Secretos de famila

Aquella mañana el abuelo Steven me ayuda a descubrir cual es el secreto que esconden los Jefferson.

Mil novecientos cuarenta y dos.  Mi bisabuelo poseía setenta y dos hectáreas de terreno a apenas siete millas de Austin, Texas.  En aquellos momentos, la fortuna familiar se amasaba a base de maíz. Aquellas setenta y dos hectáreas eran un gran maizal. Cuando era pequeño, mi abuelo me contaba historias de cuando él era un niño como yo, así también, al mismo tiempo aprendía la historia de la familia, los Jefferson.

Mi bisabuelo enviudó joven, teniendo como único hijo a mi abuelo  Steven.  Mi abuelo también se casó en su momento, aunque este se separó de mi abuela. Tuvieron descendencia, tres hijos varones. Ya separado y para sacer a sus tres hijos adelante hizo cambios en la granja. Eliminó unas cuantas hectáreas del maizal y construyó establos para dedicarse también a la cría y cuidados de caballos. Aquel cambio, como negocio familiar prosperó y mi abuelo pudo sacar adelante a mi padre y sus otros dos hijos.

Hoy, años después el negocio sigue igual, cultivo y caballos. Mi abuelo, ya con setenta y tres años se había retirado. Mi tío Ron de cincuenta y un años se casó, se fue a vivir a Austin con su mujer y sus dos hijos. De ese modo, la granja quedaba a merced de mi padre Scott y mi otro tío, Kevin. Mi padre era el mediano de los tres, tenía cuarenta y cinco años, mi tío Kevin, el pequeño de los tres hermanos tenía cuarenta y uno. Esas eran sus edades cuando empezó todo, cuando empezó la historia que os voy a contar.

Tío Kevin y mi padre hicieron algunas remodelaciones en la granja. Eliminaron una hectárea más del terreno para edificar dos viviendas nuevas, una para nosotros dos y la otra para mi tío. Hicieron instalar un gran silo para almacenar el grano en mejores condiciones, y el viejo granero pasó a ser algo que no se utilizaba. Unos nuevos cobertizos para los tractores y demás maquinaria y un nuevo establo.

Les ayudaba siempre en todo lo que podía, pero al terminar el verano ya empezaba las clases en la universidad y me sería más difícil. A parte, quería ponerme a trabajar y pagarme yo los estudios.

En la granja también nos ayudaban Josh y Derek. Más o menos de la edad de mi padre, llevaban ya muchos años con nosotros trabajando. Dos trabajadores que terminaron por ser como de la familia. En aquella granja no existían las mujeres, parecía una maldición, o habían muerto o habían abandonado a sus seres “queridos.” Cinco varones, fuertes y rudos, entre los cuales me incluyo. Cinco varones al cargo de lo que era nuestro negocio, el mantenimiento de las instalaciones, el de la maquinaria. No solo era sembrar y cosechar o dar de comer a los caballos y ya, el trabajo iba mucho más allá de todo eso.

Todo empezó aquella tarde, dos días antes de mi décimo octavo cumpleaños. Abuelo y padre estaban hablando en nuestra casa sobre la cosecha de ese año. Iba a ser buena y pronto llegaría el tiempo de la recogida del grano y se debería contratar mano de obra externa. Yo poco pintaba en aquella conversación, escuchaba y opinaba pero como siempre y supongo que por mi corta edad no me tenían muy en cuenta.

-Pequeño ¿Por qué no vas a la cocina y preparas algo de cenar para los tres?

Obedecí a mi padre y fui a la cocina. Entre ollas y fogones iba escuchando como terminaban de discutir y planificar la recogida de la cosecha. En verdad no prestaba mucha atención a lo que decían y a la conclusión que habían llegado, a mí solo me tocaba obedecer y hacer lo que me dijeran, aunque yo y tío Kevin éramos mas de estar con los caballos en el establo. La cena estaba lista, el silencio reinaba en el salón y me disponía a llevarla a la mesa cuando vi algo que me dejo atónito y me sorprendió como nunca nada antes lo había hecho. Pronto comprendí el porqué de ese silencio.

