Secuestrada y esclavizada (3)
Ultima parte de este relato
Silvia lloraba amargamente dentro de la jaula. Había partido hacia su destino. Se pregunto si un destino de puta, de esclava o ¿de qué?
La vida que había conocido termino bruscamente. Secuestrada, violada y vendida, comenzaba una nueva vida que no iba a ser fácil y no sabía si le iba a gustar.
Se sorprendió cuando el coche paró. Oyó el ruido que hizo el conductor al bajarse, luego silencio. Espero que se abriera el portón trasero, pero no se abrió.
Al cabo de un tiempo, que se le hizo eterno escucho voces. Al rato se abrió el portón y abrieron la puerta de la jaula.
-Baja –le dijo el hombre-
Lo hizo como pudo ya que tenía entumecidas las piernas, trabada por los tobillos, las manos atadas a la espalda y una mordaza en la boca.
Al final recibió un poco de ayuda, se estiro lo que pudo. Vio una gran casa, unos bastos terrenos y a la mujer que la había comprado, su ama, pensó.
Estaba de pie, no era muy alta, menudita de cuerpo junto a ella estaba una chica más o menos de la edad de Silvia. Estaba desnuda, a cuatro patas con un collar rosa en su cuello del que salía una correa.
-Lleva a la nueva yegua a la cuadra y asígnala un establo –oyó horrorizada Silvia-
Su voz era profunda y por el tono se notaba que estaba acostumbrada a mandar.
El hombre cogió la correa que colgaba del collar de Silvia y comenzó a caminar.
-Espera –dijo la dueña- Lleva también a la perra.
Se hizo con la correa de la chica y comenzaron el camino hacia la cuadra.
Una vez allí, introdujo a Silvia en un establo, que estaba lleno de paja. Quito la correa del collar, soltó las manos y le quito la traba de los tobillos.
-No quiero oír ni una palabra cuando te quite la mordaza –dijo el operario del rancho- o dormirás con ella puesta.
Procedió a quitar la bola. Silvia no dijo nada. El tipo le dio unas instrucciones:
-Puedes moverte por la cuadra, pero dormirás aquí. Kira –y señalo a la joven perra- te dirá donde están los abrevaderos y donde puedes hacer tus necesidades. Estarás sin atar y si se te ocurre escapar te diré que para salir de la propiedad andando necesitas una semana. Mucho antes serias capturada y si tienes suerte y la dueña es buena, serás sacrificada, en caso contrario tu vida será un infierno.
Dicho esto el hombre se marcho.
Silvia quedó en fondo de su establo, sentada sobre la paja. Estaba llorando, pensando en su negro fututo.
Entró Kira y se puso junto a la joven. La abrazó y comenzó a decirle:
-Nuestra ama me ha ordenado que te ponga un poco al día.
Al escuchar esto, las lágrimas se hicieron más intensas.
-Solo puedes hablar aquí o si te ella te pregunta algo –prosigo la joven- Lo primero que tienes que hacer es tomar conciencia que eres un animal, buenos somos animales y solo eso, animales.
Redoblaron las lágrimas en los ojos de Silvia.
-Yo soy su mascota, su perrita, como tal me trata y la verdad visto lo que hay en el racho me considero una privilegiada y como no quiero dejar de serlo me comporto como lo que soy, una macota.
-¿De verdad que te sientes así? –Pregunto Silvia-
-Sí, cada vez soy más animal que otra cosa y ya te digo, vivo mejor que cualquier otra esclava del rancho. Te confesare que llevo una temporada que me gusta ser su mascota, me siento querida y nadie se mete conmigo.
-Por cómo se ha referido a ti –prosiguió Kira-te ha comprado como caballo, bueno como yegua. Te aconsejo que te fijes en los caballos del rancho para que actúes como ellos, por tu bien es fundamental que la complazcas en todos los aspectos. Se buena y todo irá bien.
