SECUESTRADA (y 4)

Una penosa experiencia como consecuencia de mi infidelidad.

SECUESTRADA (y 4)

Una penosa experiencia como consecuencia de mi infidelidad.

Mis hijos han cenado y se han acostado. Me llevo el portátil al dormitorio para seguir indagando sobre las cosas que mi marido me hizo para vengarse de mi infidelidad. Busco algo concreto que no sé si grabaron. Me moriría de vergüenza si Celia lo hubiera visto.

Pero sí. Encuentro el video en el que el llamado Gordo y ante un grupo de gente me somete a la mayor degradación. Y sí. También allí, presente, en primera fila, estaba Pedro. Mi marido. Viendo y participando en aquella atrocidad. Además del video encuentro un fichero de texto con los comentarios que realiza Pedro.

Ana entró en la sala acompañada de dos jovencitas. Altanera, muy digna… Jajaja. Desnuda, atada con cadenas plateadas en las muñecas. Con la cabeza cubierta para que no viera nada, para que no pudiera saber lo que le esperaba. Solo una abertura a la altura de la boca para facilitar las felaciones.  El salón estaba acondicionado para que todos los presentes pudieran observar con todo lujo de detalles lo que allí ocurriría. Y para que participaran en la fiesta.

Colocaron a Ana en una especie de potro bajo, como un sillón sin respaldo y sin brazos, de forma que sus rodillas apoyaban ligeramente en el suelo. El vientre y el pecho sobre el soporte. Las dos jovencitas ataron sus muñecas a las patas delanteras y las rodillas, muy separadas, a las traseras, lo que la obligaba a ofrecer sus orificios sin poder moverse.

Las chicas, también desnudas, ofrecían sus servicios a los participantes, que habían pagado fuertes sumas de dinero por asistir al espectáculo.

Me acerqué a Ana y acaricié su espalda con mis manos, sus caderas, los pechos, aunque aplastados sobre el mueble, eran accesibles y los pellizqué…

Después azote con una vara los lomos de mi querida esposa. Tras esto invité a los participantes a follar con mi mujer por donde quisieran.

Al terminar pasamos a la segunda fase…

En el video contemplo como mi marido me retuerce los pezones hasta hacerme gritar de dolor. No contento con ello se acerca a una de las paredes y de un tablón, colgado, coge una vara como de un metro de largo, con la que golpea mi espalda una y otra vez. La cámara, en manos de algún sádico, se acerca para mostrar con claridad los verdugones rojos.

Deja de azotarme y sin mediar palabra alguna, se forma una fila de hombres, unos diez, eran la mayoría y cuatro mujeres. Todos desnudos, acariciándose los miembros, incluidas ellas, que portaban falos montados en arneses.

Uno a uno pasaban por mi sexo o mi ano, me penetraban y eyaculaban sobre mi espalda. Después se colocaban delante para que con mi boca limpiara los restos. Incluso alguno se corría de nuevo en mis labios.

Cuando se saciaron con mi cuerpo pasaron a la segunda fase. Como comenta Pedro…

Hubo un raro silencio en el ambiente. Yo estaba muy atenta a todo lo que ocurría a mi alrededor, no escuchaba nada… Unos bufidos extraños y desconocidos y un ladrido me erizaron el cuerpo entero. El escalofrío fue muy intenso. Pensé que era el fin. Sería devorada por los perros… Fue peor… Algo frio hurgaba en mi rajita, en el culo… Una lengua áspera y caliente recorrió el canal desde mi clítoris hasta la rabadilla, una y otra y otra vez…

Grité, chille, hasta quedar afónica. Tenía pánico a los perros, era algo insoportable para mí. Y allí estaban aquel animal, que tras lamerme durante un tiempo que me pareció eterno, me montó. Tras varios intentos logró penetrar mi vagina y bombeó hasta descargar su semilla en mi interior. El bulbo impedía el desenganche del animal, pero quizás debido al brutal tratamiento a que había sido sometida, pude hacer presión hasta expulsar aquel trozo de carne.

Quedé exhausta, pero no habían terminado conmigo. Había otro perro, porque al tiempo que me montaba uno otro me lamía la cara.

