Seducida por el amigo de mi hijo. Parte VI
El morbo que siento por el amigo de mi hijo se acrecenta cada días más-
Recuerdo ese lunes como uno de los días más largos que he vivido nunca. Parecía una niña ansiosa, esperando un seis de enero la llegada de los Reyes Magos.
Cuanto más esfuerzo hacía por abstraerme, más impaciente me mostraba. Era como si mi mente hubiera abandonado mi lugar de trabajo unas horas antes. Sentía el culo dolorido, recordándome la salvaje follada que me había perpetrado mi esposo en nuestro dormitorio de pies, apoyada contra la pared, la tarde anterior.
Enrique, siempre había sido extremadamente cuidadoso en no hacerme daño, le daba pavor cuando practicábamos sexo anal, ocasionarme algún desgarro, por pequeño que fuera. Alguna vez cuando había presenciado como otro hombre me la había metido por el culo, no podía menos, que mostrar cierto temor en los momentos iniciales a la penetración.
Sin embargo, la tarde antes me había jodido el culo de una forma inusitada, de una manera impaciente y ansiosa, en la que apenas me había dado tiempo para poder dilatarlo en condiciones.
No obstante, no estaba enfadada para nada con mi marido. Me gustaba haberlo notado de ese modo tan dominante y rudo. Él casi siempre mostraba su lado más tierno conmigo, sin embargo, cuando me enseñaba esa cara implacable y brutal, que yo sabía que tenía, era cuando mi coño más se humedecía.
Esa tarde estando sentada en mi oficina, las continuas molestias de mi ano, me obligaban a cambiarme de postura con bastante frecuencia sobre la silla. Era como una especie de recordatorio constante, de la tórrida tarde de domingo que había comenzado a disfrutar: primero con Iván, luego sola, y más tarde con mi esposo.
Por la mañana, lo primero que había hecho había sido reservar una habitación en un pequeño hotel que había junto a mi trabajo. A las siete había quedado con Iván, y sabía que el chico estaría puntual esperándome junto al quiosco que hay al lado.
Esa mañana había ido a trabajar ataviada de una forma más atrevida y descarada, a como solía acudir a la oficina. Esa manera tan arriesgada de vestir, siempre es directamente proporcional a mi grado de excitación. Sin embargo, ese día buscaba que Iván me encontrara irresistiblemente tentadora.
Sentía las continuas miradas de algunos de mis compañeros, recorriendo toda la extensión que la corta minifalda con estampado de leopardo, mostraba de mis piernas. Me encanta sentirme deseada. Reconozco que me levanté en muchas ocasiones, saliendo de mi oficina con cualquier excusa o pretexto. Intentando así, despertar ese voraz apetito que leía en los ojos de algunos de mis compañeros. Hay algo dentro de mí, que me incita siempre a exhibirme. «¿Para qué luchar contra mi propia naturaleza interior?»
Estaba nerviosa, pero sobre todo me sentía tremendamente cachonda. Era de esas veces, que cuando voy caminando por la calle, siento cierto placer al sentir como mi coño se roza con mis bragas. Noto todo el calor y la humedad que desprende mi sexo. Percibo mi clítoris hinchado, la tela de mi ropa interior continuamente mojada.
Esas maravillosas y únicas sensaciones de sentirme en un estado de excitación continuo, siempre las he tenido después de haber sido bien follada. Porque el buen sexo es el que, en lugar de dejarte colmada y sosegada, te deja con hambre y con ganas de mucho más.
No había querido enviarle en todo el día ningún mensaje a Iván, prefería esperar a verlo. Quería suponer que el chico estaría más deseoso de que llegara la hora de estar juntos, incluso que yo.
Cuando por fin llegó la esperada hora de salir, no me despedí ni tan siquiera de mis compañeros como el resto de tardes, en las que nos quedábamos hablando unos minutos junto a la entrada de acceso al edificio. Tampoco esperé al ascensor, pensando que bajaría más deprisa por las escaleras, pese a llevar unos altos tacones que me impedían bajar todo lo deprisa que yo quería.
Al salir a la calle me invadió un sentimiento de alivio. Sabía que, durante al menos dos horas no tendría que pensar en nada, lo único que haría sería disfrutar de la compañía del chico.