Silvia había dejado de llorar.
-Anda vamos a comer algo.
Kira ayudo a su nueva compañera a ponerse de pie, luego volvió a ponerse a cuatro patas y la guio hasta los comederos.
Silvia tenía sed más que hambre. Fue al abrevadero y con la mano cogió agua para llevársela a la boca.
-Noooo –grito la perra-Eres un animal, bebe como tal. Al principio te costara pero cuando te acostumbres lo harás de forma automática.
La joven se arrodillo y comenzó a beber. Efectivamente le costaba trabajo, pero su nueva amiga la animaba. Cuando termino, la perra comenzó a comer. Metía la cabeza en el comedero y de vez en cuando la sacaba, masticando. Silvia ni lo intento por lo que Kira la dijo:
-Come algo, mañana será un día duro para ti y mejor que tengas fuerzas.
Tenía razón, Silvia metió despacio la cabeza el comedero. Se sentía sumamente humillada y desdichada. Pensaba que si para la joven que la acompañaba eso era lo mejor, como sería el resto.
Cuando terminaron, volvieron al establo asignado a Silvia. Estuvieron un rato en silencio. Silvia lo rompió.
-¿Cómo es la ama? –pregunto-
-Exigente, le gusta ser obedecida inmediatamente –respondió la perra- dura pero justa y sádica.
-¿Sádica?
-Se excita mucho con el dolor, con el dolor que ella provoca. Sin motivo te castigara y con suerte luego tendrás sexo. Solo ella decidirá sobre eso, cuando, como o con quien. Yo tengo lo totalmente prohibido incluso masturbarme.
-No me digas –fue lo único que se le ocurrió a Silvia-
-Desde que estoy aquí –siguió la joven- no he estado con un hombre. Ninguno se atreve conociendo a la dueña. Ni con ella tampoco, no te creas.
-Llevaras mucho tiempo sin correrte, supongo.
-De vez en cuando me manda a dormir aquí y esa noche si puedo masturbarme, pero ahora parece que le gusta que duerma a los pies de su cama y son casi cuatro meses. Me das envidia, porque a ser tu lugar el establo podrás hacerlo con frecuencia. Aunque conociéndola igual hace que te aten las manos para que no puedas.
Silvia la miro con tristeza, sentía pena por ambas. No la parecía nada bien el futuro que se le presentaba.
-Bueno, vamos a dormir –dijo Kira-
Salió del cubículo a cuatro patas y Silvia oyó como se metía en el siguiente. Al rato comenzó a escuchar suspiros. Supo que su compañera de desdichas estaba tocándose.
No pudo resistirse. Se acerco a la pared de madera que separaba los establos asomándose. Lo que vio hizo que se mojara inmediatamente. La joven estaba a cuatro patas, como los perros, masturbándose. Silvia se dio cuenta que la joven tenía asumido completamente su papel de mascota y comenzó también a tocarse.
La verdad era que la chica estaba bien, tenía un pequeño pero bonito cuerpo y unos senos no muy grandes que eran perfectos para su tipo. Cada vez estaba más excitada.
Sin hacer ruido fue hacia la entrada del establo donde estaba Kira. Desde la puerta la observaba mientras que su mano profundizaba más en su vagina.
Si la perra se dio cuenta de que la miraba no hizo nada por impedirlo ni por invitarla. Entro un poco, tímidamente, pero como no vio reacción por parte de ella, siguió hasta que estaba cerca. Se arrodillo y comenzó acariciarle el lomo. Kira giro la cabeza y la sonrió.
Silvia siguió con las caricias y con algo más de confianza busco la boca y se fundió en un beso que fue respondido. No se hablaron. No hacía falta. Rodaron por la paja. Se masturbaron la una a la otra. Kira no tardo nada en llegar. Se notaba el tiempo de abstinencia.
