Secuelas (04: Verdad o Mentira)

La siguiente parte de esta alucinante historia. Descubrimos verdades y mentiras que desde un principio nos tenían intrigados, aunque era obvio, esto es sacado de la boca del creador del hecho...

Secuelas 04: Verdad o Mentira

Lucas juró nunca mencionarlo. Quizás había momentos en la vida en que uno debía de traicionarse a sí mismo y dejar la inmadurez de lado para poder afrontar con todo su alma lo que realmente pasó. Porque en verdad pasó y no fue un simple juego de su mente, como creyó en un primer momento. Ahora su hermano sabría la verdad dentro de dos días, y posiblemente tendría que no le pase lo mismo, si es que llegaba a tiempo para ello.

Éste chico se encontraba en la entrada de su gran facultad, vestido de unos jeans gastados, zapatillas y una remera corta para soportar estos días de inmenso calor que azotaban ese lugar. Tenía en esa noche un presentimiento extraño, algo que nunca había sentido. Pero en ese día no todo sería color de rosas como lo había pensado en un principio cuando se despertó.

Entrando a la facultad, casi chocó contra un chico a causa de su distracción. Era un joven de casi su misma edad, tenía el cabello corto y enrulado. Un arito hacía de adorno anti-masculino en la oreja, y en definitiva las uñas pintadas de negro no le sentaban bien. Una de dos: o era un chico de algún grupo de rock, o era gay. No había muchas alternativas.

  • Disculpa. - se disculpó Lucas ante la presencia del chico.
  • No me fijaba por donde iba.

  • No te preocupes. Creo que vamos en la misma dirección. Soy Javier. - le extendió la mano. - Me resultas tremendamente familiar. Creo que te conozco de algún lado.

Lucas miró con atención al chico por primera vez (después de haberle tendido la mano)... y para su desacuerdo también a él le parecía un rostro que había visto antes, nada más que no se ubicaba muy bien.

  • Sí... ahora que me lo mencionas... - empezó a decir. - Soy Lucas.

  • Un gusto. - concluyó Javier y inició su caminata hacia el interior de la facultad.

Después de eso no se dijeron nada más porque cada uno fue a su clase correspondiente, en diferentes aulas. Sin embargo, a la hora del almuerzo, quedó justa la casualidad de que ambos fueron a comer en el mismo restaurante de la zona. Lucas, al ver que el chico con el que tropezó hacia ya cinco horas buscaba un asiento, lo llamó de un silbido (sin hacer mucho escándalo) y éste, al verlo, se dirigió hacia él y se sentó en su misma mesa.

Empezaron una buena plática, pero aún así ninguno de los dos podía recordar de donde se conocían. Mucha ya era la casualidad al descubrir que ambos venían de la misma ciudad, y con eso les bastó para darse cuenta que posiblemente sólo se hayan visto por la calle, como sólo dos ciudadanos comunes. Cambiaron el tema sorpresivamente y hablando así entraron en el tema sexo.

  • Tuve una novia, Florencia, por unos años, cuando estaba allá. - contó Javier, mientras comía unos ravioles que había comprado. - Era unos años más chica que yo, y eso fue lo que nunca nos llevó a tener nuestra primera vez. Cuando me vine a estudiar decidimos cortar con la relación y desde allí nunca más la he vuelto a ver. Aunque eso no significó que no la haya engañado cuando estaba necesitado.

  • Jajaja. - se rió Lucas estúpidamente. - Me imagino. Sí... yo nunca tuve una relación estable con una chica. Pero debuté con una compañera de mi curso a los 15 años, en una de las aulas del curso, cuando estaba vacía!

  • ¿Y con hombres?

La pregunta a Lucas lo había dejado helado. A qué quería llegar ese chico que recién le hablaba? Le bastaba un almuerzo para querer llevárselo a la cama?

  • ¿Qué pretendes? - le preguntó, dudando.

  • No, no creas que quiero tener sexo contigo. - lo calmó Javier. - Sólo quiero saber si... bueno... alguna vez...

  • No! - contestó Lucas de un grito, luego de calmarse preguntó con mucha intriga: - Y tú?

  • Oh! Sólo una vez. - dijo, como si tal cosa. - Un puto. Tenías que ver como pedía a gritos que le saque mi verga de adentro. - Se reía ante la cara de asombro de su nuevo compañero. - No encuentro la respuesta de por qué los hombres quieren chupar pijas si después no se aguantan mientras te lo estás curtiendo (+).

  • Ummm... hay chicas que también le pasan lo mismo. - opinó Lucas, ahora esta en su postre, helado de limón.

  • No, ya sé. - repuso Lucas. - Pero a este puto lo conocí gracias a mi hermana, Celeste. Se llamaba Alejandro.

Lucas quedó paralizado nuevamente. Hubiese preferido escuchar mil veces que Javier quería acostarse con él, antes de que escuchar ese nombre que dijo. Ahora que lo miraba bien, no supo por qué no se dio cuenta antes de que ese chico, que le resultaba tan conocido: era el hermano de Celeste, la amiga de su hermano. Y lo peor del caso es que este chico le acababa de confesar que se acostó con él.

  • ¿Quién es ese chico, ese tal Alejandro? - preguntó Lucas, antes de responder. - ¿No sabes su apellido?

  • No, no tengo ni idea. - contestó el chico, que ya estaba sin comer nada y con ganas de irse. - Después de habérmelo cogido, al otro día, me fui muy temprano de esa ciudad y me vine para acá. Lo único que te puedo decir es que la chupa como la puta madre. - luego miró su reloj. - Creo que debo irme. Nos vemos pronto, adiós.

  • Adiós.

Lucas sonrió falsamente, porque, por dentro sentía mucha bronca por lo que terminaba de enterarse.

(+) Curtir: Jerga de Sudamérica que simboliza al término coger, follar o como quieras llamarlo.

