Seducción... (4: Un día -especial-)
Es tenue la línea que separa el amor del querer, y el descubrirla te puede conducir a lo mejor... o a lo peor.
SEDUCCIÓN
"Lo que tortura y llena mi alma de dulzura,
aquello que es como el hambre en mis entrañas,
no tiene nombre ni se puede expresar con palabras."
NOTA: Ésta es la continuación de Seducción (3: Promesas). Los comentarios se agradecerán.
Capítulo 4: Un día"especial"
El tiempo languidecía con premura a su lado y la dicha era parca al apartarme. Durante mucho tiempo callamos de palabras y solamente permanecimos el uno abrazado al otro, como si fuésemos náufragos a la deriva queriendo encontrar tan siquiera un trozo de madera del que poder asirse para no ahogarse. Nuestra respiración se acompasaba y nuestras manos permanecían quietas en la espalda del otro. De vez en cuando se inquietaban y formaban placenteros círculos en la piel a través de la tela de la ropa. Su negro cabello me abrazaba el rostro y sus labios guardaban silencio en mutua compañía de los míos. La luz del mediodía traspasaba las leves cortinas y acariciaba el ambiente. Ni el constante paso de los ruidosos autobuses urbanos turbaban nuestro momento. Ni el celular que Natalia portaba nos podría molestar, ya que lo había apagado hace unos minutos, para que nadie interrumpiera nuestro encuentro.
Unos toquidos a la puerta interrumpieron el breve momento de ensimismamiento. No me encontraba de humor como para dejar aquel sublime momento y ver a quien demonios se le ocurría interrumpirme. Esperé unos breves segundos y los toquidos se volvieron a escuchar, pero esta vez con más fuerza. La impaciencia pronto se apoderó de mi voluntad y decidí abrir para que de una vez por todas dejaran de estar lastimando mis oídos, pero antes aparté un poco la cortina y eché un vistazo para ver quien era la molestia. Grande fue mi sorpresa al descifrar aquélla presencia que venía a transformar el momento. Era una señora de unos 40 años completamente desconocida para mí, con un vago parecido que se me hacía muy familiar y que por su notable altivez que destilaba en su postura soberbia me decía a gritos ¡problemas!. Cerré inmediatamente las cortinas y me senté nuevamente en el sillón pero procurando no hacer ni el más leve ruido.
"¿A que no adivinas quién ha venido a visitarnos?" le dije a Natalia, notando un obvio nerviosismo. Ella se quedó pensativa un rato e inmediatamente entendió a quién me refería.
"Demonios. ¿Qué hacemos?" me dijo nerviosamente. Yo me encogí de hombros. Dadas las circunstancias lo mejor era hacerse el occiso, eso seguramente no arreglaría nada pero tampoco lo empeoraría.
"Solamente quédate quieta y no digas nada" dije susurrando. Ella entendió al instante y no movió ni un solo músculo.
Los toquidos continuaron escuchándose ininterrumpidamente por varios minutos, hasta que seguramente se dio por vencida. Respiramos aliviados cuando se escuchó abrirse una puerta y el arrancar del motor. Su corazón latía agitado, seguramente eran demasiadas emociones para un solo día.
Decidí esperar unos cuantos minutos antes de hacer cualquier ruido que diera evidencia de que nos encontrábamos en aquélla casa blanca, ocultándonos como si fuéramos unos niños jugando a las escondidillas. Aquélla mutua complicidad nos hizo hacer más llevadero el trago amargo. Una leve sonrisa brotó fugaz en los labios de mi amada y luego se extendió a los míos. Si era el último día que nos viéramos realmente no importaba ya, lo único que necesitamos saber era que ahí nos encontrábamos los dos en la mejor de las disposiciones, y esa oportunidad no debía de ser desaprovechada. Nuestro amor se expresaba por cada poro de nuestra piel, por cada respiración que enlazaba nuestros pensamientos. No quería apartarme de ese lugar; quería que el tiempo no pasase nunca y pudiera estar ahí por toda la eternidad, mirando de soslayo e indiferente a todos, enfocándome solamente en aquélla presencia que me hacía olvidar todo y entregarme por completo. Desde ése momento supe que no era mera atracción física lo que me unía con ella, sino que era algo más profundo y para lo cual las palabras son pocas. Si aquélla era la última vez que íbamos a estar juntos, haría que valiera la pena y que me recordara por siempre.