Luego se dedico al cuerpo de Silvia. Cuando esta trato de masturbarla de nuevo, no la dejo. La hizo llegar al mejor orgasmo de su vida y eso que durante el tiempo que paso con las otras chicas secuestradas lo habían hecho varias veces.
Cuando se recuperaron volvieron a la carga. En un momento dado, Kira, le dijo al oído:
–Déjame que sea lo que soy, una perra.
Comportándose como tal, se puso a cuatro patas y lamia todo el cuerpo de Silvia. No uso las manos para nada. Daba vueltas sobre la joven y comenzó a lamerle la vagina que estaba más que mojada. Le mordisqueaba el clítoris y Silvia noto como su cuerpo respondía.
En uno de los movimientos el culo de Kira quedo cerca de Silvia, que aprovecho para acariciarlo y con su mano toco los labios vaginales por donde salía el flujo. Hizo que se moviera para que quedara a su alcance y comenzó a lamerle. Fue un soberbio 69.
Cuando se recuperaron Kira le dijo:
-Gracias me lo he pasado genial, pero vete a tu establo. Sera mejor que no nos encuentre juntas por la mañana.
Silvia no quería, pero entendió que sería mejor así, por lo que la dio un beso en los labios y salido de allí.
Por la mañana un hombre fue a buscarlas, las saco de las correas y por descontado Kira a cuatro patas. Las llevo delante de la casa, donde les esperaba su ama.
-Tengo cosas que hacer y no puedo ocuparme de la yegua -le dijo al hombre- llévala a la noria para que no se haga perezosa y tu perra vete a casa.
La mascota rápidamente se introdujo en la casa. Silvia inicio el camino hacia su nuevo que hacer. Vio un recinto vallado, circular y con un poste en el centro del que colgaba una correa. La llevo hasta el poste y la correa fue atada a la anilla de su collar.
El peón se marcho y al salir toco algo que había en la puerta de acceso, la noria comenzó a moverse y la joven también.
La noria cambiaba de velocidad de forma autónoma, por lo que Silvia en algunos momentos tenía que correr. Así pasó la mañana. Lo peor era el calor ya que el sol calentaba. La dieron agua de vez en cuando en una especie de cubo corto donde tenía que meter la cabeza.
Suponía que ya debía ser más del medio día, cuando otro hombre fue a por ella y la llevo a la cuadra.
-Ya sabes dónde está la comida y el agua –le dijo- La dueña ha dicho que descanses por la tarde.
La verdad es que tenía hambre, no había comido nada desde la noche anterior. Fue al comedero y aunque estaba sola y con las manos sueltas decidió arrodillarse y comer directamente no fuera que la estuvieran vigilando, además así se acostumbraría, ya que sabía perfectamente que ese era su sino.
Paso la tarde sola, dormitando en su establo.
Cuando estaba empezando a anochecer aparecio la ama con la perra y acompañada por dos hombres.
-Anoche tú y la perra os lo pasasteis bien –más que pregunta era afirmación-
Silvia abrió mucho los ojos pero no dijo nada, recordando lo que le había dicho Kira.
-Contesta yegua.
-Si señora.
-Eso quería –dijo- la perra debía estar muy caliente y tú tenías relajarte un poco. Espero que te gustara.
-Mucho Señora.
Su dueña le acaricio el pelo y la mejilla. Luego hizo una seña a los hombres y estos procedieron a llevar a Silvia de la correa hasta el final de la cuadra. La ataron a una mesa que había al final de la cuadra con las piernas muy separadas.
-Vamos a embellecer a la yegua –dijo la dueña-
Uno de los hombres abrió un maletín. La joven vio como tendía algo a la mujer y ésta lo paso por su pezón izquierdo. Sintió algo frio. Era alcohol para desinfectar la piel. Tendió la mano y el hombre le puso una aguja.
Su ama le estiro el pezón y se lo punzo, haciendo un agujero que lo traspasaba. Un fuerte grito salió de la garganta de la joven y sus ojos se llenaran de lágrimas.
