Secretos familiares
Bajo el sol de Ibiza, los más prohibios deseos se desatan
SECRETOS FAMILIARES
Capítulo I.
Un viento cálido azotó los rostros jóvenes y bellos de los cuatros ocupantes de un coche que acababan de bajar del mismo. Dos chicos y dos chicas.
Luna es morena, muy atractiva, baja de estatura, de rostro angelical, con profundos ojos de color miel, labios gruesos y sensuales, de cuerpo curvilíneo, senos altivos y piernas bonitas y torneadas. En broma, sus amigos la llaman Jessica Alba por su parecido con la actriz americana.
Por su parte, su novio, Sebastian, es de complexión grácil, con un rostro hermoso de ojos azules, de melena larga y dorada, de expresión aniñada, algo bajo de estatura, de piel muy blanca, pues su madre es escocesa.
Amanda es una fogosa rubia, dueña de un pequeño cuerpo de escándalo, de líneas rotundas y provocativas, piernas bonitas y todo ello coronado por una cara de perfectas formas, labios carnosos y sarcásticos y unos intensos ojos negros.
Mario, su pareja, y hermano, a su vez, de Luna, es alto, musculado, de pelo muy negro, corto, de ojos verdes como la esmeralda, que arden incluso en la oscuridad. Se podría decir de él que es un Adonis o Ganímedes redivivo.
La vida para Mario y Luna había sido tormentosa. Sus padres se divorciaron cuando él tenía 18 años y ella 14. La causa oficial fue “disparidad de caracteres”, aunque la verdad oculta fue la conducta escandalosa de su madre. Era una morena bellísima, de tronío, de vida disipada, superficial, alegre, alocada y sensual. A Mario cuando le descubrieron las razones de la separación, el concepto que tenía de Estela- su progenitora- como la “mejor madre del mundo” cayó estrepitosamente a tierra. Había traicionado, no a su padre, si no a él, a su hijo que la amaba apasionadamente…y sobre todo después de aquello. Tras hablar con su progenitor, puso rumbo a los Estados Unidos para cursar el último año antes de la Universidad y las vidas de los dos hermanos se separaron.
El año que estuvo Mario en los Estados Unidos no le hizo madurar precisamente. Se dio cuenta de las pasiones que levantaba y se hizo más consciente que había heredado la sensualidad de su madre. A sus 18 años todas las barreras morales- incluso las más prohibidas- habían caído, una a una, sin remisión . Conoció todos los placeres carnales, todo lo experimentó, todo lo probó.
Al regresar a España su vida relajada y escandalosa no menguó, pero, al menos, su expediente académico en Derecho en la Universidad de Salamanca, no se resintió. Los contactos con su familia eran fríos y distantes, excepto los mantenidos con su padre.
Su hermana Luna (cuyo nombre se le impuso cuando se madre padeció, sin duda, un influjo “hippie”) sufrió lo indecible la separación de sus padres. Su padre marchó a Barcelona mientras ella permaneció con su progenitora que siguió llevando una vida agitada y muy “social”. Una especie de desarraigo y sensación de abandono, conquistó su corazón. Era muy duro con 14 años que su madre la dejara sola largas temporadas en aquel gigantesco chalet de las afueras de Madrid. Poco a poco, se fue adaptando a su nueva existencia, llenando los vacíos afectivos con amistades y relaciones esporádicas. A los quince perdió su virginidad y sus menguadas ganas de estudiar y emprendió un viaje de perversión que asumió con naturalidad. Bajo su apariencia inocente, la inmoralidad reinaba en su ánimo.
Cuando, cuatro años después del divorcio de sus padres, los hermanos coincidieron en unas vacaciones estivales con su progenitor, apenas se conocían en profundidad. Congeniaron inmediatamente, pero ocultaron aquellas conductas que consideraban más inapropiadas, no se sabe muy bien si era por guardar las apariencias ante su padre o, simplemente, por intentar dar una imagen adecuada de sí.
El último verano, Luna habló por primera vez a su padre de Sebastian. Un joven afable, de familia adinerada, que apenas conocía el mundo con sus 25 años. Su padre era español y su madre una escocesa muy protectora y celosa de su único hijo. Era licenciado en Económicas y pretendía afincarse en Edimburgo, en la empresa de su abuelo materno, tras casarse con Luna, a la que conoció un fin de semana, de fiesta por Madrid. Sebastian cayó como un pardillo en sus redes. Ésta vio la oportunidad de salir de su situación, de escapar del callejón sin salida donde se había instalado, sin mucho esfuerzo aparente. Escondió tan perfectamente sus devaneos y simuló una ingenuidad tan absoluta, que hasta su futura suegra la ponía como ejemplo de virtud ante otras jóvenes. Sebastian solo había tenido una relación, muy seria, pacata y formal que, cuando concluyó, afectó seriamente al muchacho. Sin embargo, cuando conoció a Luna, sintió que su mundo se revolucionaba, que toda su anterior existencia había carecido de sentido. Cosas del amor.
Amanda, por su parte, era la última novia de Mario. Esta rubia explosiva de 21 años, que desde sus 18, compaginaba su trabajo de go-go en una discoteca con sus estudios de periodismo, era huérfana de madre desde pequeña y su padre, que al poco tiempo se casó de nuevo, no la prestó demasiada atención. Desnortada y falta de cariño, se centró en vivir con intensidad aprovechando su espléndido físico. Con un cuerpo nacido para el pecado numerosas noches la sorprendieron en los brazos de hombres y mujeres que deseaban probar el sabor de su piel. Cuando conoció a Mario, un sábado en Salamanca, sintió que había encontrado a su alma gemela, espléndidamente hermoso, profundamente depravado, perdido como ella…
Durante el año siguiente a aquel verano en que coincidieron con su padre, el contacto entre los hermanos no se interrumpió y quedaron en numerosas ocasiones, ya fuera en Salamanca o en Madrid. Cuando Luna habló a su hermano del proyecto en firme de boda con Sebastian, a Mario se le ocurrió la idea de pasar unos días de verano las dos parejas, como una manera de despedirse de la soltería de su hermana.
Capítulo II.
Cuando llegaron a ese rincón perdido y paradisiaco en la parte norte de la isla de Ibiza, donde se levantaba un chalet alquilado por la familia de Sebastian, el cansancio hacía mella en los jóvenes cuerpos de nuestros protagonistas.
Las respectivas parejas fueron a ocupar sus respectivas habitaciones donde la tenue luz de sol se colaba suavemente a aquella hora del atardecer. Tuvieron el tiempo justo de tomar una cena ligera, charlar un rato en las tumbonas dispuestas en torno a la piscina que se abría detrás de la edificación y ver cómo la luna llena se asomaba al cielo. A eso de la una de la mañana, se desearon buenas noches y subieron a sus dormitorios respectivos.
