Secuestrado

Historia de un joven que tuvo que pasar un calvario...que al final le gusto....

SECUESTRADO

Hacía unos tres años que me dedicaba a este trabajo, al menos yo lo tomaba así. Era un trabajo complejo y además podía terminar muy mal. Entre rejas o muerto.

Hasta ahora venía muy bien. Era un grupo reducido. Yo era el jefe. Hacía el estudio previo. Investigaba a las victimas hasta el último detalle, nada librado al azar. Porque dejar algo suelto podía terminar muy mal para todos.

La próxima víctima sería el gerente de una poderosa empresa de transporte. Un joven de apenas tal vez 24 años. Estaba casado. Tenía dos hijos pequeños. En realidad el dueño de la empresa era su padre, un hombre aún joven, que seguramente pagaría enseguida lo que se pretendía, y listo todo se acabaría rápidamente.

Teníamos el lugar para guardar a aquel jovencito. Teníamos su rutina. Esta vez yo sería el encargado de la custodia, porque así nos habíamos ido dividiendo los distintos trabajos que ya habíamos hecho y que nos habían salido realmente bien para todos. Sin heridos. Sin errores. Sin detenidos.

Donde lo llevaríamos sería una casita en medio de un campo perdido y de difícil acceso. Es más, ese lugar era conocido solamente por mí. Si algo me pasaba a mi, sería difícil encontrar al chico y a mí. Ni mis compinches lo sabían, así lo hacíamos, mientras menos sabríamos mejor para todos.

Teníamos provisiones para pasar casi un año sin complicaciones, eso no estaba en discusión. Había un equipo de radio por el cual nos comunicábamos. Nada de teléfonos. Algún televisor. Alguna radio. Algunos medicamentos. Bueno, cosas pequeñas.

Todo estaba ordenado para un viernes al atardecer, porque los viernes este joven se iba a jugar al fútbol, a una canchita que tenía fácil acceso a la autopista por donde lo llevaría en principio una camioneta, por supuesto vendado y maniatado y luego a la casita lo trasladaría yo, que estaría esperando en algún punto de la ruta.

Así llegó aquel viernes, y todo sucedió como quería y como estaba planeado. Llegamos al lugar casi de noche. El joven no veía nada y torpemente caminaba guiado por mí. Era la primera vez que lo tenía tan cerca. No había notado que su cabello era medio largo. Y sus rasgos eran de un chico casi hermoso, al menos me pareció a mí y debo decir que aquello me conmovió.

Abrí la puerta del cuarto y lo guie hasta el borde de la cama, que era cómodo, porque no queríamos hacer sentir mal a los secuestrados. Le quite la mordaza.

__¿Porqué me hacen esto?¿Que quieren de mi?¿Dónde estoy?__ empezó a preguntar en catarata visiblemente nervioso y conmovido. Era comprensible, a nadie le gusta que lo priven de su libertad.

__¿Quién eres, dime quien eres?

__Me llamo Lucio__ dije un poco impostando la voz

__¡Quítame las vendas por favor!¡Hare lo que tú quieras!

__¡Así!

__¡Lo que sea pide el dinero…esto es por dinero!

__¡Sí claro!

__¡Necesito ir al baño!

__¡Esta bien!__ lo tome del brazo y lo lleve hasta el cuarto de baño. Le fui quitando la ropa, lentamente.

__¿Qué haces?

__¡Te vas a duchar, no quieres estar limpio!

__¡Solo quería orinar!

__¡Dúchate, anda!__ dije observando ya su cuerpo desnudo, atractivo, me gustaba, su olor a machito hetero y poderoso.

Lo metí bajo la ducha y lo deje, entre la mampara podía ver su reflejo, su largo pene semi dormido su hermoso culo fuerte y fibroso. El agua le caía por el cabello largo y sedoso.

El agua caía sobre mi cuerpo, la sentía cálida y necesaria, a pesar de la mirada de mi captor, que sabía estaba vigilando y vigilante, sin perder detalle de mi cuerpo desnudo y  a su merced. Me había desatado las manos y podía recorrer mi cuerpo con el jabón que me había dispensado también, un poco de champú y la verdad que me sentí un poco mejor, a pesar de la situación.

