Seducida y desvirgada por mi hermano

El roce hace el cariño.

Desde niños nuestros padres nos dejaban solos en casa por la noche y se iban a trabajar en el estraperlo que era lo que daba de comer en aquellos tiempos.

Yo era un año menor que mi hermano Julito, que era quien se quedaba a cargo de la casa, una casa nueva producto del "trabajo" y de untar a la guardia civil y a los carabineros.

Los años pasaron. Se acabara el estraperlo de café y llegara el del tabaco. Julito ya era Julio y yo de Julita pasara a ser Julia. Por las noches lo sentía hacer sus cosas, o sea, pajas y yo no podía evitar masturbarme imaginando que estaba en la cama de mi hermano. Lo cierto es que estaba todas las noches con la oreja puesta para ver si comenzaban a chirriar los muelles de su cama.

Aquella noche de verano sentados en dos sillas, frente a frente y al lado de la cocina de hierro, me preguntó:

-¿Puedo hacerte una pregunta íntima antes de irme para cama, Julia?

-Responda lo que responda me la vas a hacer... Pregunta.

-¿Te haces pajas?

Le mentí.

-No, y si las hiciera no te lo diría.

-Eso es un sí.

Para que os situéis os diré que mi hermano en aquel entonces era moreno, delgado, alto y fuerte y vestía unos vaqueros y una camisa. Yo era delgada, de estatura mediana, de ojos marrones, cabello negro que me llegaba a la cintura y que llevaba recogido en dos trenzas. Tenía las tetas duras y el culo prieto. Esa noche llevaba puesto un viejo vestido azul que me daba por encima de las rodillas al que cubría un delantal.

-Eso es un no. ¿Pero para qué querías saberlo?

-Para cuando vuelva a hacer una paja... Dime la verdad. ¿Las haces?

Cómo ya os he dicho me masturbaba, pero ni borracha se lo iba a decir a mi hermano, por eso le dije:

-Esas son cochinadas que hacen los hombres.

-Creía que las mujeres también os tocabais.

-Creías mal.

-¿Quieres saber cómo la hago yo?

Me puse aún más seria de lo que ya estaba.

-No.

-Te lo diré igual. Te doy besos, te como las tetas y te la meto.

Lo miré con cara de mala hostia

-¡¿Has dicho te la meto?!

Se pasó mi cara de mala hostia por el forro de los cojones.

-Y te doy besos y te como las tetas.

-¿Y no me la metes en el culo? Porque ya puesto...

-No se me había pasado por la cabeza. ¡Qué paja va a caer esta noche!

Iban a caer dos. Sabiendo lo que estaría pensando..., pero volvamos a la conversación.

-¡Y me lo dices a la cara!

Mi hermano ya estaba desatado.

-Te lo diría mejor al coño y al culo...

-¡Te la estás jugando, Julio!

-Lo sé. ¿Quieres saber cómo la hago yo?

-¡No!

Era igual lo que le dijera. Se levantó de la silla en la que estaba sentado y me preguntó:

-¿Has visto alguna polla empalmada?

-No.

-¿Quieres ver la mía?

-No.

Echó la mano al paquete.

-Mejor así, si la ves te enamorarías de ella.

Se estaba pasando de chulo.

-¡¿Pero tú quien coño te crees que eres?!

-Picha de Oro, me lo dijo una mujer que la tuvo dentro del coño.

Sentada en mi silla y mirando hacia arriba, le dije:

-A ti no te la vio nadie. Seguro que tienes un calcetín dentro del calzoncillo.

-¿La saco?

Entre nosotros. Tenía ganas de ver cómo era una polla, así que le dije:

-Vas a hacer lo que te dé la gana...

Mi hermano sacó la polla. La tenía tiesa y era gorda y larga.

-¡Qué barbaridad! Guarda esa cosa.

Julio comenzó a menearla. Giré la cabeza para no verlo

-¿Quieres mamarla?

-¡¿Qué?! ¡Eres un enfermo!

-¿Por querer que me la mames?

-¡Por qué soy tu hermana!

Me la puso en los labios.

-¿No tienes curiosidad por conocer el sabor de mi leche?