Una sed devoradora despertó a Mario cuando las agujas del reloj apuntaban las cuatro menos diez. Había padecido un insoportable dolor de cabeza que un analgésico y un sueño reparador habían disipado. Miró a su lado donde dormía plácidamente Amanda cuya única prenda de vestir era un diminuto tanga. Mario se puso unos calzoncillos encima porque dormía desnudo y se dirigió sigilosamente a la cocina, situada en la planta baja. Afortunadamente, la luz que desprendía la luna era lo bastante intensa como para no tropezar con ningún mueble. Llegó, al fin, a la nevera y se disponía a beber ávidamente cuando un ruido procedente de la piscina le detuvo. ¿Habría sido una alucinación auditiva? Sin embargo, la duda dejó de ser tal cuando un gemido ahogado llegó perceptiblemente a sus oídos. Tras apagar su sed, se encaminó sigilosamente al salón cuyas puertas correderas, que miraban hacia la piscina, estaban ligeramente entreabiertas. Lo que vio, le impactó. Allí estaba su futuro cuñado recostado en una hamaca, totalmente desnudo, y su hermosa hermana haciéndole una increíble fellatio, vestida con una diminuta camiseta. En la posición que estaba Mario, en perpendicular a la excitante escena, no podía distinguir si Luna llevaba más ropa o no. Sólo podía divisar como la cara de la chica succionaba con fruición la polla de su novio. No empleaba las manos, solo su boca que, de forma rítmica y pausada, comía el exquisito manjar. Los suspiros de Sebastian se hicieron cada vez más audibles en la quietud de la noche. Ver a la pareja en pleno éxtasis hizo que el sexo de Mario se empalmará ostensiblemente bajo su calzoncillo. Luna se incorporó con una expresión de concupiscencia y lujuria en su bello rostro. Agarró con ambas manos el miembro de su novio y en un suave sube y baja le hizo una espléndida paja hasta que consideró que era el momento de cabalgar en la noche. Ahora Mario comprobó que su hermana estaba desnuda de cintura para abajo y con destreza montó sobre su novio. Primero, con lentitud y después adquiriendo mayor velocidad, engullía su chorreante coño el falo de Sebastian, cuyas manos sujetaban las cimbreantes caderas de la chica. Luna se desprendió de la minúscula camiseta y su hermano admiró en toda su plenitud la belleza de su familiar. Su hermana se inclinaba, de vez en cuando, sobre su novio y sus labios y lenguas pugnaban en fiera lucha. Mario no podía más. Se quitó los calzoncillos y se acarició voluptuosamente sus genitales. El rostro de Luna estaba desencajado por el placer. Los movimientos de los amantes eran cada vez más raudos y acompasados. Los senos de la chica brincaban pletóricos, descontrolados, empitonados hasta que Sebastian, alcanzando el orgasmo, llenó a su pareja con su leche viscosa y exquisita. El cuerpo de Luna sufrió varias convulsiones hasta que se desplomó en el pecho de su hombre. De repente, una argentina risa de su hermana hizo que Mario aterrizara en la tierra. Estaba caliente como nunca, con su polla tiesa y anhelante de caricias, pero temiendo que le pudiesen sorprender, subió quedamente a su habitación, donde Amanda seguía descansando. Sin embargo, no pudo conciliar inmediatamente el sueño, pues las imágenes que había contemplado se reproducían en su cabeza, machacona e insistentemente. Otra vez, sus viejos fantasmas reaparecían más poderosos que nunca… cuando creía haberlos vencido para siempre.
Capítulo III
A la mañana siguiente, Amanda se desperezaba en la cama sobre las ocho. Habían quedado la noche anterior en ir a una preciosa cala que ella conocía de tiempo atrás, y que por la concurrencia del público originaba que se cerrase cuando afluía demasiada gente. Por ello, Amanda había propuesto ir lo más temprano posible para poder disfrutarla. Mario, yacía a su lado, sin nada de ropa. Pícaramente, asió con ambas manos su miembro viril y lo comenzó a masturbar delicadamente al principio hasta que adquirió unas considerables proporciones. Esto hizo despabilarse a Mario, el cual sonrió complacido:
Veo que has encontrado un buen despertador- susurró.
¿Ya estás despierto, bello durmiente?- preguntó Amanda.
¡Como para estar dormido!- rió él.
¡Pues hala, estás castigado, por dormilón!- dijo ella soltando su gruesa polla-. ¡Menos mal que te ibas a levantar temprano para hacer el desayuno a todos! ¡Venga, arriba y a cumplir lo que prometiste antes de que mis cuñados nos echen de su casa!
¿Me vas a dejar así?- inquirió él indicando su prominente miembro con voz lastimera.
¡Te lo mereces por perezoso!- dijo ella con la voz muy queda en su oído.
Mujer, no seas malvada…- contestó él en un suspiro cuando notó que los labios de Amanda rodeaban juguetonamente su glande. Su boca succionó ansiosamente su falo ya completamente enhiesto y con sus dedos pellizcó traviesamente los pezones de Mario, lo cual encendió aún más a su novio, que con sus potentes manos hizo hundir la cabeza de Amanda hasta el fondo. Sin embargo, ella se desembarazó y le hizo incorporarse sobre el lecho, poniéndole de rodillas, mientras ella recostada, chupaba con fruición ese trozo de carne que había adquirido la dureza de un metal. Borbotones de saliva lubricaban la operación dejando el sable de su novio reluciente. Las manos de la chica atenazaban fuertemente el culo de Mario, amansando y separando sus glúteos y, de repente, a traición, ella introdujo su dedo corazón en el ano de él comenzando un rápido mete-saca. Frente a ese ataque artero, Mario no pudo aguantar por más tiempo y una potente corrida, blanquecina y espesa, inundó la garganta de su chica. Ella se lo tragó todo, sin rechistar y ofreció sus labios a su novio, el cual la morreó con pasión. Amanda sabía que a él le encantaba saborear su propia leche en su boca y metía su lengua por todos los intersticios para rebañar los restos de su semen.
Tras aquel beso lascivo e impuro, él cayó pesadamente sobre el colchón y ella dándole una cachetada en el trasero, le conminó:
- Ahora me voy a meter en la ducha. Cuando salga, espero que estés abajo preparando el desayuno para todos. En otro caso, ya no habrá más premios en estas vacaciones.
La única respuesta de él, fue un gruñido.
