Secretos de alcoba
Susi me confesó al oído que se moría de ganas por follarse a mi esposa. Pues vamos a follarla, le propuse, y la follamos hasta la extenuación.
Susi me confesó al oído que se moría de ganas por follarse a mi esposa. Pues vamos a follarla, le propuse, y la follamos hasta la extenuación.
La inmensa mayoría de los matrimonios, pasados los primeros tiempos de amor, ardor y sexo, terminan cayendo en una especie de decadencia pasional que inexcusablemente da paso al divorcio o a la acomodación afectiva. No en todos los casos, como es el caso de Rodrigo, que tiene un curioso lema que nunca le falla: si la vida te da la espalda, fóllatela.
Soy Pancho Alabardero, tengo casi cuarenta años, vivo en Madrid y estoy creando el "Circulo del Sexo con Imaginación" es decir aquellos que idolatramos al Dios Caballo, montar o ser montada a caballo, sobre una Yegua Alazana o por un vigoroso Garañón Mustang Cimarrón
Aquí les ofrezco el relato de una encantadora pareja que se acaba de incorporar a este selecto grupo y que, a buen seguro, nos va a deparar muchos y muy sabrosos relatos para disfrutar del apasionante mundo del erotismo. Que lo disfruten.
Hola soy Rodrigo, tengo 39 años, estoy casado, tengo 2 hijos, vivo en Valladolid, trabajo de sastre en una tienda de moda de mucha reputación en la ciudad y tengo un par de obsesiones: follar a mi mujer vestido de mujer, y verla follar con otra mujer, pero antes de pasar a contarles mis secretos de alcoba empecemos por el principio, porque de lo contrario no sería posible comprender lo que les voy a contar.
Tomé la decisión de casarme bastante mayorcito, a los 35 años, y el primer sorprendido de esa decisión fui yo mismo, porque hasta ese momento había mariposeado, en el más amplio sentido de la palabra, por todas las flores que me había encontrado en mi camino. Algunos me definen como un mariquita, otros como bisexual, los hay incluso mal pensados que aseguran que lo mío no es otra cosa que una pose deliberadamente interpretada para forrarme a vender, y quizás esa apreciación sea cierta, porque lo cierto es que entré en la tienda de dependiente a los quince años y desde entonces no he parado de subir peldaños, tanto que ahora soy copropietario de la tienda y no paramos de ampliar el negocio.
Aunque ustedes se preguntaran ¿cómo me siento yo?. Pues la verdad es que a esa pregunta nunca he podido contestarme. He tenido experiencias sexuales con algún hombre, casi siempre insatisfactorias, y con bastantes mujeres, siempre placenteras, pero creí que nunca me casaría con ninguna, pero al conocer a Marilina, mi actual esposa, supe desde el primer momento que esa era la mujer con la que quería casarme. La conocí en una reunión de amigos, me senté y delante de mí estaba sentada ella un tanto descuidada, con las piernas medio abiertas y dejando ver un liguero negro que sujetaba unas medias de fantasía también negras con ondas longitudinales hasta pasada la rodilla, y, lisa salpicada de topos negros que envolvían el contorno de sus muslos hasta perderse en la oscuridad de sus presentidas braguitas negras.
Yo primero quedé prendido de sus piernas, después al alzar la vista quedé fascinado de su cara que era un vivo retrato de la Chiquita Piconera de Julio Romero de Torres, más tarde cuando me levanté para darle la mano y presentarme, su voz ronca y acaramelada terminó de rematarme, tanto que inconscientemente, de una manera mecánica y sin premeditación alguna le dije:
-Me llamo Rodrigo de Santillana y quiero casarme contigo- Ella se echó a reír por la espontaneidad de mi propuesta, y, en tono provocativo me dice:
-De acuerdo Rodrigo, casémonos, pero antes vamos a bailar un poco para conocernos, no sea que no encajemos y tengamos que divorciarnos antes de terminar la luna de miel-
Y encajamos, y nos casamos, y nuestro matrimonio duró más allá de la luna de miel, y hemos formado un hogar alegre y próspero y hemos tenido dos hijos maravillosos.
Se dirán ustedes que lo mío fue un flechazo y que me enamoré de la chica a primera vista, pues se equivocan, desde luego terminé enamorándome de Marilina, pero como dice el refrán: no hay una segunda oportunidad de dar una buena primera impresión, y eso es lo que me sucedió a mí. Yo había idealizado a las mujeres justo como era Marilina: de piel morena, de labios carnosos, de ojos negros y profundos, de pelo liso azabache, con blusa blanca inmaculada y ligeramente desabrochada, con falda suelta y largo más abajo de la rodilla, sentada con las piernas cruzadas, con medias negras de fantasía y asomando un liguero ceñido al muslo que hiciese imaginar la presencia de unas bragas negras, ribeteadas con puntillas también negras que aprisionasen un vello pubico generoso y encrespado. Y eso es lo que vi a primera vista en Marilina y eso es lo que presentí que ocultaría aquella falda suelta, sujeta al talle y descolgada a lo largo de unas piernas endiabladamente tentadoras.