Luego me trajo algo de comer. No hablaba conmigo. Era más bien frío y distante. Sentía su respirar cerca de mí.

__¿Porque me quieres tener desnudo?__ pregunté sin recibir respuesta. No sentía frío, el lugar era  cálido y bien protegido.

__¡Cuando salga del cuarto, puedes quitarte la venda de los ojos!__ dijo Lucio, aunque no creía que ese fuera su nombre. Apenas escuche el ruido de la puerta al cerrarse me quité la venda y fue un bálsamo de tranquilidad. Mire todo alrededor, era amplio y cómodo. La cama era amplia. Supuse que no tenía más remedio que tratar de dormir un poco.

El día nuevo amaneció con aparente solo que podía ver a través de los pliegues de la cortina que no se podía levantar. Tuve que encender la luz. Me estaba orinando. Golpee la puerta a ver si Lucio me escuchaba. Un rato después me contestaba.

__¡Aléjate de la puerta, si miras en el respaldo de la cama hay unas gafas oscuras, póntelas y date la vuelta a la puerta!__ hice lo que me pidió.

Cuando entré y lo vi de espaldas, ese culito joven me conmovió. Sentí que mi cuerpo vibraba y ardía como brasa. El estar lejos de mi casa, de mi mujer, me estaba afectando. A pesar de mis cincuenta años sentía poderosas ganas de coger. Trate de que no me afectara. Asi que trague saliva y lo acompañe al baño.

Volví al cuarto y Lucio casi no me habló de nada.

__¿Pidieron el rescate ya?__ pregunté en verdad alarmado por el silencio

__¡Estamos en eso!__ dijo fríamente, cortante. El día pasó lento. Leí algunas revistas, no entraba en desesperación aún, pero extrañaba mi casa y mis hijas y mi lugar, mi esposa.  A pesar de mi situación, me masturbé cerca del atardecer pensando en ella.

Escuché detrás de la puerta y creo que se estaba masturbando, estaba caliente como yo, a pesar de todos los contratiempos y de este episodio el chico es calentón y todavía tiene ganas de pensar en sexo.

Saqué mi verga la acaricié, lento, suspirando, casi jadeando, y yo también empecé a apretar la pija cada vez con más fuerzas y ganas hasta que mi leche saltó bañando mi mano por completo. Luego trate de dormir.

Han pasado ya como diez días y todavía no han pagado. Que es lo que ocurre. Quiero irme a casa. Lucio está raro, no me habla mucho. Lo siento ir y venir en la casa, pero es como un fantasma.

__¡Lucio!¿cuándo podré irme?¿no han pagado?¡es raro!

__¡Sin novedad!¡No desesperes chico!

__¡Sabes cómo me llamo, di mi nombre!

__¿De veras?

__¡Si quiero escucharlo!

__¡Está bien, como tú quieras, Hernán!__ me sentí emocionado de que me llamara por mi nombre. Recuerdo que estaba acostado completamente desnudo, pues ya me había acostumbrado a su presencia y a veces no me daba cuenta. Por supuesto estaba a ciegas, cuando estaba con él. Pero sentí su cuerpo muy cerca del mío. Sentí su mano por mi muslo. Pero aquel día antes ató mis manos detrás de la espalda.

__¿Qué haces?

__¡Silencio, deja!__ dijo él y su mano tomo forma de caricia, cerca de la ingle, por instinto levante un poco una pierna y el resbaló sus dedos cerca de mi ojete. Sentí de pronto que quito las manos y el ruido fue de una tapa abriéndose. Al momento sus dedos con una crema fría se posaron en mi anillo.

__¡Ohh no, porque me haces esto!

__¡Disfruta, se que te gustara!__ dijo en un susurro y yo me abrí mas de piernas y su dedo inquieto empezó a ir más profundo, sentí mi verga ponerse dura, alzarse incontrolable, tragaba saliva, ese dedo se me clavaba y me abría, el lo movía circularmente. Yo vibraba de calentura y el solo metía y sacaba su dedo, puso más crema, y metió dos dedos, mi pija estaba como una piedra rocosa, tensa, se movía incontrolable de manera automática, con vida propia.