Cuando Amanda salió de la ducha, oyó como Mario estaba trasteando en la cocina. Ella se puso un pequeño bikini, de color rojo y se enfundó unos shorts y unas sandalias de color crema con algo de tacón. De la habitación de Luna y de Sebastian no se oía ni un murmullo. Se acercó a su dormitorio, para avisarles de que el tiempo se les estaba echando encima. La puerta estaba entreabierta y, curiosa, Amanda echó un vistazo al interior. La luz matinal se filtraba a través de las cortinas y caía de lleno sobre la pareja que yacía en el lecho. Ella, completamente desnuda, descansaba de lado, con su cabeza reposando en el pecho de él, que vestía unos pequeños pantalones cortos. Le pareció a Amanda que el cuerpo de ella era espectacular, cincelado para ser probado, una y otra vez. La escena excitó a Amanda que reconocía la belleza, allí donde se encontrara, sin distinguir sexos. La respiración acompasada de la pareja indicaba que dormían plácidamente por lo que dudó en cómo actuar. Finalmente, cerrando la puerta con cuidado, llamó, gritando desde el otro lado:
- ¡Vamos, dormilones! Hora de levantarse que se nos pasa el día-.
- ¡Ya vamos, ya vamos!- se oyó la voz algo somnolienta de Luna.
A las diez y cuarto sentaron sus reales en la playa, donde ya había gente instalada, principalmente jóvenes. El lugar les encantó, especialmente a Sebastian, que habiendo visitado en varias ocasiones la isla, desconocía la existencia de la cala. Una de sus grandes aficiones era la fotografía por lo que el paraje le pareció espléndido para ser plasmado. Siguiendo el consejo de Amanda se había llevado su equipo fotográfico. Las chicas se desprendieron de sus ropas y se quedaron en bikini. Aunque ambas practicaban el top less con naturalidad, sin embargo, sin previo acuerdo, consideraron que ese no era la situación adecuada para hacerlo. Luna desde que inició sus relaciones con Sebastian se comportaba más recatadamente y estando con él, nunca lo hacía. Sus figuras llamaron pronto la atención del público masculino y la envidia del femenino. Aunque de baja estatura, las dos lucían unos cuerpos tan espectaculares y bien modelados que las miradas se centraban, inexorablemente, en ellas. Amanda con sus medidas 95-60-91 y Luna con 85-60-90, rematadas por sus hermosos rostros, no podían dejar de ser objeto de admiración generalizada. Por su parte, los chicos fueron bien repasados por las chicas y por los homosexuales de la playa. Mario, con su bañador ajustado, mostraba su cuerpo perfecto, praxiteliano, sin vello, con su piel ligeramente tostada. Sebastian, con su figura más grácil, más femenina y aniñada si se quiere, era el foco de atención para los más inclinados hacia la elegancia más delicada.
Se recostaron en sus respectivas toallas donde los chicos dormitaron, oyendo de fondo el susurro de las olas y la cháchara inacabable de sus novias.
Tras comer, cuando el sol se inclinaba hacia el oeste, Sebastian se decidió a hacer una excursión por los alrededores para fotografiarlos. Todos le acompañaron hasta que después de un trecho de subir por una colina, rodeados de pinos, Mario y Amanda, optaron por detenerse en aquel sitio. Sebastian y Luna continuaron su trayecto que era la cima del montículo. Desde allí, el espectáculo que se ofrecía a su vista era espectacular. El mar en calma, la cala a sus pies, el cielo asombrosamente azul y un generoso sol que pegaba fuerte e inclemente. Aunque sudorosos, los dos estaban felices de haber alcanzado su meta y Sebastian empezó a tirar fotos con su equipo analógico en todas direcciones para captar esa belleza. Después de varios minutos, Sebastian sintió que la llamada de la naturaleza venía a cobrar su tributo de manera urgente y apremiante y pasando la cámara a su novia, buscó un sitio íntimo donde evacuar tranquilamente. Luna, con la cámara en la mano, dirigió el objetivo hacia la cala y, después, a los pinos donde se quedaron Mario y Amanda. Se detuvo cuando creyó distinguirlos entre los árboles, pero no estando segura, apretó el botón del zoom hasta que los reconoció. Y los sorprendió en una situación bastante comprometida. Mario, totalmente desnudo, tenía a su espalda a su pareja que, con una mano le estaba pajeando pausadamente, mientras que con la otra, torturaba, placenteramente, un pezón de su novio. El falo de su hermano, que era de proporciones considerables, palpitaba al son que le marcaba Amanda. Ella permanecía con su bikini puesto y cuando Mario volteó la cabeza buscando y encontrando la lengua de su compañera, motivó que los sentidos de la espectadora se electrizasen. Finalmente, de la polla de Mario salieron disparadas abundantes regueros de esperma que fueron a morir en la tierra. Luna humedeció sus braguitas y se quedó hipnotizada con aquella imagen, lujuriosa y caliente como el aire que la envolvía. Al volver Sebastian, su novia presintió que esas vacaciones no iban a ser como otras cualquiera.
Capítulo IV
Por la tarde, al regresar al chalet, Luna se dio cuenta de los estragos que le había causado el sol. Aunque creía que se había protegido bien con suficiente crema, sus costados le picaban un tanto y se sentía incómoda, por lo que decidió ponerse una camiseta grande, con amplias aperturas a los lados, donde se asomaban, pícaros, los laterales de sus pechos. Sus escuetos shorts dejaban a la vista sus esbeltas piernas. Al sentarse en el jardín, frontero a la piscina, tanto Amanda como Mario, admiraron su silueta tentadora. A pesar de que Mario intentaba no fijarse libidinosamente en su hermana, invariablemente sus sentidos se rendían ante sus evidentes encantos. Amanda, por su lado, aparentaba no fijarse mucho en la actitud de su novio, ya que ella misma se sentía atraída por Luna y, como contrapartida, pretendía encender los ánimos de Sebastian. Éste, a su vez, permanecía algo confuso por la actitud de los hermanos, pero intentaba no pensar demasiado sobre ello, conociendo sus particulares circunstancias y, aunque luchaba por mostrarse frío, cada vez que Amanda descruzaba las piernas, le resultaba imposible no fijarse en sus espléndidos muslos. En una ocasión en que ella, inadvertidamente, abrió más de lo debido sus piernas, Sebastian, cayó en la cuenta que, bajo la minúscula minifalda vaquera de la chica, no había nada. Un pubis afeitado con labios sonrosados era el término de aquellos imponentes muslos, sin prendas íntimas que lo ocultasen a la vista. Sin poderlo evitar, su polla se elevó poderosa e incontenible bajo su pantalón corto provocando que corrigiese su posición en la silla unas cuantas veces. Luna, por su lado, percibía que cada vez que su hermano le dirigía la palabra, que la miraba con sus ojos verdes de fuego, algo en su interior se encendía, de manera involuntaria. Quería ahogar esos sentimientos tan prohibidos, aunque a fuer de sinceros, no lo consiguió en absoluto.
