Gael García Bernal en la película del padre Amaro.

Era un portento de belleza, a lo que se le sumaba una voz dulce y cálida que invitaba a soñar.

A Juan se le notaba muy nervioso en su primera misa, ya que aun era un "novatillo".

Así poco a poco la hermosa y pura imagen del padre Juan se iba apoderando de los pensamientos de este chiquillo con las hormonas disparadas.

Yo que nunca he sido nada religioso, desarrollé un sentimiento tan devoto que impresionó a todo el mundo, pero yo ocultaba como podía ese gran deseo que me impulsaba a estar cerca de Juan, un deseo que se apoderó de mis fantasías, de mis sueños, de mis pensamientos y de mi corazón.

Con el paso de los meses, de pensar a cada minuto en Juan y de satisfacerme a mi mismo en mis masturbaciones secretas en el monte, conseguí hacerme monaguillo en la misa, y estar más cerca aun si cabe de Juan, cuando tenía que pasarle las copas y las hostias de la comunión y rozaba sus manos, rápidamente experimentaba un fuerte calor en mi entrepierna que amenazaba con salir disparada, la estampa de pura castidad de la sotana era pecadoramente excitante y tentadora.

Yo en mi pecadora devoción religiosa, decidí hacer la confirmación, con lo que tenía que acudir todas las tardes a la iglesia, al ser el único chico de mi edad en el pueblo y el único que haría la confirmación, la iglesia estaba desierta para nosotros dos. Un día se me cruzaron los cables y me dio por probar un poco del vino de las misas, pero el padre me sorprendió, y tras hacerme rezar, me dedico una sonrisa que me puso a 1000 por hora

Mi amor y mi deseo por el padre Juan eran ya imposibles de controlar y le dedicaba unas miradas entre lascivas y tiernas al padre quien me envolvía con su melosa voz. Un día, movido por una fuerza inexplicable, llegó el momento de confesar mis pecados en el confesionario, y comencé con la y mítica frase de "perdóneme padre porque he pecado" él siguiendo el juego religioso me preguntó que cual era mis pecados y yo dije, sentir una pasión por una persona de mi mismo sexo, el padre enmudeció, y yo, sin poder controlar mis propias palabras continué, alguien que está casado con la iglesia y que es un imposible, entonces salí del confesionario y abrí la puerta donde estaba él oyendo mis pecados, y sin poder controlarlo, le di un beso en sus castos labios que me subió literalmente a los cielos, luego al darme cuenta de lo que había hecho, salí corriendo de la iglesia y no volví a aparecerme en semanas del miedo y la vergüenza que me dio lo que hice

Pasado ese tiempo, mi madre y casi todas las vecinas del pueblo se fueron a preparar las cosas para la fiesta patronal de nuestro pueblo y yo me quedé solo en casa terminando los deberes, entonces sonó el timbre de mi casa y fui a abrir y mi sorpresa fue mayúscula cuando en la puerta estaba Juan, con su alzacuellos y su cara excitante, yo me puse rojo y avergonzado, pero fui fuerte y lo invite a pasar, él fingiendo normalidad y que no había pasado nada, me dijo que le extrañaba que no continuara con mis prácticas de confirmación, Juan se acercó peligrosamente a mi, y me dijo que tenía que poner remedio a esos terribles pecados que cometí

Juan me tocó con sus manos por el pelo y me empezó a acariciar por toda mi cara y mi cuerpo, rozando con sus dedos mi paquete que ya estaba terriblemente disparado, mi nervios y mi excitación se acumularon, Juan entonces olvidó por completo su voto de castidad y me agarró por la cintura pasando sus manos por mi trasero prieto y me acercó a él con fuerza y noté su enorme paquete como de 20 cm. durísimo como la roca, de pronto me abrazó fuertemente y me dio el más intenso de los besos, jugamos con las lenguas y nos apretábamos fuertemente los labios a la vez que ejercíamos más presión sobre nuestros miembros,

Mientras me besaba apasionadamente, Juan me iba quitando poco a poco la ropa hasta dejarme en calzoncillos, el se quitó su sotana dejando al descubierto un musculoso cuerpo atlético y un enorme paquete erecto. Juan se acercó de nuevo a mi y me volvió a dar un beso profundo que poco a poco fue bajando hasta el cuello, mientras su mano se introducía peligrosamente por el interior de mi slip apretando fuertemente mi polla tiesa y luego desplazando sus dedos hacia mi culo

Juan me dijo al oído cual era mi siguiente penitencia, y me tomo suavemente por el cuello y me hizo agacharme…empecé a sobar con mi mano y mi boca su paquete, hasta que no resistí y le baje los calzoncillos y empecé a chupar como un poseso su rica polla, mientras Juan se retorcía de placer.

Tras un buen rato de mamársela, Juan decidió cambiar de posición y se dispuso a chupar mi polla con sus labios perfectos,

Después, Juan hizo algo que me sorprendió, me dijo que quería recompensarme por ser un buen feligrés, y sabiendo que me encantaba el vino de las misas, saco del bolso de su sotana un frasco con vino, el cual se echó por toda su polla…yo siguiendo sus deseos y los míos, me dispuse a volver a chupársela, y el sabor era aun mas delicioso

Después Juan me hizo colocarme sobre la mesa y comenzó a chuparme el culo y yo sentía un enorme placer, después, me dijo que llegaba la parte final de mi penitencia y comenzó a meterme poco a poco su polla por mi culo deseoso de sentir su carne caliente. Su rabo entro con facilidad en mi culo y comenzó a moverse suavemente mientras me la metía, yo estaba gozando de un placer increíble y le pedía que me diera más y más.

Pasamos por diferentes posturas, me puse encima de el, de lado, y terminamos yo boca arriba y el mirándome fijamente mientras me porculizaba, yo casi sin apenas tocarme me corrí prácticamente en su cara, y el paso su lengua por los restos.

Juan saco su polla de mi culo y me la metió en la boca y se corrió. Aun se notaba el sabor del vino, y la mezcla resulto exquisita a mi paladar.

Juan y yo nos besamos y estuvimos un rato abrazados y me contó que se hizo cura por las presiones de su familia, ya que el siempre supo que era gay, pero no podía decir nada.

Juan me dijo que quería seguir viéndome, pero al cabo de un tiempo desapareció de la parroquia...

Un tiempo después regresó al pueblo para vivir en casa de su tía, pero ya no era cura, y después mi sorpresa fue que había conseguido trabajo de profesor de religión en mi instituto.

Así, Juan y yo disfrutamos desde entonces de placenteras y lujuriosas sesiones de sexo