Abrí la boca para decirle que no. La polla entró en mi boca y chocó con la lengua. Giré la cabeza, la saqué de la boca y escupí en el piso, Julio me preguntó:

-¿No te gustó?

-¡Qué asco!

-Enséñame las tetas.

La cosa se empezaba a calentar demasiado.

-Le voy a decir a papa lo que me estás haciendo.

-Me la suda que se lo digas, yo le diré que fuiste tú la que quiso follar conmigo.

Mi hermano comenzó a menear la polla con más celeridad, le dije:

-Eres un cabrón.

Sonriendo me respondió:

-Si, y me voy a correr.

Julio cerró los ojos y meneándola soltó un chorro de leche que fue a parar encima de la cocina de hierro, luego vi cómo salían chorros cada vez con menos fuerza hasta que dejó de echar leche. Yo debía estar colorada cómo un pimiento morrón, pues sentía la cara caliente, la cara caliente y el coño encharcado. Con la polla tiesa en la mano me dijo:

-¿Me las enseñas ahora?

Tenía ganas de enseñarle las tetas y de mucho más, pero le dije:

-No te voy a enseñar nada.

Me bajó la cremallera trasera del vestido y lo quitó hasta la mitad. Me sacó el sujetador y vio mis tetas, unas tetas grandes, blancas cómo la leche, con pequeños pezones y grandes areolas oscuras. Le pregunté:

-¿Ya estás satisfecho?

-No, quiero más.

Julio frotó la polla en los pezones primero y por todo el contorno de las tetas después. Yo no me movía ni protestaba. La verdad es que me estaba gustando. Me pasó la polla por los labios. Sin querer queriendo, saqué la lengua y al frotarse la polla contra ella se volvió a correr. El primer chorro entró en mi boca, luego viendo cómo salía en resto de la leche pasé la lengua por los labios y la tragué.

Al acabar me preguntó:

-¿Quieres ver cómo me corro otra vez, Julia?

Lo que quería era correrme yo, pues la humedad de mi coño era tanta que había traspasado mis bragas y ni vestido y mojaba el asiento de la silla, le dije:

-Si, tragar la leche que entró en mi boca hizo que mojara las bragas.

Había empezado a ofrecerme y mi hermano lo había pillado.

-¿Me enseñas el coño?

No podía darme de golpe.

-No, no que luego vas a querer más.

-Me conformo con verla.

-Júralo.

-Te lo juro.

Estaba cachonda perdida. Me puse en pie, quité el vestido y quedé en bragas blancas, medias de lana fina de color negro sujetas con unas ligas blancas y zuecos. Julio me dijo:

-¡Eres la cosa más bonita que vi en mi vida!

-No creo que sea la cosa para tanto.

-Lo es. Baja las bragas.

Ya me di del todo.

-Bájamelas tú.

Julio me bajó las bragas y vio su primer coño, sí, su primer coño, pues días después supe que lo de Picha de Oro se lo había inventado.

-Quiero ver tu coño por dentro.

Deseando que me lo comiera, le dije:

-Haz lo que quieras.

Se agachó, lo abrió con dos dedos y vio lo empapado que estaba.

-¿A qué sabrá?

Ganas me dieron de cogerle cabeza y llevar su boca a mi coño, pero quedaría cómo una puta. Así que lo dejé a su aire. Mi hermano puso la yema de un dedo en la entrada de mi vagina, lo llevo a la boca, probó mis jugos y me dijo:

-Está rico.

Ver cómo chupaba el dedo me puso negra, pero me hice la decorosa.

-Eres un cochino.

-¿Me dejas frotar la polla en tu coño?

Estaba deseando sentir algo entre mis piernas.

-Frota, pero no metas.

Julio me frotó la cabeza de la polla por todo el coño. Cuando rozaba la entrada de mi vagina deseaba que me la metiera y me desvirgara, pero no lo hizo... Acabó frotándola con mi clítoris y corriéndose sobre él. Antes de acabar de correrse él comencé a correrme yo. El placer que sentí fue tan grande que mis piernas flaquearon. Si no me agarro al cuello de mi hermano acabo con el culo en el piso.

