Seducción... (2: Al fin y al cabo)

Es tenue la línea que separa el amor del querer, y el descubrirla te puede conducir a lo mejor... o a lo peor.

SEDUCCIÓN

Capítulo 2: Al fin y al cabo

NOTA: Este relato es la continuación de "Seducción… (1: Cambio de Rutina)"

Unos fuertes sonidos que provenían de alguien que tocaba la puerta me despertaron de mi descanso. Eché una mirada al reloj: este marcaba las 2:36 de la tarde: apenas llevaba unas 4 horas de sueño. No me daban muchas ganas de pararme a abrir pero no tuve más remedio ya que cada vez iban subiendo en intensidad y frecuencia, además de que tengo la costumbre de dormir solamente en ropa interior independientemente de que haga un frío de los mil demonios, como últimamente ha estado haciendo. En fin, me puse lo primero que encontré a la mano y que resultó ser una playera blanca muy grande, que a propósito tenía por allí para cuando tuviera que levantarme en la noche y me diera hueva ponerme algo más.

Grité "Ahí voy, espérenme un segundo". Me puse unos tenis sin amarrármelos y me dirigí hacia la puerta aún frotándome los ojos, con el pelo por sin ningún lado y con una pinta que le hubiera causado risa a cualquiera, sobre todo si la mañana ya había quedado muy atrás y los pretextos sobraran. Al abrir la puerta se coló un frío que no mermaba aún con los rayos del sol, pero más me sorprendí al ver a Minerva en mi puerta y con una pequeña nota en la mano y que sin decir palabra me la entregó, agregando un "Buenas Tardes". Al principio no supe que decir y solamente atiné a tomar la nota y decirle "¿Qué es esto?". Noté un ligero rubor en sus mejillas al observar mi estrafalaria indumentaria y solamente me dijo "Ella vino y tocó en la casa de ‘asted’ pero como no salió, me dejó ‘isto’ para que se lo diéramos". No me vio a los ojos en todo este rato y eso me extrañó. Le di las gracias y ella pronto se dio la media vuelta y se dirigió a su casa. La verdad es que era una niña muy linda, ingenua, educada, inteligente y a pesar de su condición no dudé ni un momento en que con un poco de esmero y en las manos adecuadas se podría convertir en la mujer perfecta, sobre todo si en belleza no tenía que pedirle nada a nadie estando en aquélla edad en la que el maquillaje es una exageración. No se si en ese momento caminó de distinta manera para demostrarme algo a mí o era que no me había percatado de ello, pero en su caminar había una cadencia y sensualidad que enajenaba mis sentidos y que me hacía pensar en ella de distinta manera, aunque mi raciocinio se opusiera rotundamente a aceptar tales pensamientos.

Al cerrar la puerta supe que ya no iba a poder dormir y entonces me dispuse a abrir la nota que en verdad me intrigaba. Sabía ya por las aclaraciones de donde provenía pero el que me haya escrito tan pronto como nos dejamos de ver me puso a pensar en las peores situaciones… o tal vez en las mejores. En fin, mi cerebro se conmocionaba ante tantas incógnitas que se agolpaban en mi cabeza nublando absolutamente todo. La nota era un simple papel doblado por la mitad y que contenía solamente esto "Háblame hoy. Necesito hablar contigo. Natalia". Miles y miles de posibilidades se presentaban ante mi y no les hallaba forma, por más que me enfrascara en polémicas conmigo mismo. Nada curaría mi ansiedad como el llamarle inmediatamente para despejar mis dudas, pero ¿cómo?. En la maldita colonia en la que habito ningún teléfono público funcionaba gracias a los ociosos vándalos que se dedicaron a lapidar los de tarjeta y a robar las monedas de los otros, por lo que unos no servían y los otros los habían retirado por obvias razones. Había que caminar como unos 20 minutos para encontrar uno y tiempo no era lo que tenía en demasía ya que tras una ojeada al reloj de la "sala" este dijo "3:04". A las 5 de la tarde tenía que estar en mi trabajo, el autobús tardaba como 40 minutos en llegar, me tenía que rasurar, bañar, planchar mi ropa y no tenía dinero como para tomar un taxi. Muy apenas conocía a mis vecinos como para pedirles prestado el teléfono ya que por mi horario nunca tenía la oportunidad de poder entablar siquiera una conversación con ellos, es más, ni siquiera sabía quien de ellos tenía o no teléfono.