Allí estaban los dos, padre e hijo juntos, uno al lado del otro. ¡Besándose! ¡Estaban besándose como dos recién enamorados! No sabía cómo reaccionar, no sabía qué hacer, no sabía nada en absoluto. Volví de nuevo a la cocina sin que se percataran de mi presencia y pensé en cosas que me vinieron a la mente. En los alrededores y algunas de las gentes de la capital rumoreaban y decían que éramos maricones, que solo queríamos rodearnos de hombres. Como solo entendía que eran rumores no hacía mucho caso, pero ahora, al ver que no eran solo rumores infundados, sino mas bien que todo era cierto, no sabía que postura o actitud tomar.

-¡La cena esta lista!

Alcé la voz para anunciar mi entrada en el salón y no encontrar nada fuera de lo habitual. No me apetecía ver a esos dos hombres besándose. No me molestaba en absoluto, es más, hacía tiempo que empecé a sentirme atraído por otros hombres, pero esos eran mi padre y mi abuelo, era eso lo que se me hacía raro.

Aquel día amaneció con un espléndido sol. Cumplía ya los dieciocho y todo estaba planeado para darnos un atracón a la hora de comer. Mientras tanto, no legaba ese momento, estábamos todos trabajando en la granja. Padre con Josh y Derek estaban higienizando el silo y ultimando los detalles para la recolección de la cosecha. Tío Kevin y un servidor estábamos en el establo como de costumbre. Durante aquellos dos días no podía quitarme esa imagen de la cabeza y en cuanto vi a mi abuelo entrar en su casa, fui en su busca. Necesitaba hablar con él lo sucedido.

-Abuelo ¿Tiene cinco minutos?- le pregunté desde la puerta de su casa -me gustaría hablar con usted.

-¡Claro, pasa! Iba a preparar café, haré también para ti.

Me acomodé junto a él en el sofá. Para mí era un tema espinoso y no sabía cómo empezar.

-Abuelo, no sé cómo contarle esto, es algo difícil, pero hace dos días vi na cosa y desde entonces no puedo quitármelo de la cabeza. Quiero ser directo y no dar rodeos. El otro día le vi a usted y a mi padre besándose en el sofá mientras yo preparaba la cena.

-¡Es eso!- exclamó mi abuelo como si esperase que le quisiera hablar de algo mucho peor. Mira Pequeño, tu tío ron es bisexual y tu tío Kevin gay. Como bien sabes se nos conoce como los malditos por lo de enviudar pronto  y demás. Eso ya viene de antes, y el que nos vieras besándonos es algo que he inculcado a mis hijos. Tu bisabuelo como sabes se quedó solo y termino conociendo a un hombre con el que fue feliz. Desde pequeño vi que aquello era normal y así lo expresé con mis hijos también.  Y tu ¿Sabes ya lo que quieres? Hoy cumples ya dieciocho y aun no te hemos visto con una chica.

-Qué quiere decir con eso abuelo ¿Qué también van a inculcarme esa tradición familiar por decirlo de algún modo? Por qué de ser así ya hace algún tiempo que me siento atraído por otros hombres, aunque nunca lo he probado sinceramente.

Cuando me quise dar cuenta, mi abuelo estaba de pie, frente a mí, desabrochándose la camisa, dejándola caer al suelo. Se quitó las botas e  igual que antes, con sus pantalones pasó lo mismo, se deslizaron por sus piernas para terminar en el mismo sitio que aquella camisa.

-¿Y no lo quieres probar? Podrías tomártelo como un regalo inesperado de cumpleaños.

A su edad, aquel viejo aún conservaba el cuerpo trabajado y esculpido que tuvo una vez, pero ya todo recubierto por un mano de vello plateado. Se quitó ese bóxer a cuadros que envolvía lo único que faltaba por descubrir y al fin, todo quedo a mi vista. No sabía qué hacer. El asombro ante esa situación se apodero de mí. Miraba fijamente al suelo viendo como las ropas y las botas de mi abuelo permanecían allí, inmóviles, tiradas de cualquier forma.