El no tocaba mi perno y yo no podía tocarme, bufaba de calentura, mordía mis labios para no gemir, para no rogar solo podía decir.

__¡Ohhh no Lucio, porque me haces…esto…ohhh, Lucio!__ me tuvo un rato así solo se escuchaba el movimiento silencioso de los cuerpos, de su mano, de los dedos. En un instante se detuvo. Soltó mis manos y se fue.

Apenas salí tuve que darme una buena paja, porque de solo oler mis dedos, mi cabeza parecía que iba a estallar. Lo escuché gemir y masturbarse también y el grito ahogado de cuando acabo de manera caliente como yo. Hernán estaba tan desquiciado como yo. Tal vez el encierro, le estaba comiendo el cerebro. Te va pesando y yo estaba tan encerrado como él, tal vez por eso empecé a hacer locuras, no sé. Tal vez no fueron locuras sino el gusto por la carne, por cambiar, por ser otro, que se yo.

Días después entré a la habitación del secuestrado previo aviso para que se colocara la máscara. Entré con el kit. Le solicité que se pusiera en cuatro. Hernán sin resistencia hizo lo que le pedía.

__¿Porque me haces esto Lucio?__ gimoteo el muy putito.

Cuando me coloque en cuatro levante bien mi culo, instintivamente, el no lo pidió, pero yo solo levanté la cola. Sentí como un pincel con algo frío, espumoso, luego entendí que era crema de afeitar. Me dejo la cola lisita, como nunca me había imaginado. Tenía las manos atadas hacia adelante, me aferraba a las sábanas, cuando el metió el primer dedo, me queje, resople, cuando me hundió el segundo, mi verga estaba ya como estaca, con unas gotitas, al menos la sentía así, en la punta del glande. El iba y venía dentro de mí ahora con tres dedos, empecé a aflojarme y a gozar. Si estaba gozando y él lo sabía.

Cuando me acarició con la cabeza de su poronga respire profundo esperando el embate, con la crema que me untó, mas los restos de crema de afeitar, mas sus dedos, mi colita estaba dilatada así la cabeza de su carne entró y se fue habituando a mi túnel, cerrado, se fue abriendo, me fue abriendo y yo no podía decir cuánto me estaba gustando, aunque él lo sabía, seguramente lo sentía en la punta de su pedazo grueso.

Fui y vine entrándole, el gozaba, todavía no a viva voz, pero se hamacaba, iba al encuentro de mi garrote duro, lo tomé de los hombros y se la metí entera, todita, todita, hasta que pasados unos minutos le arranque los primeros gemidos y gruñidos.

__¡Ohhh porque, me lo haces, ahhh, siii, ohhh, cuanto la siento, ohhh que gruesa, ahhhhh!!__ parecía que se iba a desmayar con toda mi pijota dentro de su colita.

Mi cola estaba tan a gusto con aquel pedazo dentro que empecé a gemir como putita, como su putita, no podía parar. Estaba tan caliente y el también, recuerdo que largué mi leche sin tocarme, eso era pura calentura, era su nenita, su putita. Lucio apuro sus embestidas, sentí inflamarse su pedazo dentro de mi culito y explotar gruñendo como lobo salvaje. Llenándome el ojete con su leche por primera vez. Abundante, en catarata, escupitajos potentes. Luego cayó sobre mi cuerpo y estuvo un ratito hundido en mí sin decir nada, solo gimiendo, susurrando.

No sé cuantos días pasaron cuando entré nuevamente en la habitación, para cogérmelo. No le até las manos y le quite la máscara. Recuerdo que lo abrí de piernas y mirándolo a sus ojos le acariciaba el hoyo y veía como su rostro se transfiguraba lleno de placer, gimiendo, su pedazo levantándose mágicamente erecto con solo dos dedos clavados en su colita que era toda mía.

__¿Qué quieres tu de mi, dímelo?__ le pregunté mirando su rostro totalmente desquiciado, y lleno de calentura. Hambriento de mi pedazo.

__¡Quiero tenerlo dentro!__ susurró

__¿Qué quieres?__ volví a  preguntar

__¡Quiero tenerlo dentro, dámela papi, dame tu pedazo Lucio!__ eso hizo que mi pedazo se enervara mucho más de lo que estaba. Pero primero lo acerqué a su boca y el mamón lo tragó deliberadamente, sin respirar casi. Lo tragaba y lo mamaba de manera brutal, salvaje.