A mi mente llegó súbitamente la respuesta: Doña Bertita tenía teléfono y no creo que me lo negara, además de que pensaba dejarle el importe por la llamada realizada ya que era un numero celular y no me parecía el colgarme de su amabilidad. Después me asaltó otra duda: "Donde chingaos había dejado el pinche encendedor con la otra nota". Me dirigí rápidamente a mi cuarto a buscarlo, con alivio vi que estaba sobre un libro en la mesita de noche, al lado de mi cama. Me vestí rápidamente con unos jeans azules, la enorme playera fajada y encima una chamarra y fui al baño para darle una manita de gato a mi "look" que al reflejarse en el espejo del baño, me hacía parecer un albañil en plena obra. Me causó gracia mi ocurrencia y después de peinarme fui por el encendedor, mis llaves y mi cartera. Busqué mis cigarros pero no los encontré, me dije "No hay problema, ahorita me compro otros. Se me han de haber caído en el Slam". Salí de la casa y le puse llave, ya que últimamente ha habido muchos robos a casa habitación. Caminé pensativo hasta mi destino y toqué en la puerta de la casa de Doña Bertita y no en el negocio. Me abrió Daniel, el hermano de Minerva e hijo de Doña Bertita. Me saludó y cordialmente me preguntó sobre lo que se me ofrecía. Le comenté acerca del estado de los teléfonos públicos y que necesitaba urgentemente hacer una llamada, que si me podía permitir usar su teléfono y que le reembolsaría la cantidad gastada. Sonrió no se si por la cuestión de los teléfonos rotos o por el hecho de que su hospitalidad no aceptaba lo que yo ofrecía. Me dijo que no había problema, que pasara y me condujo hasta un sillón bastante confortable y que al lado tenía una mesita con el teléfono. Era la primera vez que entraba en la casa de Doña Bertita y la verdad es que nunca me habría imaginado que estuviera tan bien decorada, los colores mate de las paredes combinaban a la perfección con los muebles y adornos, además de que el techo y unas columnatas decorativas estaban terminados con acabados para interiores de primera calidad. Daniel subió por las escaleras y me dejó solo, para tener mayor intimidad. Rápidamente marqué el largo número y sonó ocupado. Marqué "redial" y volvió a sonar ocupado. Me dije para mis adentros que la tercera era la vencida y volví a marcar, esta vez no falló. Me contestó la voz de Natalia en la clasiquísima contestación de la mayoría de los mexicanos:

"Bueno".

"Hola. Has de adivinar quien te llama". Le contesté.

"No, ¿quién eres?".

Le dije "Tal vez solo un tipo que para poder estar contigo te ofreció ayuda".

"Ay, hola, perdón, es que no te reconocí la voz".

"No hay problema, te llamaba por lo de tu recado". Aunque sabía que solo era parte de mis motivos y de la verdad.

"Es algo que no puedo hablarlo por teléfono. ¿Puedo ir a tu casa en la noche?". Sonaba un poco preocupada, así que me alertó un poco.

"Es que hoy trabajo y la verdad no puedo. Además ya falté hoy a la Uni". La verdad es que muy apenas tenía unos cuantos pesos en el bolsillo y ya se acercaba la renta, la luz y el agua.

"Bueno, ¿Qué te parece si mañana nos vemos para desayunar?". Un punto para ella por su espontaneidad, pensé.

"Claro, ¿En donde?". Ingenuo e idiota. Le acababa de dar el completo mando de la situación, aunque pues no era del todo mal ya que así me libraba de muchas decisiones que podrían tornarse erróneas.

"Será una sorpresita. Espero que te agrade". ¿Por qué no habría de agradarme?, si solamente su presencia me bastaba.

"Está bien, ¿Dónde nos vemos?". Esperé que me dijera un sitio conocido y no pasar como un soberbio ignorante.