Estuvieron los cuatro conversando largo rato, conviniendo en ir a una de las famosas discotecas de Ibiza esa misma noche por lo que los chicos se fueron a preparar primero presumiendo que sus novias iban a tardar más en acicalarse.
Mario subió a su habitación y se duchó con premura. Se arregló y retornó al jardín. Al llegar allí, estaban Amanda y Carolina dialogando. Al verle, su novia subió al dormitorio y los dejó solos.
- Bueno, futura esposa, ¿cómo te encuentras?- bromeó Mario.
- Pues, magníficamente… achicharrada- río su hermana, desperezándose.
Al concluir el estiramiento, la apertura lateral de su camiseta al volver a su estado natural, mostró casi el seno desnudo de Luna, circunstancia que no pasó inadvertida para Mario.
- Si quieres que te diga la verdad estoy algo asustada…- se sinceró Luna.
- ¿Por?- se extrañó su hermano.
- Creo que aún soy demasiado joven e inmadura para casarme. No quiero decepcionar a Sebas-.
Mario frunció el ceño y sonrió.
- Si crees que eres inmadura, ese es el primer paso de que ya estás empezando a madurar, peque- respondió Mario.
Luna le sonrió agradecida.
- No veas los días que te eché de menos, Mario. Sobre todo cuando me encontraba sola por alguna causa- sus hermosos ojos de color miel se quedaron prendidos en los verdes de su hermano en aquel magnífico atardecer.
- El pasado no lo podemos arreglar, pero en el futuro te prometo estar mucho más tiempo junto a ti.- se acercó a su rostro y la besó en la mejilla.
- Ya estoy preparado para esta noche, Ibiza- proclamó Sebastian al acceder, inopinadamente, al jardín.
Mario y Luna se separaron como pillados en falta.
- Mi turno, entonces ¡¡¡Hoy quemaremos Ibiza!!!- gritó la novia de Sebastian a los cuatro vientos.
Permanecieron un rato sentados los hombres aguardando a sus parejas hasta que Mario se percató de que se le había olvidado ponerse su reloj que había dejado en la mesilla de noche. Se disculpó y se fue a su dormitorio. Sin embargo, al internarse por el pasillo, comprobó que la puerta de la habitación de Sebastian y Luna se hallaba abierta. Conforme se acercaba vio que su hermana, que lucía una minúscula minifalda de color blanco, se estaba probando un top frente a un espejo de cuerpo entero. Cuando percibió su presencia, Luna, se dio la vuelta hacia él y mirándole fijamente a los ojos, de forma muy excitante, se desprendió de su top, mostrando orgullosa sus perfectos senos blancos, coronados por pezones rosados y apetitosos. Mario se quedó quieto y mudo ante ella, en el angosto pasillo. Era una de las mujeres más bellas que había contemplado jamás y, para mayor desgracia, también estaba prohibida. Para Luna era la forma más simple de agradecer a su hermano, que estuviese allí con ella. Era la primera ocasión, después de mucho tiempo, que sentía que la sensación de orfandad desaparecía con la presencia de Mario y no encontró mejor manera de expresarlo que ese sencillo y descarado gesto. El único que, creía ella, comprendían los hombres a la perfección. Al oír un ruido proveniente de las escaleras, Mario y Luna reaccionaron al unísono, uno yendo hacia su dormitorio; la otra, ocultándose en el suyo.
Capítulo V
La música atronaba en la discoteca y a las cuatro de la mañana, después de ingerir todo tipo de líquidos y sustancias, muy pocas personas pueden presumir de guardar algo de dignidad y compostura. Sinceramente, a esas horas casi todas las discotecas dan un tanto de lástima porque muestran el lado más vulgar del ser humano… y nuestros protagonistas no podían ser menos. Mientras Mario y Luna estaban situados en la parte superior de la discoteca, Sebastian y Amanda estaban en la pista, después del famoso baño de espuma. Muchas chicas iban en sujetador y otras se lo habían quitado y los chicos las abrazaban, toqueteaban y besaban sin pudor, pasando de unas manos a otras. Amanda que, sin sujetador por debajo, llevaba una camiseta mojada, anudada por la cintura, dejando a la vista su vientre plano, estaba algo molesta por la cantidad de moscones que se le acercaban para llevarse una alegría. Buscó con la vista a Sebastian que, emparedado entre la pared y una enorme teutona, que intentaba insinuarse con movimientos lúbricos, que no pasaban de ridículos, con expresión aterrada, intentaba desembarazarse de la misma. Fue en su rescate y tras tomarle de la mano se lo llevó al otro extremo de la pista.
- Muchas gracias, Amanda. Si no es por ti hubiese muerto asfixiado-
- Ja, ja, ja…pero, ¿por qué no te la quitaste de en medio?
- Soy un caballero, Amanda, un caballero… que no podía desplazar tanto peso a un lado.
Los dos rieron al unísono. Se sentían bien uno junto al otro. Sebastian sentía como una especie de atracción animal sobre Amanda. Desprendía un fuerte influjo sexual y ella sabía explotar los instintos más primarios en los demás. Con su camiseta empapada y sus húmedos shorts, la figura de Amanda era impactante. Sebastian desde luego no era de piedra. Tener a esa rubia ante sí, cimbreando su cuerpo al ritmo de la música, acercando sus labios a sus oídos para poder hablar, acariciando sus suaves mejillas, posar sus manos en torno a sus caderas, entrever sus senos tras la suave tela. Sus parejas estaban allí arriba, conversando…quizás, fue el alcohol, quizás, el ambiente tan cargado sexualmente, lo cierto es que Sebastian, después de comentar una cosa al oído de Amanda, no se separó de ella, deslizó su mejilla a lo largo de la suya, acercó sus labios a los de su compañera de baile y la besó. Un beso tibio al principio, más cálido después cuando no fueron rechazados hasta que su lengua, intrépida, viajo hacia el interior de la suya y las dos se fundieron en una. Las respiraciones se agitaron, los corazones latieron al unísono, la pasión se transformó en caricias cada vez más traviesas. Las manos de Sebastian ascendieron hasta el busto de ella y allí amasaron sus senos a conciencia. Los pezones de Amanda se irguieron orgullosos y como pitones querían rasgar la tenue tela que los cubría. Sin embargo, un fuerte empujón dado por un joven ebrio que cayó a sus pies, les hizo reaccionar. Ese fue el momento en que Sebastian se percató que ese verano no iba a ser uno más.
