Seducción... (1: Cambio de Rutina)
Es tenue la línea que separa el amor del querer, y el descubrirla te puede conducir a lo mejor... o a lo peor.
Por hondo que sea el mar profundo
Por alto que esté el cielo en el mundo
No habrá una barrera en el mundo
Que mi amor profundo no rompa por ti.
SEDUCCIÓN
Capítulo 1: Cambio de Rutina
Aquel día que llegué al trabajo realmente estaba fastidiado como pocas veces lo he estado en mi vida ya que mi ritmo de vida no da mucho espacio para diversiones, el trabajar y estudiar es muy demandante y muy apenas tienes tiempo para poder hacer lo más elemental. El trabajo en si no es pesado y como el ambiente es cordial pues te echan la mano cuando andas en lo mas bajo de tolerancia y pues a veces toca corresponder, sobre todo cuando tu trabajo es como personal de seguridad de un salón de eventos sociales, de esos que pululan por doquier y en los cuales la gente generalmente te mira como una mediana figura de autoridad, pero hay algunos que de plano parece que no saben lo que significan las palabras buenas noches o gracias y aquella noche no iba a ser la excepción.
Todas las noches era lo mismo: Buenas noches, ¿me permite su invitación, por favor? Gracias. Pase, que se divierta.
La verdad es que es fastidiante el repetir esa misma frase a lo largo de toda la noche y sobre todo si la gente parece que está con un robot o algo semejante, y mas si es aquellos días en los que el evento es de gente que se cree parida por los dioses y que a pesar de que trabajas bien vestido con traje negro, corbata, camisa y zapatos lustrados, pues no te dirige siquiera una mirada. Pensé que aquél día iba a ser como cualquier otro: las señoras y señores con la familia y vistiendo sus mejores galas, el desfile de chicas adolescentes destilando deseo por cada poro de su joven y tersa piel, las típicas chavas buenotototas que van con su peor es nada al que solo le falta una cadena y un collar con su nombre, las señoras solteras o divorciadas que todavía están de buen ver y que van estrenando al primer pendejo que se les cruzó solo para no ir solas, los niños corriendo de un lado a otro y gritando como posesos y sus padres como si no los oyeran esperando que se cuiden solos, en fin, lo cotidiano.
Aquel día hizo bastante frío y me tocó estar en la puerta, situación que aguanté fumando un cigarro tras otro mientras la gente adentro disfrutando de la fiesta y pues mis compañeros disfrutando de la vista de las buenas nalgas de las presentes y que ese día abundaban. Pensando en lo pinche desvelado que iba a andar al día siguiente en la universidad estaba quejándome mascullando entre dientes cuando se me acercó una chava como de unos 16 años (siempre he sido bueno para calcular edades no importando que tantos "atributos" tenga la chava en cuestión). Llevaba una falda de corte asimétrico color vino (combinaba con mi atuendo de ese día ¡una señal!), zapatillas altas que hacía resaltar unas lindas y torneadas piernas bien bronceadas, una chamarra de piel que seguramente algún güey le prestó y el cabello alaciado y suelto de un color negro azabache que combinaba con sus ojos también negros. En fin, una chava muy sexy de la cual me encantó sobre todo su forma de caminar. Llegó a mi lado y me pidió un cigarro, entonces se lo ofrecí (cabe destacar que me gusta fumar sin filtro, cosa no muy popular entre las damas) y ante mi asombro aceptó fumar sin filtro. Yo pensé para mis adentros que posiblemente quería que le diera chance de dejar pasar algunos amigos que vendrían sin invitación, cosa que es bastante usual. Nada me dijo, solo tomó mi encendedor, encendió su cigarro y se fue como a esconder entre los carros y a hablar por celular. Ha de haber hablado como unos 20 o 30 segundos, momento que aproveché para admirar sus piernas que lucían hermosas, un trasero bonito pero sobre todo ese cabello negro que caía con exquisita cadencia por entre sus hombros y seguía su camino casi hasta la cintura. Cuando volteó precipitadamente se percató inmediatamente en que enfocaba mi vista y solamente sonrió y se acercó nuevamente para pedirme una pastilla o algo para el sabor que te dejan los cigarros sin filtro. Por suerte, esa vez traía un spray bucal de menta y se lo ofrecí. Me lo agradeció y solamente me dijo que con sus padres enfrente no podía fumar. Se dio la vuelta y se metió nuevamente a la fiesta. Toda la noche estuve pensando en ella que hasta se me olvidó pedirle mi encendedor (era un zippo y esos si cuestan) y la verdad es que soy realista, no me iba a pelar y aunque solamente le llevo 4 años, mi físico no es del que te permita andar seduciendo por aquí y por allá. Pues bueno, me conformé con la breve estela de su aroma que dejó impregnada en el gélido ambiente y que tras un breve instante se dejó de percibir. El resto de la jornada de trabajo fue igual.