Lucio de rodillas, desnudo por completo me daba a mamar su gran pedazo. Era la primera vez que lo tenía en la boca, que su sabor a macho me penetraba totalmente por todos los poros abiertos de mi cuerpo caliente, abrumado, sacado.

Chupaba desquiciado, hasta atragantarme. Sentía sus gemidos. Sus susurros, gozaba de mi mamada. Acaricié sus bolas gordas, que estaban llenas para darme su leche a mí. Era lo que deseaba. Era lo que quería. Era lo que necesitaba.

Su pedazo latía en mi boca. Parecía inflamarse un poco a cada segundo mis chupadas eran brutales y calientes. La deseaba tanto en mi cola, que no quería que se viniera en mi boca. La dejaba, le daba besos, el me dejaba, tenía buen control de la situación y de los momentos, sabía lo que hacía conmigo, me hacía desear y enloquecer por su pedazo. Grueso, imponente, bien duro.

Miraba su rostro y quería tanto que se la metiera, estaba tan entregado, había resultado tan putita y eso me gustaba por demás. Saqué el pedazo de su boquita putita y cariñosa, mamona, y volví a escarbar en su ojete abierto y listo para recibir mi pedazo. Hice que chupara mis dedos y los llenara de saliva, luego los lleve a su ojete bufando, gruñendo, sus ojos sacaban chipas, totalmente erotizado, su verga estaba levantada y largaba gotitas de pre semen. Pegajosas, yo les pasaba de tanto en tanto mis dedos por el ojo y sacaba ese agüita y se la daba en la boca y el tragaba esa miel, encantado, emputecido, deseando, lujurioso.

Pase por el ojete la cabeza de mi pedazo, de mi garrote duro y rocoso, el gimió y entrecerró los ojos, suspirando, esperando que empujara para que lo sintiera correr hacia adentro. Mordí sus labios, el gimió, y saco su lengua para encontrarse con la mía.

La sentí cuando fue entrando, mi culito se dilato, la barra de carne de Lucio fue penetrando, el empujaba suave, mordiendo mi boca y apretando mis pezones enloquecidos, mi ojete se abría, y yo gemía a gusto, caliente, entregado Le pertenecía, no recordaba que estaba allí porque me habían secuestrado, me habían llevado a la fuerza, ya no sabía cuánto hacía de todo aquello. Solo sé que gozaba olvidado de mi familia, de todas mis posesiones, no importaba nada, solo sentir ese pedazo de carne dentro de mi cuerpo. El garrote iba y venía dentro del túnel, salía, y Lucio lo volvía a meter, me estaba agrandando el agujero de manera descomunal. Lo sentía, sentía todo su poder en ese pedazo de carne que depositaba en mí por segunda vez en aquellos días de encierro.

Gemía, casi al borde del llanto, sollozaba como gatita, perdido, mi verga se ponía dura y volvía a caer, acababa, y luego se volvía a poner dura otra vez, tan solo con su perno clavado en mi ojete gustoso y obediente.

__¡Ohhh Lucio porque me haces esto!!!__ gemía en la penumbra de la casa viendo su rostro que me miraba, con los grandes ojos verdosos, su nariz enorme, sus labios regordetes, su lengua larga y buscona. Sus anchas cejas que le daban al rostro un marco varonil y fuerte. Su lengua se tragaba la mía, yo la chupaba, la gozaba, la buscaba dentro de mi boca que ardía.

__¡Porque estas rogando por mi pedazo, cariño!__ le respondía yo, mientras lo penetraba de manera sutil y a la vez fuerte, entrando con todo el pistón, el ya lo recibía de forma contundente, arrollador, su ojete estaba bien preparado para recibir mi pedazo y a mí me volvía loco, tener ese culito a mi disposición.

Su boca era fina de marcados rasgos femeninos, al menos me lo parecía a mí. Su cuello grácil y sus pechos erectos, le daban una armonía a su cuerpo que me encantaba sobremanera.