Lo observé de lejos. Está vez Iván se había arreglado un poco más que la última vez que vino a buscarme. Llevaba unos pantalones vaqueros negros, y una camisa ajustada. Entonces me vio y me saludó con la mano, como si quisiera asegurarse que la mujer que venía hacia él, era yo. Sin embargo, no pudo reprimir el impulso de salir a mi encuentro corriendo. Por ese motivo me sentí obligada acelerar mis pasos, intentando alejarme unos metros más de mi lugar de trabajo.
Cuando nos tuvimos frente a frente el chico me rodeó entre sus brazos. Como si fuéramos novios, allí en mitad de la calle comenzó a besarme. Yo cerré los ojos. Lo deseaba tanto, que no pude poner ningún tipo de objeción.
—¿Dónde vamos? —Me preguntó con una amplia sonrisa llena de felicidad.
—He reservado esta mañana una habitación en un hotel que hay aquí al lado, —expuse guiñándole un ojo.
—Sabía que quedar en tu casa hoy sería imposible, tus hijos están contigo esta semana, además tu marido…
—¡Vamos! —Exclamé alentándolo—. Tenemos dos horas para nosotros.
Iván me agarró la mano, seguramente pensando debido a su edad, que dos horas casi es un tiempo infinito. Por el contrario, yo sabía por experiencia que en ese tipo de encuentros el tiempo pasaba volando.
Aceleramos el paso y dejamos la céntrica avenida, para girar a la izquierda por una de las calles menos concurridas. Al andar tan deprisa, las molestias que sentía en mi culo se acentuaban, pero lejos de molestarme incrementaban de alguna forma mi grado de excitación.
Sabía que mis bragas estarían empapadas. Llevaba desde la mañana tan cachonda, que había tenido que reprimirme unas cuantas veces para no ir al aseo a masturbarme. Sin embargo, tampoco hubiera sido la primera vez que me hubiera visto obligada a tocarme en el trabajo. No obstante, esa tarde quería llegar cuanto más cachonda mejor a mi cita con Iván.
—Llevo todo el día despistado, esperando nervioso este momento. Hasta Carlos, —comentó haciendo una pequeña pausa, al nombrar a mi hijo—. Me ha dicho en un par de ocasiones que me notaba atontado.
En ese momento no pude menos que pensar en mi hijo, sabía que Iván y él habían estado juntos casi todo el día, y que se habrían separado unos minutos antes de que Iván hubiera acudido a buscarme.
—¿Qué le has dicho a Carlos? —Pregunté nerviosa.
—Nada. Le comenté que me tenía que ir a casa a cuidar de mi hermana, porque mi madre no estaba.
Intenté quitarme en ese instante cuanto antes a mi hijo de la cabeza, pero no es fácil hacerlo, cuando estás a punto de follarte a su mejor amigo.
—¡Ese es! —Indiqué señalando por fin el hotel que teníamos en frente.
—¿Habías estado aquí alguna vez?
—No, —mentí categóricamente.
Nada más entrar, entregamos nuestros carnets al recepcionista, que no dejaba de mirarnos con cierta extrañeza mientras nos hacía el check in. Sin duda, la diferencia de edad era mucho más palpable de lo que yo quería asimilar.
«Tenía que haberme vestido de una forma más discreta. El recepcionista va a pensar que soy una prostituta con un joven cliente», pensé divertida, pues me encantan ese tipo de provocaciones.
—Esta es la clave del wifi, —informó el hombre mirándome a través de unas gafas con gruesos cristales.
—No la necesitamos —respondí sonriendo—. Mi novio y yo solo estaremos el tiempo justo para descansar un poco, y darnos una ducha, —añadí con descaro, riéndome a la vez que agarraba a Iván de la mano.
Ya en el ascensor, el chico comenzó a desabrochar mi camisa liberando mis exuberantes pechos. Que una vez sueltos, se dedicó a manosearlos con descaro. Me agradaba como poco a poco Iván se iba lanzando cada vez más. Me gustan los hombres atrevidos.
—¡Me encantan tus tetazas! —Exclamó Iván ya visiblemente excitado.
—La verdad, es que me hubiera gustado tener un poco menos de pecho, —comenté sincerándome.
—¿De verdad? Tienes unas tetas preciosas, —respondió alagándome—. Cualquier mujer, mataría por tener un pecho así, —añadió como si en realidad fuera un experto en mujeres.