Vi, en el video, como mi marido sujetaba al can sobre mi espalda para que me penetrara. Como ayudó, con sus propias manos, a introducir la descomunal verga del animal en mi recto.

¡Se reía, el muy cabrón, se reía! El video mostraba su verga erecta. Mi tortura le excitaba… Con mi sufrimiento, con la degradación a que me sometía, ayudado por los degenerados que lo acompañaban.

Por cierto en el video pude reconocer a uno de los presentes. No me había dado cuenta antes. Era un amigo suyo de la universidad, un golfo, solterón y putero, según Pedro.

Hice retroceder las imágenes hasta localizarlo de nuevo.

Ver cómo me poseía y palmeaba mis nalgas, como descargaba su lefa en mi espalda y como acudía presto a introducir su verga en mi boca, me provocó nauseas. Tuve que salir corriendo de mi habitación al baño donde vomité.

De rodillas en el suelo ante el WC, lloré, lloré amargamente.

Una mano acarició mi cabeza. Me volví, era Celia.

— ¿Te encuentras mal, mamá?

Negué con la cabeza y me levanté para enjuagar la boca. Celia se abrazó a mi espalda.

— ¡Mamá yo te quiero! ¡Y te odio! Es algo que no me deja vivir en paz… — Su carita apesadumbrada me enternecía.

— Lo sé y te comprendo mi vida. Pero las cosas del corazón son así. No podemos decidir a quién amar u odiar o las dos cosas.

— ¿Pero qué me pasa mamá? Te odiaba por engañar a papá, ahora odio a papá por lo que te hizo, por su venganza. Se pasó de la raya. Y matar a tu…

— Mi amante, puedes decirlo Celia. Es lo que era. Y ahora, después de lo que he visto, de lo que tú también has visto, que ha hecho tu padre. La frialdad con que lo ha planificado todo. Pienso que… Está muy bien donde está. Y espero que se pase muchos años en la cárcel. Y lo siento por ti. Porque es tu padre y lo quieres, pero su falta de respeto a algo tan esencial como la vida humana y la dignidad de las personas, me llevan a pensar en que no quiero volver a verlo, nunca más.

— ¡Mamá! ¿Cómo puedes hablar de la dignidad de las personas cuando tú te has comportado como una…?

— Dilo, hija… Como una puta… Pero hay algo que debe quedarte claro. Lo que yo hacía con Javier era algo voluntario. Buscábamos placer y nada más. No obligábamos a nadie a hacer nada que no quisiera. No sé qué habría ocurrido si tu padre no se hubiera enterado de nada. Podría haber quedado todo en una aventura pasajera, o quizá nos hubiéramos separado. No lo sé… No lo sabremos jamás. Por qué Javier está muerto. Porqué tu padre lo asesinó y…

— ¿Has visto todos los ficheros? — Pregunto pensativa.

— No, no he podido verlos… ¿Por qué?

— Te has quedado en el de los perros ¿Verdad? — Me sorprendió su pregunta.

— Sí, ¿Cómo lo sabes?

— Lo suponía. A mí también me asqueó y tuve que vomitar — Afirmó.

Intuí que había algo más, algo que yo no sabía. Algo muy grave.

— Vamos te acompañare para que veas lo que papá te tenía preparado — Me preocupaba su seriedad.

Ya en mi habitación nos sentamos en la cama y continué viendo videos con lo que me hicieron. La sesión en la sala de torturas donde nos dejaban caer en la piscina al pobre muchacho y a mí. Los comentarios de Pedro no dejaban lugar a dudas. También lo presenció y participó en la orgia.

Me ha sorprendido la facilidad que tiene Ana de correrse en los momentos más estresantes. El chico con el que la emparejaron casi se muere del miedo y es lo que le hizo eyacular, pero ella, se meó y se corrió con la mayor tranquilidad del mundo. Fue alucinante. Pero la felación que me propinó, fue ya el acabose. Me chupaba a mí y mientras le daban por el culo y ella tan tranquila. Creo que hasta lo disfrutaba…

Pero lo que me dejo perplejo fue como ayudo al chico cuando yo la sodomizaba. Me dejó perplejo viéndola chupar la almeja de Sara, una vieja a la que tengo atravesada. Es uña y carne con el Gordo y le compró los derechos sobre Ana, sin consultarme. No pude evitar que se la llevara. Me dieron diez mil euros por ella. No estaba de acuerdo pero no pude negarme. Oponerme al Gordo podría suponer mi muerte.