*

La alcoba estaba silenciosa. Marcelo Snukia se encontraba allí, tendido en su cama muy poco arreglada, mirando un objeto dorado, ovalado y hermoso. El huevo de oro que le habían obsequiado sus abuelos estaba posando en sus manos, y era la primera vez que lo miraba con tanto detenimiento, como atontado. Había algún secreto que se cernía sobre él, y de algún modo tenía que investigar su nacimiento, de donde lo sacaron o la leyenda que tenía en su poder. Porque sus abuelos le dijeron que se lo regale a alguien que aprecia, pero... ¿por qué? ¿Era simplemente un objeto para regalarle a otra persona o realmente tenía una historia?

Cambió de idea repentinamente al descubrir la hora que era. Ya estaban por ser casi las siete de la mañana, y no quería llegar tarde a su tercer día de colegio, y mucho menos por una excusa tan patética como ponerse a examinar un huevo.

Su hermana, Florencia, ya se había marchado de lugar con una amiga y lo había dejado a él sin siquiera avisarle. ¡Que pena! Era una lástima que él tendría que irse en auto y no caminando con su hermana. En fin.

Riéndose aún por su suerte, se subió a su Luna Azul y se dirigió a toda prisa al colegio, puteándose y diciéndose que tendría una entrada tarde. Si la trola de su hermana aunque sea le hubiese informado de la hora que era...

El velocímetro marcaba los 70 k/h. Nunca se dio cuenta que corría a tanta velocidad, aunque si lo notara, tampoco iba a hacer mucho por disminuir su marcha. Miraba de reojo hacia los costados cuando por en frente se le apareció una sombra. Lo tomó tan de imprevisto que el corazón casi se le da un vuelco.

Trató de esquivarla con todas sus fuerzas, y aún sin saber como... logró hacerlo en el último instante, mientras el móvil giraba para todos lados.

Disminuyendo la velocidad, se detuvo en la banquina y salió del auto rápidamente, casi siendo impulsado por el viento. En esa misma vereda, y con la misma cara de susto que tenía él, se encontraba un hermosa joven. Tenía cabellos enrulados y largos, con finos ojos verdes que lo miraba con impresión de susto. Aunque su atuendo era verdaderamente ridículo. Una camisa azul, que le quedaba horrorosamente grande, y no estaba planchada, quizás porque ese era el estilo de la nueva moda, o porque simplemente llegaba tan tarde como él. Junto con una pollera larga al estilo gitana, de diversos y estúpidos colores.

  • Lo siento, lo siento muchísimo. - dijo Marcelo, acercándose rápidamente a la muchacha.

La chica no respondió rápidamente, tenía la respiración entrecortada y su cara de espanto no se le había quitado. Parecía paralizada, como si el miedo la hubiera mortificado en ese mismo lugar, y ahora sería una estatua por siempre. Buena imagen, pero no muy graciosa. Marcelo, asustado, se le acercó y le puso la mano en el hombro.

  • Oye... te encuentras bien?

La hermosa joven volvió en sí de golpe, y volvió a la realidad. Miró a Marcelo con una mirada de sorpresa, como si en esos últimos segundos no se hubiese dado cuenta de que él estaba allí, y con mucho pánico le sacó la mano de su hombro.

  • Sí... fue un susto. - dijo con voz entrecortada. - Casi me matas.

  • Discúlpame... no fue intencional. Además... estás herida?

  • No. - exclamó ella. - No lo estoy... estoy bien, gracias.

Daba la sensación que estaba alterada, como si tampoco ella le prestaba atención a la calle, y sólo cruzó para encontrarse con la muerte. Y, si era eso, ahora se encontraba arrepentida de haber tenido esa idea.

  • ¿Cómo te llamas? - preguntó Marcelo, sin saber que decir o que hacer.

  • Micaela. - contestó y unos rizos de sus cabellos negros se le fueron por la cara a causa del fuerte viento. - ¿Tú eres... Marcelo, no?

  • ¿Cómo lo sabes? - preguntó el chico, impulsado.

Ella sólo miró al piso, y sus ojos verdes ahora expresaban incomprensión. No parecía estar muy segura del lugar en que se encontraban. Fueron, esos, desbastadores y problemáticos segundos de silencio, que eran callados por el ruido de los autos pasajeros. Pronto, Micaela, levantó la cabeza drásticamente hacia el chico que tenía en frente, y lo miró con asombro, como hace unos instantes... nada más que por segunda o tercera vez.

  • No lo sé. - confesó por fin.

...

Marcelo entró en su curso a toda velocidad, atropellando un banco que se encontraba en su camino. Todas las miradas de todos sus compañeros estaban fichadas en él por el ruido que hizo, ya que la clase se encontraba en silencio. Incluso la cara de la profesora de química, que dejó en su escritorio el libro que tenía en sus manos para ponérselas a los costados de las caderas. Al parecer, sentada en su mesa, pasaba lista de los estudiantes.

  • Snukia. - saludó. - A qué se debe este método de llegar a la hora que usted quiera?

Ay, no. La cosa se ponía fea. Aunque no era para tanto, entraba a las siete y recién habían pasado quince minutos de esa hora. Tampoco tenía que armarse una revolución por una miserable llegada tarde. Sin embargo, tenía la mala suerte de conocer a esta profesora de los años anteriores, y sin exagerar podía exclamar muy bien que era: una maldita bruja. Jamás perdonó a alguien que no había estudiado, que había llegado tarde a cualquiera de sus clases, o que no prestaba atención a lo que explicaba. Y, conociéndola, ya sabía el chico la suerte que correría posteriormente a su sermón.

  • Lo siento. - se disculpó Marcelo, agachando la cabeza como típico nenito arrepentido. - Tuve un problema que me impidió llegar a horario. Le prometo que no volverá a suceder.

  • Por supuesto que no, pero para asegurarme, le impediré que ingrese a esta clase, así la próxima vez aprende a llegar un poco a horario. - sentenció la profesora. - Es mi primera clase del año y ya están llegando tarde. Por favor.

