Seducida y sometida

Siempre he sido una mujer dominante y sexualmente insaciable, pensé que nunca encontraría a alguien que realmente me satisfaciera... Hasta que él me hizo descubrir a la esclava que llevo dentro.

Estoy cerca de la treintena y siempre he sido una mujer ambiciosa e independiente que huía de las ataduras. Soy la representante comercial de una empresa de publicidad, un trabajo que, sumado a mi ansia de libertad, me ha servido siempre como excusa para evitar formalizar cualquier tipo de relación. Se puede decir que en cada relación que he tenido con un hombre, el ochenta por ciento de la misma se basaba en el sexo. Sexualmente hablando, siempre me ha gustado dominar a mi pareja, convertir a los hombres en mis esclavos y a medida que he ido escalando en el terreno profesional, he aumentado mis exigencias en el terreno sexual.

Siendo así. Cada vez ha sido más difícil para mí establecer una relación, aunque sólo sea de sexo esporádico, con un hombre. Mis amantes, o bien no me satisfacían, o bien acababan por cansarse de mis pretensiones. El sexo llegó a ser algo aburrido para mí, y llegué a preferir la abstinencia por miedo nuevas frustraciones.

Dicen que cuando menos buscas una cosa es cuando antes aparece, y cuando ya no lo esperaba, apareció él. Aquel día, como suele ocurrir en estos casos, yo tenía mi mente demasiado ocupada como para pensar en follar. Mis compañeros de márketing me jugaron una mala pasada y editaron mal la campaña de una empresa textil, el director y dueño de la misma se quejó, y a mí me tocó trasladarme de Madrid a Alicante para dar la cara por mi compañía.

Nuestro primer encuentro, no logro recordarlo con claridad. Estaba enfadada por haber tenido que hacer el viaje y además casi me quedo sin ver al director, las oficinas estaban a punto de cerrar, y el guarda de seguridad me dijo que a esas horas no me iban a atender. Tuve que suplicarle para que me dejara acceder a su oficina, y cuando por fin llegué, le solté un discurso sobre lo tarde que era pero la necesidad que tenía de aclarar el malentendido. Recité aquel discurso mecánicamente y no me fijé en él hasta que riéndose a carcajadas, me miró de manera penetrante. Su pelo, moreno con algunas canas, delataban a un hombre de mediana edad, alto, y en buena forma; no era excesivamente fuerte, pero se veía claramente que era un hombre que cuidaba su aspecto físico.

Mientras él recogía las cosas de su escritorio, me dijo que lo sucedido no era tan alarmante como para que yo me tomara tan en serio, pero que mi profesionalidad, había hecho que me ganara su simpatía. Él iba a marcharse, y me dijo, con mucha educación, que ya que había esforzado en ir hasta allí para solucionar el tema y que se me había hecho tarde y tendría que hacer noche en Alicante, que me invitaba a tomar algo.

Fuimos a un café que había por allí cerca y tras arreglar todos los malentendidos, entablamos una animada conversación sobre nuestra vida cotidiana. Fuimos intimando poco a poco, yo cada vez me sentía más atraída por él, y su poderosa mirada, me hacía presentir que el sentimiento era mutuo. Sintiéndome confiada, le llegué a contar detalles sobres mis experiencias anteriores, avisándole indirectamente de lo que sucedería si aquello iba a más. Al salir de aquel lugar, estábamos tan emocionados, que no queríamos despedirnos aún. Le dije si conocía un buen sitio para tomarnos una copa, y él me dijo que me llevaría al mejor sitio que conocía.

Se trataba de una barra americana. Yo, lejos de sorprenderme, estaba excitadísima con la idea, todo me hacía prever que una nueva víctima caería en mis garras, lejos de presentir que la víctima esta vez seria yo. Hablamos abiertamente de sexo sin ningún tapujo y al ver a una bailarina, que realizaba unos movimientos dignos de la mejor gimnasta, me dijo que a él le encantaría tener a una mujer así en la cama. Fue entonces cuando, yo puse mi mano en su entrepierna, y subí hasta acariciarle el pene hasta cogérselo con fuerza y susurrarle al oído que yo podía moverme mucho mejor. Me levanté de pronto, y le dije, con total naturalidad, que me iba al baño, no sin antes mojarme los labios y ajustarme mi estrecha falda de lycra negra antes aquella mirada profunda.