Tomé un poco de aire y le dije:
"Quiero pasar el resto de éste día contigo. Olvidémonos de todo y de todos. Éste será un día especial que por siempre recordaremos". Inmediatamente entendió el mensaje implícito que llevaba mi afirmación. Me dio un beso en los labios, tierno y sencillo, cálido y sincero. No había mejor respuesta que ésa, de eso no tengo duda.
Miré de reojo el reloj de la sala: marcaba las 2:25. Afuera el clima había cambiado un poco y se había vuelto a nublar, dejando ver a lo lejos unas densas nubes cargadas de humedad y que en cualquier momento amenazaban con llover. Fui a mi cuarto por unos inciensos que tenía por si se presentaba la ocasión y que ya antes había probado, también por unas halls que utilizaría. Puse unas tres varitas en un florero que tengo en una mesita al lado del sillón en el que estábamos sentados, las prendí y me puse una pastilla en la boca, tratando de que su esencia se impregnara en mi saliva.
Nuestras caricias cada vez se iban tornando más audaces. La ternura, la pasión, el deseo, la excitación, todo se mezclaba en esos instantes. Nuestras bocas se fundían, presa de una sed inagotable que emanaba desde lo más profundo de nuestro ser. Las manos recorrían palmo a palmo todas las partes de nuestra anatomía. Empecé a besar su cuello con infinita pericia mientras ella me mordía el cuello. De vez en cuando besaba suavemente los lóbulos de sus orejas mientras ella gemía suavemente. Lentamente fui bajando por su pecho, deteniéndome a darles atención a sus pezones que se encontraban completamente erguidos, tal vez por causa de la excitación o por el frío que hacía. Seguí bajando más y llegué hasta su monte de venus. Besé sus leves bellos púbicos y mi lengua siguió su recorrido hasta llegar a los labios vaginales gruesos. El olor era exquisito y su sexo estaba completamente lubricado, a merced de todos mis deseos. Con lentitud los separé y quedó a mi vista sus labios interiores, rosados y húmedos. Los chupé un poco y al separar sus partes superiores encontré su clítoris, al que después atendería con todos los honores necesarios. Me aproximé a su capullo despacio.
A éstas alturas la pastilla ya se había disuelto en mi boca, pero su sensación aún se sentía fuertemente en mi lengua.
Chupé y besé la parte interna de sus muslos con ahínco e hice dibujos sobre él con mi lengua, como si estuviera pintando una obra de arte y ese fuera mi lienzo. Besé el pliegue donde las piernas se juntan. Acaricié mi cara con sus bellos, cepillé mis labios sobre ellos, sin presionar. Ella se retorcía de placer y forzaba con su mano en mi nuca para que siguiera adelante, sin detenerme. Posé mis labios sobre su raja incitante y la besé suavemente, y después más fuerte. Usé mi lengua para separar los labios y cuando se abrieron, la pasé arriba y abajo entre las capas de carne. Suavemente separé más sus piernas con mis manos. Su clítoris ahora sobresalió por encima de su cubierta, por lo que lo chupé ávidamente. Estaba duro y eso me excitó aún más, mientras ella ronroneaba de una muy sensual manera y profería palabras que me decían que ella estaba gozando incluso más que yo. Mojé mi dedo índice en sus jugos y con éste empecé a sobar en círculos sus pezones al mismo tiempo que empezaba a introducir mi lengua rápidamente en su canal amoroso. Sus piernas se estremecían. Cuando sentí que ella estaba a punto del orgasmo, puse mis labios en forma de O y tomé el clítoris con mi boca. Empecé a chupar y voltee a ver la expresión de ella, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada, su cara expresaba solamente una cosa: placer. Mojé en saliva el dedo índice de mi otra mano y lentamente se lo empecé a introducir en su vagina. Bajé mi cabeza nuevamente y seguí chupando más fuerte y entonces ella levantó su pelvis con la tensión del orgasmo viniendo, su raja se mojaba más y más. Me movía con ella, esperando y manteniendo mi boca en su clítoris, no lo dejaba ir. El orgasmo vino con un ímpetu inimaginable, calculo que duró unos 5 o 6 segundos. Sus movimientos se tornaron cada vez más lentos. La lengua me dolía y hasta estaba medio dormida por el cansancio pero bien había valido la pena.