Al acabar de gozar le mentí con descaro.

-Me he corrido por primera vez. Fue algo maravilloso.

-¿Follamos ahora?

Me separé de él, y luego me pasé tres pueblos al decirle:

-¡Juraste que no ibas a querer nada más!

-Vale, vale, perdona.

Al ver a mi hermano alejarse de mí me entraron ganas de llorar. Por tonta me quedaba sin follar.

Al día siguiente, según me contaría más tarde, Julio anduvo por el monte en busca de una pastora que era tía nuestra y muy amiga suya. Se llamaba Celestina y estaba viuda. Cuando la encontró, le ofreció un cigarrillo Marlboro, Celestina se lo cogió. Dándole fuego le preguntó:

-Me gustaría saber algunas cosas fuertes y no tengo a quien preguntarle.

-Pregúntale tu padre.

-Me mataría.

-Pues a tu madre.

-Conociéndola se que me diría que le preguntase a mi padre. Solo tú me puedes ayudar.

-¿Y tus amigos?

-Mis amigos no tienen no pajolera idea de sexo.

-No sé, esto podría acabar cómo el rosario de la aurora.

-¿Por qué?

-Porque llevo cinco años viuda.

-¿Y?

-Y tú eres tonto, coño, no me extraña que quieras... A ver. ¿Qué quieres saber?

-¿Las mujeres os hacéis pajas?

-¡Buenooo!

-¿Qué pasa?

-Nada, no pasa nada. Sí, las hacemos, especialmente yo que hace años que no consumo.

-¿Qué es lo que no consumes?

-Tonto, perdido, eres tonto perdido. Siguiente pregunta.

-Cómo hay que follar una mujer para que se corra.

Celestina, que tenía treinta años y un buen cuerpo, le preguntó:

-¿Es virgen la chavala?

-No sé.

-Verás, Julio, lo primero y más importante es que no se entere tu madre de que te enseñé a follar. Ahora vamos al tema...

La interrumpió.

-Espera un momento, tía.

Mi hermano sacó de sus bolsillos un bloc y un lápiz. Celestina le preguntó:

-¿Qué coño haces?

-Tomar notas para después estudiarlo todo bien.

-¿No irás también a hacer dibujos?

-Si hace falta los haré.

-¡Hay que joderse! En fin, lo segundo es que al principio hagas todo muy despacito. Lo tercero...

Cuando Celestina acabó con la lección, se vistió y limpió la leche de sus tetas con un pañuelo. Sí, has leído bien, se vistió, se limpió la leche de las tetas y le dijo a mi hermano:

-Esa polla tuya va a hacer feliz a muchas mujeres.

Dos días después jugando una partida a la brisca en la cocina me dijo Julio:

-... Por cierto, las mujeres os hacéis pajas. Vi a una mujer hacerla y correrse.

-Sí. ¿Y qué más?

-Que me llevó la cabeza al coño y me mandó que le lo lamiese.

-Ya. ¿Para qué?

-Para volver a correrse.

No le creía una palabra, pero me gustó que me hablara de guarrerías.

-¿Y qué más, don Juan?

-Pues me aprendió a comer unas tetas, a comer un coño y a follar a una mujer de modo que acabe corriéndose.

-Creí que Picha de Oro ya sabía hacer esas cosas.

-Te mentí. En mi vida había visto un coño antes del tuyo

-¿Y me quieres mentir otra vez?

-No, te he dicho la verdad.

-¡¿Quién te enseñó?!

-No te lo puedo decir.

-Entonces cállate, tramposo. En el pueblo no hay una mujer que sea tan puta.

-Esa mujer no es una puta...

-No, es una santa. Si no me vas a decir el nombre, cierra la boca y no molestes.

Quería follar conmigo y cantó.

-La que me enseñó a hacer que se corra a una mujer comiéndole el coño fue la tía Celestina.

No me lo podía creer.

-¡¿Le comiste el coño a la tía Celestina?!

-Comí.

-¿Y se corrió en tu boca?

-Corrió y me tragué tres de sus corridas.

-¡¿Pero cuántas veces se corrió?!

