Secuestro medieval
Una mujer es secuestrada y violada en el medievo.
Diane se encuentra cerca de casa sacando agua del pozo, hace un calor de justicia y el vestido con el mandil no la ayuda a refrigerarse. Tira de la cuerda y cuando el cubo llega por fin a la altura de la cintura lo coloca en el bordillo y lo desengancha. Se oyen sonar campanas a lo lejos. Se moja un poco los bajos de la falda y las manos, pero es más un alivio que otra cosa. Un chorretón de sudor corre por su sien y le hace cosquillas. Lo seca con el mandil, coge el cubo y se dirige hacia casa. A lo lejos ve una columna de humo en lo que debería ser el pueblo. << Por eso debían sonar las campanas. >>
En la cocina, pasa el agua a tres jarras y deja el cubo en la puerta. Todo está en silencio.
A esas horas su marido ya debería haber vuelto a casa. << Quizás con el incendio se haya entretenido en el pueblo y llegue más tarde.> > Con la sopa en el fogón, decide ir a tender la ropa mientras espera por él.
Fuera el sol sigue arrasando y no hay brisa que calme el calor y el sudor. Todo sigue en silencio, pero algo a lo lejos empieza a activar sus instintos y el miedo de Diane comienza aflorar. Definitivamente, oye el trotar de caballos acercándose. Así que deja la tarea y decide esconderse bajo la cama.
Mientras espera su corazón se acelera, escucha los caballos acercarse, son muchos. Los oye frenar y para en la casa. La puerta se abre entran tres personas, pero fuera hay más. Rebuscan por todas partes y Diane empieza a llorar en sigilo. Tras coger lo que parece que les interesa, se largan pero para sorpresa de Diane, prenden con fuego la casa. Al ser de madera todo arde rápidamente y la mujer sale justo para averiguar que la estaban esperando fuera. Sin embargo no es la muerte lo que la espera.
Un hombre se acerca y la agarra del pelo, ella chilla y se resiste, pero la golpean en la cabeza.
Se despierta tumbada sobre un caballo al galope y atada a él. En cuanto se mueve la vuelven a golpear y se desmaya de nuevo.
En una celda sucia, atada con las manos a la espalda y asustada, despierta cuando le tiran un cubo de agua fría a la cabeza. A su alrededor hay más mujeres.
Despierta la cogen y ponen de pie, entre sollozos la llevan a lo que parece una cámara de tortura. Comienza a gritar y como no para de revelarse la abofetean y la obligan a beber un tranquilizante. Algo más calmada y sin percibir que ocurre, un hombre le ata las muñecas por separado a una rueda enorme y lo mismo hace con los pies. Diane le escupe y es abofeteada como respuesta. - Puta - le dice al oído.
A continuación se marcha y se queda sola en la sala de tortura. Pasado el pequeño mareo del abofeteo, mira a su alrededor, se le va la cabeza, pero distingue a otras ruedas como la suya en vertical u horizontal. Al instante comprende su futuro.
Un hombre entra de golpe escoltado, va emperifollado hasta arriba con una armadura muy galante. Le hace un montón de preguntas respecto de una rebelión que desconoce, pues su marido la mantenía al margen. Por suerte o desgracia la creen. El hombre gira sobre sus talones y se marcha por donde entró. << Haced con ella lo que queráis. >>
De reojo ve como algunos hombres sonríen y comprende que no morirá de momento.
La puerta se cierra pero tres hombres, los carceleros, se quedan discutiendo del orden por el que la violarán. Finalmente se organizan y el primero se queda a solas con ella en la gran sala. A penas sus compañeros se han marchado ya se está quitando el cinto y bajando los pantalones y los calzones. Se acerca y acaricia la cara de Diane. Ella la gira con desprecio hacia otro lado. Esto le excita mucho al carcelero, quien se lanza y le chupa el cuello mientras aprieta con sus manos los firmes senos de la mujer que tiene atada sólo para él. Se da cuenta que la ropa le molesta así que intenta romperla con las manos, sentir su calor y mordisquear a gusto esos pezones pequeños pero duros y hermosos. La ropa se rebela contra sus manos, saca el cuchillo y la rasga arañando la blanca piel de Daniel un poco en el vientre. El hombre presa de su pequeño pero grueso y duro orgullo de hombre, la besa en la boca agarrándola con una mano del pelo y con la otra del pecho, tamaño perfecto para esos dedos toscos que sólo buscan el calor de una mujer. Diane se resiste a los besos y gira cuanto puede la cabeza, pero eso sólo enfurece e intensifica el vigor y deseo de su adversario. Nota como le estrujan los pechos pareciendo que le van a explotar, los muerde con el ansia de quien nunca se ha alimentado de uno de ellos, y los lame como si eso fuera la curación para todos los males del momento.
El carcelero agarra los trozos del vestido y este continua rasgándose hasta el final y es entonces cuando lo nota, nota algo duro y húmedo que intenta abrirse paso entre la selva de su pubis y lo roza pero sin entrar. El carcelero lo intenta deseoso, pero su impaciencia puede con él. Es entonces cuando recoge de nuevo el cuchillo y corta las ataduras de los pies. Coge sus piernas tiritonas y las eleva y presiona a los lados de su vientre. Diane gime, el carcelero nota como al coger sus piernas y acariciarlas por dentro de la rodilla hacia el culo de la mujer esta tiembla de excitación. Lo repite un par de veces y cuando la penetra con fuerza nota que está húmeda. La embiste con fuerza agarrándola por las piernas, desesperado por alcanzar el éxtasis. Se reprime al notar que Diane está disfrutando y que empieza a gemir, poniéndole más cachondo. La besa en el cuello, la muerde y busca sus labios. Ella le devuelve el beso y le pide que aguante, que la empotre con más fuerza contra la rueda. La rueda se rompe y no parece aguantar mucho más. Es entonces cuando coge el cuchillo de nuevo y le corta las cuerdas de las manos, la tira al suelo y agarrándola de las muñecas se pone encima vuelve a penetrarla, está realmente mojada en su intimidad y sudada toda ella, igual que él. Diane comienza a gritar como si llegara al clímax, se pone a temblar y se arquea su espalda en un gesto de placer. Él tras un par de penetraciones con toda la fuerza que le queda, llega al orgasmo esperado, un alivio intenso le recorre entero y le amuerma. Agotado, se tumba en el pecho de Diane y sin pretenderlo se queda dormido.
Los carceleros despiertan a su compañero enfurecidos con gritos. Él no entiende nada de lo que le dicen y sucede, está aún volviendo a la realidad. Pero cuando mira el cuerpo de Diane y lo ve recubierto de sangre con su cuchillo clavado, ya es capaz de interpretar sus quejas.