SECUESTRADOS Primera Parte
Este SÍ es mi último relato, el morbo de escribir sobre estadios imposibles me hace recaer. Tendrá 2 partes y acabará, como todas mis historias, con el ruego velado del autor a no ser juzgado por describir escenarios en los que nadie querría participar, por no ser tachado de infanticida o de inmoral, pero en fin ahí está y es vuestro.
La familia Sánchez-García vivía en una urbanización ubicada en las afueras de la ciudad de Magaluz, un lugar tranquilo y agradable. Las pocas viviendas que conformaban el barrio residencial eran casas unifamiliares que, aunque no podían considerarse de alto standing , contaban con jardín y algunas de ellas, con piscina.
Nunca pusieron rejas en las ventanas porque el encanto de las vistas abiertas al jardín, según Maria, rompía la armonía del paisaje, a lo que sí había accedido ella, tras numerosas discusiones con su marido fué a instalar una alarma en la que ni confiaba ni aprobaba el coste que les suponía la conexión a la central.
Hacia varias semanas que varios sujetos vigilaban la vivienda y controlaban las entradas y salidas de los miembros de la familia: Luís, el marido de Maria y sus tres hijos: Ruth, Raúl y Lucía, la más joven.
Aquella noche, como era su costumbre, las vísperas de festivo, desde hacía ya mucho tiempo, Luís y Maria habían ido a ver una película de estreno en un multi-cine y a picar algo con sus hijos, en un restaurante italiano, que solían frecuentar a menudo.
Los hombres que les acechaban habían anotado su rutina y sabían perfectamente que la casa estaría desierta durante al menos cuatro horas. Cuatro horas les pareció tiempo suficiente para penetrar en la casa y usurpar cuanto fuese de valor. Aquella fue la noche elegida para perpetrar su golpe, y asaltaron el chalet, forzando una ventana de la planta principal, con la facilidad de quien abre una puerta.
Los tres tenían el aspecto descuidado de los indigentes, con barriga prominente y ninguno rebjaba los sesenta años de edad. No había transcurrido más de una hora cuando uno de ellos percibió el sonido de la puerta del garaje plegándose sobre si. Comprendió de inmediato que la familia había regresado mucho antes de lo previsto y avisó a los demás, todos se ocultaron apagando sus linternas y uno de ellos empuñó un arma corta.
El padre no se dio cuenta al pulsar el botón del mando a distancia de que la alarma no funcionaba. Raúl se encontraba mal y tenia unas décimas de fiebre. La madre y Lucía entraron en la casa tras el padre. Lo hicieron con total normalidad, pero al llegar al comedor y encender la luz, una mano rápida envolvió a Ruth y colocándole la pistola en la nuca gritó
— Mantengan la calma, no hagan ninguna tontería y no les sucederá nada
Todos se sobresaltaron al ver a Ruth encañonada por el arma. Los hombres ordenaron al matrimonio y a sus hijos que se sentasen en las sillas que rodeaban la mesa del salón y uno de ellos ató con cinta adhesiva las muñecas y los tobillos de los rehenes, cubriéndoles también las bocas para que no hicieran ningún ruido.
— ¿Por que no desatamos a la madre y que nos abra la caja fuerte?, seguro que deben tener un montón de dinero y joyas encerradas ahí
El más alto pronunció aquello mientras arrancaba la cinta adhesiva de la boca de la madre.
—No hay caja fuerte en esta vivienda, somos una familia modesta, ni siquiera esta casa es de nuestra propiedad… es alquilada—, las lágrimas inundaron sus ojos, —por favor, déjennos ir y márchense, no vamos a llamar a la policía, se lo juro, no nos hagan daño... al menos djen que se marchen nuestros hijos.
Fue entonces cuando la mirada del jefe se dirigió por primera vez a los niños, y se iluminó al contemplar a Ruth.
—Es cierto, tres preciosos hijos, sobretodo esta niña...
Rió y dirigiéndose hacia Ruth le apartó la larga melena castaña de la cara, le cogió la barbilla con la mano y la miró a los ojos. Pudo ver el miedo en ellos. Y le gustó. Esa jovencita era de lo más hermosa, ojos marrones, oscuros como el carbón y con ese brillo de terror que los hacia irresistibles...
Los tres intrusos se miraron y sonrieron. Ahora que la familia ya estaba en casa, no tenían ninguna prisa en largarse. Maria alzó la voz.