Mi intención era que el Gordo y sus amigos llevaran a cabo una de sus orgias y en ella acabaran con Ana… Lentamente… Haciéndola sufrir, mucho, mucho tiempo… Y que yo pudiera asistir y  participar. Hay unos pasajes de “Juliette o las prosperidades del vicio”, del Marqués de Sade, que los muy locos quieren llevar a la práctica. Ana sería ideal para esos planes y yo me quitaría un peso de encima.

Pero mis planes se han truncado.

Acaban de darme otra noticia. Sara ha vendido a Ana y no sé a quién. Tengo que averiguar dónde está. Corro peligro si Ana vive… He de hacerla desaparecer.

No podía creer lo que acababa de leer. ¡Pedro ma quería muerta! Deshacerse de mí, como si yo fuera un artículo de usar y tirar…

Por fin he averiguado donde está Ana. La compró una pareja de… Nuevos ricos que se están iniciando en esto del BDSM… Imbéciles… Si es necesario me los cargaré a ellos también. Tengo que hacerme con Ana… Cometí un error al confiar en el Gordo…

¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!. Se han enterado por el Gordo que los estoy buscando para quitarle a Ana. ¡Y la han soltado! Me ha llamado la policía para decirme que la han encontrado… Tengo que interpretar bien mi papel para que no sospechen de mí.

Ya la tengo en casa. Si supiera cuanto la odio. Como deseo su muerte. Encima, la muy cerda se ha tomado en serio lo del folleteo y me busca, quiere que la folle.. Se ha convertido en una autentica perra. La he sorprendido masturbándose en el baño. ¡Se mete la mano en el coño como si nada…! ¿No se da cuenta que me da asco? ¿Que tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no vomitar cuando la beso? Menos mal que mi trabajo me aleja de ella unos cuantos días a la semana…

Tengo que planificar bien su “accidente”. Después me marcharé con mis hijos a Barcelona. Allí comenzaré de nuevo y convenceré a Celia para que se convierta en mi putilla particular…

Celia me miraba de forma extraña… Se le llenaron los ojos de lágrimas y se echó en mis brazos llorando desconsolada.

— ¡Yo denuncié a papá! Quería matarte mamá, yo lo supe y no lo podía permitir… Te odiaba por lo que habías hecho pero también te quería y no podía consentirlo. Cuando leí esto no sabía qué hacer, así que llamé a la policía desde una cabina disimulando la voz y les dije que buscaran en el pozo que hay cerca de la cabaña en el coto donde cazaba papá. Les indiqué donde estaba. Yo lo sabía porque papá me llevaba con él a cazar. Les dije que allí estaba el cadáver de un hombre. Que vi un coche, del que anoté la matrícula y que un hombre sacaba un cuerpo lo metía en la cabaña y después salía y lo arrojaba en el pozo. Les di la matrícula del coche de papá y colgué. Me marché de allí con el tiempo justo, por qué enseguida llego un coche de la policía, pero yo me marché sin que sospecharan.

— ¡Hija mía, cuanto padecimiento y cuanto dolor he traído a esta familia! No sufras más mi amor. No eres tú la culpable. Soy yo… Solo yo, la responsable de nuestras desgracias. Has hecho lo que debías hacer y tengo que reconocer que has sido muy valiente. Gracias a ti estoy viva y aunque tu padre esté en la cárcel… No lo conocíamos. Es una mala persona sin conciencia, inhumana, capaz de matar y disfrutar con el dolor de los demás. Es un psicópata, no se arrepiente, no teme las consecuencias de sus actos, no le importan… ¡Incluso planeaba seducirte!… ¡A ti, su propia hija!… Mi vida, tendremos que vivir con eso. Aceptar lo ocurrido y tratar de seguir con nuestras vidas…

Derrotadas, cansadas, nos dejamos caer en la cama abrazadas y nos quedamos dormidas.