Pasaron como unas 2 o 3 semanas después de aquélla noche y aún ronda por mi memoria aquélla bella adolescente. Un viernes en el que descansé tenía planeado salir a divertirme. Yo nunca he sido de los que van a discos o bares ya que me gusta la música en vivo pero no los grupillos que se presentan en tales lugares. Me gustan los toquines que se hacen en lugares, por así decirlo, populares. Pues bueno, ese día tuve suerte y fui a ver a un grupo de verdadero ska y pues vestido normal. Iba solo y pues no me hace falta ir acompañado. Fui a comprar una cerveza y cual no es mi sorpresa al ver a la chava como a escasos 5 metros de mi y con un grupo de amigos. Pues bueno, pensé que no sería aconsejable el ir a un grupo de completos desconocidos y que sobre todo generalmente se divierten de idioteces, así como yo antes me divertía. Compré mi chela y me fui cerca de las bocinas a escuchar la música con "potencia". Me divertí bastante cuando llegó el fusion y me puse a bailar slam como un loco. Cuando se acabó el toquín pensé en dirigirme directamente a mi casa cuando veo nuevamente a la chava esta y sus amigos intentando sacar a uno de los suyos completamente borracho que ni siquiera podía caminar. La excusa ideal para acercarme fue el ayudarles ya que para mi nunca ha sido problema lidiar con los borrachos y menos con uno de menos de 70 kilos. La chava de inmediato me reconoció y pues solamente se limitó a sonreir y a darme las gracias. A pesar de llevar unos jeans y chamarra se veía hermosa. Le pregunté que a donde lo llevábamos y me dijo que a su casa, que era su hermano. Salimos del lugar y como a una cuadra estaba estacionado un chevy rojo, que ese era su carro pero que ella no sabía conducir (ajá, si, como no) y que su hermano traía las llaves. Entonces me ofrecí llevarlos a su casa y así lo hice. Durante el camino me contó que sus padres estaban divorciados y que viven con su mamá en una colonia que pues no es de las mejores que digamos pero que no está al alcance de un bolsillo común y corriente. Estaba en un Cobach y solamente salía a divertirse cuando su mamá no estaba en casa, ya que constantemente viajaba a Monterrey y a Dallas, lugar donde vive su padre. Por fin llegamos y subí a su hermano hasta su cuarto y lo acomodé de lado en la cama para que no fuera a ahogarse con su propio vómito.
La casa estaba bonita y bien decorada. La cocina era amplia y pues con todo lo necesario. Me ofreció un café y yo accedí. Era un sueño el estar tomando un café con aquella belleza que ofrecía todo lo que podría yo desear. Platicamos de banalidades y ella constantemente se reía de mi particular forma de expresarme, mezclando palabras rebuscadas con otras como güey o pendejo y pues la verdad es que si suena extraño. No pretendí llegar a más ya que no sabes como reaccionaría un vato ebrio y que viera que se estaban agasajando a su hermana además de que no le conocía, y pendejo no se veía ya que eso es algo de lo que en mi trabajo tienes que aprender a detectar de inmediato. Cuando estaba absorto pensando esto ella me preguntó que si alguien me esperaba en mi casa y yo le dije que sí. Cambió su semblante y se puso seria, entonces le dije que me esperaba un perro labrador que tengo. Ella solamente sonrió y se sonrojó un poco, haciendo lucir su hermoso rostro aún más hermoso, ya que a mi siempre me han fascinado las morenas claras, ojos negros y cabello negro, simplemente me encantan. Le conté que vivo solo en una pequeña casa y que estudio.
Me encantaba que cuando yo hablaba sus pupilas se dilataban, por lo que supe que si me estaba prestando atención. Le dije que era una chica muy guapa y que era un privilegio el compartir la madrugada en compañía de ella. Solo mostró una leve sonrisa y me dijo que le gustaba platicar conmigo ya que era diferente a todos los chavos que ella había conocido, que tenía una forma de expresarme que fascinaba los oídos, una espontaneidad que le sorprendía y sobre todo una enorme facilidad de palabra, que no me ponía nervioso. La verdad es que si lo estaba solo que en vez de ponerme serio yo hablo de cualquier cosa y le saco plática hasta a la persona mas callada.