—Suelten a la niña, por favor márchense…
El que parecía el jefe fue hasta ella y sin mediar palabra alguna cruzó su cara con una contundfente bofetada.
— Aquí mando yo, y no quiero volver a oírla pronunciar palabra o le juro que me llevo a sus hijos y no la vuelven a ver en la puta vida
El padre forcejeaba en la silla, pero todo era inútil... no podía defender a su familia, estaba completamente indefenso y todos a merced de los secuaces.
Vamos ha hacer una cosa, como veo que está nerviosilla y que no se va a estar quieta, le propongo un trato: voy a desatarle las muñecas y los tobillos y usted va ha hacer todo lo que nosotros le digamos sin rechistar. Si colabora, le prometo que no va a sucederle nada a su hijitas— sonrió, —pero si usted no es una buena mamá y se porta mal... vamos a largarnos, sí, pero con ellas, ¿me ha entendido?
El rostro del padre estaba desencajado por la rabia y la impotencia, Ruth Lucía y Raúl permanecían callados y aterrados. La madre tenía las mejillas llenas de lágrimas. Pero entendió la situación: o colaboraba con esos “mal nacidos” o su familia correría un peligro inminente. Movió su cabeza en señal de asentimiento y el hombre liberó sus muñecas
— Vas a responder con palabras, cada vez que se te pregunte. ¿Cuál es tu nombre?
—Maria
Sollozaba y parecía costarle articular las palabras.
— ¿Qué edad tienes?
—Treinta y cinco
—Muy bien Maria, ahora presentanos a cada uno de tus hijos, uno por uno.
—Ruth es la mayor, tiene dieciocho años, Raúl el mediano, dieciseis y Lucía la pequeña, cuplirá quince en abrisl
—Muy bien, muy bien…, Maria. Pues éstos son Jos y, Andrés. Yo me llamo Gonzalo. ¿Qué me dices de tu maridito, parece alterado.
—El es Luís, tiene cuarenta y dos.
Cada vez le era más dificultoso controlar su lagrimal.
—Bueno Maria, vamos a jugar contigo un poquito, de acuerdo? El juego es sencillo: Nosotros ordenamos y tú obedeces. Si sigues las reglas mañana por la mañana todo volverá a la normalidad, ¿entendiste?
Asintió de nuevo con la cabeza y Gonzalo se aproximó a la silla y la desató por completo. Jos se quedó con el arma, apuntando de vez en cuando a los rehenes para intimidarlos. Una vez Maria estuvo desatada la cogió de la mano y la arrastró hacia el centro del salón. El resto de la familia evitar contemplaba aterrorizada la escena
Gonzalo acarició el rostro de Maria e hizó ademán de secar sus lágrimas.
—No llores, mujer, que todo es por el bien de tu familia
Rodeó su cintura con los brazos probocando que cimbreara sus caderas como si estuviese bailando una melodia y Maria obdeció los gestos sin poder evitar que el temblor aflorase en su cuerpo. Gonzalo le acarició el cuello suaavemente y deslizo sus manos para acariciar sus hombros antes de reparar en los botones de su blusa.
Maria dio un respigo separando su cuerpo con los brazos.
—No por Dios, eso no, delante de mi familia, no…
—Creo que no has entendido nada, Maria, ahora voy a desnudarte, muy, poquito a poco, para que mis compañeros y los tuyos disfruten con ello. Quiero que colabores, que te dejes llevar, como si estuviesemos solos…
Se sentó en una de las esquinas adoptando una posición fetal mientras cubria el rostro cun sus manos negando con la cabeza.
—No lo haré…, no puedo… ¿no lo entiende?, ¡maldito sea!, no puedo hacerlo…
—Muy bien, no pienso obligarte.
Se dirigió a Jos y Andrés que parecían esperar sus órdenes.
—Coged a las niñas y subíroslas a la habitación de sus padres, haced con ellas lo que queraís, haber si conseguis que le cojan el gustillo.
Maria reaccionó como si un calambre hubiese atravesado su columna vertebral
—Espere... dígales que no se muevan, por favor…, se lo ruego… haré cuanto me pida.
—Esperad muchachos, vamos a darle otra oportunidad a la señora, ¿no os parece?
Ambos asientieron con cierto resquemor.
—Veamos si eres capaz de estar a la altura.
Maria estaba avergonzada y sus gestos denotaban inseguridad y torpeza, pero fue hasta el hombre para permitir que rodease de nuevo su cintura con los brazos. Andrés susurro en su oido.