—¿Has tocado muchas tetas? —Pregunté sonriendo con malicia.
—Me he follado unas cuantas ya —respondió sin dejar de tocarme.
—¿Y estas? —Interpelé ofreciéndole las mías— ¿También te las vas a follar?
—¡Qué buena estás! —Exclamó abalanzándose, besándolas con deseo.
—Son tuyas, cariño. Pero ahora tengo que tapármelas un momento, —anuncié justo cuando el ascensor llegó a nuestra planta, abrochándome la camisa con dificultad debido al volumen de mis senos.
El chico simuló en su rostro una exagerada mueca de desconsuelo, al igual que un niño al que su madre le ha quitado su juguete.
—Cuando lleguemos a la habitación, podrás jugar con ellas todo lo que quieras, —bromeé.
—¡Qué zorra eres! —Exclamó para mi sorpresa, justo cuando salíamos del ascensor, al tiempo que me propinaba un buen azote en el culo.
—No lo sabes tu bien… —Añadí riéndome, mientras avanzaba por el pasillo buscando la habitación.
—¿De verdad te gusta que te diga que eres una zorra? —Preguntó desconcertado, como si no llegara a entender que me pudieran excitar ese tipo de improperios.
—Cuando estoy cachonda como ahora, me encanta, —traté de explicarle, a la vez que pasaba la tarjeta por la cerradura electrónica para abrir la puerta.
Mientras intentaba abrir la habitación, Iván me mantenía agarrada como un pulpo por detrás, desabrochando los escasos dos o tres botones que yo me había abotonado al salir del ascensor. Todavía estábamos en el pasillo, cuando mis tetas de nuevo volvían a estar a la vista, totalmente fuera de la estrecha camisa.
Me encantaba sentir esa falta de finura y delicadeza por parte del chico. Creo que el mensaje tan atrevido y soez, que me había incitado a que le enviara por teléfono mi marido el día antes, lo hacían mostrarse mucho más imprudente y audaz.
Desprendía un deseo desmedido hacía a mí. Estaba deseando follarme, y yo me moría porque lo hiciera. Me encanta sentirme entregada a un hombre durante un buen rato, después de correrme solo me pertenezco a mí misma.
Recuerdo que una vez le expliqué a una amiga, esa necesidad que yo sentía por entregarme a un hombre cuando me está follando. Ella al escucharme arrugó el gesto, para acto seguido intentar darme un discurso feminista, que yo interrumpí desde el primer segundo. «¿Es que no puedo sentir y vivir mi propia sexualidad como me salga de los mismísimos ovarios?». Le pregunté cabreada, pues siempre he odiado que me sermonen con discursos moralistas.
Nada más entrar en la habitación su boca comenzó a besarme con verdadera voracidad. Sus labios pasaban de mi boca a mis tetas, sin dejar de acariciar y de lamerme el cuello, mientras me mantenía apoyada contra la puerta. Sin más dilación pude sentir sus manos directamente subiendo por mis muslos, ascendiendo de forma vertical hasta mi ansiado sexo.
—¡Buffff! Estoy muy cachonda, —bramé y exclamé mientras sentía como su mano trababa de colarse por debajo de mis bragas.
Vi una sonrisa de triunfo en su cara, como si se mofara de notarme tan excitada.
—¡Ya veo, ya! Estás empapada, —comentó mientras me palpaba directamente toda mi vulva.
—Vamos a la cama, cielo. Si no, acabaremos follando contra la puerta, —manifesté.
Él me agarró de la mano y me acompañó hasta la cama. Entonces trató de empujarme, como intentando hacerme caer sobre ella. Yo adiviné sus intenciones, sabía que quería comerme el coño. Pero lo retuve el tiempo suficiente para deshacerme de la camisa, sacarme la falda de leopardo, y bajarme las bragas. Quedándome únicamente con los zapatos y las medias puestas.
Una vez que estuve completamente desnuda me tumbé sobre la cama. En ese momento me abrí de piernas, esperándolo ansiosa.
—¿Quieres comerme la rajita? ¿Mira cómo me tiene el chochito de mojado? —Comenté al tiempo que comenzaba a masturbarme frente a él. Entonces, mis dedos se colaron solos en el interior, chapoteando sobre mi húmeda vagina.