  • Pero...

  • Pero, nada, Sr. Snukia. - dijo la profesora, poniéndose de pie. - Ahora, por favor, retírese de la clase y no me haga perder más tiempo.

  • Profesora. No sabe por qué fue el motivo por el cual llegó tarde. - dijo una voz en el aula, que luego comprobó que se trataba de Alejandro Fox. - Aunque sea llegó, nada más que quince minutos tardes. No puede echarlo.

La profesora se puso de pie, caminó unos pasos en dirección a Ale y luego se detuvo. La clase miraba atónica la escena.

  • Mire, Sr. Fox. Defensores de pobres, no quiero en mi clase.
  • le dijo. - Si no le gusta mi manera de actuar, puede retirarse de mi hora, también, nada más que ni sueñe que se va a eximir en mi materia ni hasta el año 3000.

Alejandro estaba por decir algo, pero cuando vio que Marcelo giraba sobre sus talones para marcharse, quedó callado y se limitó a asentir levemente.

Aún no supo el por qué, después de la humillación que pasó, decidió quedarse en esa institución. Ya que, según el día anterior, les informaron que saldrían a las nueve, lo que significaba que la única materia que tendrían sería química. Simplemente sintió que debía de quedarse allí.

El joven Snukia se sentó en uno de los bancos del patio del colegio, dejó su carpeta sobre el lugar y prendió un cigarrillo. Supuso que ya, que tendría una hora libre, meditaría sobre las cosas que le estaban pasando y azotaban su mente.

Primero estaba esa chica vestida de gitana, que, rasgos de serlo tenía, por la forma de vestirse y por haber adivinado su nombre sin necesidad de decírselo. Pensó en todo su curso, que ahora deberían estar burlándose, algunos, o hablando sobre el pobrecito de Marcelo que se tuvo que perder una clase alucinante, como esa. Alucinantemente aburrida.

Agachó la mirada hacia el piso, y razonó en que hubiese sido mejor faltar al colegio. Tomar a esa chica como señal de que hoy no sería su mejor día y fugarse con ella. Antes de despedirse, ambos, habían acordado encontrarse después del colegio (ella debía de ir a otro, y por ende también llegaba tarde), y tomar un café o algo por el estilo, como una cita.

Mirando al suelo observó como varias hormigas pasaban muy cerca de sus zapatos, llevando pequeñas hojitas de árboles caídos, o migas de pan de alguna persona que se habrá sentado a comer un sándwich antes de entrar a clases. Eran muchas, así que no se encontraba muy lejos de un hormiguero.

  • No sabía que esto era un nuevo método de estudio, Marcelo.
  • dijo una voz, y con su vista vio como unos pies se colocaban en frente. - Me encantaría haber venido a este colegio, entonces.

El chico que estaba sentado levantó la mirada, y fue una grata e inimaginable sorpresa encontrarse allí a su viejo compañero de barrio, el cual no veía hace ocho meses, llamado Gustavo.

  • No!!! - exclamó sorprendido. Impulsado por la emoción, se incorporó de inmediato y lo abrazó con ganas. - Gustavo... que bueno que estás aquí!!! Cuándo llegaste?

Los dos viejos amigos de barrio se sentaron en el banco. Marcelo escuchaba asombrado, aún, como Gustavo le relataba todo: llegó anoche, y hoy venía justo para encontrarse con él, quería darle la sorpresa en el colegio; así que preguntó en dirección en donde se encontraba, y caminando hacia su curso, decidió pasar por el patio, que nunca antes había visto, y se lo encontró allí. Casualidades de la vida, tal vez, o en realidad no quería decirle que ya fue hasta su curso y se enteró de que lo echaron. De todos modos no hablaron de ese tema.

  • Imagino que entre los chicos ya habrán planeado la "escapada" para este fin de semana.

  • Heee... sí. - mintió Marcelo.

La verdad es que era lo que menos había pensado últimamente.

Gustavo, Marcelo, Bart y Miguel eran cuatro jóvenes, amigos de barrio, de diferentes edades. Marcelo era el más joven, aunque no por muchos años de diferencia, y Gustavo el más viejo con 21 años. Los otros dos estaban en medio de ellos.

Hacía dos semanas que a Bart, joven de 19 años que decidió estudiar una carrera en esa ciudad, se le había ocurrido pegarse una "escapada" algún fin de semana hacia la playa o algún lado para descansar un poco. A los dos chicos que quedaban la idea les encantó, y fue mejor aún cuando decidieron invitar a Gustavo, y quedarse hasta que él venga para poder irse y llevar a cabo ese plan. Coincidió justo, que se enteraron que dentro de dos semanas llegaba a su ciudad natal, y cuando por teléfono le comentaron la idea, quedó tan fascinado como ellos.

Sin embargo, desde el fin de semana pasado que Marcelo no ve a los otros dos chicos, y lo más probable era que no se hayan acordado de planear nada. Bueno... es decir, que no se hayan acordado de arreglar los últimos detalles, porque el plan en sí ya estaba casi todo listo: el lugar, la comida, etc.

Volviendo al presente y como tenían casi una hora hasta que sonara el timbre del recreo, Gustavo comenzó a contarle todo lo que había pasado de interesante mientras estaba lejos. Y su amigo, hizo lo mismo. Nada más que, a parte de eso, también le contó lo que pasó hace menos de una hora con una chica hermosa a la que casi atropella.

  • Y aceptó tu invitación para salir después del colegio? - le preguntó Gustavo, emocionado, incluso más que su amigo.

  • Sí. Quedamos en encontrarnos a las nueve de la mañana, ya que, ayer nos dijeron que saldríamos a ese horario hoy del colegio, hasta que acomoden todo para empezar. - explicó Marcelo, contento.

  • Sí, siempre pasa en la primera semana.