—Besame, preciosa, que sea un beso lascivo, deja que fluya tu saliva.
Maria creyó sentir una arcada pero unio sus labios a los del hombre percibiendo de inmediato su aliento etílico y nefasto. Se obligo a entreabrir sus labios e introducir su lengua hasta el paladar para rozarla con la de el.
Luis no daba credito a la escena y los hijos evitaban mirar a su madre como fuere. Maria sabía que el hombre no se detendría ahí y un halo de terror turbaba su mente y sus reflejos. Sintió como Andrés desabotonaba uno a uno los botones de su blusa hasta dejarla descordada y se colocó tras ella para deslizar la prenda por sus hombros. Rodeo su torax y palpó sus pechos sobre la tela del sujetador probocando que sus pezones siluetasen su contorno e introdujo una de sus manos entre la tela para acariciar su seno.
—Escuha Andrés—, por primera vez le llamó por su nombre, —no hagas que mi familia tenga que pasar por esto, vámonos tú y yo a mi cuarto y seré tu esclava, haré cuanto me ordenes, seré tu puta…—hablaba a su oido tratando de que su voz no se cortase y que sus palabras sonaran cadenciosas, —…tu esclava—
— ¿Cómo sé que cumplirás?
—Sólo pruébalo… no tienes nada que perder
Ambos asintieron y Maria condujo a Andrés a su propia habitación. Tenía la mente confusa y sentía verdadero asco con solo imaginar lo que iba ha hacer, pero pensaba proteger a su familia hasta el último suspiro de su vida. Ni siquiera pensó que pudiese tratarse de una treta.
Jos observó a los rehenes uno a uno deleitándose especialmente en las mujeres. Todos estaban amordazados por una ancha cinta de embalar y parecían muy nerviosos y alterados. Ruth y Lucía permanecían atadas a las sillas, al igual que el hermano y el padre, que se revolvían en ellas consiguiendo unicamente que las ligaduras cercenasen su piel.
— ¡Bueno!, ahora sabremos hasta que punto colaborareís para evitar males mayores.
Ambos rieron y Gonzalo se situó tras Ruth para acariciar su rostro con inusitada delicadeza. Ruth vestía un pantalon jean corto, a modo de short, y una camisa blanca holgada anudada sobre el vientre. Ambas eran morenas, de cabello liso y largo, facciones aguileñas y los ojos de un azul intenso, aún haciendose evidente la diferencia de edad eran realmente parecidas y sin duda habían heredado el atractivo de su madre.
—Oye Jos, ¿por qué no preparas a los chicos?
El viejo actuó resignado,
— ¿Por qué no te ocupas tú y yo me encargo de las damas, Gonzalo?
— ¡Vamos!, ya tendrás tiempo viejo, tenemos un fin de semana por delante.
—Que cabrón que eres.
Fue hasta Andrés y colocó un pañuelo en su cabeza, anudandolo por detrás, para impedirle la visión e hizo lo mismo con el hijo. Ante los espasmódicos gestos de los dos desabotonó la cintura de sus pantalones y deslizó las prendas por sus piernas junto con sus slips. Roth y Lucía hacían lo imposible por desviar sus miradas de aquellos flácidos penes.
—Ahora escuchadme muñecas, voy a desataros, cuando lo haga os desnudareís ante nosotros en silencio, cada una desnudara a la otra muy lentamente, con parsimonia, acariciando sutilmente vuestros preciosos cuerpos. Quiero que os beseís en los labios con ternura, que trateís de estimularos mutuamente…
Las palabras retumbaban en los oidos de las niñas y sus facciones denotaron un incontenible terror, el sólo hecho de imaginarse ellas mismas en aquella situación les repugnaba.
—También teneís otra opción: la de no hacerlo…
Jos le interrumpio,
—…en cuyo caso os violaremos y, tras hacerlo, cuando por cada poro de vuestros cuerpos rezume sangre a borbotones, cercenaremos la yugular de vuestro padre y de vuestro hermano ante vosotras y vuestra madre presenciará toda la escena, será lo último que haga en su vida.
Gonzalo desató a las niñas y tomó asiento en el sofa, junto a Jos dispuesto a comprobar si sus palabras habían hecho mella en las mentes de las dos, como esperaba.