Iván se quedó durante unos segundos parado, observando atento la escena. Para él, estar viendo totalmente abierta de piernas sobre la cama, masturbándose a la madre de su mejor amigo, debía de ser una imagen imborrable, o por lo menos eso me gustaba pensar.
Si llega a tardar un poco más en intervenir, creo que el primer orgasmo me lo hubiera proporcionado a mí misma. Pues estaba justo al borde de alcanzar el clímax, justo cuando noté como se situaba entre mis piernas.
—¡Dame ese coño de golfa que tienes! —Exclamó agachado con la cabeza situada entre mis muslos.
En ese momento comencé a sentir la lengua de Iván. Está se deslizaba ávida y rápida, recorriendo de arriba abajo todo mi coño. Fue una sensación tan excitante, que incluso ahora al recordar esa escena, he tenido que parar de escribir para masturbarme.
—¡Iván, cielo! ¡Qué bien me lo comes, cariño! —Exclamé sin ningún tipo de pudor, mientras sentía sus dedos entrando y saliendo del interior de mi sexo.
La lengua del muchacho sabía estimular perfectamente mi hinchado y ansioso clítoris. Me sentía pletórica, como una auténtica zorra. Abierta de piernas en la habitación de un hotel, dejando que el mejor amigo de mi hijo, devorara de forma incesante mi coño.
Estaba completamente segura de que estaría expulsando una gran cantidad de fluidos vaginales sobre la boca de Iván. Si embargo, al muchacho no parecía importarle, e incluso le estimulaba de alguna manera escuchar los gemidos incontenidos, que escapaban de mi boca debido al inmenso placer que me estaba proporcionando. Después de encadenar una serie de orgasmos que me dejaron exhausta, tuve que mandarlo parar.
—¡Detente cariño! ¡Para por favor…! —Rogué intentando apartarlo con las manos totalmente exhausta y agotada —No puedo más. Me vas a matar de gusto, cielo —añadí.
—¿Te gusta cómo te como el coño? —Quiso saber.
—Me encanta, me tienes cogida el punto, cielo. Me das mucho placer, —confirmé
—¿Te lo como mejor que tu marido? —Preguntó torpemente.
—Sí, mucho mejor, —mentí, intentando engrandecer su ego masculino. En realidad, pienso que nadie come mejor un coño que un cornudo consentidor, cuando otro hombre se ha follado el conejito de su esposa.
Iván aprovechó ese momento para desnudarse. Mientras, yo no perdía ojo de tan glorioso espectáculo. A pesar de que siempre me han gustado los hombres fuertes y musculosos, el cuerpo de Iván me mantenía fascinada. Delgado, pero completamente fibroso. Su polla erecta y dura como una estaca de hierro, anunciaba orgullosa, la gloriosa tarde que me iba a proporcionar. En ese momento nuestras miradas se cruzaron, sin duda él supo leer en mis ojos la fascinación con la que observaba ese grueso falo, que tanto deseaba.
—¿Quieres un poco de esto? —Me preguntó con sorna, agarrándose vulgarmente la verga.
No respondí, me incorporé de la cama quedándome sentada sobre el colchón, mientras él permanecía de pies, y se acercaba hasta donde yo estaba. Entonces agarré su polla y me dediqué a observarla, a la vez que comenzaba a masturbarlo de forma lenta.
Estaba dura, tan pétrea que parecía de acero. Recorrí con la yema de mis dedos cada vena que se marcaba por el hinchado falo, para luego acariciar su glande de manera suave y circular. Entonces lo miré a los ojos de nuevo con cara de vicio, exteriorizando cuanto la deseaba. Acercando por fin mis labios comencé a besarla de modo apasionado.
—¡Te voy a hacer la mejor mamada que te han hecho y que te harán, en toda tu puta vida! —Manifesté comenzando a chupársela.
Poco a poco me la fui introduciendo centímetro a centímetro dentro. Me encanta esa sensación de sentirme casi ahogada y colmada de polla. No hay nada más hermoso que escuchar el sonido que hace una gruesa verga cuando choca contra mi garganta. Notar como mi boca comienza a ensalivar cada vez más, y más. Hasta que llega un momento que la tengo que sacar obligada de golpe, para coger aire, mientras noto una fuerte arcada y la saliva comienza a resbalar por la comisura de mis labios.
