Secuestro

Ella pensaba que no iba a salir con vida de aquella oscura habitación pero dentro de ella nacerá un sentimiento contradictorio. (Relato rápido basado en un sueño)

Nadie podrá comprender jamás el miedo que sentí cuando aquella fría cuchilla penetraba desde mi cuello desgarrándome la camisa y el sujetador. Con una venda en mis ojos, solo podía aspirar el misterioso aroma del desconocido que me tenía atada a la silla, y que parecía disfrutar con mis gritos. Tensaba mis músculos sabiendo que posiblemente ese filo se incrustaría dentro de mí y desgarraría alguna parte que me hiciese funcionar provocándome una muerte lenta y angustiante mientras aquel cerdo disfrutaba.

Ahora el filo se acercaba a mi cara, se deslizaba sobre ella y yo estiraba los labios intentando no sentir la segura herida. La proximidad de la hoja a mi oreja me hizo chillar con todas mis fuerzas, pero entonces un crujido me relajó y me dejó con cara de tonta. La venda sobre mis ojos se deslizó suavemente pero no vi a nadie más a mi alrededor. No dije nada; la tensión me hacía respirar con la boca abierta. Miré inquieta alrededor, pero todo estaba demasiado lleno de penumbra como para distinguir mas allá de la casi inexistente luz que venía de una lámpara tapada con una gruesa sábana.

En el aire hubo una perturbación y me volvió a llegar su olor, que pese a ser de un asesino me tranquilizaba bastante. Y después del olor, al fin pude verle. La frustración fue muy grande, ya que esperaba ver a algún tipo de hombre deforme disgustante o asqueroso, algún desecho social sudoroso y lleno de cicatrices. Pero sin embargo era un hombre... demasiado guapo. Musculoso, con la piel un poco morena por el sol, la cabeza rapada y unos dulces ojos verdes, quizá llenos de sentimientos contradictorios, como los que debería tener dentro de la cabeza. Me miró y casi pude leerlos, casi pude comprenderle. Frunció el ceño, y me agité un poco haciendo botar la silla. La acción de la gravedad al agitarme me hizo recordar que llevaba el pecho al aire y dije un simple "ay" que le hizo soltar una sonrisa. Y me tranquilicé muchísimo más. Pero eso no le pareció bien y me pegó una fuerte bofetada. Un poco más suave que el golpe que horas antes me había hecho perder el conocimiento en el callejón al lado de mi casa.

Me callé y miré al suelo con mirada sombría. De repente había vuelto a perder toda esperanza de salir con vida de aquella experiencia. Él se agachó y empezó a sobarme la barriga, subiendo y al final apretándome los pechos. Quería ignorar lo que sentía. Quizá intentando que él se sintiese feliz sabiendo que me violaba. Quizá no quería reconocer que aquello en verdad lo necesitaba. Que lo deseaba, que aquel desconocido se adueñase de mi cuerpo. Porque le comprendía. Empezó a lamerme los pezones, y yo solo podía aborsber su aroma dulce y derretirme cada vez más mientras intentaba resistirme. Paró un momento y entonces sacó de nuevo su navaja.

Realmente aterrorizada comencé a revolverme y a patalear, hasta que el me agarró del cuello y me miraba con una extraña mueca mientras cortaba al parecer sin ton ni son. Algo comenzó a violarme. Sus dedos casi afilados entraban de dos en dos, de tres en tres. Mis gritos pronto se convirtieron en gemidos y mis pataletas en simples espasmos de placer. Enseguida sentí el rubor en mis mejillas y casi las lágrimas en mis ojos. Comencé a gemir y esos gemidos fueron vocalizándose y convirtiéndose en síes entrecortados. Deje de sentir la cuchilla bailar cerca de mi piel, la oí caer al suelo. Él sacó sus dedos y me abrazó fuertemente para levantarme, al pulso, de la silla. Otra vez estaba confundida sin saber que pretendía hacer conmigo. Miré con los ojos como platos alrededor pero sin luz no podía saber concretamente qué había a mi alrededor o a donde me llevaba, y en verdad comenzaba a enfadarme en mi desesperación.

Al fin se sentó en algo blando, una cama, y me tiró a su lado. Pude darme cuenta al fin de que estaba completamente desnuda. Antes que pudiese intentar levantarme y correr el volvió a sujetarme, por las muñecas y me robó un beso. Maldije todo lo maldecible desde mis pensamientos. No solo era su olor, su boca también sabía bien, su lengua era como un suave y delicado caramelo, que se entrelazaba violentamente con la mía. Como una imbécil me zafé de su sujeción para abrazármele, y sentía como mis pezones y toda mi piel se erizaban en un escalofrío. Y se suponía que iba a violarme. Pero por mi parte no fui capaz de poner resistencia. Entre los dos había algo extraño, como si fuésemos dos enamorados que celebran haciendo el amor que han podido estar juntos tras años de indecisión y obstáculos entre los dos pero al final se habían descubierto el uno al otro y jamás se separarían. Pero nosotros no éramos nada parecido.

Él había intentado matarme, había intentado torturarme y violarme pero algo dentro de su cabeza me había permitido vivir. Algo dentro de mi me impedía odiarle a pesar de la paliza que me había propinado antes en el callejón cuando no le quise dejar marchar con MI bolso, a pesar del miedo que sentí cuando el me amenazaba con la navaja, de sus bofetadas. Tal vez si volvía a abrir los ojos y volvía a mirar los suyos podría terminar de comprender. Y le vi con un gesto extraño. No sabía que estaba haciendo, no sabía porque no me había matado, por qué aquello se le había ido de las manos y no quería hacerme más daño. Paró y se separó de mí, se levantó de la cama y miró hacia la lámpara cegada. Se rascó la sien y cerró los ojos, agitando la cabeza incapaz de pensar con claridad.