Capítulo VI.
A la mañana siguiente, bien entrada la tarde, los chicos decidieron acercarse al pueblo más próximo para comprar comida y a la tienda de alquiler de coches ya que el vehículo que usaban tenía estropeado el aire acondicionado, por si existía la posibilidad de cambiarlo o, al menos, repararlo.
Las chicas aprovecharon para ir a la piscina y ponerse más morenas. Aquella tarde, el sol apretaba con fuerza y una ligera brisa cálida hacía oscilar las ramas de los árboles del jardín. Ambas se tendieron en sus respectivas tumbonas. El bikini de Luna, algo más atrevido de lo habitual, la hacía más atractiva, aunque era Amanda, la que conociendo que iban a estar solas casi toda la tarde, se puso un bikini que dejaba muy poco a la imaginación. Después de estar adormiladas un buen rato, rompieron a hablar. Poco a poco, la conversación fue derivando a asuntos más íntimos y privados.
- ¿Cuándo y dónde conociste a Mario? ¡Y quiero la versión real, no la oficial!- se interesó Luna, riendo.
- ¿Qué ocurre? ¿No te crees que nos conocimos en una biblioteca estudiando?- la contestó Amanda, riendo, a su vez.
- ¡Noooooooooooooooooo, no cuela!
- ¡Vaya, por Dios! De acuerdo. Nos conocimos en una discoteca de Salamanca. Era el tío más guapo del local, sin comparación. Y, chica, ¿qué quieres? Una no es de piedra.
- Sí está bueno, sí-
- Oye, ¡que es tu hermano!
- Bueno, yo sólo constato un dato objetivo. Ja, ja, ja… ¿Se porta bien contigo?
- ¿A qué te refieres?
- Si se porta bien contigo en todos los sentidos…ya sabes- susurró Luna sentándose en su hamaca.
- Se porta muy, muy bien…en todos los aspectos. Para decirte la verdad desde la primera noche que le conocí, se porta muuuuuuuuuuuuy bien conmigo- confesó Amanda, pícaramente, desternillándose.
- Cuenta, cuenta…
Amanda rememoró el primer encuentro sexual que tuvo con Mario, con todo lujo de detalles.
- Si no te importa y ya que estamos solas voy a ponerme algo más cómoda- dijo Amanda desatando los lazos de su sujetador y liberando sus pechos.
Luna admiró los senos de la novia de su hermano. Eran perfectos, coronados por unos pezones oscuros y turgentes. Ella, aunque estaba contenta con los suyos, siempre había tenido la impresión de que eran un tanto pequeños. Tenía que reconocer que su hermano tenía buen gusto. Amanda se había puesto de espaldas ocultando sus tetas y mostrando un culo duro y respingón que realzaba el tanga de su bikini. Luna notó que sus labios vaginales se abrían y empezaban a humedecerse. Un pensamiento repentino cruzó por su mente.
“Si no puedo besar a mi hermano, al menos, si que podría saborear los labios que él besa”- pensó sorprendiéndose a sí misma. E hizo todo lo posible por enterrar ese pensamiento tan depravado.
- Voy a por refrescos. ¿Quieres uno?- preguntó Luna incorporándose y yendo al interior de la casa.
- Sí, porfi. Bien fresquito.
- Sí, bwana.
Entró en la cocina y abrió la nevera. Al mirar por la ventana, observó a Amanda tendida boca abajo en su hamaca. Su melena rubia recogida en una coleta y su cuerpo casi desnudo, tostándose bajo el sol. Aunque ella no tenía problemas en reconocer la belleza en la mujer, no obstante, era la primera vez que se sentía atraída por otra de una manera tan singular. Lo que no quería admitir abiertamente era que a través de Amanda, de alguna manera, se conectaba con Mario.
Al regresar a la piscina, contempló sin reparo el apetitoso trasero de la novia de su hermano y, aunque tenía unos deseos casi irrefrenables de tocarlo, se contuvo. Dejó el refresco a su lado y se tendió en su tumbona, boca abajo.
- ¿Nunca has practicado el top less, Luna?
- No, nunca-mintió.
- ¿No te gustaría practicarlo?
- Pues, no sé…me da vergüenza-
- Ja, ja, ja…no te pareces en nada a tu hermano-.
- ¿Por qué lo dices?
- Las ocasiones que hemos ido a la playa hacemos nudismo…
- ¿De verdad? ¿Y por qué no lo hicisteis ayer?
- Estabais vosotros…no sabíamos cómo ibais a reaccionar.
- Ya. Entiendo.
- Oye, tienes los costados un pelín rojos. ¿No te escuece?
- Un poco, la verdad.
Amanda se levantó y se puso al lado de su futura cuñada.
- A ver, déjeme que te eche un poco de crema porque veo que vas a terminar carbonizada. Y, desgraciadamente, me han comentado que los bomberos de aquí no son nada del otro mundo- dijo sarcásticamente.
Extendió crema por sus costados y por su espalda con sumo cuidado para no molestarla más de la cuenta.
- Oye, estamos solas, sin testigos inoportunos. ¿No crees que sería un buen día para empezar a hacer top less?
Amanda no espero respuesta y deshizo el nudo del sujetador del bikini. Acto seguido, continúo aplicando la crema sin ningún obstáculo sobre su espalda. Al extenderla sobre los costados, acariciaba los senos de Luna en su parte lateral. Las manos de Amanda eran cada vez más intrépidas y al bajar hacia sus piernas, amasaron con delicadeza sus nalgas. Con un movimiento rápido, plegó sus pequeñas braguitas como si fuese un tanga y prosiguió por sus extremidades. Observando que Luna se acodaba sobre la tumbona y nada decía, aunque su cuerpo estaba rígido como un palo, aprovechó la circunstancia para llevar sus manos a sus pechos, desprender definitivamente el sujetador del cuerpo de su dueña y acariciar levemente sus pezones. Luna que no esperaba un ataque tan directo, pegó un respingo, pero siguió guardando silencio, sintiendo como sus pezones se erguían y endurecían bajos los expertos dedos de la pareja de su hermano. Amanda, sentándose a horcajadas sobre el cuerpo de Luna, se tendió sobre él, para que pudiese advertir el calor de su piel sobre la suya, su busto sobre su espalda, que sintiese los desbocados latidos de su corazón, su aliento sobre su nuca… Al fin, sus labios besaron la parte posterior de su cuello, se deslizaron por su mejilla derecha hasta alcanzar la boca fresca y anhelante de Luna. Notó que iba a ser suya. Sus manos amasaban sin rubor sus tetas que se convertían en rocas como consecuencia de sus lujuriosos toqueteos.