Mientras se la chupaba, tocaba sus duros testículos acariciándolos, notándolos en la palma de mi mano. Estimulándolos, sintiéndolos en ese momento míos, sabiendo de sobra que cuanto más los estimulara, más se cargarían de esperma. Nada me satisface más para finalizar un buen polvo, que sentir una buena y fuerte corrida.
—¡Sigue puta, sigue comiéndomela así! ¡Me voy a correr! —Exclamó Iván fuera de sí, al tiempo que me sujetaba por la cabeza y comenzaba a follarme la boca de forma incesante.
Escuchar hablarme así a Iván, al que conocía y llevaba viéndolo por mi casa desde que era pequeño. Al que le había dado la merienda infinidad de veces, le había atado las zapatillas, incluso arropado por la noche cuando de niño se quedaba a dormir algún fin de semana con Carlos. Oírlo como me llamaba puta, mientras su polla me rozaba la garganta, me volvió loca. Me encantaba escuchar como sonaba esas soeces palabras de su boca.
«Córrete, cariño», pensaba cuando noté, un torrente de lefa inundando mi boca.
—¡Me corro! ¡Toma, zorra! ¡Toma mi leche! —Gritaba totalmente exaltado.
Seguí lamiendo incluso después de sentir el último borbotón de semen dentro de mi garganta.
—¿Te has corrido bien, cariño? —Le pregunté con su polla ya flácida rozándome los labios, mientras gruesos hilos de lefa salían de mi boca, cayendo directamente sobre mis tetas.
—¡Joder Olivia! Menuda mamada me has hecho. Me hubiera encantado follarte. Pero no he podido aguantar de correrme en tu boca, —declaró lamentándose.
—No te preocupes, cielo. Tenemos tiempo. Ven, abrázame y acuéstate conmigo un rato —comenté abriendo por fin la cama.
Entonces el chico se acurrucó a mi lado, donde permanecimos en silencio durante unos minutos, hasta que poco a poco nos fuimos calmando.
—Te vas a reír, —comenzó diciendo el chico—. ¿A que no sabes en qué parte de tu cuerpo me he imaginado correrme muchas veces? —Preguntó divertido.
—Sorpréndeme, —respondí arqueando las cejas. Era consciente de la capacidad imaginativa de algunos hombres para esas cosas. Creía que nada me podía asustar ya.
—¡En tus pies! —Comentó aguantándose la risa, algo avergonzado.
—¿Y qué tiene eso de gracioso? Tengo unos pies preciosos, —bromeé.
—A comienzos de verano, entraste un día a la habitación de Carlos. Recuerdo que tu hijo y yo estábamos jugando a la consola. Tú entraste para decirle que recogiera la habitación. Venías de dar un paseo con tu marido, parece que te estoy viendo. Llevabas una minifalda vaquera, una camiseta que marcaban tus enormes tetas, y unas sandalias. Esa fue la primera vez que me fije en tus pies, —me confesó.
—¿Qué tenían ese día mis pies para que llamaran tu atención? —Quise saber.
—Llevabas las uñas pintadas de rojo, me fijé y no sé muy bien por qué, pero al contemplar tus pies, comencé a excitarme. Incluso tuve que ponerle una excusa a tu hijo, para ir al baño a cascarme una paja.
Ambos estallamos en una carcajada. Me encantaba imaginármelo en el baño de mi propia casa, masturbándose por mi culpa.
—¿No me robarías un tanga ese día? —Pregunté bromeando.
En ese momento comenzamos a besarnos otra vez. Sentirlo de nuevo animado, me fue encendiendo cada vez más. Entonces comenzó a bajar de mi boca, besándome por todo el cuello, hasta llegar a mis pechos, donde se detuvo jugando con la punta de su lengua sobre mis henchidos y sensibles pezones.
Noté sus besos por mi abdomen, su lengua jugando sobre mi ombligo, sin casi detenerse, descendiendo inexorable, hasta posarse suavemente sobre mi coño.
—¡Ah…! —Dejé escapar un gemido al sentir la suavidad de sus labios besando mi sexo.