-Siete, se corrió siete veces.

-Mientes.

-No, no miento, se corrió siete veces, tan cierto cómo que es de noche.

No me quedó más remedio que creerlo.

-¡Es puta, pero puta con ganas!

-Ganas tenía, sí. ¿Te besó alguien con lengua, Julia?

-¡Si alguien me hubiese metido la lengua en la boca se la hubiese arrancado de un mordisco!

-Pues es muy excitante.

-¿También hubo besos?

-Si se folla tiene que haber besos en la boca, en el coño, en el ojete...

Aquello era nuevo para mí.

-¡¿En el qué?! ¿En el ojete has dicho? ¡No serías tan guarro!

-Lo fui.

Puse cara de asco.

-¡Eres repugnante!

-Era para que después se la metiera en el culo.

-¡Qué degenerada!

-A mí me gustó y a ella también.

-¡No me digas que se corrió dándole por el culo!

-Corrió, corrió. ¡Y cómo se corrió!

La verdad es que estaba asombrada con lo que oía.

-¡Qué zorra!

-¿Quieres que te haga correr a ti, Julia?

-No, gracias. Soy una mujer decente.

-Ya te corriste...

Me había pillado.

-¡Qué cabrón eres!

-Me gustó ver cómo te corrías.

-Y a mí ver cómo te corrías tú, pero ahora quieres follar y eso ya es otra cosa.

Me levanté de la mesa esperando no volver a arrepentirme. Mi hermano me dijo:

-Te correrías cómo una puta si te comise el coño.

Ricé el rizo.

-¿Una mujer decente correrse cómo una puta al comerle el coño? Lo dudo, y lo dudo porque una mujer decente no deja que se lo coman.

-Si cambias de opinión sabes donde está mi cama.

-¡Sueña!

Julio con voz pausada, me dijo:

-Mi lengua en tu boca, mi lengua en tus tetas, mi lengua en tu coño...

Eché las manos al bolsillo del mandil, saqué una goma, recogí el pelo, lo até con ella y después de hacerme una coleta y de sentir como mi coño mojaba más las bragas, le dije:

-Se ve que tienes mucha lengua, pero no voy a cambiar de opinión.

-Mi lengua en tu ojete...

Me hice la cabreada por última vez.

-¡Calla de una puñetera vez!

Mi hermano ya se había subido a la parra.

-Prefieres hacerte una paja imaginando que te lo como todo. Porque las haces. ¿A que sí?

-Nunca debí enseñarte nada.

Julio me cantó mientras me iba:

-Tú que lo tienes no lo quieres dar, cuando seas vieja lo has de salar...

Me agaché y saque un zueco. Julio me dijo:

-Ven a darme si te atreves.

Caminé hacia él cojeando y con el zueco en la mano. Se largó corriendo para su habitación. Saqué el otro zueco y fui tras él. Me di cuenta de que estaba dejando que lo alcanzara. Por eso no me sorprendió que tan pronto cómo llegué a su lado, justo bajo el marco de la puerta de su habitación, se diese la vuelta, me agarrase por la cintura y me echase sobre el piso de madera. Le dije:

-¡Suéltame, cabrón!

En vez de soltarme su boca buscó mi boca. Yo moví la cabeza de un lado al otro huyendo de ella y llamándole de todo menos bonito. Al girar la cabeza me besaba la mejilla, luego metía la lengua dentro de mi oreja. Giraba la cabeza y me hacía lo mismo en la otra oreja, me mordía el lóbulo... Así estuvo un rato, escuchando los sapos y culebras que salían por mi boca y moviendo su dura polla entre mis piernas. ¡Cómo me puso el cabronazo! Cuando dejé que me besara con lengua tenía las bragas encharcadas.

-Este beso me lo vas a pagar.

Me dio otro sin soltarme.

-Después de haberte besado ya no me importa morir.

Una de dos, o mi hermano estaba colado por mí o me la quería colar. Yo prefería que fuese lo segundo. Me volvió a besar. La hostia es que lo hacía con una dulzura que era cómo si yo fuera para él algo muy, muy especial. Al dejar de besarme le dije:

-No besas mal, pero  si es verdad que me quieres suéltame.