El sonido del claxon de un coche las recordó que sus novios estaban de vuelta y que requerían su presencia. Ambas, con el rostro arrebolado y sedientas de caricias pendientes, se vistieron y salieron afuera con la esperanza de que en una próxima ocasión, más propicia, pudiesen acabar el juego que habían comenzado ese atardecer.
Capítulo VII
Al salir, observaron que Mario bajaba las bolsas de la compra mientras se esforzaba por convencer a Sebastian a que subiese a su cuarto y se echase un rato en la cama.
- ¿Qué ha ocurrido?- preguntó alarmada Luna.
- No sé, algún corte de digestión o que algo me ha sentado mal de la comida- contestó su novio.
- Ha devuelto hasta su primera papilla. Lo mejor que puede hacer es acostarse un rato. He comprado manzanilla y Coca-Cola para evitar más vómitos.
Luna acompañó al indispuesto a su habitación mientras Amanda y Mario se dispusieron a colocar la compra.
- Adiós a la salida de esta noche- comentó ella.
- Sí, hoy tenemos todas las papeletas para quedarnos aquí, salvo milagrosa recuperación-
A los quince minutos bajó Luna.
Le he dejado durmiendo. Esta mañana no ha dormido demasiado bien y si además algo le ha sentado mal…- anunció.
Bueno, voy a llamar a mi amigo Álex para decirle que no podemos ir a su fiesta- dijo Amanda.
- ¡Oh, no! Sebastian me ha dicho que no quiere arruinaros las vacaciones. Por favor, id para allá y divertiros- suplicó Luna.
- No creo que sea lo mejor que nosotros vayamos de farra mientras tú te quedas vigilando el sueño de Sebastian- dijo Mario. Se quedó un instante reflexionando hasta que, al fin, rompió el silencio- Os propongo a las dos una cosa. Vamos a esa fiesta y temprano regresamos a casa. Supongo que Sebastian lo comprenderá. Es más. Seguro que ni se va a enterar de que no hemos ido. Cuando se despierte ya estaremos de vuelta. ¿Qué os parece?
Esa propuesta tan egoísta y descabellada, en otros sitios, hubiera levantado protestas. Pero nuestros protagonistas no querían tirar ni un minuto de sus vacaciones y la proposición fue aceptada por todos, pese a que Luna ofreció una débil resistencia, no se sabe si por quedar bien o porque así lo sentía.
Esa noche, pasadas las doce y con el propósito declarado de volver temprano al chalet, aparecieron en la fiesta de Álex. Todos los invitados tenían que ir de impoluto blanco y así iban vestidos los tres. Amanda portaba un corpiño que realzaba sus pechos y su cintura y una escueta minifalda, Luna una fina camisa escotada que dejaba ver su sujetador y un pequeño short y Mario con una camisa ajustada y unos pantalones de pescador. Aunque había mucha gente guapa en la fiesta, ellos llamaron la atención desde un principio por su belleza, sensualidad y simpatía. Como suele ocurrir en alguna de estas celebraciones, al discurrir la misma, empezaron a correr líquidos y sustancias no todas permitidas por la Ley.
Se lo estaban pasando realmente bien y empezaron a desinhibirse conforme pasaba el tiempo. Los abrazos, besos, caricias, los “te quiero mucho”, que todos hemos padecido en momentos de ebriedad, se repartían entre ellos cada vez más asiduamente. Inventaron el baile a tres que fue hasta tal punto exitoso que hubo un momento en que todo el mundo les hizo un corrillo a su alrededor, aplaudiéndoles y jaleándoles.
A eso de las cuatro y media de la madrugada, se creían los reyes de la Creación y nadie se acordaba de Sebastian y de su promesa de regresar pronto. Se respiraba una profunda tensión sexual y los tres eran conscientes de que cualquier chispa podía provocar un incendio. Pero ninguno quería dar un paso en falso que pudiese arruinar la noche y marchitar lo que estaban viviendo. ¿Quién daría el primer paso? ¿Cuál sería el pretexto que desencadenaría una situación que todos esperaban anhelantes y ninguno quería asumir plenamente?
A pesar de que mucha gente se había ido, quedaban los justos para que los baños de la casa pareciesen más la boca de metro en hora punta que otra cosa. Por ello, Amanda apelando a su amistad con Álex, le rogó si existía la posibilidad de alguna habitación con baño para poder evacuar, sin esperas fastidiosas. Alex conocía demasiado bien a su invitada- no en vano habían sido amantes durante algún tiempo y sabía cómo se las gastaba- y estaba tan excitado por sus tres invitados que le contestó:
- Te indicaré un bonito dormitorio que tiene un espacioso baño. Podéis ir los tres y calmar las “necesidades perentorias” que se percibe que tenéis. Sin embargo, esa habitación tiene un inconveniente y es que su interior puede ser visto desde otro cuarto.
Amanda, caliente como estaba, accedió, poniendo una sola condición:
- De acuerdo. Pero únicamente tú serás el espectador.
- Permíteme que invite a esta sesión a Dana- Dana era una espectacular rusa con ojos de gata que era la actual compañera de Álex.
- Está bien- convino Amanda-. Por cierto, ni se te ocurra grabarnos. Si sospecho que hay algún equipo de grabación en el cuarto, nos marchamos y te quedas con las ganas.
- Ja, ja, ja…veo que no has perdido nada de tu fuerte carácter ni de tu desconfianza.- repuso Alex-. Cálmate. Es un sitio que está “limpio” y donde podéis estar tranquilos sin que nada ni nadie os moleste lo más mínimo.
Amanda regresó junto a sus amigos y les indicó que tenía ganas de ir al baño y que el dueño de la casa, la conduciría a uno donde sortear las largas colas que existían.
- Bueno, pues vamos todos allí. ¡Mi vejiga está a punto de estallar!- anunció Luna.
Alex les dirigió por un largo pasillo de la planta superior hasta que alcanzaron al fondo, a mano derecha, un dormitorio, ricamente decorado, el cual tenía como anexo un baño de grandes dimensiones. Después el anfitrión se fue y, entonces, uno a uno (primero Mario, luego Amanda y, por último, Luna) pasaron al aseo para aliviarse.
Amanda sonrió internamente cuando reconoció el habitáculo donde había vivido lascivos episodios con Álex y sus amigos.
- Cochinillo ricachón- pensó.