"En las escaleras del teatro de la paz a las 10, ¿Qué te parece?"

"Me parece perfecto". La verdad si me parecía perfecto, aunque un poco desvelado.

"Bueno, Adios. Me tengo que ir. Nos vemos mañana. Besos".

"Adios". ¿Qué original, no?.

La plática me dejó un buen sabor de boca y ya no encontré más razones para estar atormentándome. Aún a pesar de que Daniel me dijo que no era nada del teléfono, por cortesía dejé 10 pesos junto al teléfono y me despedí de el y le volvía a dar las gracias desde las escaleras. El me contestó desde el segundo piso "De nada. A ver cuando nos vamos de parranda, como en la prepa". Unas risas. La verdad es que el, a pesar de ser 2 años menor que yo, jalaba parejo cuando de fiestas se trataba, y vaya que tuvimos bastantes cuando estaba en la prepa y aún vivía con mis padres. Siempre andaba con una chava lindísima o tras las buenas nalgas de otra y hasta con varias a la vez y eso siempre me dio un poco de envidia, aunque siempre lo he considerado como de mis mejores amigos a pesar de que ahora ya casi no tiene tiempo por el excesivo trabajo con su absorbente esposa, hijo y en la fábrica. Mira que terminar casándose con la chava más antipática que he conocido en mi vida es un castigo del destino. Está bien que a pesar de haber tenido un hijo su esposa se conserva "muy buena" pero es exageradamente celosa y de un trato imposible. Creo que las risas fueron por eso ya que ni aún regalándole unos aretes de oro con diamantes le permitiría que fuera a una fiesta sin la compañía de ella. Bueno, no se puede tener todo y lo que yo si sabía de buena fuente es que antes de que anduvieran, tuve oportunidad de "echar pasión" con ella y la verdad es que en la cama nadie le ganaba, con ese par de melones rematados por unos pezones enormes y su frenética cabalgada con la que te sacaba la leche de todo un mes en una sola noche, además de que no tenía inhibiciones para probar cosas "diferentes" (le encantaba que le dieran por detrás). Creo que eso es lo que hace que ellos sigan juntos y que el se porte como un marido ejemplar.

Con una amplia sonrisa en el rostro me dirigí hacia la calle y hacia mi casa con un poco de prisa y al pasar enfrente del restaurant, a través de los vidrios estaba Minerva trajinando por aquí y por allá, se irguió cuando pasé por allí y solo me dirigió una tímida mirada. La saludé de lejos con la mano pero ella no me contestó y siguió con su labor. Seguí caminando y pronto llegué a mi casa. Al entrar lo primero que hice fue prender el calentador, después me hice unos sandwich ya que verdaderamente tenía hambre y prácticamente los devoré. Eché una ojeada al reloj de la cocina y este marcaba las 3:32. Me apresuré a planchar mi camisa y a escoger la corbata. Pronto el agua para bañarme estuvo lista y la aproveché. Al salir me rasuré un poco ya que desde aproximadamente los 15 años me empezó a salir y desde los 16 tengo que rasurarme todos los días. La verdad es que la imagen que reflejaba el espejo no se veía tan mal. Aún se notaba el trabajo de un año cuando asistía al gimnasio. Los bíceps y tríceps conservaban su volumen y forma gracias a unas mancuernas de 16 y de 20 kilos que tengo, al igual que los pectorales, los trapecios y el hombro. El abdomen siempre fue de trabajo para mi y muy poco reduje esa pancita de chelero que me cargaba y que aunque no era grande, pues si era notoria. Las piernas se mantenían fuertes debido a que siempre andaba corriendo para alcanzar el camión, para no llegar tarde a clases, parado en el trabajo y sobre todo por usar casi todo el día esas pesas que se sujetan a los tobillos. En fín, no era un excelente ejemplar de la belleza masculina pero pues no estaba mal. Después de todo, siempre había sido original y con personalidad, aunque no de mucha solvencia económica.