El olor a sexo en el ambiente se distinguía de sobremanera, incluso a pesar del incienso. Continué besando sus senos y besándola con pasión. Con mis dedos seguía hurgando en su interior, lubricando más y más su ya demasiado húmeda vagina. Pensé que en la cama estaríamos más cómodos y con más espacio para "maniobrar". Suavemente la tomé de la mano y nos dirigimos hacia mi habitación. Ella se tumbó en la cama y yo la seguí. No hacía falta el decirnos nada ya que nuestros cuerpos se entendían a la perfección. Se colocó en cuatro y yo puse mi pene a la entrada de su raja y me limité a pasar mi glande de arriba hacia abajo, sin meterla. Cuando me suplicó que ya se la metiera, la seguí "castigando" un poco más. Su chocho chorreaba gran cantidad de lubricante y este resbalaba por todos sus muslos, hasta llegar a las cobijas y humedecerlas. Cuando supe que ella estaba a punto, se la empecé a meter muy lentamente. Sentía las paredes de su vagina apretando mi falo y la sensación de placer era indescriptible. Su canal amoroso estaba tan caliente que me literalmente me quemaba. Cuando llegué hasta el fondo, lo dejé quieto ahí durante unos segundos. Luego empecé lentamente un mete y saca, poco a poco iba subiendo la intensidad de mis embestidas hasta el momento de moverme con pasión inaudita, a la par de su cuerpo que parecía que se estaba convulsionando. Ella tuvo nuevamente un orgasmo y estaba gimiendo sonoramente pero yo aún no había podido tener el mío. Seguí bombeando como enajenado hasta que sentí que mi pene iba a hacer erupción. Ésta vez lo sentía más fuerte, sentía como si fuera un gran caudal que fuera corriendo en mi interior con inagotable brío, como si realmente fuera a explotar. Mi cuerpo se arqueó y sentí el placer inundar todos mis sentidos. Largos y espesos chorros de semen salieron impetuosamente. Seguí moviéndome cada vez más lento hasta que sentí la calma invadir mis sensaciones. Al salirme de su cuevita unos hilillos de semen escurrieron por los muslos de ella y se sumaron a la humedad de las cobijas. Me recosté en la cama y ella se tumbó fatigada a mi lado, poniendo su cabeza sobre mi pecho y su brazo abrazando mi torso. Yo acariciaba su espalda con mi dedo índice. Desde la nuca hasta la cintura.
Adentro, el clima había cambiado drásticamente. Dentro todo era calor, afuera lloviznaba y hacía frío. Nuestros cuerpos estaba sudorosos y pegajosos, pero satisfechos. Nuestra respiración, antes agitada, ahora estaba serena. Y así, descansando brevemente, el letargo nos venció y quedamos profundamente dormidos, uno al lado del otro, abrazados mutuamente.
Las horas pasaron y los sueños inundaron nuestras mentes, quimeras dionisiacas nos embelesaban y los placeres de morfeo nos reconfortaban maravillosamente. El ruido de la taza del baño me despertó. Miré mi reloj despertador de la mesita de noche: marcaba las 7:46. Supuestamente ya debía de estar en mi trabajo, por lo que me preocupó un poco de que esta repentina falta fuera a provocarme problemas. Me incorporé de la cama, me puse unos zapatos que estaban al lado de mi cama y fui hacia el baño. Al acercarme me di cuenta de que empezaba a sonar el ruido de la regadera al abrirse. Al abrir la puerta, una cortina de vapor se escapó hacia la sala. Dentro Natalia tomaba una ducha caliente. Creo que ya tenía tiempo despierta, ya que había prendido el calentador y en lo que estaba listo, fácilmente podrían pasar unos 30 minutos. Abrí la cortina de baño y me metí a la regadera junto con ella. Estábamos cansados, y, al igual que la primera noche que nos conocimos, nos limitamos a limpiar nuestros cuerpos. La sensación del agua caliente recorriendo nuestros cuerpos era deliciosa. Terminamos de ducharnos y entonces ella tomó una toalla que ya tenía preparada. Yo tuve que tomar la toalla de las manos y recordó nítidamente aquélla mañana de ayer. Fuimos nuevamente hacia la recámara y secamos nuestros cuerpos. Ver nuevamente aquella lozana piel surcada de diminutas gotas de agua me cautivó. Me dirigí detrás de ella y la tomé de la cintura, poniendo mi cabeza en su hombro izquierdo.
