Secuestro sin rescate
María, una mujer normal, es secuestrada en el garaje de su casa y llevada a un inquietante lugar.
Después de un duro día de trabajo, Maria aparcó el coche en el garaje. Comenzaban el calor, y la temperatura hacía que su libido también subiera. Sintió un cosquilleo en su estomago pensando lo que haría en casa. Música suave, penumbra de velas, aceite con suave aroma a menta, y un maravilloso vibrador. Prepararía todo antes, desconectaría el teléfono, se desnudaría y gozaría de la intimidad de su cuerpo. Luego se daría una larga ducha fría, haría una cena ligera, y en compañía de un helado de chocolate vería una de sus películas favoritas.
Pasada la ensoñación, salió del coche, camino del ascensor lo cerro con el mando a distancia. Un coche desconocido se paró junto a ella, el conductor bajó la ventanilla para peguntar algo. Cuando iba a disculparse por no haber entendido lo que decía, sintió como unos brazos fuertes la rodeaban. El asaltante tapó su boca con una mano mientras la otra apretaba fuertemente su torso inmovilizándola y presionando sus pechos. Paralizada comprobó como el conductor salía del coche provisto de cinta adhesiva. Intentó soltarse y gritar pero con destreza sus captores la amordazaron y sujetaron firmemente con la cinta muñecas y tobillos. Estaba en sus manos. Abrieron el maletero del coche y la encerraron en su interior arrancando con rapidez.
María notaba las gotas de sudor resbalando sobre su espalda y las manos atadas podían tocar la tela empapada de su camisa. El maletero afortunadamente era grande y aunque iba hecha un cuatro no estaba muy incomoda, pero la cinta la apretaba y causaba dolor. Pensó en golpear como pudiera con los pies o el cuerpo para llamar la atención si el coche paraba en un semáforo, pero comprobó que las paredes eran acolchadas. A oscuras y sin otro sonido que el de su respiración y el lejano siseo del motor no era capaz de mantener la noción del tiempo, pero pasado según sus cálculos más de una hora, el vehículo se detuvo y apagó el motor. Escuchó débilmente cerrar las puertas y pasos alejándose. Durante un rato no sucedió nada, salvo que muñecas y tobillos la ardían, y su vejiga estaba a punto de estallar.
Se oyeron pasos acercándose, y la luz entró al maletero molestando sus ojos. Una mano fuerte la agarro del brazo obligándola a salir del coche. Estaba en una enorme nave y ante ella había dos guardias con gafas oscuras. Uno cortó la cinta de las manos y los pies. Sin decir una palabra la llevaron a una pequeña habitación en la que solo había una mesa. La ordenaron que dejase en la mesa todos sus efectos personales y los zapatos. Maria desconcertada, obedeció. Entró una mujer que la arrancó la cinta adhesiva de la boca de un tirón. Por favor, suplicó María, necesito ir a baño. La mujer asintió con la cabeza y uno de los guardias la condujo por un pasillo a una sala con suelo de cemento y rejillas. El guardia con un ademán la indicó que allí debía hacer sus necesidades. María, que llevaba una falda corta, se agacho y retiró con la mano la parte delantera de sus bragas y sintió el único placer desde el secuestro, vaciando su vejiga. De nuevo en la habitación, María intentó hablar: Por favor, les pidió, déjenme, no tengo dinero, no soy nadie importante. La mujer sonrió cruelmente y espetó: calla y escucha. No te han secuestrado para pedir un recate, ya sabemos que no eres nadie importante, solo estás aquí por tu cuerpo; esa es tu moneda. Si pagas bien, volverás a ser libre.
María era una mujer de 35 años, atractiva, esbelta pero con curvas, y con el maravilloso encanto de pasar desapercibida. Pero... Intentó decir, y la mujer la callo de una bofetada. Mejor será que vayas aprendiendo que solo puedes hablar cuando se te permita, explicó. La ordenó extender los brazos, y la colocó en cada muñeca una banda ancha de nylon que se cerraba con una hebilla, y que llevaba una anilla de acero; mientras uno de los guardias hacía la misma operación en sus tobillos.
La mujer la condujo de nuevo a la sala con suelo de cemento. Encendió una luces y la hizo colocarse entre dos barras verticales que iban del suelo al techo. Subió el brazo derecho y sujeto con un mosquetón la anilla a una argolla de la barra, hizo lo mismo con el brazo izquierdo. Las piernas fueron sujetadas en la parte inferior de las barras. La mujer sacó unas tijeras del bolsillo y comenzó a cortar la tela de la blusa. María sentía escalofríos por el contacto del metal en su piel. Prosiguió cortando la falda mirándola divertida. Vaya, no estas nada mal, tienes un bonito cuerpo, comentó. María dio un respingo al notar la tijera en su pecho cortando el sujetador. En tres cortes la despojó de la prenda. Jugando bajo por su tripa hasta llegar al elástico de las bragas, dio dos cortes y la dejo completamente desnuda, atada e indefensa.
María noto una mirada de deseo. La guardiana tocó desabridamente su cuerpo, con los ojos cerrados sintió como profanaba su cuerpo. Pellizcó sus pezones, palpó su sexo, y separando sus nalgas toco su ano. Bienvenida al infierno, dijo riendo con maldad. Trajo un carrito y una escalera de mano que abrió a su espalda. Tomando una maquinilla eléctrica en varias pasadas dejo su hermoso pelo al cero. Luego el pelo del pubis. Al hacerlo jugaba a pegarle pequeños pellizcos en la piel mientras los rizos caían. Para rematar el trabajo, enjabono con espuma de afeitar la zona y la rasuró concienzudamente. Ves, así estas mejor, dijo con sorna.
Se sentía humillada, llena de miedo y rabia a la vez. De una pared tomó una manguera y abriéndola dirigió el chorro de agua helada contra el cuerpo de María, que sentía por un lado alivio de sentirse limpia, y por otro dolor del frío. Se acercó a su espalda y dirigió el chorro al ano que por efecto de la presión se lleno de líquido que volvió a expulsar. Le dolía bastante. La tortura cambio ahora a su sexo que terminó entumecido. Jugó un rato con el chorro en sus pechos, hasta que los pezones se pusieron duros y de color morado. Cerró el agua y tiró de otra manguera, manipulo un interruptor y María sintió ahora la agradable sensación de aire caliente sobre su mojada y helada piel. Pero el placer duró poco, cuando al agua se secó y la mujer se acerco más sintió como el aire le quemaba la piel. Consciente de ello se recreó dirigiendo el chorro a las zonas mas sensibles. María sintió fuego en su pezones y su vulva. Terminada la sesión un guardia la desató de las barras, colocando una larga cadena uniendo sus brazos, cuello, torso y piernas, y que se cerraba con un candado. Encadenada y desnuda fue conducida a una estrecha celda, donde la dieron una jarra de plástico con agua y unas barras de comida baja en calorías. Exhausta se quedó dormida en el duro suelo. ¿Qué le espera a Maria en aquel extraño lugar?.