De nuevo actué como una descerebrada y corrí detrás suyo, no podía dejarme a medias, no podía permitirlo tras lo que me había hecho pasar. Me arrodillé y le abracé las piernas lo más fuerte que pude. Me miró sin sentimiento alguno, y se abrió el cinturón. Casi automáticamente le baje los calzoncillos y comencé a lamerle como si de eso dependiese salir viva. Para matarme más, también sabia muy bien, sabía demasiado bien, tanto que si pudiese no dejaría de lamerle besarle y chuparle. Se sentó al borde de la cama y cerró los ojos, dejándose hacer, conteniéndose, era un tipo duro al fin y al cabo. No se cuanto tiempo le tuve dentro de mi boca, pero el reprimió sus espasmos y gemidos muchas veces. Yo no sabía cuantas veces le había pasado la lengua por la punta recogiendo poquitos de su semilla, o cuantas veces me la había metido entera, o la había acariciado contra mi cara o mi pecho, apretado y lamido también sus testículos. Cuando estuvo a punto de correrse me apresuré a montarme encima y aprovechar esos pocos segundos cuando aun la tenía como una roca para empalarme un poco y sentir su calor entre mis muslos.

Nos besamos otra vez y justo entonces sonó una sirena. La luz se medio filtró entre sus ventanas cegadas y enseguida el se puso alerta. Quitó la sábana de la lámpara y conseguí verlo todo bien. En un armario al fondo con las puertas rotas, habían varios vestidos de chica, cada cual más escotado. El más normal era un uniforme de instituto, con una minifalda demasiado corta pero algo es algo. La falda incluía la ropa interior cosida. Mientras él se entretenía espiando por las rendijas me vestí corriendo y me calcé mis zapatos que por suerte eran lo único que seguían enteros. Encontré casi de milagro mi bolso abierto y lo cogi al vuelo mientras empujaba la puerta y salí corriendo de aquel cuarto y luego de aquel desvencijado piso, a 3 manzanas de mi hogar.

No pude oírle mucho, pero se puso muy enfadado, había intentado perseguirme pero otra vez la sirena, cada vez más cerca, le había hecho correr hacia otro lado distinto de mí. Le perdí la vista a la segunda calle. Aún así no dejé de correr sin un rumbo preciso, hasta donde me llevaran mis pies. Llegué a una calle céntrica y estuve a punto de cruzar con el semáforo en rojo. Una voz amiga me llamó y me ayudó a frenarme en la acera antes de que el autobús me aplastase contra el asfalto. El aire que levantó al pasar por mi lado me levantó la minifalda dejando mi trasero al aire y haciéndome sentir avergonzada en extremo. Entonces recapacité de la que me había librado y me caí de rodillas, llorando como una niña en medio de la calle. La gente me miraba raro, pero pasaban de mí. Todos menos mi amiga, que había aparecido ahí en el momento preciso. Al menos en ese aspecto había sido afortunada.

Enseguida se dio cuenta de que algo iba mal y me ayudó a levantarme del suelo, a recoger mi bolso y me abrazó para tranquilizarme. Andamos con tranquilidad hacia un parque cercano donde le conté por encima el ataque de aquel hombre, y que me había retenido y me había destrozado la ropa y que yo temía por que me fuese a rajar de un momento a otro. Le conté mi huida, pero no le expliqué nada de los momentos de sexo que entre los dos habíamos compartido. Me avergonzaba. Me avergonzaba mucho.

Más tranquilamente revisamos mi bolso. Estaba todo dentro. Lo único que faltaba era mi carné de identificación. Me quedé paralizada. Si se lo había quedado, sabía donde vivía. El miedo fue mayor al encontrar metido dentro del forro un sobre lleno de billetes de los gordos, un colgante y otro saquito con lo que parecía droga. Definitivamente algo suyo, que no le haría gracia perder. Sin duda, el sería capaz de buscarme para recuperarlo y sabiendo donde vivo...

Mi amiga enseguida llamó a otros conocidos para que fueran conmigo a mi casa a reunir un poco de equipaje, ya que necesitaba mudarme provisionalmente. Llegaron pronto en una furgoneta y fuimos hacia allí. Durante el trayecto no pude dejar de pensar en su fuerza, en sus besos, y en el sabor de su potente miembro. No podía sacármelo de la cabeza, y me cegaba al intentar sentir miedo. Casi deseaba poder conocerle más. Al llegar a casa, la puerta había sido forzada y estaba todo revuelto. Me había rajado toda la ropa interior, y había rociado con lejía mi ropa normal. Había manchones de semen en mi cama, y por aquí y por allá en toda la casa, y todo olía a él. No sabía si temblar de miedo como sería lógico o enloquecer de alegría. Lo miré todo con una risa histérica, y solo recogí lo poco que pude salvar. Un par de braguitas y toda la ropa de invierno que había guardado por temporada.

Horas más tarde, entraba en una pensión cristiana, casi reservada para novicias y beneficencia, donde además me pudieron dar algo de ropa vieja. Mi apartamento esta en el ático, y pago poco cada mes. Me he comprado un telescopio porque tengo vistas a mi antigua zona, a la zona donde los dos vivíamos y de vez en cuando me da por espiar, intentando volver a verle. Todavía conservo sus pertenencias en una bolsita hermética en mi bolso. Sólo estoy reuniendo fuerzas para poder enfrentarme de nuevo a él. No le tengo miedo, tengo una fuerza animal por dentro que me está obligando a buscarle y encontrarle y a unirme otra vez en una cama o donde sea. Aunque sea peligroso, lo quiero intentar. Y lo haré.