Dieron las 4 de la mañana y seguíamos platicando. Yo le dije que si no había ningún inconveniente en que yo estuviera ahí y me dijo que no, que ya muchas veces había tenido que soportar las "amigas" de su querido hermano y que ella también tenía derecho a estar con quien se le diera la gana. Me dio mucha gracia esta respuesta ya que lo hizo con un notable enfado por lo que deduje que seguramente la "cuidaban" demasiado. Le comenté de una nueva estación de radio que había en la ciudad y la invité a que la escucháramos. Fuimos a la sala y ella encendió el aparato, apagó la luz de la sala, dejó prendida la de la cocina, se quitó la chamarra y se recostó a mi lado, poniendo su cabeza en mis piernas. Yo me limité a acariciar ese hermoso cabello y a recordar esos primeros amores en los que no cabía la "perversión". El tenerla ahí a merced de mis manos, me entraron unas incontenibles ganas de besarla pero podía echar todo a perder así que me contuve, pero las ganas dominaban a la razón y me dejé llevar por mis impulsos, y la verdad, creó que no he tomado otra decisión mejor en la vida, aunque, como dicen las "malas lenguas", eso olía a "ministerio público" y pues también le pensaba el relacionarme con una menor de edad que podía acarrearme problemas legales.
Ella correspondió tímidamente a mi beso y posó lentamente sus labios en los míos. El sabor de la cerveza de ambos se mezcló en nuestras bocas y se extendió por nuestros sentidos. Sin dejar de besarnos ella se incorporó en el sillón y posó sus manos en mi rostro y yo las puse en su espalda. No se cuanto tiempo pasamos en ésa posición pero podía apreciar que besaba divino, era la mejor que había probado. La verdad es que siempre había pensado que el amor era utópico o que era cuestión de pasión y hormonas, pero esa noche ella me enseñó una de las lecciones más importantes que he aprendido en toda mi vida. Decidí que lo mejor era dejar que ella tomara la iniciativa y así fue. Tomó una de mis manos y la colocó en uno de sus senos, por primera vez se los tocaba y la verdad es que parecía que volvía a tener 16 años nuevamente, lo gocé como nunca antes lo había hecho. Puse mi otra mano más debajo de su cintura y no protestó de nada en lo absoluto. Nuestras bocas se fundían en una sola con presteza y ahínco, ella respiraba muy de prisa y cada vez se ponía deliciosamente más "agresiva", mordía mi lengua y mi labio inferior y eso me provocaba gran placer. Supe que era el momento indicado de desabrochar su brassiere (cosa en la que me he hecho diestro) y lo conseguí sin dificultad. Al principio como que se quiso echar para atrás pero lo candente del momento no se lo permitió, para mi mejor suerte. Empecé por sobar delicadamente sus senos mientras la seguía besando, después empecé a hacer círculos con mi dedo índice alrededor de sus pezones que estaban a tal punto que cuando levemente se los rozaba un pequeño gritito salía de su garganta. Se quitó la playera que traía y yo también me la quité sin pena, ya que la semioscuridad del lugar me daba un poco más de seguridad, además de ponerle un tono más erótico a la situación.