La experiencia sexual de Ruth se limitaba ha haber experimentado en su cuerpo furtivas caricias nocturnas, temor de que su hermana, que compartía su cuarto, se percatase de lo que estaba haciendo, y frustraba por completo el hallazgo del placer del que alguna amiga avezada le había hablado, la experiencia de Lucía era nula, en la frontera de los quince años, jamás había experimentado un orgasmo ni ejercitado el onanismo. Ambas frotaron sus muñecas vacilantes cuando sintieron que la presión de las sogas se desvanecía y se pusieron en pie frente a los hombres, sus cuerpos temblaban como flanes pero el resonar de las palabras hacía que comprendiesen que nada estaba en sus manos. Se miraron largo rato frente a frente sin poder evitar que las lágrimas humedeciesen sus mejillas, sin ni siquiera rozarse, pero la mirada furtiva y amenazante de los hombres hizo que Ruth se abrazase a su hermana y ambas se fundiesen en un beso inocente, rozando la comisura de sus labios.
Lucía vestia un pantalón tejano muy ceñido y un polo azul que dibujaba la orografía de sus pechos incipientes. A Gonzalo se le había ocurrido atenuar el reflejo de la luz y poner una música suave y klos bafles destilaban las notas de un socorrido Valls. Fué Lucía la que tomó la iniciativa de desanudar a blusa de Ruth en su cintura probocando que esta se abriera por completo para mostrar un sujetador de mercadas transparencias que envolvían los senos de su hermana. Los gestos de ambas eran torpes, carentes de cualquier expresividad, y trataban de que sus caderas, muy juntas, acompasasen con su ligero vaiven, las notas musicales, sin embargo todo aquello era torpe y forzado y, a los hombres, lejos de excitarles la escena, les causaba furor.
—No estáis por la labor, creo que no servis para nuestros planes.
Ruth introdujo su lengua entre los labios de su hermana y con gestos aún torpes trató de desabotonar la cintura de jean; lo consiguió tras intentarlo varias veces y, por fin, consiguió que se holgase su cintura para desprenderlo por sus piernas e introdujo su mano temblorsa entre la tela elástica de su ropa interior sin dejar, en ningún momento de besarla. Lucía sintió como las yemas de los dedos de su hermana rozaban su bello vaginal y se introducían en su sexo hasta palpar su clitoris, probocándole un gesto de rechazo.
—Habeís mejorado algo, pero tú pareces una mosquita muerta, Lucía, ¿no crees que puedas proteger a tu familia?
Una vez más las palabras de aquel hombre perforaron su cerebro, tardó un solo segundo en imitar a su hermana y conseguir, entre gestos de torpeza, arrebatarle aquel short. Ahora ambas se besaban intentando desnudarse por completo entre gestos nerviosos y miradas furtivas. Cuando al fin aquellos hombres pudieron ver a las dos virgenes, completamente desnudas, rozándose entre gestos convulsivos, repararón en la dfiferencia de sus formas: los pechos de Lucía se reducían a pequeñas portuberáncias carnosas coronadas por un círculo rosaceo del tamaño de una cánica y los de Ruth apuntaban las formas del seno de una adulta rematados por dos incipientes pezones negruzcos; en cuanto a su sexo, Ruth presentaba un rizado y abundante bello vaginal en forma de un triángulo perfecto a diferencia de su hermana, cuya incipiencia de bello, traslucía la forma de sus labios vaginales completamente sellados.
Trataron de satisfacer a aquellos hombres con todo tipo de gestos improvisados, besos, abrazos, caricias, contorneos imposibles de sus cuerpos rozándose entre sí… pero aquella situación forzada y su torpeza no hacían más que constatar que los hombres se impacientaban y que el fin, cada instante más cercano, podría derivar en tragedia. La voz de uno de ellos interrumpió sus torpes y fingidos arrumacos.
— ¡Bueno!, tengo que reconocer que hos habeís esforzado. Lo cierto es que no habeís alcanzado la excelencia, ni siquiera el aprobado, pero creo que habeís conseguido crear cierta complicidad entre vosotras, ¿cómo lo diría? Cieta tensión sexual no resuelta…
“Tensión sexual no resuelta”, ambas procesaron aquella sarta de palabras inmersas en la confusión.
— ¿Veís a Luís y a Raúl?, parecen dormidos, ¿verdad?...
Se obligaron a dirigir sus miradas hacia ellos.
