Seducción

Madre es seducida por su hijo

Seducción

Su cuerpo desnudo sobre la cama me regala la visión su belleza en todo su esplendor. Sus piernas están recogidas y algo levantadas, pidiendo  que me sitúe entre ellas y le haga el amor; sus senos lucen esplendorosos, mostrando sus aureolas oscuras y al centro de estas unos pezones hinchados y endurecidos por el deseo, que son una invitación a besarlos, lamerlos y acariciarlos; su cabello castaño, desparramado sobre la cama, luce como un marco adecuado a toda la belleza que se me ofrece. Y en su hermoso rostro una sonrisa de picardía, invitante, baila entre la comisura de sus labios tentadores. Al fijarme con mayor atención en su mirada invitante me parece vislumbrar  un gesto de impaciencia anhelante por la proximidad del sexo que tendremos.

A sus 42 años, luce aún cuerpo de muchacha veinteañera y consciente de ello y del efecto que produce en mí, no tiene pudor para mostrarse en toda su desnudez, sabedora de que su belleza es la que provoca la impresionante erección que luzco mientras la contemplo, erección que muy pronto descargará su furia en su interior.

Karla es mi madre. Y mi amante.

Todo empezó hace un mes, casi como jugando, aunque desde un principio mi objetivo fue el poseerla.  Mi oportunidad la vi una noche en que mi madre tejía una alfombra, trabajo en el que llevaba un par de meses, y estábamos los tres frente al televisor: mi padre a un lado y yo al otro. Ella tejía sin quitar la mirada de la película que estaban pasando en la pantalla, ajena a las intenciones de su hijo. Mientras observaba la televisión, mi vista se fijó en parte de su pierna que se asomaba bajo el tejido y fue en ese preciso momento en que pensé que mi momento había llegado y que podría poner en acción un plan de acción para lograr sus favores.

Sin pensarlo mayormente, tomé la tela y mientras la examinaba dije “mami, te está quedando precioso” y uno de mis dedos, como por casualidad, rozó suavemente su pierna, donde descansaba la tela en que ella trabajaba. El mío fue un gesto deliberado, con la intención de llamar su atención hacia mi, que venía buscando un momento así desde hacía mucho tiempo. El  comentario buscaba desviar su atención a mi dedo tocando su piel. Era un gesto que podría parecer casual en ese momento, pero mi idea era que ella se fijara en ello y así las siguientes veces se fuera acostumbrando a mi caricia furtiva.

Los días siguientes repetí el gesto de tomar la tela, admirar el trabajo y, al momento de abandonar mi mano, rozar con mi dedo su pierna. Ella nada decía y parecía que no se hubiera percatado de  mis caricias, pero yo insistía día tras día pues me había forjado un plan de conquista y me imaginaba que tendría que tener mucha paciencia si quería tener éxito. No me importaba el tiempo que me tomara pero haría todo lo posible por llamar su atención y vencer todas sus barreras, puesto que mi deseo por ella superaba todas las dificultades que se pudieran presentar.

Mis hormonas se habían revolucionado con la visión de sus piernas  cuando se ponía  minifalda o cuando las cruzaba si estaba sentada en el salón. Ni qué decir de sus senos, que lucían turgentes bajo la suave y delgada tela de la blusa y que habían despertado en mí increíbles sueños eróticos. Ella se convirtió en mi primer objeto de deseo y en la gran pasión de mi juventud. Todo en mí era pasión y toda mi pasión se había concentrado en mi madre, a la que veía como la mujer más deseable de todas las que conocía y por la cual sentía una llamarada de deseo que parecía inextinguible. Bueno, había una manera de apagarla y esa era el poder hacerla mía.

Mi madre me parecía una mujer insatisfecha, de actividad sexual limitada, debido a   que mi padre la tomaba de vez en cuando, por lo general cuando llegaba algo bebido. Y como mi dormitorio quedaba cerca del de ellos, empecé a poner especial atención a los ruidos cuando ellos follaban y nunca la escuché participando activamente; más bien daba la impresión de que se dejaba hacer, tomando un rol pasivo, sin encontrar placer en lo que hacían. Y yo la veía a ella como una mujer  en la plenitud de su sensualidad, que debía desear y necesitar que la atendieran como correspondía a una hembra aún joven y deseable, lo que no sucedía de acuerdo a lo que había percibido en mis espionajes nocturnos. Lo que tenía claro era que mi madre es una mujer joven, necesitada de sexo, desatendida y con necesidades insatisfechas.