Trató de no mencionarle nada a su amigo recién llegado, sobre el hecho de que Micaela haya adivinado su nombre y no sabía como, porque, si Gustavo se enterase, le aconsejaría que no se le acerque, ya que podría tratarse de alguien que emplee magia negra y esas idioteces que siempre decía, ya que era muy supersticioso y creía en todas las cosas malas que pudiesen haberse inventado como producto de marketing.

  • Bueno... vendré el viernes a buscarte al colegio, y de allí nos juntaremos con Bart y Miguel. - le explicó Gustavo, y se levantó del asiento mirando el reloj. Marcelo también lo hizo y descubrió que la campana del colegio ya sonaría y esto le anunciaba la partida de su curso a casa. - Ahora... tendré que ir a verlos a los otros dos.

  • De acuerdo. - contestó Marcelo y también se paró, juntando su carpeta que estaba sobre el banco. - Nos veremos el viernes, entonces. Salgo a las diez.

  • Muy bien.

Y la campana sonó justo en ese momento, mientras el grato silencio se desvanecía a causa de los fuertes murmullos que se aproximaban.

...

A la salida, y junto a todos sus amigos, salieron del colegio, y allí comprobó que era muy pocos lo que habían asistido a clases.

  • Muchos dijeron que era a causa de que era mejor dormir toda la mañana que venir al colegio por una sola materia. - le explicó Alejandro, mientras salían hacia el exterior. - Además, creo que hubiese sido una buena idea... Venir aquí, sólo por aguantar a esa bruja.

  • Comprendo. - entendió Marcelo. - Pero de todos modos fue algo bueno venir. Porque vino a visitarme mi amigo.

  • ¿Quién? - preguntó Ale, y se encaminaron hacia la esquina de la calle. Marcelo iba pateando unas piedras que se cruzaban en esa banquina

  • Un viejo amigo del barrio. - contestó y un cascote fue a parar a la pierna de Ale, cosa de la cual se quejó, pegándole. - Nos iremos a la playa este fin de semana.

Fue sorprendente, por lo menos para el último que habló, encontrarse en esa misma esquina a Micaela. Tenía la misma ropa con la que casi había chocado, aunque sería una estupidez ir a cambiarse sólo para ir al colegio. Y esto, que ahora lo pensaba, sólo le daba varias alternativas por el hecho de que ella estuviese allí a esa hora: que en su colegio no había clases, que había faltado, o que simplemente se había encontrado con una universitaria. Sin embargo, la última era la opción menos aceptable, ya que su hermoso rostro no le daba edad mayor de 16 años.

  • Hola!! - saludó ella a los dos amigos que se encaminaron hacia sí.

  • Me alegro de que hayas venido. - dijo Marcelo, besándola en la mejilla como un saludo. Ale también lo hizo, aunque la chica ni siquiera lo miró. - Él es mi amigo...

  • Alejandro. - contestó la chica, como si tal cosa.

Marcelo abrió los ojos tan grandes, que parecían querer salir de su órbita. Micaela lo había hecho de nuevo, nada más que esta vez no tenía en su cara ni la menor expresión de sentirse confundida, y parecía feliz de la vida. En cambio, cuando giró la vista hacia Alejandro, éste sonría como un estúpido, agregando:

  • Vaya, vaya. Así que ya le estuviste hablando de mí.

  • Hee... sí, ¿cómo no voy a hablar de mi amigo? - mintió.

Después de esto, Ale los dejó, subiéndose a su moto y perdiéndose por las mezcladas calles repletas de tránsito. Los dos personajes se quedaron allí.

  • ¿Quieres ir a tomar un café? - preguntó Marcelo, que más que nunca tenía ganas de averiguar sobre esta chica.

  • Por supuesto.

Se subieron al auto, y no había apenas puesto música y arrancado cuando no aguantaba más tanta intriga:

  • ¿Y dime... quién o qué eres? - preguntó Marcelo.

Micaela no contestó inmediatamente. Tenía la mirada fija en la ventana, en la gente que pasaba por el lugar, en la vida. Marcelo no tenía en mente en lo que se estaba metiendo. ¿Y si era una ladrona que había estudiado toda su vida y por eso sabía quien era y como se llamaban sus amigos? ¿Si el casi trágico accidente no era más que un plan para que ahora ambos estén allí y lo conducía hacia un robo o un secuestro?

  • Sé lo que piensas. - le dijo ella, sin mirarlo aún, con la vista fija en la ventana. - Seguro que tienes la duda de que seré una ladrona, que sé cada movimiento tuyo y que todo fue planeado ¿verdad?

El chico no contestó. Sólo se limitó a conducir. Peor sería su tragedia si atropellaba a alguien más, o aún si atropellaba a alguien psicológico o vidente.

  • ¿Quién eres? - insistió Marcelo, con voz potente pero en calma.

  • No lo sé. - respondió la chica, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. - No sé por qué soy así. Sólo puedo adivinar los pensamientos de la personas, lo que sienten, sus más profundos secretos y temores. Es un don.

  • ¿Por qué no trabajas como vidente? - preguntó el chico, y al momento se dio cuenta que había dicho la cosa más estúpida de su vida.

  • Jajaja. - rió, irónicamente, Micaela. - No, no estoy para eso en este mundo.

  • ¿Entonces, para qué crees?

  • No lo sé. - respondió. - Me dejo guiar mucho por mis instintos. Hoy, por ejemplo, supe que iba a ser violada, en la noche, por mi padrastro. Por eso lo mejor sería fugarme y chocar contigo.

  • ¿Qué? - gritó Marcelo. - ¿Cómo? ¿Te fuiste de tu casa?

  • Creo que eso dije, no? - preguntó retóricamente. - Verás... cada noche tengo un sueño de lo malo y lo bueno que va a pasar al día siguiente. Los sueños, no podrían llegar a ser más precisos. Me muestran las opciones que puedo llegar a elegir y las consecuencias de los hechos... ¿Nunca pensaste en que deberías haber hecho algo, pero en cambio decidiste hacer otra cosa, y esa otra cosa te llevó por un mejor camino?