Sus ojos se entornaban como si me dijera “poséeme” y yo enloquecido de potencial orgullo lo penetraba sin descanso, cuando mi poronga rígida lo poseía me sentía realmente vivir otra vez. Arrancaba lloriqueos y gemidos de su interior, producto del goce supremo que sentía aquel muchachito casado y con hijos que sucumbía al amor y al deseo de un hombre maduro y experimentado como yo.

Sus bolas golpeaban mis nalgas y sus dedos pellizcaban mis pezones en constante excitación. Empujaba y taladraba, siempre mirándome de frente, arrancando de mi gemidos, gruñidos que desconocía hasta aquellos días de secuestrado. Jamás había tenido fantasías con hombres, pero aquello superaba toda fantasía, todo sueño, aquello era verdad y su vergón me gustaba, lo quería en mi cuerpo siempre. Siempre clavado en mí.

Giramos nuestros cuerpos en un momento en que saque mi vara de su ojete abierto y chorreando jugos. Lo senté a horcajadas y el muy a gusto se abrió las nalgas para que mi pijón entrara en la cueva nuevamente. Su pija otra vez dura después de haber descargado sobre su muslo un poco de semen espeso y potente, cremoso. Tome un poco con mis dedos y se lo di a probar como un postre gelatinoso que comió sin quejas, sin apuro, chupando mis dedos uno a uno. Disfrutando mientras me cabalgaba como un jinete salvaje, apetitoso, efebo mágico. Deseando que mi vergón penetrara mas allá de toda lógica. Yo apretaba mis mandíbulas fuertes, conteniendo ya, la larga cabalgata.

Lo llenaría con mi leche nuevamente. Después de transcurridos algunos días. Era el prólogo de días de sexo y lujuria. Mi deseo volcado en aquel jovencito. Mi deseo de poseerlo y de que el deseara que lo poseyera me hacía recalentar más mi cabeza.

Apuré mis embestidas, quería darle todo mi jugo, rebalsar su hermoso ojete abierto y caliente para mí y por mí, quería hacerlo llorar y rogar como putita, que se vaciará otra vez como lo estaba haciendo en este momento mientras se acercaba a mi cara y me ofrecía su lujuriosa y diabólica boca en la que yo me extasiaba mientras derramaba su lechita viscosa sobre mi abdomen.

Otra vez estoy acabando casi sin tocarme. Otra vez soy su puta. Salta mi leche sobre su panza, lo beso profundamente, ahogando mis aullidos de placer. Meto mi lengua tan adentro como puedo y él me recibe, mientras lo cabalgo, cerrando mi anillo sobre su lanza rocosa, que me perfora, que me abre, que me hace suyo.

__¡Ohhh querido Lucio…ohhh, me abres, y me haces acabar , ahhh, ay, ay, ay…como quiero que me cojas, ahhh soy tu hembrita, eres mi macho, ahhhhh, que placer, ohhhh!!!!__ gemía mientras de su verga enhiesta salían chorros espesos de blanco líquido que pegaban en su estómago firme aún a pesar de su madurez.

Su animal se hinchó un poco más dentro de mi túnel. Lo cabalgué apretando sus pezones, bordeados de vellos grises abundantes, gruesos, parados, quería arrancarlos, comerlos, llenarme de ellos, nada podía saciarme lo sabía.

Mordí su boca y recibí su aliento mezclado con los gruñidos de animal en celo, de animal salvaje, de animal puro y bestial y sus chorros empezaron a golpear en mi interior e instintivamente mi cola se abrió mucho más, mi pija se alzo dura nuevamente, sus chorros eran abundantes y el mordió mi oreja y mi cuello, hasta casi hacerme sangrar. Sus manos se aferraban a mis nalgas firmes, fibrosas, jóvenes, me llenó por completo. Levantándome mucho más de lo que ya estaba.

Una catarata de leche me caía de manera abundante, en tanto, la barra de carne seguía latiendo en mi culito perforado, bombeado. Nos seguimos besando abriendo nuestras bocas y chupando nuestras lenguas, ardientes, desbocadas.