Pero no se detuvo, su boca siguió su vertical descenso, muy despacio, como en cámara lenta. Haciéndome sentir cada roce, cada contacto de sus labios.
Subió una de mis piernas a su hombro. La miró fascinado. Entonces besó por fin mi pie, chupando la punta de mis zapatos.
En ese instante quitó el zapato, dejándome descalza con suma delicadeza. A continuación, ascendió de nuevo por mi muslo, sin dejar de besarlo. Cuando llegó de nuevo hasta mi coño, agarró la blonda de mi media y tiró de ella hacia abajo, dejando mi pierna desnuda, comenzó a lamerla, a besarla, deslizando su lengua.
Siguió descendiendo por mi pierna, se detuvo a besarme el tobillo. Me empecé a poner de nuevo tremendamente cachonda, cuando comencé a notar como succionaba los dedos de mis pies, desapareciendo dentro de su boca, lamiendo cada pliegue, chupándolos a capricho.
—Me encantan Olivia, me gustan tus pies, —me dijo mirándome tiernamente a los ojos.
Había estado en más de una ocasión con fetichistas de los pies, algo que me resultó siempre muy divertido, y a la vez excitante.
—¿Me dejas follarte? —Le pregunté ansiosa.
—¡Qué zorra eres! —Exclamó riéndose.
—Ni te lo imaginas, cielo, —me sinceré.
—Digamos que ya me voy haciendo una idea…
—Ven acá. Déjame follarte, —le rogué.
Entonces el chico se tumbó a mi lado. Yo aproveché para subirme encima de él, agarré su polla con la intención de chupársela para volver a ponerla a tono. Sin embargo, observé que no hacía falta. La verga del chico estaba ya completamente dura.
En ese instante me puse en cuclillas sobre él, agarré su polla y comencé a pasármela por el coño. El roce de su acerada verga contra mi rajita, me hacía sentir unos placenteros escalofríos.
A continuación, la coloqué justo a la entrada de mi vagina y me dejé caer a pulso sobre ella.
—¡Ah…! —No pude evitar gemir al sentir las paredes de mi coño dilatarse, según avanzaba por el interior de mi ardiente sexo.
—¡Vamos! —Me animó— Quiero ver esa cara de guarra que pones cuando estás cachonda, —me indicó. Dándome en el punto donde él sabía que más me gustaba.
—Soy tuya, cariño. Por eso pongo esa cara de guarra cuando siento tu polla dentro de mí.
—Es una tortura follarse a una mujer como tú y no poder presumir mañana con los amigos, —soltó de pronto.
—¿Te gustaría contarles a tus amigos como me follas? ¿Qué les dirías? —Pregunté siguiéndole el morboso juego. «Me excitaba tanto escucharlo…».
—Lo buenas que estás y lo puta que eres, —manifestó secamente.
—¿Sí…? —Pregunté cachonda como una perra— ¿Y qué más les dirías?
—Lo cerda que te pones cuando te comes una polla. Como se te caen las babas cuando me la chupas. Les explicaría lo que hago con tus tetazas, —indicó mientras comenzaba a besármelas.
—¡Ah…! —Exclamé sin poder aguantarme, mientras comenzaba a cabalgar sobre él —¿Qué más? ¿Qué más le contarías a tus amigos?
—Le hablaría de lo grande y caliente que tienes el coño. De que incluso te meas cuando te corres.
—¡Si…! Sigue —le rogué.
—Les explicaría como me pone de cachondo tu enorme culo
—¿Te gustaría jodérmelo?
—¿Me dejarías darte por el culo? —Me preguntó interesado.
—Claro, cariño. Pero hoy no. El fin de semana cuando nos vayamos de viaje, si lo deseas te lo daré —le indiqué, cabalgando cada vez de forma más incesante sobre el chico.
—¿No me dejas meterla un poco hoy? —Preguntó intentándolo.
—Hoy no puedo, cielo. Me duele.
—¿Te duele? —Preguntó extrañado.
—Enrique me lo folló ayer de modo demasiado intenso, —reconocí sin filtro, por estar tan excitada.
—¿Te dio Enrique por el culo ayer?
—Sí —afirmé— Pero el fin de semana es solamente tuyo, —le ofrecí.
—¿De verdad? ¿Me lo prometes? Quiero oírtelo decir.
