Secuestrada y Violada Por El Ano

Me abriste las piernas y me amarraste los pies a las patas de la mesa. Me bajaste los calzones, me abriste las nalgas y supiste que ese era el primer agujero que querías violarme.

Me desperté en un lugar extraño. Desorientada. Un cuarto oscuro y sin ventanas. Yo atada a una silla y con la boca encintada. Sentí un miedo helado. Lo recordé por partes pero de inmediato. Me jalaste del cabello, a una cuadra saliendo de la secundaria. Me sujetaste por el estómago, me cubriste la boca y me hiciste subir a una camioneta. Yo no te la hice fácil. Patee y forcejee y, por eso, decidiste golpearme en la cabeza. Yo no supe más, pero tú sí sabes que sentiste tranquilidad cuando quedé dormida. Me miraste, me acariciaste, me tocaste por todas partes e incluso me besaste en la boca. Me amarraste las manos y los pies, por si a caso se me ocurría despertar en el camino. Me encintaste la boca. Me llevaste en la camioneta hasta una tras tienda abandonada que sólo tú sabes donde está. No pudiste esperar y me quitaste el uniforme; me dejaste semi desnuda. Me sentaste en una silla y me amarraste al respaldo, sin soltarme lo demás. Te encanté porque te gustan las chicas como yo, facciones dulces, cabello lacio y piel blanca, uniforme de escuela y medias porque los días son fríos; te encanta sobre todo las medias.

Yo apenas estoy recuperando la noción de las cosas. Empiezo a temblar de nervios al sentirme desvestida. Siento mi ropa interior y nada más. Estoy aterrada, avergonzada y repugnada y no puedo moverme pero forcejeo con la esperanza de safarme antes de que llegues… Pero no estás lejos. Entras a la habitación y enciendes las luces. Yo no logro verte porque estás detrás de mi. Te acercas, me tomas de la barbilla, me vendas los ojos y quitas la cinta de mi boca. Suelto un grito por reflejo, por súplica. Me sueltas una cachetada firme que me escose en la mejilla y me deja muda. Empiezo a llorar de pavor mientras me dices que nadie puede oírme. Tengo miedo de lo que quieras hacerme, aunque yo puedo adivinar al menos unas de tus intenciones. Te suplico que no me hagas daño pero tú no me contestas. Te acercas. Me empiezas a recorrer con las manos. Me pellizcas mis pechos y me frotas mi vagina. Intento gritar de nuevo pero pero el pavor me tiene paralizada. Te suplico con murmuros, te pido que no me toques por favor pero tu disfrutas con mis lloriqueos. Adoras el tacto de mi cuerpo, adoras la sensación suave, caliente y delicada de mi vagina a través de mi ropa interior de algodón y bajo mis medias; adoras lo fácil que es tomar mis pechos y sacarlos sobre mi brasier. Los chupas. Los muerdes. Yo lloro porque no hay sensación más repugnante y humillante. No puedo ver nada pero puedo suplicar y recibir otra cachetada porque ya empecé de nuevo a hacer mucho ruido.

Me desatas de la silla. Mis manos siguen amarradas tras de mi y mis pies bien sujetos el uno con el otro. Me levantas. Intento forcejear pero sólo consigo hacerme daño, con las cuerdas y con un poste de fierro al que le doy con los empeines. Me llevas hasta una mesa y me tumbas boca abajo sobre ella. El cuerpo en la mesa y los pies en el piso. Empiezo a temblar de verdad porque ya sé por dónde va  la cosa. Jamás hubiera pensado que sería de esta forma. Siempre pedí en mis adentros que nunca fuera a ser de esta forma. Me desamarras los tobillos e intento patalear, pero eres muy rápido y yo, en estos momentos, demasiado torpe. Me abres las piernas. Me amarras los pies a las patas de la mesa, luego empiezas a manosearme de nuevo. El trasero, la vagina. Disfrutas tenerme de esa forma. Indefensa y doblegada, inmóvil y sometida para lo que quieras hacer conmigo, para lo que quieras obligarme. Adoras el calor de mi espalda, lo delgado de mi cintura y de mis hombros. Adoras sentir mi respiración, lo suave de mis nalgas, mis piernas enfundadas en medias y mirarme así, con el trasero en el aire y apenas en puntitas porque tengo los pies amarrados a los lados y bien abiertos.