--Dame el anillo –pidió-
Se lo puso en el pezón. Luego procedió con el otro de la misma manera. Cuando termino le dijo a la yegua:
-Son unos bonitos anillos de oro, me gusta que mis animales luzcan bellos. Espero que no hagas que te los cambie por unos de hierro.
- Mañana habrá que depilarte el sexo, me gusta que no tenga nada de pelo.
-Esto te va a escocer –prosigo- pero es necesario.
Con una gasa mojada en alcohol desinfecto toda la zona próxima a su coño. Silvia volvió a gritar cuando los labios vaginales fueron mojados y algo de alcohol le entro en la vagina. Pero este grito no fue nada con los que emitió cuando los labios externos fueron perforados y anillados de igual manera que los pezones.
Los tipos la desataron. La joven pensó que ya habían terminado y el dolor iba pasando. La ataron otra vez pero boca abajo y con las piernas colgando con los pies apoyados en el suelo. La inmovilizaron.
-¿Está preparado? –Pregunto la mujer-
Le pasaron un hierro candente con la marca del rancho. Se lo enseño a Silvia, acercándoselo a la cara. Noto el calor que despedía. Imaginó lo que iba a ocurrir. Sin poder dominarse comenzó a suplicar que no la marcarse.
-Silencio –ordeno la ama-
Pero la joven no callo. Enfurecida, la mujer, pillo una fusta que había en la cuadra y comenzó a azotar el culo de Silvia. Uno tras otro los fustazos, cada vez más fuertes, arrancabas alaridos de la joven yegua mientras que pedía que parase.
Cuando se canso, pido el hierro de marcar, que estaba de nuevo caliente. Lo aplico sobre la nalga derecha y lo apretó durante unos interminables segundos. Cuando lo retiro quedo una profunda marca y el olor a carne quemada. Silvia había perdido el conocimiento.
Le curó y aplico una pomada para quemaduras. Los hombres llevaron en brazos a la yegua a su establo que ya estaba recuperando la consciencia y salieron de la cuadra.
La perra estaba atónita ya que era primera vez que veía el marcado de una res.
-Kira –dijo la dueña- te quedas con ella esta noche. Le curas dos veces más. Procura que se relaje.
Diciendo esto salió de la cuadra.
Una vez solas, la perra abrazó a la yegua, acariciándola y consolándola. Le obligó a comer y tuvieron un sexo tranquilo con dos o tres orgasmos cada una.
Por la mañana les despertó el ruido de la puerta, estaban abrazadas y así las vio su ama.
-Veo que has cumplido mis órdenes –le dijo a Kira, mientras que le acariciaba la cabeza-
Vigiló el proceso de cura de la marca al hierro. Está bien oyó Silvia que decía. Luego miro los anillos.
-Quedan muy bien ¿verdad?
La perra contesto con un ladrido y una sonrisa.
- Te compre porque me encapriche de ti –le dijo a Silvia- Todo animal tiene un nombre y he decidido que el tuyo sea Capricho, ya que eso eres.
Silvia hizo un movimiento de cabeza como si afirmara.
De una bolsa que portaba saco lo que parecía un montón de correas. Quito a Capricho el collar de cuero que portaba y en su lugar le puso uno metálico, mucho más fino y con dos anillas en la parte anterior y posterior.
La joven aprecio que era un poco más pesado que otro pero mucho más cómodo.
La dueña engancho una correa en la anilla delantera y la dejo caer entre los pechos de la yegua. Luego la pasó entre sus piernas y tensándola la sujetó a la anilla posterior. Esta correa tenía varias anillas a lo largo de su longitud.
Otra correa, un poco más ancha, se la puso por debajo de los senos, ajustándosela con lo que consiguió realzar las tetas.