"¿Te gustaría probar algo diferente?" le susurré cariñosamente al oído. Ella estuvo pensativa un momento, pero luego decidió que seguramente era excitante probar cosas diferentes.
"¿Qué tienes en mente?" me preguntó, mientras giraba su cabeza para verme directamente a los ojos. Sus pupilas de dilataron y se puso a la expectativa.
Por única respuesta puse mi pene, a media erección, entre sus nalgas. Ella abrió mucho los ojos y no profirió ninguna palabra. En verdad que sería delicioso cogerme ese sabroso culito por primera vez. Solo de imaginarlo, mi verga empezó a reaccionar hasta que estuvo dura como una piedra. Ella seguía mirándome pero no se decidía a nada.
"No lo sé. Es que nunca antes lo he hecho y creo que me va a doler mucho" me dijo indecisa.
"Te aseguró que te va a gustar. Si no es así, pues me lo dices y ahí lo dejamos" le contesté. No era un experto en cuanto a seducir mujeres, pero al menos con las que he estado no se han quejado. Ya había estrenado dos que tres culitos y pues al final, a todas les encantó que me las culeara. Es más, una chava solamente quería que se lo hiciera por ahí. ¡Qué gran sacrificio! ¿No?.
Su cara reflejaba la duda pero ante mi muda insistencia terminó por convencerse. La besé con pasión y la coloqué en cuatro sobre la cama. Mojé un poco mi dedo en saliva y se lo fui introduciendo en el ano con delicadeza. Al sentir el intruso se movió un poco, pero le dije que se relajara y así lo hizo. A los pocos minutos mi dedo entraba y salía con facilidad. Entonces decidí probar ahora con dos dedos. Su ano apretaba mis dedos con inquietud, pero al poco tiempo, estos ya se deslizaban con soltura por entre las paredes de su orificio trasero. Ahora el turno de mis tres dedos para preparar la entrada triunfal. Esto costó un poco más pero finalmente lo conseguí. Su ano estaba dilatado y preparado para ser perforado. Su chocho respondió emanando lubricante, primero en tímidos hilillos que corrían por entre sus piernas hasta llegar a ser una verdadera fuente. Con la otra mano le acariciaba su raja y le embarraba un poco de lubricante en su trasero. Después de pasar unos minutos entre dedos ansiosos, gemidos y palabras insinuantes, supe que estaba dispuesta a recibirme. Me puse un condón y me coloqué detrás de ella, poniéndole la cabeza a la entrada del orificio posterior. Empecé a sobarla con el glande, introduciendo un poco la punta y sacándola de inmediato, esto la puso frenética. Con sus caderas dirigiéndose directamente a empalarse, empecé a abrirme paso a través de aquél agujero. Al sentir como le entraba, intentó apartarme con las manos. Me quedé quieto unos segundos y luego continué con la penetración. Largos gemidos de dolor y de placer se empezaron a escapar de su garganta. Me tenía extasiado pero sabía que debía de proceder con cautela para no echar a perder el momento. Seguí empujando hasta que la mita de mi miembro se alojó en su trasero. Su ano me exprimía como una bomba de vacío y sentía las paredes de sus intestinos apretando mi falo como si de un guante se tratara. Me quedé quieto un instante y seguí bombeando. Sentí como mis testículos chocaban con sus nalgas y supe que por fin se lo había introducido todo. Ella se quejó del dolor pero no me dijo que se la sacara. Estuve esperando unos diez segundos a que se le pasara un poco el dolor, y entonces ella empezó a mover su cadera lentamente, decidida a gozar un placer que era nuevo para ella. Los movimientos suaves fueron aumentando de velocidad. Ella gemía sensualmente y yo la penetraba mientras la tomaba de las caderas y la atraía hacia mi, una y otra vez. Ahora mi pene entraba en su ano a gran velocidad y con una suavidad increíble. Con los dedos tomaba jugos de su vagina y se los