Seda Carmesí
Un policía frustrado, una ladrona seductora... y una noche que ninguno olvidará.
Había algo en ella que le había atrapado desde el primer momento. No estaba seguro de si se trataba de su alborotada melena pelirroja, de esa extraña mirada, siempre profunda, que cambiaba de color en función del entorno, de sus sensuales labios tan rojos como la sangre o, simplemente, de las curvas que hacían imposible no fijarse en ella pero, fuera como fuere, le resultaba imposible expulsarla de su mente.
Desde el instante en que la conoció supo que era peligrosa, ese tipo de persona que haría lo que fuera necesario para cumplir con sus objetivos, imposible de detener o hundir. Puede que hubiese sido más duro con ella que con los demás, que sus palabras hubiesen estado especialmente destinadas a dañarla de algún modo, pero ella siempre conseguía darle la vuelta a los comentarios, lograba que fuese él quien saliese herido para después sonreír con esa picardía de que la había impregnado la calle.
Así era su juego, frustrante y, en ocasiones, perturbador. Cuando creía haber llegado al final, saber exactamente quien era esa mujer de manos habilidosas para el robo, descubría una nueva carta en sus manos, algo que había pasado completamente por alto... Y la partida volvía a comenzar sin que él ganase jamás.
¿Acaso había algo que él pudiese hacer? La deseaba, eso debía admitirlo, pero ella era una ladrona profesional, una estafadora convincente, realmente eficaz, mientras que él era un policía. Una relación de cualquier tipo entre ellos no estaría bien y, aunque lo hubiese estado, él solo era un cincuentón divorciado al que el cabello le escaseaba desde hacía tiempo. Si tan solo hubiese sido como sus compañeros más jóvenes, guapo, atlético… Pero no era así.
Mientras se duchaba aquella mañana, dejando que el agua recorriese su espalda por más tiempo del que realmente necesitaba, imaginó a aquella mujer arrodillándose frente a él con una sonrisa seductora y lascivia en la mirada. Pudo sentir el pequeño espasmo que acompañaría al primer roce de su lengua, realmente delicioso. Llevaba tanto tiempo sin desahogarse que eyacularía enseguida… Cuando quiso darse cuenta, su mano derecha había acudido a calmar el intenso cosquilleo en su pene, que estaba endureciéndose por momentos por las desesperadas caricias. Rápidamente soltó su miembro, resignándose a que se endurecería de cualquier modo pero sin dignarse a volver a tocarlo. ¡Qué humillante era que el recuerdo de esa ladronzuela de tres al cuarto le hiciese masturbarse!
El resto del día le resultó insulso, poco gratificante, pero al menos lo suficientemente entretenido como para no ocupar su mente con la condenada pelirroja a cada segundo. Una hora antes de que llegase su hora de salida tan solo podía pensar en salir de allí para tomarse unos buenos tragos en su bar favorito, tantos que no fuese capaz de recordar que le hacía sentirse tan asquerosamente deprimido día tras día. Cuando al fin la manecilla alcanzó el punto deseado apenas se detuvo a despedirse.
El local no era más que un antro que contaba con dos mesas de billar al fondo, cerca de los lavabos, una televisión en la que siempre retransmitían algún partido, una barra venida a menos, flanqueada por varios taburetes, y una luz rojiza ambiental que permitía ver pero mantenía la oscuridad típica de un lugar como aquel. El policía se sentó en uno de los taburetes con pesadez, anhelando tener algo que llevarse a los labios.
-Ponme lo de siempre.- le indicó al camarero.
Este colocó un pequeño vasito frente a su habitual cliente que llenó con tequila. Nada más terminar de servirlo, el hombre se lo bebió de un trago, sintiendo el fuego bajando por su garganta, y le indicó que lo rellenase.
-Danos otro vaso.- pidió una voz bien conocida, parecida a un ronroneo.- Y deja la botella.
Realmente encantado con la visión frente a él, el camarero cumplió las indicaciones de la mujer al pie de la letra mientras esta se sentaba en el taburete contiguo al del policía, cruzando sus largas piernas de un modo extraordinariamente provocador. Realizó un movimiento con esa melena pelirroja, apartándosela de la cara, justo antes de mirar a su compañero de tragos con una ceja levantada. Tomó uno de los vasitos en su mano y lo levantó.