Yo no dejo de suplicarte. Te pido que pares. Que me dejes ir. Te prometo de todo corazón que no voy a decir nada. Me preguntas que si tengo miedo y yo te contesto que mucho y que, por favor, ya no me vayas a hacer daño. Me dices que no lo entiendo, me dices que me haz observado y que me haz deseado. Te vuelvo a suplicar necia que pares pero tú continúas hablando que ya me tienes como quieres y que vas a usar mis agujeros. Empiezo a llorar. Entro en pánico impotente mientras suplico porque te vas atrás de mi. Me bajas las medias y los calzones. Me abres las nalgas y piensas que es lo más delicioso que haz visto en tu vida. Me metes un dedo en el ano. Me estremezco del dolor y suelto un alarido que te excita demasiado. Lo metes más profundo y te deleitas con la sensación de mi ano adolescente que te engulle el dedo, es caliente y suave adentro pero muy firme en la entrada. Piensas que es delicioso. A mi me arde y me raspa conforme sacas y metes. Te lo hago saber, que por favor no porque  me duele mucho. Me dices que se me va a pasar, que estoy muy deliciosa pero en el fondo disfrutas lastimarme y, con trabajos porque no caben, me metes dos dedos juntos sólo para hacerme sentir dolor. Grito en un lloriqueo. Siento que me destrozas mientras metes y sacas tus dedos y disfrutas con sentirme estremecerme y gemir de dolor, con la sensación de mi ano caliente y tan liso donde me estás tocando.

Yo ahí, doblada, abierta de piernas, con los calzones abajo y con tus dedos en mi ano me siento humillada, destruida; envuelta en estupor.

No aguantas más la excitación. Quieres metérmelo. Necesitas metérmelo. Quieres sentirme por dentro con tu pene y metérmelo hasta no aguantar más y venirte. Escucho cómo te lo sacas y yo ya sé qué vas a hacerme pero no puedo hacer más que llorar y suplicar que por favor no. Se que va a dolerme, sabes que va a dolerme y esa es la mejor parte. Lo pones entre mis nalgas y lo frotas un par de veces, luego pones la punta en la entrada de mi ano que ya me dilataste pero, aún así, no entra fácil y tienes que metérmelo por la fuerza. Suelto un grito de dolor mientras tú con la satisfacción triunfal de por fin tenerlo en mi recto. Sientes increíble empezar a meterlo y a sacarlo porque mi piel por dentro tan caliente y te lo envuelve todo y la entrada de mi ano adolescente aprieta lo suficiente para que sea perfecto. Yo me retuerzo, forcejeo con las ataduras de mis muñecas e intento zafar los pies, más por el dolor que me estás haciendo sentir que por las esperanzas. Duele como pisar piedritas descalsa. No puedo hacer más que apretar los ojos, llorar y gemir muy fuerte de dolor y quedarme ahí con el trasero levantado. Me embistes el trasero y cada vez lo haces más vigoroso. Me violas mi ano hasta que yo ya no siento más que la repulsión y el estupor, esa invasión al sitio más íntimo de mi cuerpo. Deseo que termine. Te excita demasiado que te lo diga, que ya no por favor y que me duele, que tú no lo aguantas mucho tampoco. Me empiezas a embestir muy muy rápido disfrutándme cada segundo y entonces siento que te tensas, que me lo metes todo de una vez y que te empieza a palpitar; palpita y palpita en mi ano. Te quedas quieto y luego te desplomas encima mío te quedas ahí mientras yo lloriqueo, acariciándome el pelo, los hombros y la espalda. Por primera vez pienso en dejar de decir palabra alguna, pero se me sale insistir que si ya terminaste por favor te quites. No me lo sacas hasta después de otros dos minutos más o menos.

Me desamarras los pies pero me dejas ahí. Yo no tengo fuerza para moverlos, estoy adolorida por la posición de las piernas y atrás me duele demasiado como para intentar enderezarme. De atrás me escurre tu semen y yo lo empiezo a sentir cuando me llega a la vagina y empiesa a gotearme.

Te acercas para limpiarme. Me subes la ropa. Me encintas la boca y me devuelves a la silla. Sentarme duele demasiado. Me amarras los pies a las patas y el torso al respaldo y yo no entiendo nada, pensé que ya habías terminado… Empiezo a llorar pero no puedo decirte nada porque tengo la boca tapada. Tú te acercas a besarme la mejilla y me prometes regresar. Yo no entiendo por qué quieres dejarme ahí, por qué no vas a dejarme ir aún, pero como si me leyeras la mente contestas mis preguntas deslizando tu mano entre mis piernas antes de irte y apagar la luz.