Mientras más pensaba en ella, más la deseaba y más me parecía posible que yo podría satisfacerla como lo merecía, ya que estaba seguro de que su insatisfacción no podía remediar consiguiendo un amante, pues debido a su educación conservadora nunca aceptaría esa posibilidad. Era mujer de la casa, de la que no salía casi nunca y sus amigas eran muy pocas, lo que reducía la posibilidad de que fuera infiel se reducía al máximo.

Si había alguien que pudiera satisfacer sus deseos era yo, estaba seguro. Y para ello debía tener mucha paciencia para romper las barreras morales que estaba seguro serían la mayor dificultad que debía vencer. Pero estaba seguro que si me armaba de paciencia y  finalmente lograba derribar sus defensas, ella terminaría por soltar toda su naturaleza aún joven y necesitada de sexo, lo que haría de mi madre, estaba seguro, una hembra fogosa y yo podría aprovechar todo el caudal de erotismo y deseo que estaba seguro ella podría brindar.

Fue así como se me ocurrió aprovechar sus tejidos para intentar un acercamiento. Y mis observaciones a los avances que tenía en su trabajo me vinieron muy bien para mis planes. Mi dedo cada vez se demoraba un poco más en su pierna. Y al cabo de una semana, era evidente que ella se había dado cuenta del roce de mi dedo. Pero todo se llevaba a cabo de manera tan sutil que creo que ella se acostumbró a mi pequeña caricia, a las que estoy seguro no le dio importancia en un principio, aunque al cabo de los días no podía seguir pensando igual. Estoy seguro de que mis pequeñas caricias le producían placer y ella sintió sensaciones nuevas que su marido no le daba. Y a partir de ese inocente dejarse llevar por esas pequeñas cuotas de placer, mi madre no se dio cuenta que estaba abriéndome la puerta para hacer realidad mis planes. Lo que pudiera parecerle un juego inocente, sin mayores consecuencias, en realidad era la compuerta que abriría un caudal de deseo sexual en el que ansiaba que nos sumergiéramos los dos. Y para ello era fundamental que ella aceptara mis caricias furtivas, lo que al parecer había logrado.

Me bastaba que ella se abandonara a esas caricias que le hacían sentir sensaciones que tanto necesitaba, para que a partir de ahí pudiera hacer avances en busca de lo que tanto deseaba. Y habiendo conseguido que mi madre aceptara mis caricias furtivas en sus piernas, sabiendo después de un par de semanas que estas no eran tan casuales e inocentes como en un principio pudieron parecerle, decidí que ya era tiempo de que mis dedos dejaran paso a caricias mayores y más atrevidas.

Esa noche, al dejar el tejido en su falda, al retirar mi mano,  ésta acarició su pierna. Y un gesto brusco de parte de ella me dijo que la había pillado por sorpresa y que al parecer había sobrepasado un límite que no debía pasar. Era un riesgo que sabía debía correr, pero esperaba que el camino recorrido hasta ahora me daba esperanzas de triunfo, a pesar de lo sucedido. En un principio ella podría rechazar mi caricia, pero estaba seguro que todo lo avanzado en las semanas anteriores no había sido tiempo perdido y era cosa de esperar a que ella reaccionara y volviera en busca de las sensaciones que le había brindado con mis dedos.

La noche siguiente no tejió y lo mismo sucedió la otra. En un principio pensé que pronto volvería a tejer y en busca de mis caricias furtivas, pero al cabo de tres días empecé a dudar del éxito de mi estratagema. Durante el día rehuía mi mirada y no me dirigía la palabra, excepto para cosas puntuales. Al cabo de unos días mi ánimo de había venido al suelo y pensaba constantemente en lo sucedido, sin encontrar solución o salida al estado en que mi relación con mi madre se encontraba. Pero había algo que no había sucedido y precisamente era lo que me daba cierta tranquilidad: a pesar de no hablarme, no me había hablado para llamarme la atención o mostrarme su molestia.

Pensaba que al pasar mi mano en su pierna había hecho fracasar todo mi plan de seducción, que ella estaba molesta pero no se atrevía a conversar al respecto y, después de una semana,  cuando estaba por abandonar toda esperanza al respecto,  ella llegó una noche con el tejido, que puso en su falda y reanudó el tejido que había interrumpido. No dijo ninguna palabra, pero, al momento de sentarse, me dirigió una mirada que fue todo un mensaje, que había tomado una decisión y que yo sería un actor principal en lo que sucediera de aquí en adelante.