Mientras Luna estaba en el reservado, Amanda pulsó un aparato que había justo al lado de la mesita y una música relajante invadió el dormitorio. Se acercó a su novio y le besó con pasión. Los labios de su hombre estaban candentes y los suyos se derretían con su contacto. Las manos de ella, atrevidas, abrían uno a uno los botones de su camisa, sin separar un solo instante sus bocas hasta que, finalmente, le quitó la prenda dejando al descubierto su amplio torso. Descendió sus manos y cuando se toparon con su pantalón, se separó levemente de él y con un movimiento enérgico le arrojó sobre la cama. Después, le bajó la cremallera y desabotonó su pantalón, y con algo de rudeza, se los despojó junto con sus calzoncillos de una sola vez. Apareció en toda su plenitud su polla majestuosa, apetitosa, ante la cual se inclinó Amanda para comérsela, casi literalmente.
En ese instante, Luna salió del baño y la imagen la conmocionó. Aunque estaba deseando ardientemente que algo sucediese esa noche, no podía ni imaginar que algo así pudiese suceder. El espléndido cuerpo de su hermano, completamente desnudo, sin vello, era devorado por su caliente novia, que succionaba con delectación un manjar que ella tenía prohibido tomar. Amanda con su cabello rubio arremolinado en torno a su rostro, las mejillas encendidas y desprendiendo una sensualidad sublime le pareció en aquel momento la mujer más deseable del mundo. Ruborizada y temblorosa, se decidió, por primera vez en su vida, a probar las mieles de otra mujer. Silenciosamente, se colocó detrás de la amante de su hermano y, con dedos trémulos de emoción, acarició sus piernas. La piel de Amanda se erizó de repente, pues ni siquiera había intuido la presencia de Luna. Abandonando el miembro de su compañero, Amanda se volvió hacia ella. Tenían deudas pendientes que saldar desde esa misma tarde. Una frente a la otra fueron acercando lentamente sus rostros hasta sellar sus labios en un beso tierno que se fue caldeando hasta enredar sus lenguas en un morreo morboso. Mario, desatendido, al observar la causa, se quedó mirando, perplejo, la secuencia… tremendamente excitado. Dos mujeres hermosísimas entrelazadas en un tórrido abrazo, besándose locamente, y para mayor retorcimiento, una de ellas era su increíble y esplendorosa hermana.
Las prendas de las chicas empezaron a caer a sus pies y sin que ellas fuesen del todo conscientes, desnudas, expuestas, rodaron hasta el lecho junto a Mario. Los minutos se detuvieron entonces. Las dos mujeres se comían literalmente los labios y el hombre se detuvo en repasar con su boca, con parsimonia, el coño empapado de Amanda. Su lengua escrutaba cada mínimo pliegue de su deliciosa cueva y, de pronto, saboreó el primer orgasmo de Amanda que se reflejó en una abundante corrida. Al alzar su cabeza, vio como su hermana estaba sentada, frente a él, sobre la cara de Amanda que le estaba haciendo una comida de coño espectacular. Mario se incorporó e introdujo su pene enhiesto como una roca en la entrada de su pareja, que tenía los labios vaginales hinchados y palpitantes. La calidez de su intimidad era extraordinaria y él comenzó a darle duro. Veía a Luna con la mirada fija en él, como hipnotizada, y aprovechó ese momento para hacer el primer acercamiento hacia su hermana. Aproximó su mano hacia el seno derecho de su pariente para sentir su contacto, pero fue delicadamente rechazada por ella. Esta reacción encendió más a Mario cuyas arremetidas a Amanda se estaban transformando en violentas. Ésta liberó momentáneamente de sus tiernos ataques a Luna, para exteriorizar un nuevo orgasmo que le estaba llegando. Sentía que su sexo estaba a punto de estallar en un placer intenso, nunca experimentado. Su cuerpo convulsionó y notó como la corrida de Mario la inundaba por dentro, la llenaba, la colmaba y quemaba todas sus entrañas. El cuerpo de Mario cayó sobre ella, como inerte y Amanda permaneció quieta, asumiendo y disfrutando cada segundo de ese increíble orgasmo. Cuando volvió a la realidad, retiró a Mario a un lado y retomó sus arremetidas, cada vez más furibundas, contra los genitales de su futura cuñada. Ésta, a su vez, se inclinó sobre su sexo, para hacer lo mismo con Amanda. Era la primera ocasión que hacía algo así con una mujer y al oler su intimidad mezclada con la leche de su hermano, lamió cada pulgada de piel de la exuberante rubia. Percibió como una oleada de placer provenía de su vientre, como lava de un volcán, que, incandescente, abrasaba su organismo. Abrió su boca, chorreante de fluidos, para gritar su orgasmo que no tardó mucho en aparecer. Los labios de su hermano se aproximaron a los suyos. Fue un leve roce, una caricia apenas perceptible, un arrullo candente y breve, pero cuando ella recuperó algo de consciencia, los rehusó. Al final, Luna cayó rendida en la cama, extasiada.
Tras los cristales Álex y Dana habían sido testigos de la mejor ración de sexo que habían visto en sus vidas. Comprobar que unos hermanos tan hermosos y lascivos habían estado a punto de cometer incesto, colmó las perversiones más recónditas del anfitrión de la casa.
Capítulo VIII.
La tarde del día siguiente nuestros cuatro protagonistas estaban asentados tras unas dunas, en una extensa playa. Sebastian estaba totalmente repuesto y a pesar de que externamente su trato no había cambiado, en el fondo, estaba bastante molesto por la conducta de los demás, especialmente, de Luna.
Sin embargo, no exteriorizó su malestar y junto a los demás fue a la playa. El sitio les fue indicado por Amanda que estaba resultando una excepcional guía de sitios verdaderamente paradisíacos.
Después de un rato, todos se fueron a bañar y estuvieron jugando como niños en el agua. Al salir, se tiraron sobre sus respectivas toallas y comenzaron a bromear entre ellos.
- ¿Sabes, cariño, que de los presentes hay dos que hacen nudismo y no somos ni tú ni yo?- comentó Luna a Sebastian con sorna.
- ¿Ah, sí?- se asombró Sebastian.
- Ja, ja, ja… os voy a informar de una cosilla sin importancia- anunció Amanda-. Estamos en zona no textil. Así que si veis a gente despelotada, no os escandalicéis, por favor. Además, aquí hay mucho gay suelto, en busca de presas fáciles.
- Bueno es saberlo…lo de zona no textil, me refiero- Mario prorrumpió en una gran carcajada y poniéndose en pie, se desprendió de su ajustado bañador, quedándose como su madre lo trajo al mundo.