Me soltó, se levantó, caminó hasta la cama, se sentó en el borde, me miró y me dijo:

-Lo siento, Julia.

Sentada en el piso y con cara seria le dije:

-Aún no lo sientes, pero lo vas a sentir cuando se lo diga a papá.

-Lo tengo merecido.

Yo ya tenía unas ganas de guerra brutales, por eso bajé el tono de mi voz al decir:

-A ver, alma cándida. ¿Qué esperabas que pasase?

-Esperaba calentarte a ver si conseguía que me la mamases.

-Y me calentaste, pero eres mi hermano. ¿Cómo te voy a hacer una mamada?

-Con la boca.

-Ya, la mamadas se hacen con la boca, pero aunque no fueras mi hermano no sabría cómo hacerla.

-Es fácil, ya has visto cómo hago la paja, pues es hacer una paja y al mismo tiempo chupar.

De repente me entraron unas ganas locas de chupar su polla y de sentir otra vez la leche en mi boca. Le pregunté:

-¿Cómo se chupa?

-Cómo si le estuvieras chupando la cabeza a una faneca, supongo.

Ya me tiré al vacío.

-Ven.

Mi hermano vino a mi lado y sacó la polla tiesa. Me puse de rodillas, le cogí la polla con mi mano derecha y se la meneé tal y cómo le había visto hacer a él. Meneándola la metí en a boca, la apreté con mis labios y mi lengua, y chupé la cabeza cómo si fuera la de una faneca...  Mi hermano me duró poco más que un suspiro. Al correrse vi cómo le temblaban las piernas y sentí los chorros de leche caer en mi boca. Tragándolos mi coño se abría y se cerraba y no paraba de echar jugos que caían al piso.

Al acabar de correrse me dijo:

-¿Jugamos?

Yo quería que me follara, pero me daba vergüenza decírselo, así que le seguí la corriente

-¿A qué?

-Podríamos jugar a que tú eres una gata en celo y yo un gato que va detrás de ti.

Estaba tan cachonda que si me propone jugar a darme por el culo le digo que me dé, pero aquello era una solemne tontería.

-¿Y eso lo pensaste tú solito?

-Sí, fue lo que pensé en mi última paja.

-¡Joder como estas, Julio!

-Estoy empalmado.

-Ya veo, pero me refería a cómo estás de la cabeza

-De la cabeza, del tronco...

No podía dejar que la cosa se enfriase. Era una solemne tontería pero con que condujese a que me desvirgase e hiciera que me corriese la di por buena.

-Vale. ¿Qué tengo que hacer?

-Lo que te dije, andar a gatas y maullar.

-¿Tú también vas a gatear?

-Sí, iré a gatas detrás de ti.

Tenía que preguntárselo.

-¿Follaremos?

-Eso después, antes te haré otra cosa.

-¿Qué cosa?

-Ponte a cuatro patas, gatea, y lo sabrás.

Por decir algo, le dije:

-Voy a jugar contigo, pero si al metérmela me duele y te mando parar, paras.

-Tú mandas, Julia.

Me arrodillé, me puse a cuatro patas y a cuatro patas fui gateando y dando vueltas alrededor e imitando a una gata.

-Miauuuuu, miauuuuu, miauuuu...

Me veía ridícula hasta que sentí cómo la lengua de mi hermano apretaba el vestido contra mi coño. Le dije:

-Creo que me va a gustar este juego, gatito.

El gatito me levantó la falda y sentí cómo su lengua apretaba mis bragas contra el coño. Seguí gateando y maullando. Bajó mis bragas encharcadas. Me echó las manos a la cintura y me lamió el coño y el ojete. Se habían acabado los maullidos y el andar a gatas. Me abrí de piernas para facilitarle el trabajo, pero mi hermano no lo había imaginado así. Se echó boca arriba y puso su boca debajo de mi coño. Se lo puse en la boca, él echó la lengua fuera y frotándome contra ella le pregunté:

-¿Es de esta manera cómo lo imaginaste?

-No, estabas desnuda.