Volví a alabar su trabajo y mi mano acarició su pierna al retirarse, pero esta vez lo hice con calma, haciendo durar el momento. Ella siguió mirando la tele y me pareció ver una sonrisa bailar en sus labios. Yo estaba feliz con el vuelco de la situación.

Habían pasado un par de  noches y yo, después de tener la tela en mi mano, dejé ésta sobre su falda y la abandoné en su pierna, cerca de su muslo. Con mi otra mano tomé la tela y la puse de manera que tapara mi mano en su pierna, pero ella tomó la tela y con cierta brusquedad la devolvió a su sitio, por lo que tuve que retirar mi mano. Nuevamente había puesto en peligro mis avances con un gesto de audacia que no tuvo en cuenta lo conservadora que era mi madre, la que por muy necesitada que estuviera de sexo no era cosa de tratarla como a una cualquiera. Pero lo que me tenía muy esperanzado era el hecho de que en ningún momento me llamó la atención, considerando que era su hijo. Al parecer la relación madre e hijo estaba yendo por un camino muy especial en que podría lograr mis objetivos siempre que supiera manejar bien mis cartas. Ella no me rechazaba como hombre, de eso estaba seguro, por lo tanto era el momento de mostrarme como tal y para conquistarla debía aplicar las reglas de la seducción. Y lo primero que debía hacer era mostrarle quien era el que mandaba entre los dos.

La noche siguiente no hice ningún gesto ni dije nada. Ella me miró y vio que estaba con un gesto duro mirando hacia adelante. A la siguiente noche mi madre vio que yo seguía molesto y no hacía ningún acercamiento, pero a la tercera dijo algo que cambió completamente nuestra relación de ahí en adelante, mientras clavaba sus ojos en mí con una intensidad apabullante.

¿Te gusta como está quedando? Tócala .

El mensaje era evidente y no me hice esperar. Tomé la tela y le dije que estaba preciosa y le hice varios comentarios halagueños. Al retirar mi mano y ponerla en su pierna comprobé que ella estaba sin sus medias habituales. Acaricié un buen pedazo de su pierna, hasta llegar a su muslo y dejé mi mano ahí, apretando la exquisita suavidad de su piel desnuda.

¿En serio te gusta?

Me preguntó con una mirada que me taladró. Mi estrategia había dado resultado y ahora era yo el que tenía las riendas de la situación. Pero venía la parte más delicada, ya que tenía que pasar de las caricias, ahora más atrevidas que antes, a despertar en ella la excitación que la llevara a mis brazos. Debía intentar que cambiara su mirada intensa, de complicidad, por una de deseo.

Está precioso. Sigue así, que va a resultarte un trabajo perfecto.

Y mi mano continuó en su muslo, apretando con delicadeza la suave piel. Y fue ella la que tomó la tela y la puso sobre mi mano, ocultando a la vista lo que yo hacía ahí en su pierna, en una zona tan íntima. Fue una sensación increíble, que me llenó de alegría y que ella captó inmediatamente. Y me pareció que compartía mi alegría por la complicidad que habíamos conseguido.

Finalmente había derribado las barreras de su formación conservadora y a partir de ahora tendría en mi madre a una mujer dispuesta a entregarse sin límites a la pasión que mis caricias clandestinas habían despertado en ella. Intuí que sería mía sin duda, solamente que ello sería realidad cuando se dieran las condiciones, las que ella y yo buscaríamos con ahínco. Ya no era mi madre, era una hembra deseosa de sexo y yo era quien podría dárselo. Y ambos sabíamos y deseábamos el momento en que finalmente nos convirtiéramos en amantes.

Las noches siguientes mi mano repetía la maniobra y quedaba posada en su muslo, acariciándolo a mi deleite, sin que ella hiciera nada por impedirlo. Más bien parecía que esperaba con ansiedad que mi mano se posara en su pierna y la acariciara. E invariablemente ella tomaba la tela de la alfombra y la ponía encima, para ocultar mis maniobras. Primero la acostumbré a las caricias de mis dedos y ahora quería que aceptara  mi mano en su muslo como algo deseable, para desde ahí pasar a mayores. Y estaba seguro de que ella lo sabía y lo esperaba, por lo que en una de esas noches me atreví y mi mano llegó hasta su entrepierna, muy cerca de su calzoncito, donde la dejé reposar, apretando con uno de mis dedos el bulto que se formaba debajo de la tela de su calzoncito. Ella nada dijo, aunque la note inquieta por la proximidad de mi padre. No me atreví a más para evitarle el bochorno de que se excitara y no pudiera disimular su estado estando con su marido al lado. Pero a partir de entonces se hizo costumbre que mi mano terminara muy próxima a su bulto, apretando con suavidad con uno de mis dedos la seda que ocultaba su sexo, aunque cada vez la presión sobre mi objetivo era mayor, produciendo en ella las sensaciones que esperaba disfrutara y estaba seguro de que lo deseaba.