-Salud.- dijo antes de ingerirlo.
-¿Qué haces tú aquí?- gruñó el cincuentón, molesto pero, al mismo tiempo, encantado por el increíble aroma que acababa de envolverle. Le recordaba a rosas completamente rojas.
-Te hago compañía.- una sonrisa en sus labios estuvo a punto de desconcentrarle. Miró fijamente la botella, tratando de no apreciar lo bien que le sentaba el corsé negro o esos pantalones de cuero ajustados.
-No necesito compañía.
Parsimoniosamente, sin prestar la menor atención a sus palabras, la mujer se llenó el vaso hasta el borde para volver a vaciarlo con rapidez, cerrando los ojos con fuerza y arrugando graciosamente la nariz antes de dejar escapar todo el aire de sus pulmones.
-Me encanta que sea tan fuerte, ¿a ti no?- inclinó la cabeza al mirarlo.- Bebe un poco.- empujó el vaso hacia él.
En este momento nuestro hombre no pudo evitar mirarla, tanto que sus pupilas resbalaron hasta los senos de ella, apretados dentro del corsé sin nada más que los sostuviese. Pensó en lo hermoso que resultaría poder mordérselos y, automáticamente, sintió ese hormigueo entre sus piernas. Carraspeó, tratando de restarle importancia. Para mantener la mente centrada en otra cosa, decidió tomar ese trago.
-¡Muy bien!- le aplaudió ella. Rellenó la copa de ambos.
-¿Qué es lo que quieres?
Los ojos de ella se clavaron en los del policía. La luz ambiental, así como sus cabellos, los mantenían en un tono carmesí realmente desconcertante. Una sonrisa juguetona se asomó entre sus labios, mostrando unos dientes perfectamente blancos. ¿¡Por qué era tan condenadamente seductora!?
-Lo quiero todo.- él frunció el ceño, confundido.
Antes de que pudiese mediar palabra, la ladrona se abalanzó sobre su cuello por sorpresa, besándolo suavemente. En el momento en que sus labios le rozaron una descarga de placer le recorrió por completo, haciéndole cerrar los ojos por un instante. Continuó recorriendo su cuello, siguiendo la delicada línea que marcaba la arteria mientras una de sus manos le sostuvo por el hombre un instante antes de comenzar a resbalar a lo largo de su pecho. La respiración de él se hizo rápidamente más profunda, entrecortada, pues su universo se había reducido ahora al modo en que aquello le hacía sentir bien. Un mordisco controlado, aunque firme, le hizo dar un pequeño respingo. Entonces ella se retiró un tanto para mirarle desde abajo con una cara de deseo que él no pudo ignorar, aunque trató de hacerlo.
-¿Se puede saber qué haces?
No dijo una sola palabra. Continuó dejando un rastro de carmín sobre el sensible cuello del hombre mientras su mano continuaba cayendo por el pecho de este, habiendo llegado prácticamente hasta su barriga. Con la mano libre bajó un tanto su camisa, besándole la clavícula, para después ascender el camino de vuelta con un intenso lametón que dejó un rastro exquisito de saliva. Llegó hasta el lóbulo de su oreja, que atrapó suavemente entre sus labios mientras su lengua se encargaba de jugar con él, humedeciéndolo, succionándolo… Él sentía algo realmente molesto en sus pantalones que deseaba ser atendido por aquella misma boca.
La fugitiva mano llegó por fin al creciente bulto en la entrepierna del agente para comenzar a acariciarla de arriba abajo, lentamente. No pudo evitar dejar escapar una especie de gemido cuando ella le mordió la oreja, tirando de ella levemente. Al escuchar esto se separó un tanto, sin dejar de acariciar su deseoso miembro.
Sus ojos volvieron a encontrarse, esta vez con ella como clara dominante. ¿Qué podía hacer él contra semejante mujer? En realidad prefería dejarse vencer si la derrota era tan deliciosa. En algún momento el camarero se había percatado de su particular juego y ahora la miraba a ella con la lujuria desatada en su rostro. Seguramente la tendría igual de dura que él. La mujer se percató de esto, sonriéndole de un modo malvado que puso mucho más cachondo a su policía.