La luz diurna se cuela por la ventana de la habitación. Mi hija, a quien quiero con locura, daría mi vida por ella… Duerme a mi lado… La pobrecilla ha tenido que afrontar situaciones muy arduas y es una niña… Ha tomado decisiones duras y peligrosas, para ella y para todos nosotros. Y le debo mi vida. Pedro no hubiera dudado en matarme, simulando un accidente o de cualquier forma que no lo comprometiera.

Es hora de levantarse. Preparo el desayuno para mis niños. Se marchan al colegio.

Al quedarme sola, me siento ante el ordenador y conecto el pendrive de nuevo. Anoche vi unos ficheros extraños con fechas antiguas. Intenté abrirlos pero me pedían una clave de acceso. Estaban codificados. Probé con varias hasta que di con ella era Celia, el nombre de mi hija con minúsculas. La información que había era extraña. Series de números, cifras que parecían cantidades… Pero ¿De qué?

Parecían algo así como asientos contables. No tenía claro qué era aquello, pero lo tendría que averiguar.

Hice un volcado del pen al disco duro del portátil y dejé el pendrive donde estaba, en el falso techo del baño.

Al hacer el volcado vi unos ficheros de mayor peso en formato MP4. Abrí uno de ellos y tras unos minutos viéndolos… Me horroricé. Eran del tipo BDSM en los que participaba Pedro… Tal y como me trataron a mí, en la mansión del Gordo, pero sin cubrir la cabeza de la víctima. Era una muchacha muy joven. Entre tres hombres, uno de ellos… Muy gordo… Otro creí reconocerlo, era el que cuidaba de mi en la mansión del Gordo, el que se aprovechaba de mi en los intervalos entre sesión y sesión, el tercero era mi marido… Usaban y maltrataban a la pobre chiquilla sometiéndola a autenticas torturas. Y se veía que no fingía al gritar e intentar liberarse de las ataduras. Se me revolvió el estómago. Aceleré la reproducción de la grabación y casi en el final… No pude verlo. Apague el ordenador. Un sudor frio me bañaba el cuerpo… No era una película normal. En ella torturaban y mataban a personas de verdad…

Las otras grabaciones eran del mismo tipo, pero manipuladas de forma que los rostros de mi marido y los otros dos estaban difuminados. No se veían. Apagué el ordenador y lo llevé a mi dormitorio. Lo guardé en el armario. No quería que mi hijo lo encontrara y viera lo que allí había.

Llaman a la puerta. Lo que había visto me trastornaba, abrí sin pensar en mi seguridad… Un hombre con un casco de motorista se abalanzó sobre mi me puso un pañuelo en la cara y…

Desperté en mi cama, estaba desnuda, dolorida… Me habían violado de nuevo ¿Cuándo terminaría la pesadilla? Me levanté y fui al baño, necesitaba una ducha.

Toda la escayola del techo estaba rota en el suelo. Sabían dónde buscar y habían encontrado el pendrive…

El portátil seguía donde lo guardé. Me duché, me vestí y llamé a la policía.

El inspector que me tomó declaración me dio una tarjeta para que me pusiera en contacto con él, si recordaba algo más. Se presentó en casa media hora después acompañado por otro inspector y dos guardias uniformados,

Le expliqué lo que había ocurrido y le mostré la información que tenía en el portátil. Se lo entregué…

— Ana… Tengo que darle una noticia…

— ¿Qué ha pasado? ¿Le ha ocurrido algo a mis hijos?

— No Ana, tranquilícese. Sus hijos están bien pero Pedro, su marido… Apareció ahorcado anoche en su celda… — Me mareé, el policía tuvo que sujetarme para que no me cayera al suelo.

— ¡Dios mío, sigue la pesadilla! — Me violan en mi propia casa, mi marido se suicida… ¿Cuándo va a terminar esto?

— Bueno… Verá… Al parecer no se suicido, lo suicidaron… Después de torturarlo. Probablemente querían saber dónde estaba la información que tenía y por eso vinieron a por el pendrive. Por eso sabían dónde buscar… Por otra parte…

— ¡Qué! ¡Dígame lo que sea!