Ya librados de ataduras, nuestras pieles se tocaron y se unieron en un mar de sensaciones cutáneas placenteras, esas sensaciones que te ponen la piel chinita de la excitación. Mi lengua pasó a juguetear por entre sus senos mientras ella, presa de la excitación, me daba unos tremendos chupetones en el cuello que me prendían aún más de lo que ya estaba. Era un verdadero sueño, lástima que desde que nació, supe que no iba a durar demasiado, por lo que debía de aprovecharlo. Las caricias se fueron poniendo aún más ardientes desde el momento en que desabroche su pantalón y mis ágiles dedos se deslizaron por entre su tersa piel hasta llegar a aquél lugar tan preciado, encontrando demasiada humedad en su camino. Tomé la iniciativa y me despojé de mi pantalón lentamente, ya que si encontraba alguna resistencia prefería dejar aquel suculento manjar para otra ocasión, pero no fue así, ya que ella se despojó rápidamente de sus jeans y de paso todo, y cuando digo todo me refiero a todo, lo que imité de inmediato. Me daba un poco de cosa el tener sexo con aquélla chica, menor de edad, con su hermano etílico un piso arriba, pero me reconforté al reconocer que no sería solamente sexo al menos por un tiempo. El sillón sobre el que estábamos era amplio y eso facilitaba las cosas. Dejaría que ella fuera quien regulara el ritmo y profundidad de la penetración así que me senté en el sillón y dejé que ella pasara a colocarse encima de mí, poniendo sus labios vaginales ya empapados sobre la cabeza de mi pene y deslizándose muy lentamente hasta que no quedó nada fuera. Gimió y empezó a moverse con una cadencia exquisita, cabalgando sobre mi cadera con una soltura inaudita y otorgándome el mejor sexo que hasta la fecha he tenido. Quedan cortas las palabras para describir los memorables minutos de eterno placer que con vorágine disfrutaba. Pellizcaba sus pezones, los mordía, los estrujaba y cuando esto pasaba ella se movía con más fuerza, me besaba con gran pasión y literalmente me devoraba, después yo le mordía los lóbulos del oído y besaba inclemente su cuello. Sabía combinar a la perfección la ternura de su persona y la lujuria del sexo y eso era lo que me hacía dar vueltas la cabeza hasta tal punto de no pensar más que en el momento inmediato; no importaba nadie más y no me importaba si esto tenía atroces consecuencias y si condenaba mi persona a tormentos insufribles, era lo justo por tener un gozo tan infinito que gustoso cambiaba unos segundos de este placer por siglos de eterno sufrimiento en la más lamentable de las situaciones. Todo el mundo dejo de existir y el inminente orgasmo se anunciaba de manera espectacular, más grande que en cualquier otra ocasión. Realmente exploté dentro de ella en un inimaginable caudal de placer, y unos cuantos segundos después, ella tuvo un orgasmo, cerrando los ojos y temblando de las piernas, apretando los muslos y arañándome la espalda. Quedamos fatigados el uno sobre el otro, y habiendo pasado el momento de pasión ahora besaba tiernamente.
El sol anunciaba su salida por el horizonte y se concentraba en una tenue luz en las cortinas blancas de la sala. Estábamos sudorosos pero felices. Me dio un pequeño beso en la mejilla, tomó su ropa y se dirigió al baño. Aproveché ese momento para vestirme pero cuando apenas me estaba poniendo los boxers ella me llamó desde el bañó. Adivinando sus intenciones fui hacia allá y alcancé a percibir claramente el sonido de la ducha resbalando por su cuerpo. Abrí la puerta y no fue necesaria la invitación a pasar. Deslicé la cortina del baño y la abracé por la espalda, a lo que ella correspondió tomando mis manos que la abrazaban de la cintura. Fue un momento sublime el ducharnos juntos y limpiar nuestros cuerpos mutuamente, a pesar de que el espacio era un poco reducido. Ella me dijo que el baño de arriba tenía tina pero que podríamos despertar a su hermano. Yo le dije que no había problema, que me conformaba con el hecho de tenerla entre mis brazos ya que para mi era más que suficiente. Comprendí al instante que en ese momento ella ya no quería sexo, sino una persona que la abrazará y la hiciera sentirse deseada, amada, querida, necesitada y hermosa. Yo no perdí el tiempo y la elogié con el mejor ingenio del que podría hacer gala y ella me lo agradeció en silencio.
Su cabello mojado era aún más hermoso y se lo hice saber. Su cuerpo desnudo y surcado por diminutas gotas de agua era aún más hermoso y se lo hice saber. Sus senos pequeños y rematados con pezones oscuros se veían aún más hermosos y se lo hice saber.