Marcelo sabía de lo que la chica hablaba, aunque tardó unos segundos en comprender lo que le quiso decir:

  • Sí, creo que entiendo. - respondió. - Hoy tendría que haberme ido a mi casa, sin embargo decidí quedarme y un amigo vino a verme.

  • Sé que suena increíble.- continuó Micaela. - Pero sabía muy bien que me iba a topar con un chico que me cambiaría la vida. - luego lo miró con sus hermosos ojos verdes. - Sé que me crees.

Y era verdad.

...

  • Pero cuéntame más de ti... - le suplicó Marcelo, una vez que estaban bien acomodados, en un bar a siete cuadras del colegio. - ¿Cómo explicas esto?

  • Mira... no sé si deba decírtelo, ya que eres la primera persona en quien mis sueños me dijeron que podía confiar. - confesó la chica, arreglándose los cabellos enrulados. - Sólo quiero saber si estás dispuesto a saberlo, porque una vez que lo sepas, quedarás pegado junto a mí.

  • Sí. - contestó, sin pensar en las consecuencias que este sí le traería.

  • De acuerdo. - dijo ella, y se acomodó casi para hablar en susurro. - Existen dos mundos en este Planeta. Uno es que conocemos todos, en el que vivimos... Aquí están mezcladas las tres razas.

  • ¿Tres razas? - preguntó él. - Creo que no sales mucho de casa para descubrir que hay muchísimos tipos de razas en este mundo. No sólo tres.

  • No, tú no entiendes. - dijo ella. - Aquí están mezcladas las tres: el bien, el mal y los seres humanos sin sentido de la vida... como tú.

Marcelo se sintió ofendido, sin embargo no dio a entender eso, y siguió escuchando la información de su amiga.

  • En el otro mundo sólo está el bien y el mal. - explicó.- Ambas fuerzas son más específicas allí y cada una tiene su misión. - hizo una pausa al ver la cara de Marcelo. - Te explicaré mejor... el mal está constituido por Xidon, enemigo fenomenal de Wispot, emperador del bien. Entiendes?

  • Poco y nada. - declaró, Marcelo, confuso.

  • Es difícil de entender esto ahora... pero sé que pronto lo comprenderás mejor.

La charla se vio interrumpida, porque vino el mozo. Pidieron dos cafés y unas medialunas para desayunar. Aunque Marcelo lo hacía por segunda vez, no le importo. De algún inexplicable modo, escuchar eso le daba un hambre atroz.

  • Bien, Xidon y su imperio quieren dominar al mundo. Como el típico villano que ves en las películas de acción, de terror o esas cosas. Y la misión de Wispot es impedir esto. Por este motivo ambos imperios envían a seres capacitados para impedir que uno cumpla la misión del otro. Es por esto que estoy aquí...

  • Pero... no me dijiste que te dejabas guiar por tus sueños?

  • Eso es. - respondió Micaela. - Mis sueños son dominados por Wispot, quien me dice lo que debo hacer y lo que no. Verás... todos los enviados por dicho ser, nacemos como personas comunes, sólo que, al crecer, vamos adquiriendo el conocimiento de los hechos a través de las premoniciones.

  • Y eres mala o buena? - preguntó él.

  • Pronto lo descubrirás. - respondió Micaela, sonriendo, como tratando de hacerse la misteriosa.

La mañana pasó y fue así como Marcelo descubrió que la misión de la chica era impedir que un guerrero de la fuerza de Xidon cumpla su cometido. Se haría pasar por cualquier ciudadano común, pero dentro de diez días llevaría a cabo una explosión que sería la mayor catástrofe en la historia de ese país. A cada palabra que Micaela decía, el chico parecía estar más atento a lo que decía, y deseaba profundamente que eso no se termine. Todo parecía ser sacado de un guión de alguna película.

  • Mira... - dijo ella, de pronto. - Hoy es miércoles. Así que ahora que tengo a un aliado tendré que buscar información sobre esa persona, y recurrir a Wispot para que me de los datos que necesito. Para la próxima vez que nos encontremos ya tendré un plan y todo estará listo. ¿Cuándo quieres volverte a encontrar conmigo?

  • Y...- pensó Marcelo. - Tendrá que ser antes del sábado o después del Lunes. Porque viajo...

  • A una playa con tus amigos, ya lo sé.

  • Lo olvidaba. Conoces toda mi vida.

  • No, eso lo escuché cuando se lo contabas a Alejandro. - aclaró Micaela. - Lo que te aconsejaría es que no vayas, porque la vas a pasar mal.

  • ¿Qué? - preguntó.

  • Sí. Bueno... si quieres perder tu virginidad, ve. Ahora... sino, te recomiendo que no vayas.

  • ¿Qué te hace pensar que soy virgen?

Ella lo miró desafiándolo. Marcelo entonces supo que volvió a hacer una pregunta estúpida.

  • Bueno... - dijo él, por fin. - Cuál es la mala noticia? Si dejo de ser virgen...

  • Es que no perderás tu virginidad con una mujer, y creo que no te gustará lo que te va a pasar. - respondió ella, levantándose de la mesa. - Nos veremos el Lunes, entonces. Pero no quiero que te avergüences de verme, porque sabré lo que pasó en la playa. - luego de levantarse, se acercó su cara hacia su oído. - Y si le cuentas esto a alguien... morirás a los dos segundos de abrir tu boca.

Marcelo no supo que contestar. Ella le sonrió y se fue caminando hacia la puerta del bar. El chico miró a la mesa y descubrió que había dejado el dinero suficiente como para pagar la mitad de lo que sería el total de la cuenta. Llamó rápidamente al mozo y, en efecto, descubrió que todo lo que habían desayunado daba, lo que sumando otra mitad de lo que ella dejó, el total del consumo.