Me quité el vestido y el sujetador, y después con su lengua dentro de mi coño le pregunté:

-¿Está más rico mi coño que el de la tía?

-Mucho más rico.

-¿Son más bonitas mis tetas?

-Son mil veces más bonitas.

Ya entregué todo el equipo.

-¿Quieres que me corra ya?

Con sus manos magreando mis tetas, me respondió:

-Córrete.

Volvió a enterrar su lengua en mi coño. Aceleré los movimientos de pelvis y con la lengua saliendo y entrando en mi coño le di una corrida en la boca que creí que lo ahogaba.

Al acabar de tragar, me dijo:

-Dame ahora el ojete, Julia.

No la iba a joder con algún comentario que lo ofendiera. Le puse el ojete a tiro y comenzó a meter y a sacar la lengua de él, luego metió dos dedos dentro de mi coño y empezó a hacerme una paja con la lengua y con los dedos. Cuando me iba a correr, me dijo:

-Métela en el coño.

No me hice de rogar. Puse el coño sobre la polla y empujé. Entró tan apretada que de estar a punto de correrme pasé a no sentir más que molestias. Me había desvirgado yo sola. Aquello no era cómo en mis pajas. No me gustaba y le dije:

-¿Y si me la comes otra vez?

-Después.

Largo me lo fiaba. Mi hermano me volvió a magrear las tetas, luego me dijo:

-Dame las tetas a mamar.

Le puse una teta en la boca y al inclinarme la polla dejó de molestarme. Luego de comerme esa teta con mucha delicadeza, nos besamos un rato. Cuando le di la otra teta a mamar la delicadeza había desaparecido. Me la mamó cómo si fuera un lobo. Yo no sabia porque era, pero era porque se iba a correr. Lo supe cuando sentí la polla latir dentro de mi coño. La sacó, metió la punta de la polla en mi ojete y se corrió dentro de mi culo. Después la metió en el coño de nuevo

-¡Serás hijo de puta! Podría quedar preñada.

-Por el culo no empreña una mujer.

-¡Podrías llevar leche en la punta! ¡¡Te mato!!

Empecé a darle tortazos, en una mejilla, en la otra...

-¡Plassss, plassss, plassss, plassss...!

Al pegarle me excité. Mi coño comenzó a latir y sin poder evitarlo le bañé la polla con una corrida tan rica que casi me muero de gusto.

Al acabar de correrme quería más y mi hermano la seguía teniendo dura dentro de mi coño, pero después de pegarle y de llamarle hijo de puta me daba corte seguir follando, mas los astros se alinearon a mi favor... Mi hermano comenzó a empujar con su polla. Esta vez la que se inventó un juego fui yo. Sin quitar la polla levanté una mano y dije:

-Estate quieto.

Siguió empujando.

-Cómo sigas te doy.

Sin dejar de empujar me echó las manos a las tetas. Yo le eché la mano al cuello y se lo apreté.

-¡Suelta mis tetas, coño!

-Me pellizcó los pezones.

Me gustó, pero le di una bofetada

-Plassss.

-Si aprietas otra vez te aprieto yo los huevos.

Dejó de pellizcarme los pezones y me dijo:

-Dame un beso, Julia.

Le escupí en la boca. Me estaba sintiendo mala y me gustaba.

-Me das asco.

Echó sus manos a mi cintura, me levantó unos centímetros y me folló cada vez más aprisa. Me acosté sobre él para que me follara cómo es debido. Mis labios se acercaron a los suyos y cuando saqué la lengua para besarlo me escupió en la boca. Ya estaba buena de ir, pero el escupitajo, el beso que me dio a continuación y la polla entrando y saliendo de mi coño a mil por hora hicieron que me corriera con una fuerza brutal.

Al acabar de correrme sentía la polla de mi hermano latir dentro de mi coño. La saqué y vi que estaba cubierta por los jugos de mi corrida. Lamí los jugos. Ya no me sentía sucia, me sentía puta, pero, puta, puta. Al meter la polla en la boca y chupar mi hermano se corrió cómo un pajarito. ¡Qué rica estaba su leche!

Aún hoy en día esta rica, está más rica que la de mi marido.

Quique.