Salimos y nos tuvimos que secar con toallas de manos, lo que nos causó risa a ambos. Ella tomó su ropa y la puso en un cesto de ropa sucia y entonces me condujo de la mano hasta la sala para que me vistiera, cosa que hice de inmediato. Ella subió por las escaleras y se fue a poner ropa a su cuarto y de paso echó un vistazo a su hermano, que como ella después me dijo, seguía inconsciente recostado en su cama y envuelto en cobijas como bebé. Me ofreció de desayunar pero le dije que mejor la invitaba yo a desayunar. Aceptó pero entonces le dije que necesitaba pasar a mi casa a cambiarme y ella me dijo que no fuera delicado, que ni que fuéramos a ir a "La Gran Vía" (un restaurante de lujo y que de seguro ella conocía bien), me hizo reir por la ocurrencia y acepté. Le dije que dejaríamos el carro y que viajaríamos en autobús ya que andaba de tan buen humor. Se me quedó mirando fijamente y noté un poco de disgusto en su semblante, pero entonces cambié de tema y le pregunté la hora. Eran las 7:18 de la mañana, aún lo recuerdo con nitidez. Le propuse que fuéramos a un pequeño restaurante que hay por mi casa y donde sirven comida casera de inigualable sabor, que aunque suene un poco exagerado, es tan cierto como el que el cielo es azul. Tomamos el autobús como a unas 2 o 3 cuadras de su casa y llegamos a la alameda y ahí nos recibió el ruido de los pájaros posados en las copas de los árboles y el aire helado que aumentaba cuando algún carro pasaba. Llegamos a la parada de autobuses y estaba algo congestionada. Dejamos pasar unos 2 o 3 camiones antes de abordar uno, para permitir que se agilizara un poco el asunto, mientras bromeábamos sobre lo tontos que éramos por no haber cargado un abrigo. Cuando por fin abordamos el autobús recibimos la calidez interior y eso nos reconfortó un poco. Pagué el pasaje y caminé hasta el fondo del camión delante de ella pero insistió en que nos sentáramos a la mitad, cosa que aunque no me gustaba del todo, terminó por convencerme diciéndome que en caso de un accidente era la parte menos vulnerable. Se sentó en el lado de la ventanilla y me apresuré a abrazarla, pasando mi mano sobre su hombro. Ella sonrió y tomó mi mano con dulzura y luego se quedó pensativa y algo seria, mirando hacia fuera. Le pregunté que era lo que tenía y solo me respondió con un "nada". Después recordé una costumbre de niños, eso de poner las iniciales de los que se quieren dentro de un corazón y aunque me parecía cursi me traería buenos recuerdos. Pensé que sería buena idea y tomé su mano, extendí su dedo índice y le guié por el vaporoso vidrio hasta que terminó de formar el corazón, la F y N. Ella lo miró con un poco de indiferencia, pero viendo la atención que yo le ponía a su reacción ante tal situación, optó por darme un breve beso en la comisura de los labios, característica de ella cuando quiere terminar rápidamente con una situación embarazosa. Cuando el autobús estuvo lo suficientemente lleno empezó el recorrido, el cual hicimos en profundo silencio, ella meditativa y yo reflexivo. Por un momento pensé que tal vez me lo estaba tomando demasiado en serio pero no podía hacerlo de otra manera, era la primera vez que me pasaba algo semejante y no sabía que hacer o que decir, así que procuré ser lo más natural posible. Cuando estábamos cerca de nuestro destino, le dije y nos dirigimos hacia la puerta de bajada. Timbré y el camionero se siguió por unas cuadras más, típico en el transporte colectivo. Bajamos una cuadra después de donde debimos de haber bajado pero eso no importó ya que así quedaba más cerca mi pequeña casa. Le dije que mejor fuéramos por una sudadera a mi casa, ella accedió no de muy buen modo que digamos pero en menos de un minuto ya estábamos ahí. Al entrar lo primero que hice fue ir a ver a "Jack", mi labrador, al que dejo en el interior de la casa sin ningún problema ya que esta bien "educado". El me recibió meneando la cola y lamiendo las manos, pero le ladró a ella de una manera que me desconcertó ya que el suele ser muy sociable. Ella también se "sacó de onda" un poco pero le dije que tal vez por el hecho de no conocerla y de que estuviera en su territorio y no en la calle hizo lo que hizo. Ella se tranquilizó un poco aunque no dejó de echarle despistadamente un ojo a Jack. La casa estaba medianamente ordenada, aunque no como lo desearía yo en ese momento. Rápidamente me dirigí al guardaropa y elegí entre mi ropa una sudadera gris que combinaba con su pantalón también gris y regresé a la sala, donde la había dejado. Antes de llegar me di cuenta de que estaba echándole una ojeada a mi cuarto y que cuando oyó que regresaba se dio prisa y regresó a la sala. Me pareció curioso pero no le presté mucha atención. Le dí la sudadera y se la puso sin comentar nada, yo me puse una chamarra. Salimos de la casa y Jack se coló por entre mis piernas y se fue corriendo. Le dije a ella que no había problema, que al atardecer regresaría, algo que no volvió a suceder jamás.
