Secuestro

Tras un duro y monótono día de trabajo, las cosas pueden mejorar sin que lo esperemos...

Ya había anochecido cuando salí del trabajo y me dispuse a emprender el camino de regreso a casa. Las calles estaban vacías y me sentía algo inquieta y deseosa de llegar a casa, darme una buena ducha de agua caliente y hacer el amor con mi novio antes de acostarme.

Todo aquello rondaba en mi cabeza cuando, sin previo aviso, unos brazos me rodearon y una mano tapó mi boca, ahogando el gritó que escapó de mi garganta. Por un momento vislumbre parte de la camiseta y los fuertes brazos de quien me sostenía contra su cuerpo, y casi sonreí, relajándome al momento.

Sin embargo, esos segundos de calma fueron suficientes para que la mano que tapaba mi boca fuese sustituida por una mordaza, mientras que una venda pasó a cubrir mis ojos. En ese instante reaccioné, algo asustada, e intenté desprenderme de ambos artilugios, empresa que no tuvo éxito, ya que mis manos fueron rápidamente atadas.

Mi nerviosismo aumentó considerablemente cuando sentí que me tomaban en brazos. Sentía miedo. A pesar de haber creído reconocer a mi “agresor”, las dudas hacían mella en mí y traté de resistirme como pude, agitándome como una loca, gritando a pesar de que nadie podía oírme. Todo resultó inútil, dado que quien me sostenía lo hacía con firmeza y, según parecía, sin dificultad alguna, y todos mis movimientos sólo servían para que las cuerdas de que mantenían unidas las manos a mi espalda me hicieran daño al clavarse todavía más sobre la piel.

Sentí como me depositaba sobre lo que parecía el maletero de una gran furgoneta a pesar de mis fuertes intentos por liberarme. Mi miedo aumentó cuando sentí que subía a ese maletero y cerraba la puerta tras de sí.

Traté de alejarme pero me resultaba casi imposible moverme con las manos atadas a la espalda y sin ver absolutamente nada. Permanecí en silencio, para escuchar sus pasos y cuando presentí que se hallaba tras de mí lancé una patada con todas mis fuerzas. Él la detuvo y tiró de mis piernas, sujetándolas con fuerza, dejándome inmóvil del todo a pesar de mis forcejeos, inútiles bajo su peso.

  • Será mejor que dejes de moverte así, o acabarás haciéndote daño – su voz me sorprendió susurrándome al oído y por unos segundos me tranquilicé por completo, dejando de moverme. Esta vez no había dudas de ningún tipo y mi miedo se convirtió rápidamente en excitación, al ser plenamente consciente del roce de su cuerpo sobre el mío.

  • ¿Vas a estar quietecita? No me gustaría tener que volver a frenar una de esas patadas… Te quitaré la mordaza si prometes no gritar, asiente si estás de acuerdo -. Asentí enseguida, deseando librarme de esa molestia cuanto antes y me quedé muy quieta cuando sus manos acariciaron mi espalda muy lentamente, ascendiendo hasta llegar a mi nuca y mi cabeza, antes de quitarme la mordaza de la boca.

Liberó mis piernas y me incorporó, sentándome sobre sus piernas, de espaldas a él. Sonriendo para mí misma y dispuesta a hacer lo más real posible nuestra fantasía, traté de moverme y levantarme pero sus manos me agarraron con más fuerza y, mientras una de ellas me mantenía pegada a su torso, otra sacó una navaja del pantalón. Me sorprendí por un momento pero me mantuve muy quieta, aguantando la respiración cuando la hoja comenzó a deslizarse como una fría caricia sobre mi cuello,  descendiendo lentamente sobre mis pechos y mi vientre.

Rápidamente, sin darme tiempo a reaccionar, la hoja rasgó mi camiseta de arriba abajo, dejando a la vista mi sujetador, aunque pronto se deshizo también de él, dejándome semidesnuda entre sus brazos. Guardo la navaja con cuidado y, mientras temblaba entre sus brazos, incapaz de levantarme debido a que su brazo me mantenía presa, comenzó a morder mi cuello y a besarlo con rapidez, haciendo que mi respiración se agitara y mi cuerpo reaccionara casi involuntariamente.

Cuando sus manos pasaron a pellizcar mis pezones mi espalda se arqueó casi imperceptiblemente, pero su risa me confirmó que lo había notado. Me obligó a incorporarme y me sorprendí ya que podía estar de pie sin ningún problema. Sus manos me aferraron con rapidez y en un segundo mi cuerpo se encontraba apoyado en la pared de la furgoneta y sin posibilidad alguna de moverme, debido a que él se había situado justo detrás de mí y me mantenía agarrada con fuerza.

Sentí como frotaba su pene contra mi culo, sobre los pantalones, y maldije la fina tela que nos mantenía separados aunque me esforcé en disimularlo. Sus dedos pronto se deshicieron también de mis pantalones y mis bragas, dejándome totalmente indefensa y acorralada, con lo que empecé a temblar sin remedio.

  • Ni se te ocurra moverte ahora, no me cabrees – acto seguido se apartó de mí, lo cual, inexplicablemente, me hizo sentir más vulnerable. Todo mi cuerpo le reclamaba a mi lado y sin embargo, me obligué a mi misma a callar y esperé, muerta de frío, desnuda, con las manos a la espalda y ante la vista de mi secuestrador y, como no, cada vez más nerviosa y excitada.