Por algún motivo ella tenía la cartera de él en sus manos (¿cuándo había pasado eso?) y arrojó sobre la barra algunos billetes, pagando sobradamente la cuenta, incluida la botella, que tomó con una mano antes de ponerse de pie, tomándolo a él de la mano. No pudo evitar seguirla como un manso corderito. Atravesaron la puerta de salida, de tal manera que la fría noche apaciguó el calor de sus pieles hasta cierto punto. Le condujo por el aparcamiento del local a una trastienda que no debían de utilizar con demasiada frecuencia a juzgar por su aspecto. Las puertas estaban cerradas, aunque no con llave, de manera que ella tan solo tuvo que presionar el picaporte para que la oscuridad se abriese a ellos.
-Vamos dentro.- le pidió ella, tirando de su corpachón. Sin embargo él no se movió, lo que la hizo retroceder.
-Esto no está bien.- consiguió pensar con un poco de claridad.- No podemos hacerlo.
-Pues a él sí le parece bien.- sonrió, volviendo a acariciar su cada vez más duro miembro. Como deseaba sentir sus manos sin telas de por medio. Le dio un suave apretón.
-No…- la miró fijamente. ¿Cómo podría alguien resistirse a la tentación en sí misma?- Sé que haces esto porque buscas algo.
-¿Quieres que te diga la verdad?- le empujó violentamente contra la pared del almacén, presionando su cuerpo contra el de él, sintiendo su pene presionándole en el estómago. Recorrió los labios de él con un dedo lentamente, aproximándose para susurrar en su oído, descargando su aliento sobre él esta hacerle estremecer.
De pronto se quedó paralizada, sin decir absolutamente nada. Se distanció un tanto de él evitando mirarle directamente. Daba la sensación de que acabase de darse cuenta de que no había ningún motivo racional por el que le desease de la manera en que lo hacia. Puede que él no fuese más que un tipo corriente pero siempre le había excitado imaginar sus manos ásperas recorriéndole la piel, tomándola con fuerza para someterla a su voluntad… Pero en ese punto ella perdía el control, dejaba de ser la mujer que era. Se mordió el labio inferior, confundida.
Él la veía adorable. No podía imaginar en que estaba pensado, aunque podía hacerse una idea. Puede que aquella fuese la primera vez que la veía perdida, en inferioridad de condiciones frente a él. Sintió que, por un momento, él tenía el control. Sin poder evitarlo, tomó a la pelirroja del rostro, levantándoselo en contra de su voluntad, y le sostuvo la mirada un instante antes de besarla. Los labios de ella resultaban carnosos, suaves, apetecibles. Ella no le besó inmediatamente, sino que dejó que él la invadiese con su calor, humedeciéndole los labios antes de ceder. Los entreabrió ligeramente, dejando que la lengua de él se introdujese en la de ella a un ritmo cada vez mayor que iba aumentando sus movimientos. Se acariciaron las lenguas mutuamente, de manera cada vez más salvaje hasta que ella le mordió el labio inferior. Él sintió que moría del gusto.
Se miraron cuando esto pasó. La mujer sentía su vagina muy caliente, cosquilleándole de placer. Deseó que él la tocase hasta hacerle alcanzar el orgasmo. Le agarró de la camisa para conducirle al interior del almacén. Una vez dentro, cerraron la puerta, atrancándola con un par de pesadas cajas. Allí dentro había una tenue iluminación procedente de las farolas en el exterior. Así tan solo podían ver sus siluetas y, ocasionalmente, fragmentos de sus rostros. Ella se deshizo de la botella, dejándola a un lado.
El policía se dejó llevar, empotrándola contra una pila de cajas mientras disfrutaba del lascivo sabor de sus labios. Sus manos ascendieron desde su barriga a lo largo del corpiño, apreciando las texturas de este al tiempo que ella le abría la camisa lentamente, dándose tiempo para explorar la piel de él por debajo de la tela. Consiguió abrírsela por completo cuando él la agarró con fuerza de la cintura, hundiendo sus dientes en el cuello de ella, que emitió un débil gemido que la forzó a cerrar los ojos. Mientras su boca recorría esa piel tan sensible, erizándola con su simple contacto, ella acariciaba el pecho desnudo de él, dejando que sus dedos se perdiesen por el vello ligeramente canoso que allí tenía.