Le tendió un par de botas y le dijo:
-Póntelas, las usaras para el entrenamiento, en cuanto estés de vuelta a la cuadra te las quitas.
-Esta será la vestimenta habitual que usaras. En determinadas ocasiones serás adornada con otras cosas.
Siempre desnuda, pensó Silvia. A pesar de todo lo que me ha ocurrido últimamente me avergüenza estar desnuda ante la gente.
-Ahora come y bastante, te hará falta. Vendrán a buscarte para el entrenamiento.
Agarro la correa de la perra y se marcharon.
El entrenamiento de los primeros días consistió en hacerla andar, trotar y galopar en la noria giratoria. Cuando flaqueaba era ayudada por una fusta. El calor era insoportable, ya que llegaba un momento que en todo el redil daba el sol. El hombre que estaba a su cuidado la daba agua con bastante frecuencia, cosa que Silvia agradecía. Fue cogiendo un bonito color moreno. Por la noche caía rendida en la paja de su establo. No volvió a ver a su ama.
Lo que peor llevaba era tener que hacer sus necesidades enganchada a la noria como si fuera un caballo, bueno en realidad eso era para todos los habitantes del rancho.
Estaba claro que querían que sus piernas cogieran fuerza y lo estaban consiguiendo. A media mañana del quinto día, tras un alto para beber, el cuidador le puso una especie de mochila en su espalda, en la parte baja, hacia su grupa. Era algo pesada.
Volvió a poner en marcha la noria. Fueron varios días los que entrenó con la mochila y cada día le ponían más peso.
A Capricho, la yegua, le costaba más moverse, sobre todo a la hora de correr aunque no tardo en coger más fuerza y velocidad.
Cuando la llevaron al abrevadero para comer y descansar un rato antes de seguir por la tarde, casi se quedo dormida.
Para su sorpresa fue conducida a la cuadra. La esperaba su ama. Vio un carricoche, su cuidador la engancho al mismo. Las manos atadas a las barras laterales.
Su dueña le puso un casquete de correas en la cabeza del que sobre salía una pluma roja. Llevaba un bocado de freno para la boca de la joven yegua. Era incomodo y como pudo comprobar al rato de llevarlo se le entumecieron los músculos faciales y babeaba mucho al no poder cerrar la boca. Llevaba unas correas que luego supo que eran las riendas.
El cuidador la saco al patio. Su ama se subió al carro. Capricho estaba alucinando, suponía que tendría que pasear a su dueña tirando de un carrito. Era de locos, pero que se podía esperar de una mujer que tenía una mascota humana.
-Arreeeeee –oyó decir al mismo tiempo que sintió un suave latigazo en su espalda-
No lo dudo, comenzó a caminar, tirando del carricoche.
Dieron unas vueltas por el patio de las instalaciones. Observo a Kira que no dejaba de mirarla con una sonrisa y moviendo la cabeza como diciéndole que lo hacía bien.
Enseguida entendió las órdenes que su ama le daba con las riendas. Eran fáciles, si el bocado iba a la derecha ella debía girar hacia ese lado, si era a la izquierda pues a la izquierda, cuando el freno se le hundía en la boca era aminorar la marcha y si la dueña tiraba más significaba parar. De vez en cuando le daba un latigazo aunque hubiera hecho bien las cosas. La mando parar y llamo a la perra. La hizo subir en la parte trasera. Salieron del recinto de casas y por un camino de tierra bordeado de arboles fueron caminando. En un claro junto a un riachuelo la mando parar.
Su dueña bajo del carro, le quito la barra del freno y le ofreció algo en su mano. Capricho tuvo que bajar bastante la cabeza ya que la mano estaba baja. Le pareció que era un trozo de una barrita energética.
-Lástima que no te puedas ver un espejo, se te ve bonita –dijo la mujer-
Le dio otro trozo de dulce y le acaricio el lomo y la grupa. Soltó las anillas de sus muñecas y quedo desenganchada del carro. Luego se acerco al agua y se sentó junto a un árbol.