—Ahora realizareís una felación, nosotros os indicaremos cuándo y a quién en cada instante, la primera vez susurrareís al oido de vuestra víctima quienes sois, tened en cuenta que ellos no pueden veros, estoy seguro que vuestra experiencia sexual en este campo, como en todos, es completamente nula, por lo que debereís esforzaros…
Jos tomo la palabra una vez más,
—Teneís que conseguir que ambos alcancen el más solemne de los orgasmos, no la primera vez, pero sí a lo largo del proceso. Sólo les hablareís en la primera mamada, después os turnaréis según os vayamos indicando, y entoncés, serán ellos quienes tendrán que adivinar quién de las dos les está ordeñando, si lo hacen, no pasa nada, sino lamentarán haber nacido hombres.
—Dejame explicarles algo Jos, es muy importante que dejeís vuestra impronta para que sepan en todo momento cual de las dos se la está chupando y para ello debeís hacer algo que os identifique sin atisbo de error, un solo fallo y vuestra casa se convertirá en Puerto Hurraco.
Nunca habían oido hablar de Puerto Hurraco, ni siquiera sabían que se trataba de una pedanía de Badajoz en el que en 1990 habían asesinado a nueve personas en una reyerta familiar, pero ambas intuyeron que aquello iba muy en serio.
Ruth se situó entre las piernas de su padre con las rodillas flexionadas, su rostro estaba completamente humedecido por los rastros que las lágrimas habían surcado en el, se permitió unos segundos de profunda reflexión antes de asir el falo de su padre entre sus dedos y sintió en sus yemas la flacidez de su carne. Suspiró antes de articular palabra alguna a fin de que su voz no sonara entrecortada, todos escucharon sus palabras con la maxima nitidez.
—Hola papá, soy Ruth, voy a mamarte tu miembro y necesito que sepas que soy yo quien lo hago, entre Lucía y yo conseguiremos que te corras, pero debes adivinar quién de las dos té la está chupando y para ello serás tú quien digas como quieres que lo hagamos cada una.
Andrés sintió como una hola de rabia e indignidad sacudía su cuerpo entre movimientos reflejos en el vano intento de liberar su cuerpo.
—No lo hagas Ruth, ¡Por Dios!, no me toques, por lo que más quieras, aléjate de mi…
Ruth asió su falo para juntar sus dedos en su perímetro y desplazar en lo posible la piel que cubría su prepucio y Andrés sintio como sus músculos se agarrotaban por momentos probocándole el inicio de una incipiente erección. Ruth deslizó su lengua rozándo tenuemente uno de sus testículos.
— ¿No lo entiendés, papá? Si no lo conseguimos…, si no conseguimos que tus putas hijas te proboquen una erección, esos malditos bastardos nos matarán a todos… a todos, ¿entiendes?
—Ruth, por lo que más quieras, no hagas eso… no lo hagas…
Ruth sintió como el falo de su padre adquiría una solemne erección.
—Lo único que te pido es que no me confundas con Lucía cuando sea ella quien te la mame, yo lo haré así…
Introdujo entre sus labios el prepucio desnudo de su padre mientras forzaba la piel asiendo el falo entre sus puños
—… de arriba abajo, mientras acaricio tus testículos… lo ves— simultaneó sus gestos con las caricias de su lengua, —de arriba abajo mientras acaricio tus testículos.
Lucía tardó varios minutos en asimilar la situación, al igual que su hermana se situó entre las rodillas de su hermano dirigiendo su vista a su hermana y tratando de emular las malditas explicaciones que ésta le dirigía a su padre, no pudo evitar que su voz se entrecortase, fruto del nerviosismo.
—Escucha Raúl, soy Lucía, tu hermana, voy a chuparte la poya hasta que se ponga tiesa…, necesito que se te ponga tiesa y que acabes corriendote en mi boca…
Las palabras de Lucía fluían de su garganta sin ninguna convicción, aquello era lo que en el colegio le habían explicado que significaba un incesto, el joven trataba de esquivar los labios de su hermana con violentos movimientos de cadera pero se hacía imposible cualquier tentativa de huida.
— ¿Estás loca, Lucía?, ¿qué coño haces?
—Necesito que me digas cómo quieres que te la chupe, Raúl, necesito que lo hagas para que cuando lo haga Ruth no me confundas…
Los hombres sólo permitieron perpetuar aquel juego unos minutos, pero ambos habían proyectado una erección que mostraba inequivocamente su tensión. A un gesto de Jos ambas hermanas turnaron sus caricias y a partir de aquel momento les impidieron hablar. Ruth se situó entre las piernas de su hermano y, directamente introdujo su falo en su boca, sólo unos minutos después Jos interrogaba al joven.