Nuestro hombre bajó con mordiscos salvajes hasta alcanzar el hombre desnudo de ella, su clavícula y, finalmente, la parte de su pecho que sobresalía del corpiño. Clavó sus dientes en ella tal como había deseado antes, deleitándose en lo suave que resultaba, y sus manos buscaron en la espalda de ella el cordón con el que debía abrir la pieza. Los hábiles dedos de la ladrona pasaron sobre los pezones de él, tirando de ellos suavemente. Esto le produjo una clara sensación de placer a él, directamente en la ingle, como jamás hubiese imaginado. Nadie antes le había estimulado los pezones… a él.
Sus manos consiguieron discernir como abrir el corsé, que se aflojó casi con desespero para conseguir arrancárselo de una maldita vez. Cuando lo hizo, tirándolo a un lado, los generosos senos de ella temblaron un instante, sintiéndose libres al fin. Tenía los pezones perfectos, de un rosado tan apetecible que no pudo evitar comérselo de un bocado. Ella gimió al sentir su lengua rozándole esa zona tan sensible, tirando de él con suavidad, mordiéndolo ligeramente o, simplemente, succionándolo. A él le encantaban esos pechos tan suaves y cálidos que podía acariciar perfectamente con las manos, apretándolos un poco, amasándolos, pellizcándolos de vez en cuando. Ella respondía a cada estímulo dejando escapar muy lentamente su aliento, poniéndole a cien.
Una de las manos de la ladrona sujetaba al hombre del poco cabello que le restaba, dándole pequeños tirones involuntarios que aumentaban su placer, mientras su otra mano se internaba más allá del ombligo de él, abriendo su bragueta para poder llegar mejor al miembro que había estado sintiendo antes. Su mano le acarició la punta de tal manera que el apretó un poco más en sus caricias. Complacida por la reacción continuó acariciando con los dedos, muy despacio, su glande para después, sin poder contenerse, tomar su miembro entero, de un buen tamaño y comenzar a masturbarlo. Lo hacía de arriba a abajo, rozándole provocadoramente la punta cada vez que lleva a la cumbre. La respiración de él se hizo cada vez más intensa, desatendiendo sus pechos en un jadeo incontrolado, tanto que ella supo que iba a descargar, de manera que abandonó su miembro para que se tranquilizase. Debía durarle más, pues ella estaba tremendamente caliente.
Durante un momento él la odió por no haberle dejado terminar, pero comprendió que pretendía y lo agradeció, no quería parecer un viejo precoz. Bajó sus grandes manos hacia el ajustado pantalón de ella, desabrochándolo hasta poder introducir una mano en él. Se besaron intensamente, uniendo sus lenguas de nuevo de tal manera que pudo sentir su reacción exacta cuando rozó su humedad, con un tacto tan agradable como la seda. Paseó sus dedos por ella sin llegar a tocar el pequeño botoncito, sintiendo lo mojada que estaba una mujer como aquella por un hombre como él. Eso le excitó mucho. Dejó que sus dedos alcanzasen por fin el clítoris de ella, que gimió un instante para después continuar su beso. Ella ya lo tenía duro, hinchado por la excitación, de modo que cada vez que lo tocaba conseguía hacerla saltar de un modo maravilloso. Jugó con él, atrapándolo entre los dedos, tirando de él ligeramente, masturbándolo muy deprisa o tan lentamente que ella se exasperaba y movía las caderas en busca de más placer. Uno de sus dedos se atrevió a penetrar la vagina de la ladrona, que emitió un sonido bajo. Estaba tan mojada que pudo introducir otro inmediatamente, intercalando estos con su botoncito rosado.
Ambos estaban tan calientes que sus besos resultaban increíblemente húmedos. La mujer no pudo soportarlo más, de manera que le separó de un empellón, quitándose ella misma los pantalones para que le introdujese su pene cuanto antes, ya que lo necesitaba con urgencia. Él la imitó, sintiéndose capaz (o al menos deseándolo) de hacer que esa hermosa visión de rojiza alcanzase el máximo placer. Volvieron el uno al otro sintiendo sus cuerpos completamente desnudos, apreciado la suavidad de una y la rudeza de la otra.
-Túmbate.- le pidió ella, ronroneando al hacerle de un modo maravilloso.