embarraba detrás. Entonces, sin sacársela, la coloqué boca arriba, y con sus piernas en mis hombros, seguí cogiéndome ese trasero con velocidad. A veces lo sacaba y luego lo volvía a meter con fuerza hasta el fondo. Por su actitud y por todo lo que me decía, supe que realmente le estaba gustando. Mientras la culeaba, ella se masturbaba gustosamente con sus dedos. Así estuve gozando la metida y la sacada durante unos 10 minutos. Yo ya no pude soportar tanto placer y descargué mi semen en sus entrañas. Mis líquidos salieron con menos potencia y abundancia que anteriormente, pero aún así sentí una excitación increíble. Poco a poco mi miembro fue perdiendo su dureza mientras seguía embistiendo cada vez con menos ímpetu.
No me decepcioné al no haber logrado que ella tuviera un orgasmo anal ya que se que eso es algo muy difícil de lograr, sobre todo en la primera ocasión.
Nos quedamos sin hablar unos segundos. El cansancio ya empezaba a hacer mella en nuestros cuerpos. Seguí besándola y acariciándola para que no se sintiera sola, y es que eso es muy importante después de haber tenido sexo. Ella se separó de mí y fue al baño. Yo me quité el condón, lo anudé y lo tiré en el bote de la basura. Creo que había sido suficiente por ese día, ya no me quedaba aliento como para aguantar otro polvo. Fui al sillón de la sala y me puse los boxers. Hurgué en mi pantalón y saqué los cigarros y el encendedor. Saqué uno, presioné un extremo con el pulgar, lo introduje en mi boca y lo prendí. De inmediato la sensación del humo de tabaco penetrando en mis pulmones me tranquilizó, bocanada tras bocanada. Miré el reloj de la sala: marcaba las 8:12. Afuera ya había oscurecido y la noche había caído completamente y de improviso.
Cuando ya casi me terminaba el cigarro, salió Natalia. Se sentó a mi lado, me dio un tierno beso en la comisura de los labios y comenzó a ponerse la ropa.
"¿Te gustó?" le pregunté. Ella solamente sonrió y se sonrojó un poco. Pero como el que calla otorga
"¿Sabes? No recuerdo cuál fue la última vez que había desobedecido de ésta manera a mi madre. Me siento liberada de una carga pesada. Ahora sé que después de la tempestad, viene la calma, aunque no sé cuanto pueda durar" me dijo, como intentando grabar todo lo acontecido y guardarlo dentro, muy dentro de sí, para jamás olvidarlo.
"Así es" le contesté. En verdad que no sabía que decirle. Su rostro ahora se encontraba iluminado por la esperanza y era algo que no quería arrebatarle.
Le ofrecí un cigarrillo y aceptó. Yo prendí otro. Duramos todo ese tiempo fumando en silencio. Su cabello, sin ningún orden, caía sobre su espalda con soltura. Aún sin maquillaje se veía hermosa, y es que no es que fuera perfecta, sino que más bien esos rasgos, que a muchos les podrían resultar no tan atractivos como a mi, le hacían distinguir por sobre las demás. Uno bien sabe que existe una edad en las mujeres donde desbordan atracción, y justamente ella estaba en ésa etapa. Solamente basta recordar nuestros años en la preparatoria para reconocer que en verdad es de las etapas más excitantes en nuestras vidas. La inexperiencia y la falta de valor de la secundaria han quedado un poco atrás y ante nosotros se abría un mundo de posibilidades. Eso tal vez era lo que también me atraía hacia ella, el recordar y sentirme nuevamente vivo, y es que no es que me sienta viejo, pero la carga que es sostener tu propia vida es una carga bastante fuerte, sobre todo si no tienes más que dos años de verdadera independencia y no te has habituado a la cotidianeidad que es la rutina, obligatoria por las circunstancias. Ahora entiendo que debemos de darnos tiempo para todo, que no todo en la vida es tener lo que quieres, sino querer lo que tienes: solo se vive una vez.