Pagó y salió como un rayo del restaurante, pero cuando se encontró en la vereda no había más rastros de la hermosa joven que le hizo tener una mañana muy diferente.

*

El reloj lo había despertado de un golpe tan frío, esa mañana de Viernes, que Alejandro no tenía ninguna intención de levantarse, así que, lo mejor que podía haber hecho fue, darse media vuelta, apagar el reloj que gritaba como loco, y seguir durmiendo.

Fue sólo cuando la madre le golpeó la puerta de la habitación tan bruscamente gritándole que se le hacía tarde, cuando recién ahí se desperezó, se cambió, desayunó rápidamente y se marchó al colegio.

Tal como lo habían propuesto el martes, los chicos tendrían que hacer, a la salida, el trabajo para biología que el profesor les había encargado. Pese a las insistencias interminables de Armando de hacerlo días entre semanas, los chicos decidieron dejarlo todo para ese Viernes frío y nublado, con muchas probabilidades de lluvia, según lo había anunciado el pronóstico.

  • Bien. - dijo Celeste, una vez que, junto a Germán, Armando y Alejandro se encontraban en la salida del colegio. - ¿Por donde empezamos?

  • ¿Qué tal por la biblioteca? - preguntó Ale, irónicamente.

  • No, tengo una idea mejor. - repuso Germán. - Nos dividiremos. Dos de nosotros irán a la biblioteca, y otros dos buscarán información por internet.

  • Es buena idea. - concluyó Armando. - Así tendremos las actualizaciones del trabajo, y las cosas publicadas en los libros nos servirán de base. - se puso ambas manos en el pecho, en señal de orgullo. - Haremos el mejor trabajo de la historia de esta institución. Nos darán premios, honores...

Pero ninguno de los otros tres lo estaban escuchando. A cambio de eso, a Celeste se le ocurrió la idea de que podrían ir Alejandro y Germán a buscar en internet, ya que ellos se conocían más, mientras que la chica y Armando irían a la biblioteca. A todos les pareció una excelente idea, menos a Ale. Sin embargo, prefirió callar y aceptar la propuesta de su amiga.

Se dividieron en dos grupos, y cada cual fue hacia el lugar que tenían que ir. Germán y Alejandro ingresaron en un cyber.

  • Será mejor que pidamos dos computadoras separadas. - opinó Alejandro. - Así buscaremos más rápido.

  • ¿Acaso no quieres sentarte sobre mis piernas? - le susurró, Germán, al oído, mientras se acercaban a la secretaria del lugar. - ¿O quieres que se me ponga dura recién a la noche?

Alejandro no contestó, y tal como le había dicho pidieron dos computadoras separadas y, mientras más alejadas estén una de la otra, mejor. Pero el caso era que este chico no tenía ni la menor intención de buscar nada, sino que su verdadero propósito era entrar en su MSN y ver si ya habría llegado el correo de su hermano, contándole la verdad que ansiaba saber desde hace tiempo.

En efecto, había un mensaje de Lucas que se titulaba: "Lo que querías saber". Alejandro lo abrió, ya seguro de que no sería molestado por nadie.

"Hermanito:

Esto es lo que querías saber desde hace tiempo y ahora por fin me encuentro en condiciones de decírtelo. Lo que me pasaba era que necesitaba tiempo para pensar muy bien en lo sucedido y esto me da oportunidad de aconsejarte para que no hagas nada, y espero no llegar tarde con mi consejo.

Bueno, esto sucedió hace un tiempo, no recuerdo hace cuantos años con precisión, pero era en la época en que yo estaba allí, todavía, cursando mi último año de secundaria.

Como te acordarás, Emanuel y yo éramos muy buenos amigos, hasta que una noche en la cual me embriagué todo cambió entre nosotros. Lo recuerdo muy bien. No es que quisiera que lo que pasó pasase, simplemente es que me sentí tan vulnerable, que no pude resistirme, dejándome dominar por el que ahora es tu amigo, que dicho sea de paso casi te causa la muerte.

Era una noche de viernes, nos juntamos en su casa para tomar un poco de alcohol, como era nuestra costumbre los fines de semana. Nada más que esa noche sus padres no estaban, no recuerdo por qué era el motivo, sólo sé que quedó la casa para nosotros dos solos. Nos acomodamos en el piso a mirar televisión.

Después de tomar como un desquiciado, todo me comenzó a dar vueltas. Emanuel también tomó, pero no tanto como yo, porque creo que ese era parte de su plan. No importa como, sólo que después se me aparecen pequeños flashes de lo sucedido.

Emanuel me incitaba diciéndome que yo era gay, y que me gustaban los hombres. Entonces le contesté que el gay, era él. Me respondió que sí, se me acercó y me dio un beso, incluyendo lengua. Recuerdo que me besaba con desesperación, y me confesó que era a la persona que deseaba penetrar. Sé que le dije que yo también quería eso y paso a seguir me encontraba bajo su cuerpo, con su verga en mi interior. Nos quedamos dormido después de tener sexo, y al otro día, cuando desperté con esa terrible jaqueca, me encontré desnudo junto a él, en el piso.

Desde ese momento fue que nos peleamos y creo que sabrás entender el por qué lo odio tanto, junto con el por qué quiero que no te acerques a él.

Créeme, no es una buena persona. Te podría pasar lo mismo que a mí, si es que ya no sucedió"

Alejandro hizo una pausa en su lectura. Ahora comprendía con exactitud todo, y sí... era lo que de un principio sospechaba. A medida que continuaba el relato se iba imaginando todo, cuando comprobó que tenía una terrible erección, por lo mucho que le había gustado el relato. Decidió ignorarse y seguir leyendo. Todavía faltaba una pequeña parte, que, después de su firma con letras computarizadas, tenía una posdata:

"Ah! Me encontré con el hermano de Celeste, tu amiga. Y me dijo algo extraño: ¡que se había acostado con un tal Alejandro! Confío en que no hayas sido tú y que Celeste tenga otro amigo llamado así. Espero que me respondas esto con la mayor anticipación posible, porque de ser tú, estás en problemas."