Me puse el pantalón, la camisa desfajada y el saco. Guardé enrrollada la corbata en un bolsillo del saco. Tomé mi cartera, las llaves, mi reloj y mi encendedor y salí a trabajar. Al salir de mi casa me di cuenta de que pasó un autobús y se paró en la esquina. Corrí para alcanzarlo y por poco y no lo logro si no es por una persona muy familiar a mi que al ver mi situación no dudó en decirle al chofer "Suben", lo cual es señal de que espere. Subí al camión, pagué el pasaje e inmediatamente me percaté de quién había sido la chava que me había hecho el favor: Mariana. Por cortesía, aunque también por recordar los viejos tiempos, me senté en el lugar que se encontraba disponible al lado de ella mientras el autobús iniciaba su recorrido.

Al verme vestido de la manera en que iba me dice: "A donde tan guapo".

Solamente me limito a sonreir y a contestarle: "A trabajar. ¿Cómo has estado?. ¿Cuándo llegaste del "otro lado"?".

Ella solamente me dijo "Acabo de llegar ayer. ¿Mi mamá no te dijo?".

"No, y eso que en la mañana desayuné con ella". Respondí.

"Sí me dijo, y que por cierto andabas muy bien acompañado, ¿A poco ahora andas de "asaltacunas"?". Lo dijo con un tono irónico, esbozando una leve sonrisa que se asomó por la comisura de esos labios que conocí demasiado bien y que aún ahora me tentaban a probarlos aunque sea una vez más, pero no era lo más indicado, sobre todo por los problemas que me habían acarreado en el pasado y del que salí librado solamente por la suerte… o el destino.

"Nunca ha existido la edad para que dos personas se quieran, aunque sea solo por un momento, y creo que eso tu lo debes de haber sabido bien". Lo dije completamente sarcástico y seguro de su reacción ya que la conocía de antemano.

"Sigues siendo el mismo ¿verdad?, nunca olvidas nada, espero que menos en lo que aprendiste conmigo". Al decir esto posó su vista en mi entrepierna, dándome a entender obviamente a lo que se refería.

Un poco sobresaltado, voltee a ver a mis lados y me di cuenta de que las demás personas estaban demasiado lejos como para haber oído lo que íbamos platicando, y no es que me avergonzara, al contrario, sino que en una colonia demasiado pequeña se enteran de todo y eso no es algo que precisamente beneficie a mi persona, sobre todo si el papá de Mariana es mi rentero.

"Ya lo pasado, pasado. Como dice la canción". En tono tajante le hice entender que no estaba en la disposición de seguir hablando al respecto.

"Está bien, no tienes por que enojarte. Y dime, ¿En que trabajas?".

"Como personal de seguridad en un salón de eventos sociales".

"Ahora entiendo lo de tu niña, digo, lo de tu novia". Me miró fijamente a los ojos. Aún sigo sin entender como es que Minerva y Mariana pueden ser hermanas ya que no se parecen absolutamente en nada, como si de dos polos opuestos se tratara y aún a pesar de todo esto, siendo sincero, ambos polos me atraían con gran intensidad.

"Así es, a algunos nos gustan más chicas, y a algunas les gustan más grandes". Asentí sardónicamente.

"Bueno, siempre has sido bueno madreando cabrones y creo que has de estar a gusto en tu trabajo, ¿no?". Volteó casi imperceptiblemente la mirada hacia la ventanilla al pasar el autobús junto a una tienda de licores, tan levemente la miró que pensó que no me había dado cuenta. Creo que su "problema" aún no estaba solucionado.

Voltee a ver a mi reloj mientras Mariana me seguía platicando de cosas insulsas con respecto a varios "indeseables" que le hice el favor de espantarle cuando estabamos en la prepa, en el mismo turno y en el mismo salón a pesar de que ella es un año mayor que yo. Mi reloj marcaba las 4:45. Aún faltaban unas cuantas cuadras para llegar a mi destino.

"Te aburro con mi plática, ¿verdad?. Supongo que ya no soy tan divertida como era antes. No te preocupes, no es la primera vez que me pasa. Ustedes solamente quieren una cosa y cuando la obtienen ya no les importa más esa persona". Lo dijo con notable sentimiento y enfado. En sus ojos se formaron unas minúsculas lágrimas que no tardaron en recorrer sus mejillas, mientras sus pupilas se afanaban en no voltear a dirigirme una mirada, enfocándose en ningún lugar.