__¡Ohhh Lucio….porque me tratas así…como si fuera tu hembra…soy un chico…¿no lo ves?__ gemía yo encima de su boca

__¡Eres mi hembra…. estas loquita por mi verga… y yo estoy enloquecido con tu cola…!!__ me decía el abrazando mi espalda, mis nalgas, pellizcando mi cuerpo, trémulo, aún temblando de placer y calentura.

Lo había convertido en mi hembrita. El quería tenerme dentro todo el tiempo. Mi verga lo volvía loco. Estaba enamorado de ella, de cómo, lo cogía, del sabor de mi leche, de mis jugos.

El tiempo pasaba lentamente. Los días eran poseídos por el enorme juego de placer y locura en la que estábamos los dos. Mis socios no podían hacerme reaccionar. El pago lo habían hecho en tiempo y forma y el secuestrado no aparecía por ningún lado. Me presionaban, pero yo no podía dejarlo ir. Estaba obsesionado o no sé qué. Mis socios no me encontraban, ya que estaba tan secuestrado como él. El tampoco quería irse, al menos no me pedía eso. Me pedía sí que lo bañara, que le pasara el jabón bajo la ducha y luego le metiera dos dedos y tres, y luego parado, así contra la pared, le metiera mi pedazo de carne gruesa, y lo gozara de pie, y lo hiciera gozar, que lo penetrara, lo hiciera suyo contra la pared del baño.

Lucio me tomaba por las caderas, y me atraía hacía el, perforándome con su gran serpiente. Entre tantas caricias me tomaba la verga y la masajeaba un poco, y luego se entretenía un poco con mis bolas y eso a mí me volvía loco. Me ponía a mil y me entregaba mucho más al goce y la pasión.

__¡Ohhh como gozas mi putita…ahhh…eres mi hembrita…¿te gusta cariño?__ me preguntaba mientras horadaba mi agujero.

__¡Ahhh siii….me vuelves loco…quiero tenerte dentro a cada rato…estoy enfermo de ti Lucio!!!__ gimoteaba yo a modo de contestación, y entonces mi leche saltaba contra la pared del baño, ensuciando todo, sin control.

El sacaba su pedazo y se sentaba al borde de la bañera, sin decir nada, ya sabía lo que tenía que hacer. Abría mis piernas y me sentaba sobre el pedazo rocoso que me esperaba mirando hacia arriba.

Abrazaba al macho por el cuello. Nos besábamos hasta el fondo de nuestras campanillas, salivando los labios y las mejillas. Yo saltaba sobre la barra de carne. Las lenguas se chocaban, y nuestros abrazos eran brasas al rojo vivo, encendidas, nos perdíamos de lujuria.

Yo le abría las nalgas, estirando su piel. Conmovido de como se movía para que yo le explotara adentro con mis jugos, con mi néctar, que el tanto apreciaba. El subía y bajaba por mi caño. Lo empujaba, lo comía con su cola fogosa. Gemía como perrita, como la putita en que se había convertido, en que yo la había convertido.

Ahora pellizcaba sus tetitas erectas. Duras. Lo había girado. El gemía recostándose sobre mi cara con su nuca, se había sentado con la cara hacía adelante, dándome su cola deseable y rica. Nuestros jugos se mezclaban. Se formaba como una crema, dándonos placer. Mordía su nuca, corriéndole el pelito que se lo había dejado largo, casi hasta los hombros. Es más, yo lo veía como que su cuerpo se iba transformando un poco cada día, en mas, como decirlo, femenino.

Su cola explotaba de dura y de redonda y casi perfecta, lisa, sin pocitos, ni nada, sin vellos. Sus caderas eran como un dibujo. Sus pechitos iban creciendo de tanto masaje y mordiscones y chupeteos que yo les daba cuando lo tenía cerca.

Estaba sin vellos en el cuerpo porque lo había depilado y afeitado por completo. Me gustaba así, con piel casi de bebé. Un bebe mamón y con un culito abierto y deseoso de verga.

Mordisqueaba su espalda. Que arqueaba como un atleta, mientras gemía y pedía más, casi saltando sobre mi tranca poderosa. Era un esclavo de mi poronga y yo de su culito. Se la metía hasta el fondo y el bufaba de locura, de calentura y de placer.