Y así es como han transcurridos nuestros primeros años de casados: trabajando en la tienda y vistiendo elegante, pero provocativamente a las clientas, vistiendo a nuestros clientes masculinos deliberadamente ambiguos y convirtiendo a mi esposa en un fetiche erótico, una mezcla de belleza decadente de los años veintes y una musa Dalidiana un tanto desvalida. Incluso llegué a organizar pases privados de ropa interior para mis mejores clientes y donde mi esposa es la reina indiscutible de la pasarela "Valladolid Intimissimo", como llegamos a bautizar este singular y privadisimo pase de modelos, en el que no sólo mi esposa exhibe piezas únicas de lencería, también algunos de mis clientes y de mis clientas participaban en el desfile a modo totalmente desinteresado, aunque la recaudación la cedemos a un centro benéfico de la ciudad, con lo cual damos carta de naturaleza a unas reuniones que no son otra cosa que un simple espectáculo de puro exhibicionismo.
Mi tienda siempre ha sido un lugar de encuentro de personas amantes del Fitness, del Lifestyle, de gentes abiertas, del sibaritismo y de las exquisiteces en el vestir. Yo siempre he dicho que el que quiera alimentarse que vaya a un ultramarinos, pero el que quiera degustar que vaya a un delicatessen, y a mis clientes les digo que si quieren vestirse que vayan a un prét-á-porter, pero si lo que quieren es envoltorios de glamour que vengan a mi tienda. Yo no visto a mis clientes para gustar a los demás, yo los visto para que se gusten a sí mismos, y lo consigo, cada cliente es único y le hago que descubra facetas insospechadas para ellos mismos.
Y en este vivir para vestir he transformado a mi esposa en una diosa del fetichismo. Texturas, fragancias, satenes, puntillas, tonalidades, ligueros, medias, sostenes, braguitas, sobre todo braguitas. Cada día estoy buscando lo último de lo último en el mundo para vestir a la mujer, y todo pasa por el cuerpo de mi esposa, es mi maniquí, mi probador, mi taller de costura, mi escaparate. Si a mí me gusta y ella se gusta, soy capaz de venderlo a mis clientes y clientas, pero si no me gusta y ella no se gusta, lo descarto inmediatamente de mis almacenes.
Yo vendo ropa interior masculina a mis clientas y ropa interior femenina a mis clientes y viceversa, una prenda de vestir es una prenda de vestir, la ropa no tiene sexo, una corbata puede ser un complemento de exclusividad en una mujer o una horterada en un hombre, un traje carmesí en un hombre puede ser un toque de distinción y un traje de Príncipe de Gales con incrustaciones de tipo militar un objeto de deseo en el cuerpo de una mujer de semblante confuso y desvalido.
Y en este permanente buscar la perfección he llegado a idealizar de tal manera a Marilina, que ya apenas soy capaz de verla como un objeto de deseo sexual, no me erotiza follarla, me erotiza verla vestida para follar. Bien es cierto, como les advertí al principio de este relato, que sexualmente soy un tanto ambiguo de imposible definición. No soy homosexual, aunque a veces lo parezco, no soy un auténtico heterosexual, aunque cumplo razonablemente, aunque para serles sincero, últimamente me ronda por la cabeza vestirme a mí mismo de mujer y competir con ella en glamour y sensualidad, en follarla, en follarme, en follarnos mutuamente, en ver a mi mujer follada por mujer. No soporto el pensar que un hombre pueda meter mano a mi mujer, me parecería una violación a la perfección femenina, mi mujer no es para metérsela, es para acariciárselo.
Y cómo se le dice a una esposa que quiero vestirme de mujer para follarla y que quiero verla follando con otra mujer. No sé ustedes, pero yo ideé una manera que me dio buen resultado. Ella andaba encaprichada de un coche descapotable de diseño exquisito y línea futurista. No me lo pidió, pero cierto día le dije que bajara al aparcamiento de nuestra vivienda y allí estaba el coche envuelto con un gran lazo de color rojo. Ella me conoce quizás mejor que yo mismo, de modo que aceptó encantada el regalo y me hizo una pregunta a renglón seguido:
-Qué quieres esta vez?.
-Complacerte- le dije lacónicamente.
-Ya me has complacido, ¿y ahora qué?- volvió a preguntarme.
-Ya hace tiempo que encuentro dificultades para follarte, pero también hace tiempo que me persigue la idea de vestirme de mujer y follar juntos-.