La yegua dio unos pasos por la zona. Se estaba bien y se fue relajando. Tenía sed por lo que se arrodillo junto al riachuelo y comenzó a beber. Vio la cara de satisfacción de su ama. Kira se acerco y comenzó a jugar con Capricho.
Se hizo la hora de volver. Retomo el camino en sentido contrario. Al rato su dueña la arreo otra vez, indicación de que acelerara el paso. Lo hizo pero su ama quería más, por lo que sintió varias veces el látigo en su lomo. Estaba vez fueron más fuertes que las anteriores.
Capricho comenzó a correr. Era lo que quería su ama y ella no quería más latigazos. Lo logro ya que hasta que llegaron a la cuadra no fue fusteada de nuevo.
Enseguida llego un peón para hacerse cargo del carro.
-Baña y cepilla a la yegua –ordeno- Dale ración doble de comida, que se la ha ganado.
Estaba ya en su establo, preparándose para dormir, agotada por el cansancio. Cuando oyó ruidos y en la puerta apareció la perra.
-Me ha mandando a pasar la noche aquí –dijo con cara maliciosa- Ha tenido que quedar muy satisfecha con la prueba.
Se besaron intensamente.
-Te tengo que decir una cosa que he oído –comento Kira- Quiere que cojas fuerza en la zona lumbar por eso te ponen el saco.
-¿Y no sabes para qué?
-De eso no he escuchado nada.
Se pasaron media noche follando como animales en celo.
En los días posteriores siguió el entrenamiento. Cada vez más intenso y con más peso en su espalda.
Era una soleada mañana, la yegua estaba ya preparada esperando a que vinieran a buscarla. Quien aprecio en la cuadra fue la dueña. Llevaba una barra de apariencia metálica y forrada de goma.
-Hasta ahora te has comportado perfectamente –le dijo- El entrenamiento parece que ha sido efectivo.
Capricho asintió con la cabeza.
-Hoy vamos a probar una cosa que es realidad para lo que te compre. Te juegas mucho pero confió en ti.
La joven yegua se atemorizo ante lo desconocido.
Su ama le puso el freno en la boca. Se coloco a su espalda y le indico que flexionara las piernas y que pasara una mano por debajo de su sexo para agarrar la barra.
Obedeció consciente de lo que se jugaba. No le apetecía terminar de puta criada de unos cuantos peones del rancho. Le costó trabajo. Era incomodo.
La mujer la ato por la muñeca a la barra.
-Ahora la otra mano.
La cabeza y espalda de la joven quedaron en un ángulo de unos 50 ó 55 grados respecto al eje de sus piernas. Como se aprecia en la imagen.
A continuación se subió a la grupa del animal y le arreo por la cuadra. Le constaba mucho caminar pero no flaqueo. Cuando ambas tomaron confianza, su ama la guio al exterior. Dieron varios paseos por la explanada parando de vez en cuando, pero la señora no se bajo de su yegua.
La guio hacia la cuadra. Desmonto y le libero las manos. Le acaricio el pelo.
-¿Te gusta el sexo con la perra? –le pregunto de pronto-
No podía hablar, por lo que su ama le quito el freno y le autorizo a hablar.
-Si ama, me gusta.
Le dio una golosina.
-Ya pero te falta algo, a ti te gustan más la pollas.
-Cierto –contesto la yegua-
-Como te habras dado cuenta a mí solo me gustan las mujeres y a mis animales solo los cruzo con otras hembras.
-Contigo –prosiguió- voy hacer una excepción. Si en quince días eres capaz de llevarme a vigilar mis tierras sin ningún tipo de problemas, una noche te enviare unas cuantas pollas para que se sacies y te despidas de ellas para siempre.
Hizo una pausa prolongada.