— No se altere… No debía decirle esto pero después de lo ocurrido… Creo que la dejarán en paz… Su marido trabajaba para una organización que se dedicaba al tráfico de personas. Seguramente les facilitaba el blanqueo de dinero procedente del negocio. Por lo que he podido ver, en los ficheros, hay números de cuentas cifradas y depósitos en paraísos fiscales. Del resto nos encargaremos nosotros.

Se despidieron y se marcharon… Me preparé algo de comer…

Llegaron mis hijos que se asustaron cuando una vecina les dijo que la policía había estado en casa.

— ¡¿Qué ha pasado mamá?! — Pregunta Celia alterada.

— Sentaos… Tenemos que hablar… — Intenté rebajar la tensión… No sabía cómo darles la noticia.

— Pero ¿Nos vas a decir que ha pasado? — Demandó Miguel.

— Sí, veréis, vuestro padre ha tenido un accidente…

— ¿Un accidente? ¿En la cárcel? ¿Qué tipo de accidente? — Celia hablaba con voz serena.

— Ha… Muerto…

— ¡¿Cómo?! ¡¿Papá ha muerto?! ¿Cómo? ¿Qué le ha pasado? — Miguel gritaba y lloraba al mismo tiempo.

Celia me miraba con tristeza pero tranquila.

— Lo han encontrado… Bueno… Al parecer lo han asesinado. Nos engañaba. Trabajaba para una organización mafiosa que traficaba con personas. Antes o después hubiera ocurrido algo así. Ahora me explico por qué hizo lo que hizo con Javier y conmigo con tanta frialdad… — Les aclaré.

— Mamá… Es duro decirlo, pero en el fondo me alegro… Yo temblaba al pensar que haría cuando saliese de la cárcel… Sobre todo… Que te haría a ti y a mí, si se llega a enterar de mi denuncia… — La madurez de mi hija me sorprendió.

En la prensa aparecieron una serie de reportajes con la desarticulación de una banda que se dedicaba al tráfico de personas, armas y estupefacientes. En las fotos que se publicaron pude reconocer al Gordo y al amigo de Pedro.

Tuve que volver a trabajar. Era el sostén de mi familia. La prisión y muerte de Pedro nos dejó sin recursos. Pero una tarde de limpieza en mi dormitorio encontré pegado a la parte baja de un cajón de la cómoda, dos cartillas de ahorros. Yo desconocía su existencia. Estaban a nombre de Celia y de Miguel y tenían un saldo positivo de doscientos mil euros cada una. Aquel dinero nos vendría bien para regular nuestra economía. No me importaba su procedencia. Si denunciaba aquello se quedaría la administración con el dinero y a nosotros nos hacía falta. No tuve escrúpulos para utilizarlo.

Una mañana, tomando café en mi hora de descanso, vi entrar en la cafetería a una persona que se me quedó mirando de forma extraña. Disimulé mi nerviosismo. De alguna forma le reconocí… Era mi “cuidador”.  El hombre que se portó amablemente conmigo en el tiempo que pasé en la mansión del Gordo… Él también me había reconocido. Cuando se acercó a mi lado derramé el café. Mis manos, mi barbilla, temblaban…

— No te asustes Ana… No quiero hacerte daño. Ha sido una casualidad encontrarte aquí, entré a tomar algo y me sorprendió verte… Y me alegró… Me caías bien, comprendo que para ti no fuera agradable y lo siento. Era parte de mi trabajo pero…

— ¿Era parte de tu trabajo violarme? ¿Qué quieres de mí? — Temía la reacción de aquel hombre. No sabía cuales podían ser sus intenciones pero sospechaba que no muy buenas.

— Lo siento Ana. He pensado mucho en lo que ocurrió contigo… Tú no eras como las otras. Contigo sentí algo especial y… A veces he pensado en buscarte y pedirte perdón por lo que te hice. Pero también pensaba que a ti no te haría mucha gracia… Por eso no lo hice. Lo de hoy ha sido una casualidad. Lo siento… De corazón. Me marcho y no me verás más — Hizo ademan de marcharse pero lo detuve.

— Espera… No te vayas aún… Yo… — Ya no temblaba, el miedo había desaparecido.