Parte de mi estrategia era ofrecerles una copa para beber mientras veíamos la tele, como una manera de bajar sus defensas. Mi padre no acostumbraba a beber antes de dormir en la semana, ya que al día siguiente debía levantarse temprano, por lo que mi madre y yo éramos los únicos que lo hacíamos. Y la copa de ella siempre se la servía más cargada. De esta manera esperaba que el licor fuera mi aliado en el trabajo que estaba llevando a cabo.

Una noche, en que le había ofrecido dos copas, que ella aceptó gustosa, mi mano en su muslo, tapada por la alfombra, subió lentamente y sentí que una rigidez de la pierna delataba el nerviosismo de mi madre por lo que suponía que esa noche iba a suceder. Y, efectivamente, mi mano llegó hasta su objetivo, pero en lugar de que uno de mis dedos acariciara su calzoncito, ahora la palma de mi mano se posó encima del paquete que tenía entre los muslos.

Se revolvió inquieta, pero yo seguí apretando la tela de su calzoncito, debajo de la cual su sexo estaba completamente empapado por los jugos que salían de su cueva de amor. Mi madre estaba excitada al máximo con mis caricias, eso era evidente, pero haciendo un esfuerzo para no ser sorprendida por mi padre, metió su mano debajo de la tela y tomó la mía, para retirarla, pero yo me apoderé de la suya y la llevé a mi entrepierna, donde mi verga estaba completamente parada y fuera del pantalón. Ella hizo ademán de retirarla, pero yo la sujeté y acercándome a su oído, le susurré: “ hazmelo

Todo lo sucedido entre los dos en los días previos, que había llevado su excitación al máximo, sumado a las copas que le había hecho beber esa noche y a la orden perentoria que le había dado, como si hubiera sido su amante el que le hablaba, terminó por romper en ella las últimas cadenas que había ido soltando poco a poco con mis caricias y nuestra cercanía. Esa era la noche. Era su noche. Nuestra noche.

Se apoderó de mi verga y empezó a hacerme una paja de ensueño, con una energía y decisión asombrosas. Cerré los ojos y dejé que hiciera su trabajo, el que parecía disfrutar por el empeño que ponía en ello, aunque con disimulo para que mi padre no se diera cuenta. Y de pronto sentí que me venía la explosión y un chorro de semen salía hacia la alfombra, que recibió todo el líquido que expelí.  Haciendo como si acomodara el tejido, mi madre aprovechó de limpiarme la verga con el tejido y nos quedamos en silencio, como si nada anormal hubiera sucedido entre los dos. Nos quedamos quietos, con la mirada fija en la tele, yo con mi mano en su bulto húmedo y ella haciendo como si siguiera haciendo su labor en la alfombra.

Cuando la película terminó, mi padre se desesperó y bostezando dijo que se iba a dormir. Mi madre manifestó que tejería un poco más y se iría también a dormir. Había tomado una decisión y aprovechó ese momento para dejármelo en claro.

Matías, hazme compañía un rato, por favor.

Bueno, mami

Y nos quedamos solos en el living, mientras mi padre subía al segundo piso.

Nos quedamos esperando a que mi padre se durmiera. Ambos sabíamos lo que sucedería y lo esperábamos con ansiedad. Al cabo de unos diez minutos, hice la alfombra a un lado y tomándola de la cara, la miré a sus ojos anhelantes y le dí un beso apasionado, que ella respondió con energía y una entrega que hablaba de sus deseos insatisfechos.

Matías, esto es una locura

Sí, pero una locura exquisita

Sí. No puedo negarlo

Tenía tantos deseos de estar contigo, mami

Pero esto no puede ser, hijo

Pero tú y yo lo deseamos, mami, ¿o no?