—El sábado, cuando nos vayamos de viaje dejaré que me folles el culo. Te lo juro, —expresé juntando nuestras bocas y comenzando a besarnos de nuevo.
—Otra cosa que tampoco podré contarles a mis amigos —añadió con fastidio— Qué me he follado el culo de una madurita cachonda, —comentó bromeando.
—¿Cómo se lo dirías? —pregunté morbosa, casi a punto de correrme.
—Carlos, acabo de joderle el culo al zorrón de tu madre —manifestó atrevidamente.
En esos momentos, justo coincidiendo escuchar esa frase noté una fuerte sacudida. Un incesante orgasmo que me hizo casi llorar de gusto. Fue fulminante, mucho más intenso que los anteriores, aunque por suerte, un poco más corto. Hay placeres que son tan intensos que pueden llegar a doler.
—¡Joder! —Exclamé al tiempo que ralentizaba mi cabalgada.
—¿Estás bien? —Me preguntó riendo.
—Estoy agotada ¿Cómo quieres que me ponga? —Me ofrecí complaciente.
—Ponte a cuatro patas, —me indicó.
Entonces me incorporé y me puse como una perrita sobre el colchón. Iván se puso detrás de mí y comenzó a sobarme el culo, dándome de vez en cuando una sonora cachetada que yo recibía gustosa.
—¡Ah…! —Gemía mordiéndome los labios de forma golosa, cada vez que sentía el contacto de su mano chocando contra una de mis nalgas.
—¿Te pone, perra? ¿Te gusta que te dé fuerte? —Preguntaba conociendo de sobra la respuesta.
—¡Bufff…! —Exclamé— Me encanta...
—Que culazo tienes, la próxima vez te daré una buena follada en él.
—Estoy deseando de que lo hagas, cielo, —manifesté girándome hacia atrás.
—No sabía que Enrique te la metía en el culo, —comentó abriendo mis nalgas de manera soez, dejando mi ano al descubierto.
Yo no dije nada, y me dejé hacer. Sin embargo, de repente noté uno de sus dedos, presionando contra la entrada de mi ano. Me hubiera encantado dejarlo pasar, pero lo tenía dolorido y no quería forzar más el esfínter, sabía que, si me metía el dedo, yo misma le terminaría pidiendo que me diera por el culo.
—No por favor Iván. Hoy no. Te prometo que el sábado será tuyo, —casi le supliqué.
—¿Quién te lo estrenó? ¿El padre de Carlos? —Me preguntó curioso
—No, fue un amigo de mi padre. Yo era aún más joven que tú, cuando me lo jodieron la primera vez, —relaté sincerándome.
—¿Me lo contarás? Quiero saber todo de ti, —me indicó.
—¿Crees que soy capaz de negarte algo? Sin embargo, hoy no tenemos tiempo. Fóllame y córrete. Tenemos que irnos, —expliqué.
Entonces Iván acercó su verga a la entrada de mi coño, introduciéndomela de un solo golpe de cadera. Sin miramientos ni delicadeza. Una vez que la tuvo alojada dentro de mi sexo, comenzó a moverse, sacando y metiendo. Haciéndome sentir toda su virilidad en cada estacada.
—Me voy a correr dentro de tu coño, —manifestó.
—Si cariño, lléname el conejito con tu leche, —lo animé con voz morbosa.
—¡Voy a preñarte, puta! —Exclamó fuera de sí.
—Préñame cabrón, quiero que te corras en mi coñito y me dejes bien preñada, —respondí intentando estimular sus más bajos instintos. Pues sabía que eso le excitaba. El chico ignoraba, que lógicamente yo tomaba la píldora anticonceptiva.
—¿De verdad? ¿Quieres que te preñe? —Preguntaba incrédulo.
—Sí cariño, soy tu zorra y quiero que me dejes el chochito lleno de tu semen. Córrete dentro de tu puta, vamos, —intentaba llevarlo al límite.
—¿Me dejarás seguir follándote cuando estés embarazada?
—Me pongo tremendamente cachonda cuando estoy embarazada. Ni te lo imaginas, las hormonas se me disparan.
—¡Me corro Olivia, me corro…! ¡Toma putita, toma toda mi leche! —Me interrumpió gritando.
Entonces pude notar sus abundantes y generosos chorros de lefa chocando contra las paredes interiores de mi coño.