Después de un rato, sacaba la poronga de mi ojete, y me arrodillaba frente a Lucio, y metía sus bolas en mi boca, él sentado, yo arrodillado y tragando su bolas lo comía como un caníbal, el arqueaba su cuerpo, vibraba con mi lengua y mi saliva mojando sus huevos de toro, gordos, llenos de leche para mí.

Su tremendo pedazo se movía y entonces lo tomaba con una mano y lo sacudía, como si fuese la rama de un árbol, esperando que fluyera el néctar, el jugo, muy profundo. Mi lengua jugaba con las bolas, el gruñía de placer, le gustaba que yo hiciera aquello. Besaba las bolas, lo masturbaba, de forma suave y luego un poco más veloz. Le colocaba la crema corporal que usábamos de vez en cuando, y aquella serpiente vibraba en mi mano, las bolas enseguida se ponían gelatinosas, mi saliva se mezclaba con la crema y era fantástico.

Mi lengua inquieta de vez en cuando se perdía en su ojete oscuro y lampiño, y él se electrizaba gozando.

Cuando su lengua se movía en mi culito yo me desesperaba. Sabía aquel jovencito, que aquellos juegos me encantaban y sabía explotarlos. Me ponía rígido, duro y a la vez placenteramente caliente, más de lo que me hacía en la vara enhiesta, rocosa. Yo me juraba que no lo dejaría avanzar en aquellas provocaciones, pero cuando metía su larga lengua en mi orificio, más los masajes ardientes en mi pedazo ya a punto de soltar sus jugos, todo era una locura de la que no me podía desprender.

Esa lengua volvía a mis huevos gordos, llenos, calientes y luego llegaban a mi anillo, que lentamente se iba abriendo, y cuando menos me descuidaba, estaba largando mi leche sobre su cara, el agradecía aquel baño de crema y procuraba tomar toda la leche posible, yo gemía desconsolado, el abría su boquita y tragaba como buena putita que era, para comer todo lo más posible.

Lucio casi arrancaba mis cabellos mientras yo terminaba de chupar y limpiar su hermoso pedazo de verga, antes de que desfalleciera, y antes de que aquel hermoso macho, adorado macho, me lavara la boca y el rostro con su tremenda catarata de orín. Su pis no tardaba en inundar mis facciones, mi cabello, mis ojos meterse por mi nariz y mi boca, en tanto yo masajeaba mi verga para acabar entre el orín y la calentura que nunca se apagaba.

Ese fuego que nos consumía  y que a mí como su hembra no dejaba de atormentarme. Nunca podría olvidar a ese hombre y lo sabía, desde la primera vez que me hundió los dedos en el ojete.

Luego tuvimos muchos días más de sexo. Hasta lo hicimos en un arroyuelo cercano del lugar en donde estuve secuestrado.

Lo hicimos debajo de los árboles, en la cocina de la casa, por todas partes, donde al macho de Lucio se le antojaba me abría el culo con su pedazo de carne, casi siempre listo y duro. Preparado para metérmela dentro.

El tiempo se pasó muy veloz o al menos eso me pareció a mí.

Un día de aquellos luego de haberme penetrado y sodomizado y haberme hecho gozar durante toda la noche, Lucio me pidió que me bañara. Me dio ropa, y me pidió que me quedara en la habitación donde fui secuestrado, con los ojos vendados.

Así es que preparé mis cosas, mis pocas cosas, y me largué sin mirar atrás. Mi aventura con aquel joven debía terminar. Era hora de dejarlo ir a casa.

Deje el sobre arriba de la mesa. Puse en marcha el auto y hui velozmente del lugar. Para no ver nunca más a Hernán. Y para extrañarlo de por vida.

Cuando llegó la policía y abrieron la habitación, notaron que estaba sorprendido más que alegre. Lucio se había marchado. Le había puesto fin  a aquella situación. Regrese a mi casa, a mi rutina, a mis días.

La carta que me dejo la tengo guardada entre mis cosas más preciadas. Lo sigo buscando. Lo busco cuando me entretengo con algún macho que encuentro por allí, pero nadie es Lucio. Nadie me ha hecho vibrar como aquel semental, como aquel macho ejemplar.

Lo seguiré buscando el resto de mis días. Aunque sé que es inútil, yo sigo buscando a mi macho.-