"Tu bien sabes que no fui, soy ni seré de esa manera. Simplemente las cosas han cambiado y ya no soy aquel adolescente tonto al que conociste y que sin embargo te echó la mano en el momento en el que más necesitaste. Recuerda tu también que tanto un hombre puede utilizar a una mujer como una mujer puede utilizar a un hombre". Aunque sonaron duras estas palabras, las dije en un tono que le hizo reaccionar. Secó sus lágrimas de las mejillas y de los ojos y me miró dulcemente a los ojos, pero también con un atisbo de picardía.

"Sabes, siempre has sabido como tratarme, como hacer que las cosas más difíciles me parezcan posibles. No te imaginas como me reprocho el haber echado a perder lo nuestro, pero donde hubo fuego, cenizas quedan". Al terminar de decir esto se mordió suavemente el labio inferior y tomó una de mis manos entre las suyas. La verdad es que era cierto, pero el perdón es algo que es muy difícil de entregar y yo no estaba dispuesto a hacerlo, sobre todo ante algo que me había marcado profundamente con fuego en el alma. Suavemente soltó mi mano y puso sus manos sobre mi rostro, acercando mi boca a la suya y dándome un prolongado y profundo beso. Nuestras lenguas juguetearon entre sí como si se extrañaran, nuestra mutua respiración se acompañaba placenteramente y tal vez nuestros corazones se amaron nuevamente por una breve fracción de segundo, pero luego regresé a la realidad. Aparté sin brusquedad sus labios de los míos y ella entendió ese gesto mejor que si se lo hubiera dicho con mil palabras. Entendió que ahora yo ya era otro y que por más intentos que hiciera ya no me iba a conseguir, era el primer y último beso que le rechazaba.

"Me tengo que bajar".

Me paré rápidamente para que pudiera pasar con soltura. Al estar frente a mí, colocó su trasero justamente enfrente de mi verga y se movió levemente para que yo notara que no había sido un accidente. Aún a pesar de mi desacuerdo, mi virilidad reaccionó empezando a ponerse dura al contacto con aquellas apetecibles nalgas, a lo que ella solamente me dijo al oído:

"Parece que aún alguien no me ha olvidado" y tocó suavemente mi verga a través del pantalón. Después de eso sonrió lujuriosamente como solía sonreir cuando andábamos y sus hermosos ojos cafés destellaron en deseo, siguió su camino y se bajó del autobús. Me senté rápidamente para que no se me notara la erección que iba en aumento y me quedé pensando en lo sucedido. Por fin llegué a mi destino, me paré y toqué el timbre. Como de costumbre me bajó una cuadra después de donde me debía de haber bajado. Bajé y chequé mi reloj: 4:54. Recordé que no tenía cigarros y me dirigí a una tienda cercana para comprarlos.

"Me da unos Delicados sin filtro, por favor". El señor de la tienda me los dió, le pago con un billete de veinte pesos y me da el cambio. Salgo de la tienda pensativo, abro los cigarros, saco uno y lo coloco en mi boca no sin antes presionar con el dedo pulgar el extremo por el que se fuma para que no se me peguen las tiritas de tabaco en los labios o en los dientes, es algo que se aprende con el tiempo. Saco mi encendedor aún con la nota y no puedo evitar pensar en Natalia. Le quito el papel y me lo guardo en una bolsa. Prendo mi cigarro y guardo el encendedor. Camino hasta mi trabajo sabiendo de antemano que al menos conservaré la rutina en alguna parte de mi vida. En la puerta está un cuate de la chamba. Nos saludamos y entonces el me dice: "Chales, ¿a dónde fuiste?. Traes cara de desvelado". Solamente asiento con la cabeza y sonrío. Al fin y al cabo, las noches y los días ya no serán como antes, ahora estoy feliz y no hay nada más que pueda pedir en la vida… bueno, tal vez un vodka tonic.