Sí, mi amor. Lo deseo tanto

Y seguimos besándonos apasionadamente, en tanto mi mano bajaba hasta el pie de su falda para retornar su camino bajo esta, lentamente, en busca del tesoro que se ocultaba entre sus piernas, las que ella abrió sin oponer ninguna resistencia.

Mami, sácate el calzón

Sin decir nada, mi madre se sacó al calzón y abrió sus piernas nuevamente, dispuesta a recibir mi verga. Me arrodillé frente a ella y bajándome el pantalón, saqué mi instrumento, que llevé a su vulva, la que me esperaba ansiosa.

Mamita, finalmente podré cumplir mi deseo contigo .

Y se la hundí de un solo golpe, que ella recibió con un quejido apagado. Sus piernas se levantaron y enroscaron sobre mi espalda, mientras mi cuerpo empezaba a moverse de manera que mi instrumento se hundiera hasta el fondo, volviera a salir y se hundiera nuevamente. Ella se movía con una cadencia increíble, moviendo su pelvis de manera que mi verga fuera rozada por un hueso que había en ese sector de su anatomía, lo que hacía que el contacto me llevara al éxtasis cada vez que lo presionaba.

Rica, mamita, rica

Si, mijito, ricooo

Asíiiiiiiiii, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Aghhhhhhhh, mijitooooooooooooo

Y los dos acabamos al mismo tiempo, mientras nuestros quejidos eran apagados con besos apretados y con lengua, para no ser escuchados por mi padre.

Quedamos abrazados, ella con sus piernas abiertas y apretando mi espalda y yo sobre ella, con mi verga hundida en su sexo, ambos completamente agotados por el esfuerzo desplegado en nuestro incestuoso acto sexual.

Después de un rato, y cuando logramos normalizarnos, nos levantamos y nos abrazamos apasionadamente. Al cabo de un rato de besarnos y acariciarnos, nos fuimos a nuestros dormitorios, sabiendo que a partir de ese momento seríamos amantes.

Ya en el dormitorio, pensaba en lo sucedido y en lo que me esperaba, lo que para mí era espectacular, pues estaba seguro que mi madre era una hembra muy ardiente y que me haría ver las estrellas cuando hiciéramos el amor. Necesitaba sexo de verdad y yo estaba dispuesto a dárselo y colmar sus deseos insatisfechos.

Estaba meditando en lo sucedido y en lo que vendría, cuando la puerta de mi dormitorio se abrió y vi a mi madre entrar, vestida en una enagua trasparente que hacía lucir esplendorosamente todas sus increíbles formas.

Tu padre duerme. Vine a pedirte que mañana no vayas al colegio.

Encantado, mami.

Pero antes quiero dejarte un recuerdo mío, amor

Se acercó a mi cama, levantó la tapa y metió su mano hasta apoderarse de mi verga, la que se llevó a la boca y empezó a mamar.

Mami, rica

Sin decir nada, pasó su lengua por el tronco de mi instrumento, desde la cabeza hasta la base, para terminar en mis bolas, las que apretó con sus labios, con delicadeza suficiente como para que no me doliera. Y mientras su lengua subía y bajaba, me hacía una paja delicada, como queriendo hacer durar mi gozo lo más posible. Finalmente, volvió a meterse mi trozo de carne en la boca y acariciando con su mano mis bolas empezó a tragársela toda, sin dejar nada fuera. Y cuando retiró su boca y apareció la cabeza de mi verga entre sus labios, volvió a tragársela completamente. Y así, sucesivamente, mi instrumento entraba y salía de su exquisita boca. Era evidente que ella gozaba tanto como yo con la chupada que me estaba regalando.

Ricooooooo, mamiiiiiiiiiiiii

Fue una mamada increíble y cuando acabé, ella se tragó todo el semen que expulsé.

Antes de despedirse, me confirmó que ella tenía sexo solamente una vez a la semana y en el cual lo único que importaba era que mi padre acabara, sin preocuparse de ella.  Pero ella necesitaba más de lo que recibía de parte de su marido, pues era una mujer joven aún, con todas las energías intactas.

Bueno, eso pasa por casarte con un hombre diez años mayor.

Si. Pero ahora te tengo a ti, ¿no?

Tomé su rostro y le dí un beso prolongado.

Mami, seremos amantes desde ahora.

Entonces empieza por decirme Karla y no mami.

Bueno, Karla

Ella sonrió y se retiró, tan en silencio como había llegado, dejándome con la agradable sensación de haber recibido la mejor mamada de mi vida y que habrían muchas otras experiencias únicas que ella me brindaría.