Un aluvión de sentimientos encontrados bullían en mi mente. Me sorprendí a mi misma excitándome ante la idea de volver a ser poseída por aquel hombre…

— Si quieres… podemos vernos en un sitio más tranquilo… Hablar… — Me embriagaba su mirada tierna, la misma que cuando acariciaba mi cuerpo sometido, atado a la cama.

Un cosquilleo en mi sexo, una descarga de fluidos y mi braguita se empapó. Acarició mi mano y ya no pude soportarlo más.

— Ven… Vamos a mi casa… — Le dije sin pensar en las posibles consecuencias de lo que le proponía.

Sorprendido me cogió amablemente del brazo y salimos a la calle…

— Tengo el coche aquí cerca, vamos — Le dije.

Abrí la puerta y entramos en tromba, cerrando a continuación… Me desvestí en un abrir y cerrar de ojos, cuando lo miré también él estaba desnudo, su verga en total erección. La recordaba grande, larga y de un grosor excepcional, pero ahora me parecía mucho mayor. Me levantó por las axilas, me apoyó contra la pared, me besaba con auténtica pasión. Su lengua recorría el interior de mis labios. Mis pies no llegaban al suelo me tenía en volandas… La penetración fue lenta, muy lenta, exasperante. Yo intentaba introducirla hasta el fondo de golpe. Pero él dominaba la situación, me dominaba, sabía lo que hacía. Dos o tres golpes más de su verga y un trallazo de placer recorrieron mi cuerpo, desde el sexo irradiaba hacia las piernas, hacia mi vientre y senos, a mi cabeza.

— ¡AAAGGGG! — Grite, sin importarme que pudieran oírme los vecinos.

El orgasmo se mantenía, bajaba y subía en intensidad. Él no dejaba de bombear con parsimonia. Con tranquilidad. Me sujetaba por mis nalgas y me subía y bajaba sobre su verga como si fuera una muñeca. Arañe su espalda, golpeé su culo con mis talones, abrazando su cadera con mis piernas…

Rodeando su fuerte cuello con mis brazos, me llevó con su pene dentro de mi vientre, hasta mi dormitorio… Sin dudar… Me depositó en la cama, me giró hasta colocarme en cuatro y de nuevo bombeó mi sexo como un poseso. Descargó en mi interior. Yo estaba como poseída. Mis orgasmos se sucedían sin solución de continuidad. Quedé desfallecida, como en una nube. Él acariciaba mi cara, mis labios con sus dedos. Provocaba sensaciones indescriptibles cuando rozaba los pezones que se erizaban.

— Quiero tu culito Ana. Ponte boca abajo…

— No, está sucio y no me gusta así. Por cierto… Con lo que hemos follado y aún no sé cómo te llamas…

— Tienes razón… Discúlpame allí no te lo podía decir, pero hoy… Ha sido un fallo mío… Me llamo Carlos.

— Mucho gusto Carlos… Sí, me has dado mucho gusto… Jajaja. Y voy a complacer tu deseo. Tendrás mi culito, pero antes me ayudaras a limpiarlo. Como me lo hacían en la casa. Te vi espiando cuando me lo preparaban aquellas chicas. ¿Te gustaba?

— No lo sabes bien… Porque después de lo que te hacían te llevaban de nuevo a la habitación y entonces eras solo mía… Te limpiaba, trataba de curar tus heridas y si me aceptabas te poseía. Eran los mejores momentos… Para mí. Lo que aún no sé es lo que significaban para ti.

— ¿No lo percibías? Tus cuidados, las caricias al extender la pomada sobre mi piel lacerada me excitaba. ¿O por qué crees que estaba tan húmeda cuando me penetrabas?

— No lo sabía. Lo que sí puedo decirte es que yo sabía que tu marido quería acabar contigo. Y en cuanto tuve la primera oportunidad de sacarte de la casa lo hice. Yo aconsejé al Gordo que te vendiera. Era la única forma de salvarte de una muerte cierta y muy, muy, dolorosa. Yo ya había presenciado algunas de las fechorías de esa gente.

La revelación me hizo recordar. Me levante y me dirigí al baño. Carlos quiso seguirme pero me negué. Aquello debía hacerlo sola. Eso sí, dejé la puerta entreabierta…

Fin