El chico se quedó paralizado al leer este mensaje. Recordó entonces la noche de acción que tuvo con Javier, y que el muy inútil lo estaba comentando. Sin embargo, si en todo caso se llegara a saber la verdad, podría excusarse con el hecho de que él también estaba borracho y no sabía lo que hacía. Por lo tanto no se fijó mucho en las consecuencias y redactó un email para su hermano inmediatamente.

"Luquitas:

Quédate tranquilo. Hay otro chico en mi clase con mi mismo nombre, aunque me resulta increíble que sea... bueno... raro. Y respecto a lo de Emanuel, dejaré de juntarme con él de a poco, para que no se de cuenta de que algo cambió en mí por leer esto.

Espero que te vaya bien y olvides este trauma."

Supo que todo lo que había escrito, palabra por palabra, era todo mentira. En realidad sí se había acostado con Javier, no había nadie más con su mismo nombre y no dejaría de juntarse con Emanuel. En fin... lo que será, será. Y ya había descubierto el misterio que lo llenaba tanto de intrigas y dudas.

El tiempo restante se dedicó a buscar información sobre el trabajo, dejando de lado el placer para concentrarse en el estudio. Media hora después, Germán fue hasta su computadora y le comentó que ya tenía la mayor parte para conseguir los objetivos de Armando, aclarando que hablaba en forma irónica.

Salieron de cyber, dirigiéndose directamente a la biblioteca, en donde tendrían que esperarlos sus amigos. No fue algo muy impresionante encontrarse con ese lugar desierto, cuyas únicas personas que se encontraban allí era la bibliotecaria y sus dos amigos.

  • Es por esto que elegí este lugar. - explicó Armando. - Nunca viene gente a la mañana, mucho menos ahora que los estudiantes están en horas de clases.

  • Supongo que ahora que empezaron las clases no viene nadie aquí, no quiero imaginar lo que debió ser cuando no las había. - opinó Ale, sentándose junto a su compañero en la misma mesa que Celeste y Armando.

Tenían sobre dicha mesa una cantidad mayor a veinte libros, todos sobre biología. Las mesas para estudiantes estaban ubicadas a la entrada del lugar junto con la recepción. Entrando más en el edificio, tenían filas enormes de estanterías repletas de libros. Era, en cierta forma una de las bibliotecas más importantes de la ciudad.

Armando seguía leyendo un libro tras otro, mientras que Ale y Germán se dignaban a leer el material impreso sobre lo que habían conseguido. Celeste yacía cruzada de brazos, con la cara en la mesa, durmiendo.

  • Pobrecita. - aclaró Armando con compasión. - Aguantó lo más que pudo... Cinco minutos y se durmió.

Los tres varones que quedaban siguieron leyendo por quince minutos más, cuando una mujer uniformada débilmente, se les acercó. En una parte de su camisa blanca tenía escrito el nombre de "Eugenia".

  • Chicos. - dijo ella, amablemente. - Puedo pedirles un favor?

  • Hicimos algo mal? - preguntó Armando desesperado, con los ojos brillosos, daba la sensación que iba a llorar, como si violar una regla de la biblioteca lo conduciría a la cárcel.

  • No, no, no. - lo calmó Eugenia. - Miren, necesito salir unos minutos a hacer una diligencia. Me preguntaba que si ustedes no se irían pronto podrían atender a cualquier persona que entre.

  • Ahhh. - exclamó Armando, con un suspiro de alivio. - Ve tranquila. Yo me encargaré de todo.

  • Confío en ti, Armando. - confesó ella. Dio media vuelta y se fue.

Ale pensó que ese chico debía de venir a la biblioteca muchas veces para que sea tan conocido, y le sedan la guardia de ese lugar tan cómodamente. Y bueno, debería de conocer cada libro como para guiar a cualquier persona a lo que busca. Sea lo que sea.

Pasaron así cinco minutos cuando sintieron que alguien ingresó al lugar. Pronto los tres que estaban despiertos se llevaron un susto de muerte. El sujeto que ingresó estaba vestido todo de negro, con una máscara roja como de diablo, y un cuchillo en su mano derecha.

  • No estamos cerca de Hallowen, cierto? - preguntó Germán, con miedo y parándose hacia el personaje disfrazado. Luego se le acercó. - En que lo podemos servir?

La máscara, que se había fijado sólo hacia adelante, giró hasta encontrarse con la mirada de Germán. Como si fuese un guerrero de lucha, hizo movimientos acelerados empujando a Germán, haciendo que se resbalara con el piso y chocara contra una estantería repleta de mapas. El efecto del golpe causó que varios y pesados mapas cayeran sobre el cuerpo tirado del chico, muchos de ellos, golpeándolo en la cabeza, hasta dejarlo medio inconsciente y atontado.

  • ¡Germán! - gritaron los tres restantes. Celeste se había despertado, mostrando la misma cara de terror que los otros dos.

El chico golpeado seguía acurrucado en el suelo, protegido por una diminuta capa de mapas que se desplazaban por encima de él. La persona de la máscara lo observaba, y segundos después cambió su mirada paulatinamente, incrustándose en la de los otros tres personajes que lo miraban atontados. Empezó a caminar lentamente hacia ellos, mientras movía rítmicamente el cuchillo de su mano derecha.

Armando, Celeste y Alejandro retrocedieron, tanto así que chocaron contra el gran escritorio de la bibliotecaria. Estaban asustados y se podía notar claramente en sus rostros. El cuchillo de la máscara apuntaba claramente contra uno de ellos: contra Armando!

  • ¿Qué mierda quieres? - preguntó Alejandro, mientras caminaban para atrás.