Caminamos en silencio hasta el pequeño restaurante y a ella le pareció acogedor ya que así me lo expresó. El menú del día era sopa azteca y filete de res a la pimienta, menú que estrenaban ése día y que en mejor ocasión no hubiera sido. Entramos y Doña Bertita, la dueña, una señora muy amable como de unos 50 años me recibió con efusividad ya que siempre he procurado ser cortés con ella y su familia, a pesar de que en ocasiones algunas personas idiotas (por no decir peor) la discriminan por ser originaria de una ranchería no muy lejos de la ciudad y tener un marcado acento y léxico propio de las rancherías mexicanas. Nos sentó en la mejor mesa que tenía disponible y se apresuró a mandar a su hija Minerva a que nos atendiera. La muchacha llegó no de muy buena manera y fingió ser cortés con mi acompañante aunque a leguas se le notaba que su vista no podía soportar semejante escena, cosa que ella advirtió y que no le hizo para nada gracia. Pedimos ambos el menú del día acompañado de agua de jamaica. Ella me comentó que el agua de jamaica es su preferida lo cuál me agradó de sobremanera, ya que a mi también. Platicamos de intrascendencias y cada vez que volteaba veía a Minerva, aquélla niña de 14 años, con los ojos llorosos y entreteniéndose en lavar algunos trastes con demasiado afán hasta el punto en el que se cortó la palma de la mano con la fibra de acero que se usa para lavar los más sucios trastes. Salió corriendo por una puerta que comunica el restaurant con su casa seguramente para curar la herida.
Mi acompañante notó demasiado interés por mi parte en el accidente y no pudo disimular que frunció el seño. Me apené un poco por la situación y empecé a comentar al respecto del programa que en la televisión estaban pasando. Por fín llegó Doña Bertita con los platos, le di las gracias y nos dispusimos a disfrutar de la comida. Me preguntó sobre que pasaba entre mi y Minerva; la franqueza y sequedad de la pregunta hizo que me tragara el bocado apresuradamente y que ella lo notara con facilidad. Me dio risa y le dije que ella era solamente una niña que me apreciaba por que yo no era como otros muchachos que al igual que con el resto de su familia, se burlaban de su peculiar forma de hablar, aunque sabía que eso no era cierto. Eso la convenció por que la verdad aunque duela, pesa, pero más pesaban los ojos de Minerva que se clavaban en mi, pero ahora ya no llorosos, sino altivos y arrogantes, sentimientos que ya jamás pude cambiar en su mirada hacia mí. Doña Bertita se apresuró a regañar a su hija con los ojos, peculiaridad de las madres que sigue impresionándome por su gran eficacia. Minerva bajó la mirada y se limitó a seguir con las labores propias de su condición. Terminamos de comer y rápidamente Minerva se apresuró a recoger los platos y los vasos sin cruzar palabra conmigo. A mi acompañante le pareció gracioso el momento y esbozó una leve sonrisa, cosa que me sorprendió dado lo embarazoso del asunto. Pagué la cuenta y recibí el cambio de las manos de Doña Bertita. Nos paramos y salimos del restaurant. Al salir me sorprendió la aseveración de ella: "Era cierto lo del buen sabor de la comida en éste lugar. Me gustaría que siguiéramos viniendo aquí". Me quedé viendo directamente hacia sus ojos sin encontrar que decir y encontré un muy buen fingido sarcasmo. Asentí con la cabeza y volví a preguntarle la hora. Eran las 9:25 y ella se sobresaltó mucho al percatarse de la hora que era. Le pregunté que era lo que pasaba y me dijo que el vuelo de su madre estaba programado para llegar a las 9 de la mañana y entonces, sin decir nada más se dirigió a la calle y le hizo la parada a un taxi que no tardó mucho en pasar. Se despidió con la mano de mí y me dejó ahí con un palmo de narices, mirando tristemente el taxi que se apresuró en llevarla a su destino. Pensativo, me dirigí hacia mi casa un poco aturdido por los acontecimientos que me acababan de pasar. Saqué las llaves de mi chamarra y abrí la puerta. Aún se podía percibir el leve olor del perfume que ella usaba y que reconocí como el que usó aquélla primera vez que la vi. Me dirigí a mi habitación, me senté en la cama y programé el reloj para las 4 de la tarde, hora en que me tenía que levantar para bañarme e ir a trabajar: de vuelta a la rutina. Me acosté en la camá y me dí cuenta de que había un objeto extrañó en la cama que me lastimó la espalda. Me di la vuelta y hurgué con mis manos y dedos por entre las cobijas hasta dar con el objeto: era mi encendedor, al que estaba pegado una hojita amarilla autoadherible con un número telefónico y un nombre: Natalia.