— ¿Quién te la está chupando Raúl?
No daba crédito a la escena pero su erección era brutal
—Ruth… Ruth, Ruuuuuth…
La obligaron a realizar un receso momentaneo y retomar su labor.
— ¿Quién es, Raúl?
—Es Ruth, ¡maldita sea!, es Ruth…
A un gesto las hermanas se intercambiaron de nuevo,
— ¿Y ahora?
La cara del muchacho denotaba su desconcierto pero la cadencia de la felación hacía imposible que confundiese a sus hermanas
—Lucía
Sólo al final los hombres consintieron en descubrir los rostros de Raúl y de Luis y ambos observaron como las niñas se afanaban en lamer y relamer sus miembros con la maestría propia de consagradas prostitutas. Ninguno pudo evitar correrse con profusión y las niñas permitieron que el semen de los dos inundase sus bocas sin ni siquiera extraer los falos de ellas.
—Ahora quiero que os ameís delante de ellos, pero esta vez va en serio, si vuestro padre y vuestro hermano no se excitan no me servis como hembras y entonces…
—Quiero que pinches el DVD que hay sobre la mesa. Hazlo.
Gonzalo obedeció a pesar de la impertinencia de Ruth. Los rostros de Raúl y de su padre estaban desencajados, ambos permanecían exhaustos ligados a sus respectivas sillas.
Ruth asió a Lucía por las mandibulas y unio sus labios a los de su hermana para introducir su lengua en su boca.
—Habláos— La voz de Gonzalo sonaba bronca.
—Te quiero Lucía…, te quiero hermana.
—Soy tuya, Ruth.
Ambas se abrazaron frente a frente para interpretar un baile que a su padre y a su hermano no les resultaba ajeno en absoluto, habían visto muchas veces como ambas coregrafiaban la melodía con gestos sensuales, tratando de emular a dos bailarines consagrados, pero jamas lo habían presenciado con ellas desnudas. Bailaban como si se tratase de dos lenguas ignifugas que oscilaban a merced del ardor de la fluctuante llama y sus cuerpos se rozaban cada instante. Los incipientes senos de Lucía parecieron adaptar una forma circular y aquellas prominencias rosadas que configuraban sus pezones se erizaban a cada roce pronunciándose como sutiles cardenales. Ruth alzaba sus brazos poniéndose de puntillas mientras, con la cabeza alzada, fijaba su mirada en un punto cualquiera del techado y Lucía acariciaba sus antebrazos deslizando sus labios por sus axilas y flexionaba sus caderas para acabar con su rostro a escasos milímetros de su bello vaginal. Era imposible que la maldita danza no excitase a aquellos hombres por encima de cualquier impedimento de la consanguinidad. Ambos sintieron como, muy a su pesar, sus penes adquirían vida propia, en forma de una nueva e inevitable erección.
Para Luís, ver a sus hijas en esa tesitura, constituía un infranqueable tabú, pero la percepción de la voz de ambas en su oído, suplicandole que aceptase su mamada, teniéndo que discernir cuál de ellas estaba realizándole una felación, supuso una ruptura conceptual que obnibuló sus sentidos hasta hacerle dudar de su propia idéntidad, y para el muchacho, que sus dos hermanas pugnasen por probocarle una corrida, con su poya entre sus labios, representó la ruptura de cualquier principio moral que, durante años, su propia familia pudiese haberle intentado inculcar. Estaba confuso…, muy confuso: probablemente su madre compartía lecho en la habitación conyugal con un “puto” extraño, probablemente no, seguro, y su padre se había corrido un par de veces en la boca de sus hijas, como había hecho el mismo, bajo el “puto” yugo de tener que distinguir quién era, de las dos, la que se la estaba mamando.
Sus hermanas se habían acomodado en el sofá y observó con absoluta nitidez como Ruth introducía la punta de su lengua en el sexo de Lucía entreabriendo sus labios vaginales en una forzada felación y observó como está asía su nuca para introducir aún más su rostro en ella. No pudo evitar que su pene se erectará una vez más ante la imagen. Derivó los recuerdos a su madre y se preguntó si tal vez ella también era una victima…
CONTINUARÁ EN EL SEGUNDO CAPÍTULO FINAL.