Su polla estaba semierecta y, no obstante, aparecía lo suficientemente apetitosa como para que Amanda se mordiese instintivamente los labios. Luna aunque hizo un esfuerzo por aparentar naturalidad, se excitó sobremanera observando a su hermano. Sebastian no sabía qué hacer. Se quedó impresionado por las dimensiones del pene de Mario y porque su sexo estaba totalmente depilado mientras que el suyo se asemejaba a una selva descuidada. Después de un buen rato, merendaron unos bocadillos y, más tarde, se tendieron de nuevo en sus toallas. Repentinamente, Amanda prorrumpió en exclamaciones y todos, pudieron advertir, no muy lejos de ellos, como una pareja de homosexuales, se perdían entre breñas. Como éstos no eran muy tupidos pudieron observar sin ninguna dificultad y, en silencio, como el más joven de ellos se arrodilló ante el otro y, goloso, empezaba a chupar su polla. Mario, se sentía excitado y su pene creció de forma considerable. A Amanda le encantaban cómo dos hombres se follaban y en más de una ocasión, en las discotecas donde trabajaba, había sido testigo de escenas verdaderamente tórridas entre homosexuales. A Luna le ponían cachondísima ver a dos tíos comiéndose mutuamente. Mario notó como una mano amasaba su culo desnudo sin tapujos. Observó que era Amanda que, con premura, aproximó su cara a la suya y le ofreció su lengua. Mario sacó la suya y se morrearon sin ningún pudor. La atrajo hacia sí y la colocó sobre él sin detener su lascivo morreo. Luna advirtió que, a su lado, la pareja estaba empezando su particular lucha y ya no pudo aguantar más. Llevaba excitada toda la tarde desde que su hermano se descubrió ante ellos, así que poniendo boca arriba a Sebastian, le despojó de su bañador y comenzó a lamer y a devorar su falo. Su novio, tomado por sorpresa y asumiendo lo morboso de la situación, (nunca había follado en un sitio público) se dejó hacer, entornó los ojos y notaba claramente como su miembro se transformaba en una dura barra de hierro. Realmente, Luna era una experta en felaciones, lo hacía de tal manera que casi siempre se corría. Además, hacerlo en una playa, a la vista de todo el mundo, le estimulaba sobremanera. De repente, sintió que otra boca, tan experta como la de Luna, le estaba comiendo la polla. ¡Dios mío, Amanda se la estaba chupando delante de su novio! No quiso abrir los ojos para no enfrentarse a la mirada inquisitiva de Mario, no quería traslucir por nada del mundo que estaba deseando con todas sus fuerzas a Amanda desde que la conoció.
- ¡Joder, no voy a aguantar mucho tiempo más!- se angustió Sebastian. Era la primera vez en su vida que hacía un trío y su bautismo de fuego iba a ser más bien breve.
Unos labios cayeron sobre los suyos, cálidos, morbosos, acogedores…Sebastian abrió sus ojos como platos, asombrado. La melena rubia, los ojos profundamente negros, la boca preciosa, sensual, eran de Amanda, entonces… ¿quién demonios estaba succionando su pene junto a su novia? Cuando quiso reaccionar, apartando a quienes operaban en sus testículos, Amanda le besó más fuertemente todavía, sujetó sus manos con las suyas y… Sebastian se sometió a sus encantos, abrazándola contra su pecho. Lo mejor era dejarse llevar y notar como el placer le recorría todo el cuerpo y especialmente sentir los abrasadores labios de Amanda en los suyos. Ella aún llevaba su bikini, pero él podía percibir claramente la dureza de sus pechos rasgando la fina tela que, como si fuesen pitones, le quemaban su piel. Las manos de Amanda recorrían su torso desnudo.
- Te gusta cómo te están follando, ¿eh?- le susurró la novia de Mario al oído.- Quiero oírtelo decir.
El mantenía silencio, pero sus gemidos le delataban. Cuando sus manos fueron capaces de desanudar el lazo del sujetador de Amanda y pudo sentir los tersos pechos de ella en su boca, succionó con fuerza aquellos pezones rosados y tentadores. Percibía como Mario y Luna devoraban el tallo de su pene con delectación. Lo que no pudo contemplar fue que, en un determinado momento, las lenguas de los hermanos confluyeron en su glande y se fundieron en un sucio y apasionado morreo. Con sus mejillas ardiendo por la pasión, Luna se concentró de nuevo en el falo de su novio, seguido inmediatamente por Mario. Era demasiado lo que estaba experimentando Sebastian y, a pesar de que quiso retardarlo, no pudo reprimir por más tiempo la corrida, que abundante y espesa, recibió alguna garganta. No quiso averiguar cuál. ¿Qué importaba nada? Había cruzado esa tarde una línea roja que jamás pensó en traspasar.
Epílogo
Mario, pensativo, permanecía sentado en una silla del jardín. Los demás continuaban durmiendo tras volver de la playa. Sentía como antiguos temores que creía vencidos regresaban más seguros que nunca. No podía estar pasándole otra vez aquello…Abatido, recordó con sorna, la cínica frase de Oscar Wilde: “La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”.
Oyó que alguien se acercaba a su posición y al volverse, observó como Luna con una desvencijada camiseta, se aproximaba a él. Sus senos, redondos y tentadores, se adivinaban fácilmente bajo la tela gastada. Tras besarle el cabello, Luna se sentó, en otra silla, flexionando sus piernas, desnudas y torneadas, sobre sí misma.
- Ojalá estuviéramos solos, Mario. Sin nadie a nuestro alrededor- susurró ella.
Él no contestó. Sólo posó su mano en la rodilla de ella y la acarició.
- Prométeme que no me abandonarás jamás. Que sea como sea, bajo cualquier circunstancia siempre estarás a mi lado.
- No te preocupes. Allí estaré.
Ella se incorporó y se sentó en su regazo. Mario percibió la calidez de su cuerpo sobre el suyo, la suavidad de su piel, el olor a jazmín que desprendían sus cabellos negros.
- Quiero que sepas que te deseo por encima de todo, pero…no aquí, no delante de Amanda o de Sebastian. No delante de ellos. Quiero que sea algo nuestro, nuestro secreto- musitó ella en su oído.-
Los dedos de él resbalaron por los muslos de su hermana y al llegar a su meta comprobaron que no vestía ninguna otra prenda, salvo su camiseta.
Él la miró con sus ojos verdes que resplandecían en el crepúsculo. Con suavidad acerco su boca a la suya y se besaron…luego ella se levantó y se alejó como queriendo evitar que las cosas se les fuese de las manos. Para ella, ese beso simbolizaba una promesa, una cita pospuesta. Para él, ese beso le recordaba un pasado no tan lejano, su más amarga derrota, unos sentimientos prohibidos que volvían a reproducirse, un nuevo secreto familiar que guardar…