De lo que sucedió después, no consigo acordarme. Me desperté atada al cabecero de la cama de una lujosa habitación. Me escandalicé al ver que me había engañado, me había drogado para llevarme hasta allí, y entonces, me arrepentí de todo lo sucedido y lamenté mi inconsciencia. Pero él, me tranquilizó con su apacible tono de voz, me dijo que sólo quería hacerme disfrutar, pero que para ello tenía que obedecerle y no desafiarle. Dijo que confiaba en mi y que por ello, me iba a desatar, cuando lo hizo. Yo salté precipitadamente y grité en busca de auxilio. él me cogió con fuerza e insistió en que nadie me oiría. Se enfadó por mi desobediencia y bruscamente, me llevó hasta la cama, se sentó en el borde y puso mis glúteos en su regazo para azotarlos fuertemente. "Hasta ahora, has sido una mala mujer, pero yo te voy a enseñar a comoportarte. Siempre he querido educar a una zorrita cachonda como tú. No voy a hacerte daño, deja que te guíe y yo te haré disfrutar".

Sentí algo que nunca había sentido, a partir de aquel momento, me entregué a él, y tras oír aquellas palabras, tan duras, pero que me ofrecían tanta confianza a la vez, sólo pensé en gozar al máxino de aquella situación tan inaudita para mi. Me hizo arrodillarme ante él para lamerle el pene, y yo, lo hice complaciente, le contesté con una fingida inocencia que lo haría como una niña que lame un helado, de abajo a arriba, a lengüetazo limpio, saboreando la puntita, y vigilando que nada se derramara por la parte inferior. Cuando su pene estaba endurecido, él me agarró por la melena, y me vendó los ojos, me puso boca abajo sobre la cama. Se tumbó encima de mí, podía notar como su sexo duro se rozaba con mi culo. Sin dejar de rozarse, metió las manos por debajo de mi blusa para agarrar fuertemente mis pechos, mis pezones estaban durísimos y al darse cuenta él, dijo esa era la mejor muestra de que su plan estaba saliendo bien. Me arrancó los botones de la blusa y me puso boca arriba. Entonces, empezó mordisquear mis duros pezones y a lamerme toda. Me quitó la falda y me dio nuevamente la vuelta, esta vez, para ponerme a cuatro patas. Creo que nunca he gemido tanto como cuando note su pene entrando en mi vagina mientras que me agarraba del pelo con una mano y estrujaba mis pechos con la otra. Nos movíamos cada vez más aceleradamente, yo estaba al borde del orgasmo cuando el paró repentinamente y me dijo "¿Qué sucedería ahora si me detuviera y dejara a medias a la mujer más dominante del mundo?", en aquel momento, temí que todo se desvaneciera, pero él, inmediatamente contestó: "Que no la convertiría en mi esclava por completo", y entonces, aceleró más agitadamente hasta hacerme llegar al orgasmo. No había terminado saborear plenamente aquel momento, cuando introdujo su pene en mi ano. Lo hizo con seguridad, empujando con firmeza mientras azotaba mis glúteos y me pedía que le llamara "mi señor". Fue realmente excitante, su maestría me hizo alcanzar nuevamente el extásis, hasta sucumbir, finalmente, con su semen por todo mi cuerpo.

Cuando me desperté, él ya no estaba. Pero todo estaba preparado para mí, tenía ropa nueva con la que vestirme y había ordenado que me sirvieran un completo desayuno con el cual, me adjuntaba una tarjeta de contacto emplazándome a un próximo encuentro. En aquel entonces, me invadió un extraño sentimiento que me hacía estar orgullosa de mi misma, la sensación de haber sido una esclava por primera vez.