Absorto en estos pensamientos me encontraba. Ella seguramente había notado mi introversión y decidió no perturbarme. Terminó de ponerse toda la ropa y prendió su celular. Tenía algunos mensajes en el correo de voz. Volteé mi cabeza y me puse a admirarla con detenimiento, mientras ella revisaba sus mensajes, que seguramente eran de su madre, al no saber donde estaba y con el celular apagado, lo que supe por sus apariencia de indiferencia.
¿Quién pensaría que acababa de tener sexo con aquélla personita que se había vuelto tan especial para mí y sobre todo en la manera en la que acabábamos de tenerlo?. Yo creo que solamente alguien muy perspicaz, tal vez solamente por el cabello mojado.
Intempestivamente, tomó sus cosas y se las guardó en los bolsillos. Llamó a un sitio de taxis y pidió uno con urgencia. No sabía que era lo que había pasado, pero seguramente era algo importante como para ponerse en ese estado de shock. Cuando terminó de hablar por teléfono, se sentó y miraba nerviosamente de un lado a otro de la habitación.
"¡Es mi culpa, es mi culpa!" mascullaba entre dientes, una y otra vez, como si hubiera perdido la razón. Me paré, la tomé de los hombros y la miré directamente a los ojos mientras le preguntaba:
"¿Qué pasó?. Dímelo, por favor".
"¡Es mi culpa, es mi culpa!" seguía repitiéndose sin cesar. Mi mente estaba en blanco, no alcanzaba a adivinar nada de nada.
"Dime, ¿Qué es lo que pasa?" volví a preguntarle, ahora con más energía. Ella solo me lanzó una mirada fugaz y comenzó a llorar abundantemente. Las palabras se le atoraban y se mezclaban caóticamente con su llanto. Pasó un momento diciendo incoherencias incomprensibles, hasta que alcancé a distinguir algo:
"Mi mmm aa..ma ttt uuu..vo un aaaa ccidente" dijo casi balbuceando.
La noticia me cayó como agua helada. Imaginé como habría de sentirse, aunque mi imaginación no era tan desbordante. La culpa seguramente corroía su interior y no era para menos. Su madre en un hospital y ella cogiendo con el tipo que acababa de conocer. No sabía que decirle y solamente la tomé y le di un fuerte abrazo. Su llanto era conmovedor y realmente removió fibras sensibles en mi ser. Unas lágrimas también escaparon de mis ojos y fueron a humedecer sus hombros. Compartimos sufrimientos, ya que yo ya sabía lo que era perder un ser amado y los recuerdos aún me atormentaban, a pesar de que dos años mediaban entre ellos y mi.
"Ahora no es conveniente que me acompañes. No quiero que este accidente pase a mayores y que las cosas se compliquen aún más" me dijo con un tono imperativo, pero melancólico. Me quedé mudo. ¿Cómo era posible que tan rápidamente recuperara la cordura y pensara fríamente las situaciones como para decidir lo que era mejor?. Es algo de lo que aún estoy sorprendido.
Natalia se secó las lágrimas con la mano y secó las mías también. En eso se oyó el claxon del taxi esperado. Ella colocó sus dedos sobre sus labios y me mandó el beso con ellos. Abrió la puerta y se fue, así, sin decir ni una palabra más. Yo me quedé anonadado, no podía pensar. Aún en calzoncillos me encontraba y hacía mucho frío afuera, pero poco me importó salir así y despedirme con la mano de ella, que me respondió a la distancia. El taxi dobló en la esquina y así se perdió de mi vista. Me metí a la casa, me senté en el sillón y me quedé muchas largas horas pensando. Estaba seguro de que aquélla iba a ser una larga noche
Continuará