Él no pudo resistirse a lo que le pedía, sentándose en el frío suelo de aquel almacén en penumbra. Pudo ver perfectamente el cuerpo de ella a la luz, tan perfecto como siempre lo había imaginado, dejando a su lado la botella de tequila. Él no se quedó tendido por completo, más bien apoyado en los codos. La pelirroja pasó sobre él para arrodillarse sobre su cintura, mojándole con los intensos fluidos la piel. Entonces ella retrocedió, buscando con su mano el increíblemente duro pene de aquel policía rendido a sus pies. Acarició con él la entrada de su vagina, así como su clítoris, dejándose llevar por el cosquilleo morboso que adoró. Finalmente se penetró con un hábil movimiento con el que ambos se estremecieron, quedando detenidos un instante, disfrutando del tacto íntimo el uno del otro.
Ella comenzó a moverse de arriba a abajo con lentitud, acariciando el pene erecto de su policía con sus lubricadas paredes vaginales. Él le agarró ambas nalgas con las manos, apretándolas con fuerza de vez en cuando, palmeándolas en algún momento cuando la excitación iba a más, dejando en su bonito trasero la marca rojiza de su palma. La pelirroja cabalgaba con los ojos entrecerrados, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, apoyando una mano sobre el pecho del hombre mientras que la otra se sostenía en su rodilla. El cincuentón, hipnoticazo por el ritmo al que se movían los pechos de la mujer, se incorporó para poder continuar disfrutando del sabor de su magníficos pezones, muy duros, lamiéndolos, mordiéndolos e incluso dejando que ella gritase… Cómo le gustaba que chillase de placer.
Aumentó la intensidad de la cabalgada, moviendo las caderas de un modo tal que podía sentir absolutamente todo el miembro de su compañero dentro de ella, rozándole un punto que le hacía cosquillas pero, al mismo tiempo, le encantaba encontrar. Abrió los ojos para poder encontrar la botella de tequila, agarrándola por el cuello para darle un largo trago para, tras apartar al hombre de sus senos, comenzar a vaciarla sobre su cuello, dejando que el alcohol descendiese en cascada sobre los imponentes montes que eran sus pechos, despuntando en sus rosados botoncitos. Él sonrió ante la idea, siendo consciente de que jamás había sentido tantas ansias ni placer como con esa maldita ladrona que jamás podría sacar de sus pensamientos. Colocó los labios pegados a la piel de ella para poder beber el excelente líquido, aromatizado con la piel de ella.
La fuerza de sus encuentros aumentó, dejándose guiar por el placer que les invadía. El policía aferró sus manos a las caderas de ella para comenzar a embestirla mientras ella continuaba con tanta fuerza que sus cuerpos resonaban al chocar, acompañando el armónico de gemidos que cada vez subía más de volumen, hasta alcanzar una melodía perfecta.
Él sabía que ambos estaban cerca del final, así que decidió besarla como si en ese mismo instante fuese a desaparecer. Ella era indómita, seductora, mentirosa, letal… Pero ahora era suya. Esos labios carnosos, su experta lengua, todo su cuerpo de tigresa quedaba reducido para él, todo suyo. Sintió que iba a alcanzar el orgasmo enseguida, pero hizo un gran esfuerzo por retenerse al máximo, dejándola disfrutar a ella. La botella escapó de la mano de la mujer cuando sus labios se separaron, dejando escapar un gran gemido de placer que aumentó de tono hasta convertirse en un grito salvaje que la llenó de placer en todo su cuerpo, tanto que arañó la espalda del agente, haciéndole sangrar del único modo que resulta hermoso. Solo entonces, el cincuentón se dejó llevar por completo, golpeándola con todas las fuerzas que le retaban justo antes de estallar en varias descargas largas, poderosas por el tiempo que había permanecido sin sexo. Sintió que la había llenado por dentro de su semen. Era una sensación cálida que hizo sonreír a la mujer.
Nuestro hombre se dejó caer hacia atrás, sudando copiosamente y con una profunda sensación de liberación, de éxtasis. La pelirroja también se dejó caer, en su caso hacia delante, apoyando su cuerpo sobre el de él sin separar sus sexos. Apoyó la cabeza sobre su pecho, respirando ambos con intensidad. Los juguetones dedos de la ladrona le recorrieron el pecho despacio, describiendo círculos y dibujos imaginarios que tan solo ella podía ver. El le acariciaba el cabello lentamente, tomando un mechón y estirándolo antes de dejarlo caer de nuevo junto con sus hermanos.
Ella era suya… Completamente suya… Al menos esta noche.