-Por más que las mires no las vas a mover con la mente- dijo intentando romper un poco el hielo.

Tras esas palabras dibujó una sonrisa en su cara. Tal vez eso era lo que necesitaba ver para quitarme un poco el miedo, su cara seria, como de enfado, no ayudaba mucho a que me decidiera a hacer lo que mi abuelo esperaba.

Armándome de la valentía que me inculcaron desde pequeño tomé las riendas de la situación y poco a poco fui acercando la mano al miembro de mi abuelo. Notaba el calor que desprendía entre las yemas de mis dedos. Los paseaba poco a poco, casi rozando e intentando que el contacto fuera el mínimo posible. Se me congeló la sangre cuando sentí su mano sobre la mía indicándome que lo hiciera con firmeza, que no tuviera miedo a hacer lo que me pidiese el cuerpo. Fue entonces cuando mis dedos rodearon por completo aquella polla. Con su mano me acompañaba suavemente para dejar su capullo al descubierto. Movía mi mano lentamente mientras notaba como mis dedos se iban separando a medida que aquella polla crecía y crecía aumentando de volumen. Poco a poco creía que el miedo se disipaba en mí al escuchar como aquel hombre le cambiaba la respiración.

-Así, Pequeño, si, poco a poco.

Los jadeos comenzaban a salir de entre sus labios y estos me animaban a seguir. Mirándole a la cara era inconfundible apreciar el pacer que estaba sintiendo. Me miraba fijamente, sonriendo alguna vez mientras se acariciaba el pecho pellizcando sus pezones. Supongo que comprendí la naturalidad de aquella acción cuando me vi de rodillas entre sus piernas. Más seguro de lo que estaba haciendo, mi mano agarraba con más firmeza esa polla, gorda, poseedora de un enorme capullo.

-Te está gustando ¿Verdad? Lo haces muy bien, Pequeño, sigue así.

No era capaz de articular palabra. Me limitaba a masturbar a mi abuelo siguiendo así con la tradición familiar. Desde mi nueva posición lo tenía todo a la vista, su cara de placer, su polla y sus huevos. Estos dejaron de colgar para convertirse en una masa redonda de dimensiones parecidas a una naranja. Sentía la extraña necesidad de tenerlos entre mis manos. Solté esa polla y puse mis manos en ellos, envolviéndolos, acariciándolos con delicadeza, incluso tirando de esa piel con firmeza. Podía sentir como la capa de vello que los envolvía se colaba entre mis dedos. El conjunto de esa polla, con esos huevos y todo ese vello plateado empezaba a llamar mi atención. Mi reacción ante ello se notó cuando mi polla ocupaba más espacio en el slip y pedía a gritos ser liberada. Me estaba gustando eso pero necesitaba más, quería algo más que jugar con esa polla y esos huevos entre mis manos. Separándole las piernas, acerque mi nariz a su ingle y olisqueé esa zona con sumo placer. Aquel aroma no era muy fuerte pero se podía distinguir el olor a sudor por encima de todas las cosas. Me sentía atraído por el como lo hace un mosquito por una bombilla. Quería saborear ese aroma, lo deseaba ante todo, así que sin vacilar saqué la lengua y empecé a lamer esas ingles que me tenían absorto. Su sabor era delicioso, exactamente igual al olor que desprendían, pero esta vez fijándose como pegamento a mi lengua. En la comisura de mis labios sentía el roce del vello que envolvía esos enormes huevos. Podía notar como mi polla estaba empapando el calzoncillo debajo de mi pantalón.

No podía aguantar más. Me incorporé y bajándome los pantalones le deje ver la polla a mi abuelo.  No entendía porque sentía tata excitación estando con ese hombre y más siendo mi abuelo

-Veo que tu padre te pasó mi genética.

  • ¿Quiere tocarla un poco también, abuelo?

-Creo que estas confundido, hoy eres tú el que ha de darme placer. Ya habrá tiempo para que juegue con ella. ¿No te apetece chupármela?