  • Date la vuelta pero sigue apoyada contra la pared -. Me di la vuelta, temblando, mientras sentía como me ruborizada cada vez más al sentirme observada por su mirada, que parecía hacer arder cada célula de mi cuerpo.

Pude escuchar como se desnudaba y oí la ropa caer al suelo. En ese momento odié con todas mis fuerzas aquella venda que tapaba mis ojos.

  • Podrás resistirte lo que quieras, pero tu cuerpo no miente… ¿Eres consciente de los duros que están tus pezones? -. No respondí, porque mi orgullo me lo impidió, aunque tratar de negarlo hubiera resultado ridículo.

  • ¿No quieres hablar? Bueno, te has quedado quietecita y no has gritado… esto se merece un premio… -.

De pronto se encontraba a mi lado, no llegaba a rozarme, lo cual me desquiciaba, pero podía sentir su respiración sobre mi piel. Sus manos me obligaron a arrodillarme y pronto sentí como  la punta de su pene se posaba sobre mi boca. De nuevo el orgullo me impidió actuar, aunque mi cuerpo entero se moría por reaccionar y engullir esa polla que tanto anhelaba.

  • Venga, no tengo todo el día, no me hagas cabrear enserio -. Continué sin moverme y como respuesta, sus dedos se cerraron en torno a uno de mis pezones, retorciéndolo y haciendo que abriera la boca debido al dolor, momento que aprovechó mi secuestrador para introducir todo su pene en mi interior.

Mi lengua reaccionó involuntariamente y comencé a lamer su pene, que continuaba en mi interior, dado que mi captor mantenía mi cabeza sujeta con fuerza para impedir que me despegara.

Decidí dejarme llevar y empleé toda la maestría de la que fui capaz en otorgarle el máximo placer posible con mi lengua, recorriendo su glande y todo su falo, que comenzaba a endurecerse con rapidez en mi boca.

  • Dios… sigue así, pero más rápido, joder menuda lengua tienes -.

Sus palabras me excitaron todavía más si cabe, por lo que incrementé la velocidad de mis movimientos, mientras su mano dirigía el ritmo, moviendo mi cabeza cada vez más rápido, haciendo que me dieran pequeñas arcadas que lograba aguantar.

  • Voy a correrme, más vale que no se escape nada o en lugar de un premio, tendrás un castigo…-.

Sentí como mi garganta se inundaba con su descarga y mientras continuaba expulsando un grueso chorro de semen, mi lengua seguía estimulando su glande, haciendo que gimiera cada vez más fuerte.

Por fin me liberó y sacó su pene de mi boca, que todavía seguía erecto y, sin ningún tipo de contemplaciones, me colocó de pie de espaldas a él y situó su pene en la entrada de mi vagina, para pasar a introducirlo de una sola embestida, haciendo que se me escapara el primer gemido. Siguió martilleándome una y otra vez, sin descanso, mientras mis gemidos aumentaban de nivel cada vez más.

Sin embargo, cuando por fin me acercaba al orgasmo, se separó de mí y de nuevo me sentí débil y vulnerable.

  • No… por favor, sigue… -.

  • ¿Qué quieres qué? -.

  • Yo… por favor… - bajé la cabeza, incapaz de controlarme, tratando de retener las lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos.

  • Sólo tienes que pedirlo, dime que quieres -.

  • Continúa follándome, por favor… lo necesito… no me dejes así -.

  • Lo siento, pero no voy a hacer eso… si quieres mi polla tendrá que ser por otro sitio… -.

  • Por… ¿por otro sitio? Pero… soy virgen… -.

  • Tú decides, si quieres mi nabo únicamente podrás tenerlo analmente… venga niña decídete…-. Mientras decía esto, sus dedos pellizcaron mis pezones, haciéndome sentir un ramalazo de placer inusitado.

  • Está bien… pero por favor sigue follándome de una vez… -.

  • Esas no son maneras de pedir las cosas, merezco un respeto ¿no crees?, está claro que tengo algo que tú quieres. Pídelo una vez más, dime quién manda aquí y qué quieres -.

  • Usted manda aquí amo, necesito que siga follándome con su enorme pene, pero esta vez analmente, por favor amo haré lo que quiera -.

No obtuve respuesta esta vez, sus dedos recorrieron mi vagina, claramente empapada y pasaron a lubricar mi ano. Poco tiempo después colocó su pene en la entrada y comenzó a empujar con fuerza. El dolor me partía en dos pero no se detuvo en sus embestidas y poco a poco, ese dolor infernal se convirtió en un placer que me llevaba al cielo y mis gemidos se hicieron aun más audibles que antes, llegando pronto al orgasmo.

En ese momento me quitó la venda y me giré como pude, agotada, sonriéndole antes de besarle con pasión.

  • Gracias mi amor, pronto te recompensaré por este día -.

  • ¿Desde hace cuanto que sabes que era yo? -. Preguntó risueño.

  • Sospeché al ver tus brazos, aunque he de confesar que me asusté un poco con lo de la mordaza, pero tu voz me despejó de todas las dudas y te aseguro que pensaré el modo de recompensarte por esto, esta era una fantasía que tenía ganas de cumplir hace mucho tiempo.

  • Lo sé y espero que lo hayas disfrutado tanto como yo… -.