El sujeto de la máscara no contestó. Rápido como un rayo se abalanzó sobre Armando, y entre medio de gritos, le clavó el cuchillo en el estómago, haciendo que un líquido rojo oscuro saliera de allí, manchando su suéter blanco. Celeste y Alejandro estaban paralizados, gritando su nombre y pidiendo ayuda.

Armando cayó inconsciente sobre el atacante, y este lo cargó en sus hombros, giró sobre sus talones y se marchó del lugar, ante la mirada de asombro y terror de los otros dos.

  • ¿Qué diablos ha pasado aquí? - preguntó Celeste, secándose unas lágrimas salvajes que bailaban en su mejilla. - Quiero creer que esta no es una broma de Armando, de nuevo.

Ambos amigos se sintieron como unos estúpidos. Armando estaba acostumbrado a jugarle cosas así. Claro que siempre esperaba una separación de seis meses para pasar de una broma a otra, y cada una era más sorprendente e imaginativa que la anterior. Una vez, en el año pasado, la mayoría de los chicos del curso estaban en su casa, cuando se cortó la luz de repente y muchos rayos laceres de color verde iluminaron la habitación entre medio de los gritos de todos los que estaban allí.

En la sala entraron varias personas y los cubrieron a todos con bolsas de nailon asfixiantes, y, diez minutos después en la lucha por la libertad, se encendieron las luces. Todos habían recibidos patadas, trompadas y golpes en diferentes lugares del cuerpo, en lo que duró la horrible guerra por encontrar la salida de las bolsas. Todos, menos Armando que miraba a sus compañeros con una sonrisa estúpida y burlona.

Ale había pensado que los padres eran mafiosos y que algún enemigo quería vengarse de ellos, matando a su hijo y a todos sus amigos.

  • Bueno, creo que se ha esforzado en hacernos otra broma. - opinó Celeste. - Habrá hecho llamadas mientras yo dormía. Y de seguro que lo habrá planeado con la bibliotecaria.

  • Es verdad. - opinó Alejandro. - Es mucha coincidencia. Le dejan la biblioteca a él y justo aparece esta persona y lo mata! Cielo... cuándo aprenderemos en no caer más en las bromas de ese cristiano?

De pronto, Ale recordó que se había olvidado de algo. ¡Germán! Todavía yacía en el piso, tal cual como lo había visto antes de dirigir la mirada al sujeto enmascarado. Corrió hacia él, le sacó un poco de los mapas de encima y comenzó a golpearlo para saber si se encontraba conciente.

  • Germán, Germán. - decía Ale, mientras le abofeteaba la cara. - ¿Estás bien?

  • Lo estaré cuando dejes de golpearme. - sugirió él, con voz débil. Y se incorporó. - ¿Qué ha pasado aquí?

Celeste y Alejandro le contaron todo lo sucedido, a medida que juntaban y ordenaban el pequeño desparramo que había causado la broma de Armando. Dicho todo y explicado también lo que les había hecho en ocasiones anteriores, Germán no parecía estar convencido de que se trataba de una broma. Cambió de idea cuando, recién terminado de limpiar todo, llegó la secretaria agradeciendo que todo esté en su lugar y sin siquiera preguntar por Armando.

Se dijeron que pronto aparecería, así que lo mejor que podían hacer es guardar los apuntes y continuar en otra ocasión.

...

Eran las ocho de la noche, según marcaba el reloj de su computadora. Germán había quedado en llegar a la casa de Ale a esa hora y los nervios se habían sumado para esa noche. Sin saber que hacer, decidió ir a esperarlo afuera. Así que bajó las escaleras y en la sala de entrada se encontró con su madre que estaba haciendo pasar al chico que estaba esperando.

  • Alejandro, iré a buscar a tu padre al trabajo, y de allí iremos de comprar antes de que cierren los supermercados. - le dijo la madre, cuando hacía pasar a Germán. - Volveremos cerca de la once.

  • Muy bien. - exclamó el joven y despidió a su madre.

Aclarado todo esto, la madre dejó entrar al chico que golpeó su puerta y salió ella, cerrándola. Germán se le acercó a Ale, que se encontraba de pie, con una sonrisa de ganador en el rostro. Sin decirle nada, con su brazo derecho rodeó su cintura atrayendo su cuerpo junto al suyo, y con la mano izquierda movió su cabeza, para que sus bocas quedaran a pocos milímetros de distancia. Luego, ambos comenzaron a besarse con desesperación.

Las manos del anfitrión recorrían la espalda de Germán, levantándole la remera con deseo. Luego bajaban hacia sus nalgas, cuyas también eran acariciadas por las mismas manos. También desviaban su carrera para ir a parar en aquél bulto que se encontraba ya con firmeza.

Alejandro condujo a su amante, en medio de los besos hasta el sillón grande, en donde hacia casi un mes había tenido un acercamiento con Emanuel, y lo tiró de espaldas, quedándose sobre su cuerpo. Ambas pijas chocaban, en tibios roces, mientras que las caricias de los dos no cesaban un segundo.

Una de las manos del anfitrión bajaron hacia la bragueta de Germán, con un pequeño vaivén logró desabrocharla y sacar de allí una verga gruesa y dura, que comenzó a masturbar mientras lo besaba. Ale absorbía la lengua de su compañero de curso, y las salivas se mezclaban cómodamente, sin penas ni prejuicios.

Seguía masturbando lentamente la verga aquella, tratando de no perder el control de su equilibrio, invocando a las dos acciones. Era la primera vez que besaba a un chico, tan fogosamente como lo estaba haciendo ahora.

De repente se detuvo en seco. La puerta de la casa se había abierto y una persona miraba la escena fogosa de estos dos sujetos con la boca y los ojos abiertos. Como si lo que mirase era lo más asombroso de su vida.

  • Ay, no. - exclamó Alejandro al ver que la persona que estaba allí, era nada más y nada menos que Emanuel Kirsgart.

*

Continuará