Secretos de familia (1)

Hola, me llamo Laura y necesito relataros una experiencia que me sucedió hace tres años y que ha marcado mi vida definitivamente.

Hola, me llamo Laura y necesito relataros una experiencia que me sucedió hace tres años y que ha marcado mi vida definitivamente.

En ese tiempo yo tenía 47 años (ahora voy a cumplir 50 en diciembre), y llevaba casada con Ramiro dos años. Ambos habíamos enviudado jóvenes y, por amigos comunes que nos citaron, comenzamos a conocernos y en poco tiempo decidimos casarnos. Supongo que nuestro matrimonio no fue realmente por "amor", sino por necesidad de compañía y protección. Ramiro es un buen hombre, delicado y trabajador, que siempre me ha tenido una gratitud infinita por la dedicación que le profeso. Él tiene una hija (Elvira) que tenía 16 años cuando nos casamos (ahora tiene 21) y, aunque no protestó excesivamente por el nuevo matrimonio y por el hecho de que yo me instalara en su casa familiar, junto a mi hija Rosa, no tuvimos buena relación desde el principio, porque yo consideraba que era una niña demasiado mimada y consentida.

En realidad, Elvira tenía una educación totalmente diferente a mi hija, y me preocupaba que la influyera negativamente. Elvira era (y sigue siendo) una chica rebelde y desvergonzada; Rosa, una chica tímida y respetuosa. Más de una vez la vi, desde jovencita, frecuentando malas compañías que la acompañaban a su cuarto, aunque yo me hacía la desentendida para no disgustar a su padre ni crear enfrentamientos entre ella y yo. No obstante, raro era el día en que no tuviera discusiones con ella, y que no me diera una mala contestación al estilo "cállate, tú no eres mi madre" o "dedícate a sacarle el dinero a otro que no sea mi padre".

Pasó el tiempo, e intentaba por todos mis medios acercarme a ella, incluso el día en que llegó con 17 años con un piercing en la lengua y otro en la nariz, la defendí frente a su padre para ganarme su confianza. "Son cosas de la juventud, ya se cansará de ellos", le razoné a Ramiro y, por fin, conseguí convencerle de que le permitiera llevarlos.

El tiempo de convivencia parecía suavizar las cosas con ella, pero todo se me fue de las manos una noche de septiembre de hace tres años. Aquel día, Ramiro se había ido a acostar muy pronto porque se encontraba mal, y yo me quedé después de la cena viendo la televisión en el salón con mi hija. Eran más de las doce, cuando Rosa se fue a acostar y yo le dije que esperaría a que llegara Elvira porque era tarde y me tenía preocupada. Un par de horas después, Elvira entró en casa con la cara desencajada y llorosa y, al verme esperándola, se sorprendió mucho y me dijo: "no me preguntes por qué llego a estas horas, no tengo ganas de hablar con nadie", y aquello me dejó tan fría que no tuve valor de pedirle explicaciones. Seguí viendo la televisión un rato hasta que empecé a escuchar desde el piso de arriba (vivimos en un chalet) los sollozos de una mujer.

Subí rápidamente y me di cuenta de que aquellos sollozos provenían del cuarto de baño de arriba. Como la puerta estaba entreabierta, entré sin llamar y me encontré a Elvira sentada en la taza del water, llorando como una niña pequeña. "Qué es lo que te pasa", le dije, mientras la observaba sentada; tenía los pantalones y las bragas bajados hasta las rodillas y verla desnuda de cintura para abajo (nunca la había visto) me causó un estremecimiento por todo el cuerpo (sus caderas torneadas, sus piernas perfectas, su sexo depilado) que jamás había sentido antes. "Es que nadie me entiende, todo el mundo me odia", me contestó mientras seguía llorando. Algo aturdida por aquella extraña atracción que me estaba causando ¡una mujer! (nunca había sentido atracción por las mujeres), la abracé y le dije: "Nadie te odia, lo que debes hacer es cambiar tu carácter, pero yo te entiendo, lo que te pasa es que echas de menos a tu madre".

Al abrazarla ella apoyó su cara sobre mis pechos y entre sollozos empezó a darme besitos suaves sobre ellos, lo que me causó una excitación enorme. "Desde que te conocí, siempre pensé que tenías unos pechos preciosos, y mira como se te marcan los pezones", me dijo mientras introducía sus manos dentro de mi camisón, buscando mis senos absolutamente duros por la excitación. Aquello me resultó perturbador: en ese momento la odiaba, una mujer, además de 18 años (un año más joven que mi hija) y que era mi hijastra me estaba poniendo cachonda como hacía años no lo había estado; y lo peor es que ella se estaba dando cuenta y disfrutaba con ello. Por fin, en un momento de lucidez, la aparté y le dije: "Basta ya de tonterías, levántate de la taza, límpiate y vete a la cama a dormir"; ella, sonrió y me obedeció; cogió papel higiénico y lo empezó a restregar sobre su sexo haciendo movimientos insinuantes, ¿quieres que te enseñe un secreto?, me susurró; "sí", le respondí intrigada. Entonces abrió sus piernas y me enseñó un piercing que tenía puesto en su clítoris. "Eres la primera persona que lo ha visto, ¿qué te parece?; "me parece una barbaridad, eso te ha tenido que doler mucho; espera que se entere tu padre", le dije; "no duele nada y notarlo me pone; quiero que lo toques, que seas la primera persona que lo toque, anda, sí".

No sé si la curiosidad o la excitación me provocaron aceptarlo, el hecho es que introduje mi mano en su vagina y empecé a acariciarla, primero suavemente y luego con fuerza, lo cual le causó soltar unos gemidos que me preocuparon. "Cállate, que nos van a escuchar", le susurré; "cállate tú y fóllame entera, mamá", me respondió. Aquellas palabras me pusieron muy nerviosa, era la primera vez que Elvira me llamaba mamá y tenerla a medio orgasmo me excitó tanto que introduje tres dedos en su vagina y la masturbé como a mí me hubiera gustado que me hubieran masturbado alguna vez. Al terminar su orgasmo, agarró mi mano y me la introdujo en la boca, sentí que la mezcla del flujo vaginal y la orina tenía un sabor agridulce que me causaba a la vez asco y placer. "¿A que es el mejor coño que has probado nunca?, me preguntó sonriendo; "yo jamás había probado nada de esto…, estoy avergonzada, Dios, qué vergüenza…", acerté a decir entre lágrimas. Entonces Elvira me subió el camisón y, bajando bruscamente mis bragas, dijo: "ya veo que papá no te da caña y estás necesitada, pero no te preocupes que yo te voy a volver loca" y, sin más, introdujo su lengua en mi vagina hasta alcanzar el mejor orgasmo de mi vida; hasta el punto que fue tal mi excitación que era incapaz de dejar de gritar, por lo que ella cambió de postura y puso su sexo en mi boca para culminar un 69 espectacular, que nos dejó agotadas a las dos.

Al día siguiente, me levanté absolutamente desorientada y avergonzada. ¿Cómo había sido capaz de hacer eso? Yo, una persona creyente y fiel, engañar a mi marido con una mujer (¡con su propia hija!). Pero, desgraciadamente, esto no terminó con esa noche (ahora, tras tres años, puedo decir que desgraciadamente) y las situaciones siguientes fueron peores que el primer día, pero eso os lo contaré en la segunda parte del relato (los nombres no son reales, pero el hecho sí lo fue).

Un saludo