-Si no lo consigues pasaras a ser una esclava de cabaña. Atenderás a cinco peones en todo, incluido el sexo, pero tú no gozaras ya que antes tu clítoris será inutilizado para que no sientas nada.
La joven quedo horrorizada antes la disyuntiva. Sabía que no podía hacer nada para impedirlo salvo cumplir con su ama.
La dueña comenzó a tocarle los pechos. De vez en cuando tiraba de los anillos de sus pezones. Cuando menos lo esperaba la beso en la boca. Su vagina comenzó a segregar jugos. Su ama tenía que estar muy contenta para que la masturbara. Comenzó a suspirar.
Suspiros que se trasformaron en gemidos de placer cuando fue penetrada por los dedos de su ama.
Desde luego que sabía hacer gozar a una mujer. Se notaba que era lesbiana. Fue el mejor orgasmo que una mujer le había dado y últimamente había probado con varias.
Cuando se quedo sola decidió que desde luego iba a lograr en quince días llevarla por todo el rancho.
Se esforzó al máximo para coger fuerzas, su cuerpo cada vez se hacía más musculoso y fuerte. Notaba como cada vez le costaba menos cargar con pesos o tirar del carro.
Las dos semanas pasaron rápido. La dueña se presento una mañana con un mozo y Capricho fue preparada. Estaba nerviosa pero al mismo tiempo segura de superar la prueba.
Fue montada por su ama y salieron del establo enfilando el camino hacia el campo. La joven yegua se sentía bien. Su montura no pesaba tanto como otras cargas que había llevado durante el entrenamiento.
Recorrieron varias zonas de cultivo. Su ama paraba y sin apearse hablaba con los encargados. El camino lo hicieron al paso, al trote y algún tramo al galope.
A media mañana hicieron un alto junto a un riachuelo. La mujer descabalgo y la quito el freno. Capricho fue inmediatamente al agua. Se refresco y bebió. Su ama la obsequio con una barrita energética.
Volvieron a la casa a la hora de comer. Un mozo llevo a la yegua a la cuadra, donde le quito los arneses y correajes. Luego fue a comer y se tumbo en su establo a descansar. No estaba agotada pero casi
Por la tarde no fueron requeridos sus servicios.
Estaba cenando cuando la dueña entro en el establo. Rápidamente se dirigió a hacia su ama.
-Muy bien Capricho –dijo la mujer, mientras que le acariciaba el pelo- confiaba en ti y no me has defraudado.
Como gesto de agradecimiento la joven acaricio con su mejilla el brazo de la dueña.
-Como lo prometido es deuda –prosiguió- Esta noche te visitaran varios hombres hasta que tu digas basta.
Al oírlo, Capricho, sintió como una descarga por su cuerpo. Lo deseaba, pero sabía que a su ama no le gustaban los machos.
Sin pensarlo comenzó hacer gestos indicando que deseaba decir algo, la mujer lo entendió y le dio permiso.
-Ama –dijo la equina- renuncio a los machos.
- ¿Y eso? –preguntó-
-Por que se que no te gusta eso y prefiero renunciar al premio pero que estés contenta.
- ¿Te gustaría otro casa?
-Claro ama, pero es imposible –dijo la yegua-
-A ver dime ¿Por qué es imposible?
-Me gustaría que el premio fueras tú, pero sé que no lo haces con animales.
-No es imposible pero si muy difícil.
-Ama si quieres premiarme con un beso sería suficiente.
Sin decir nada la mujer se puso de puntillas y deposito un casto beso en la frente de la yegua.
-Gracias, me has hecho feliz –dijo con lágrimas en los ojos-
La dueña se asomo a la puerta y dio un silbido. Al poco apareció la perra.
-Entra –dijo- Desde hoy cuando no seas requerida en la casa pasaras la noche con Capricho.
La mascota comenzó a besar las botas de su ama. Era su forma de agradecerle lo que había dicho, por que se había enamorado de la yegua. Capricho la imito