Me quedé quieta, hasta que el chico sacó su polla.
Después, nos dejamos caer sobre la cama muertos de cansancio. Miré el reloj, eran las nueve y media, a esa hora le había asegurado a Enrique que ya estaría en casa.
Iba a comentarle que era hora ya de irnos, pero justo en ese momento Iván se pegó a mí, rodeándome con sus brazos, buscó mi boca y comenzó a besarme.
—No creo que seas una puta —me indicó de forma tierna.
—¿A no? ¿Entonces qué hago aquí follando en un hotel, con el mejor amigo de mi hijo? —pregunté.
—Olivia, tú para mí eres…
No le dejé terminar, sabía que estaba poniéndose peligrosamente romántico. Temía que el chico, se tomara esta relación por el lado sentimental. Sabía que, si perdía demasiado la cabeza, me vería obligada a tener que dejarlo.
—Es hora de irnos, Enrique se estará preguntando donde estoy, —indiqué cambiando el tono.
—¿Te sientes mal por él? —Preguntó algo contrariado.
—Sí —mentí—. Mi marido no se merece que le haga esto. Quizá deberíamos dejar de vernos, Iván. Me lo paso muy bien contigo, pero amo a mi marido.
Entonces me levanté escondiendo mi rostro, fingiendo estar arrepentida. En silencio comencé a coger mi ropa, que estaba dispersa por el suelo.
—Es tan excitante observar cómo te vistes, que hacerlo cuando te desnudas —comentó.
Yo lo miré, y me di cuenta de que su polla estaba volviendo a excitarse.
—Vístete cielo, si quieres te acerco con el coche a tu casa. Lo tengo en un parking justo aquí al lado.
—¿De verdad? —Preguntó levantándose animado.
Cuando por fin salimos de la habitación, me acerqué hasta la recepción a entregar la llave.
—Aquí tiene —manifesté devolviéndole la tarjeta—. Dejamos ya la habitación
—Espero que su estancia en nuestro hotel, aunque breve, haya sido de su agrado, —indicó sonriendo, mientras cogía la tarjeta.
—Ha sido muy placentera, más de lo esperado —comenté jocosa guiñándole un ojo, a modo de complicidad—. Pasé una buena noche.
La despedida con Iván justo frente a su casa, se prolongó por espacio de más de media hora. El chico no quería dejar de besarme y meterme mano, y yo tuve que tirar de toda mi fuerza de voluntad, para pedirle que se fuera. Era como volver a ser casi una adolescente. Me recordaba a esas despedidas cuando Alex, venía acompañarme hasta casa de mis padres.
Cuando por fin llegué a casa, eran casi las once de la noche. Entré directamente a la habitación de Carlos, que estaba estudiando sentado frente a su escritorio, mientras escuchaba música por los auriculares.
—Hola mamá. ¿Dónde has estado? —Preguntó extrañado.
—En casa de Ana. Es una compañera de trabajo que se está separando y necesitaba hablar, —no tuve más remedio que mentir—. ¿Has cenado? —Le pregunté.
—Sí, pedimos un par de pizzas los tres, ya hace mucho rato.
—El próximo fin de semana me iré con Ana de viaje, la pobre lo está pasando mal y necesita distraerse. Por lo tanto, no estaré en casa —le expliqué, a pesar de que ese fin de semana les tocaba pasarlo con su padre.
—Iván también se va fuera este fin de semana. Por lo visto, ha conocido a una mujer bastante mayor que él, por internet, y va a conocerla. Incluso tiene hijos —manifestó Carlos.
—¿De verdad? —pregunté arqueando las cejas, mostrándome totalmente incrédula.
—Según él, son novios, —escuché decir a mi hijo justo cuando ya salía de la habitación.
Antes de ir al salón donde me esperaba Enrique impaciente viendo la televisión. Me observé un instante en el espejo de la entrada. Mis labios estaban hinchados, de tantos besos que nos habíamos dado. Sin embargo, lo peor eran los chupetones morados que se reflejaban a lo largo de mi cuello «Mañana intentaré taparlos con una buena capa de maquillaje», pensaba mientras avanzaba por el pasillo, dirigiéndome hasta el salón, sintiéndome una verdadera zorra.
Continuará
Deva Nandiny