-No sé si sabré abuelo, nunca lo hice.

-Tu solo póntela en la boca y déjate llevar.

Y allí estaba yo, de nuevo entre sus piernas, hincando rodilla. Agarrando su enorme rabo por la base mientras me lo metía en la boca. Me movía lentamente, masturbándole con mis labios, escuchando la respiración entrecortada por la excitación del viejo. A la vez que mis labios, mi lengua también recorría  toda su longitud. La respiración de mi abuelo cada vez era más profunda, sus gemidos más sonoros y el movimiento de sus caderas me daban a entender que estaba gozando. Sus manos me sorprendieron inmovilizándome con fuerza la cabeza mientras aquellos movimientos de cadera se acentuaban provocando que su enorme polla llegase hasta lo más profundo de mi garganta.

-Oh si, Pequeño, así, babéala bien- le escuchaba decir.

Aquellas embestidas interrumpían mi respiración, ahogándome a la vez que siendo placentero para ambos. Las arcadas nacían de mi garganta, sintiendo una sensación de ahogo más profunda. Cuando no podía aguantar más, avisaba a mi abuelo dándole un golpe en a pierna, entonces él, sacaba su polla de mi boca, permaneciendo aun unida por un hilo de saliva entre las dos. Mi miraba fijamente. Yo le aguantaba la mirada mientras los dos estábamos deseosos de más. Ese juego de miradas terminaba dedicándome una sonrisa a la que yo correspondía y de nuevo buscaba ese miembro y abría mi boca. Suave como al principio y cada vez más fuerte. No hacía falta que me sujetara la cabeza, esta vez era yo quien buscaba tenerla hasta lo más profundo, destrozándome la garganta.  Aquellas arcadas, la sensación de no tener el control, que mi respiración dependiese de otro, me excitaba cada vez más. Me masturbaba como si no hubiera un mañana. No tarde mucho en descargar todo lo que mis testículos fabricaron en ese momento. Ahí estaba, suspendida en el vello de la pierna de aquel viejo.

-Ven- indicó mi abuelo -siéntate a mi lado y ayúdame a terminar lo que has empezado.

De nuevo tenía aquella enorme y gorda polla entre mis dedos. Lo que me hacía siempre a mí, esta vez lo estaba haciendo para otra persona, gustándome, con movimientos rápido, deseando ver como aquella esencia de macho saldría por ese agujero. Conseguí mi cometido, aquel liquido blanquinoso, espero, salió a borbotones salpicando el pecho del viejo y cayendo sobre mi mano mientras mi abuelo ensordecía la estancia con estruendosos gemidos.

Paso su brazo sobre mis hombros. Seguía con esa mirada fija, penetrante. Contento de haber sido él con quien tuviera mi primer contacto sexual. Acerco su cara a la mía y sin pensarlo nos besamos. Nuestras lenguas jugaban juntas, tocándose una con otra, buscándose, ensalivándose y deseándose como había deseado antes todo lo previo y ocurrido.

-Bien Pequeño ¿Qué acabas de hacer?

-Acabo de, digamos que jugar con otro hombre.

-¿Y en algún momento pensaste en quien era yo?

-Al principio si y me daba cosa, pero me dejé llevar y se anuló cualquier vínculo parental. Solo le sentía como otro hombre y no como mi abuelo.

-Ahí quería llegar. La cuestión es que lo pasemos bien dejando a un lado prejuicios y demás. Eres un Jefferson y debes comportarte como tal. Aquí entre nosotros, cuando tengas esa necesidad podrás desahogarla cuando quieras. Ahora ve y termina tus tareas con tu tío.

Obedecí al abuelo y me dirigí al establo de nuevo.

-¿Qué hacías con el abuelo tanto rato?- me preguntó tío Kevin solo con verme.

-Nada, simplemente necesitaba hablar con él.

-Sí, ya escuché de que habéis hablado- y se río -bien, ya conoces el secreto de familia. Aquí si tienes necesidad podrás desahogarla cuando quieras.

-Si tío Kevin, eso mismo me dijo el abuelo.