-De mujer ya te vistes- me dice tranquilamente. Cuando estas sólo en la alcoba trasteas en mi armario y lo dejas intencionadamente descolocado para que yo me dé cuenta, de modo que tiene que ser algo más- me vuelve a insistir.
-Bueno, ya que lo mencionas, también me agradaría muchisimo verte follando con otra mujer-
-Eso ya lo suponía, sólo esperaba que me lo pidieses. Debes de confiar en mí y pedirme las cosas abiertamente, porque de lo contrario, la magia que hay entre los dos desaparecerá algún día y ninguno queremos que eso pase ¿verdad?.-
¿Qué más le podía decir?, Bueno, quedaba algo aún.
-¿Prefieres una mujer masculina o femenina?- le pregunté
-Masculina naturalmente, yo quiero sentirme siempre mujer, ella es la que debe hacer el papel de machorra-
Y ese día probamos el coche, pero también probamos el travestismo. Yo me sentía una reinona de cabaret, con mis postizos que guardaba celosamente en mi fondo de armario como una prenda codiciada. Ella colaboraba en la puesta en escena; si yo me calzaba unas bragas negras ribeteadas con cintas carmesí, ella se ataviaba con unas bragas negras con cintas carmesí, si yo elegía un liguero de satén, ella liguero de satén, si yo medias de fantasía, ella medias de fantasía, si yo sujetador de media cazuela, ella sujetador de media cazuela, estábamos para follarnos.
Y nos follamos claro esta, primero con la vista, después con el tacto, posteriormente ella me tumbó sobre la cama, me puso boca abajo, se subió encima de mí y comenzó a metérmela, o a simular que me la metía claro esta. Me folló por delante y por detrás, me montó, me cabalgó, trotó sobre mí y finalmente se abrió de piernas sobre mi cara, se apartó ligeramente las bragas y una lluvia cálida y dorada me empapó el cuerpo. Fue un polvo apoteósico, una puesta en escena digna de una obra maestra de la cinematografía, pura pasión, imposible de superar o quizás sí.
Y a eso me dediqué en cuerpo y alma los días siguientes, buscar una mujer para que se tirase a mi mujer. Accedí a Internet y a los teletextos de las televisiones. Los apartados de chica busca a chica están repletos de sugerentes anuncios de modo que yo fui a por todos. Ahora había que cribar las decenas de ofertas y seleccionar una de entre todas, quizás no la mejor, quizás no la chica más prometedora, sencillamente una chica que desease tener una experiencia sexual con otra chica, y contactando, contactando, llegamos a una chica de Madrid con una historia muy humana.
Cuando Marilina la llamó por teléfono, ella le contó que siempre había dudado de su tendencia sexual, hasta que se casó, que estuvo segura. Le contó que su matrimonio duró menos de un año, porque no soportaba la idea de vivir toda la vida al lado de un hombre y ahora, tres meses después del divorcio, buscaba afanosamente su primera experiencia sexual con una mujer para reafirmar sus tendencias.
Y nos fuimos a Madrid a conocer a Susi, sólo a conocerla. Marilina le contó que era una mujer casada y que si le importaba que la acompañase su marido, dejándola meridianamente claro que él no participaría. Ella aceptó y convenimos encontrarnos en un lugar publico, por si la cosa no funcionaba para que fuese lo menos comprometida posible, pero funcionó, a duras penas pero funcionó. Susi era una chica muy joven, sólo veinticinco años, bastante musculada, muy culona y muy poco femenina, un camionero en el cuerpo de una mujer.
Yo fui el que inicialmente contacté con ella, le presenté a Marilina, las conduje a un rincón apartado de una de las terrazas de la estación del AVE en Atocha y rompí el hielo diciéndole un piropo a Susi.
-Susi, eres muy guapa y muy joven-
-Gracias, Marilina si que es guapa- respondió ella muy, muy nerviosa. Yo tuve que tomar la iniciativa y me tuve que volcar con Susi, porque estaba tan nerviosa que la reunión podría venirse abajo en cualquier momento. Yo tenía oficio para eso y para mucho más, de modo que no tardé demasiado en hacerla sentirse cómoda. Ella no sabía ni qué decir ni qué hacer, Marilina tampoco, estaba un tanto apática porque la pobre Susi no era precisamente un dechado de belleza, pero podría sacarse partido, pensé para mí.
Yo vi a Susi como un reto, Marilina yo creo que la vio como un compromiso poco agradable y a mí me parece que ella nos vio como un lujo inalcanzable para sus aspiraciones. A simple vista contrastada el glamour que destilaba Marilina con la vulgaridad de Susi, a pesar de todo conseguí hacerlas sentirse cómodas a las dos y conseguí invitarlas a cenar en un famoso restaurante de Madrid, de modo que cuando terminó la velada, los tres nos sentíamos compenetrados y cómodos.
Y cuando llego la hora de despedirnos, fui yo quien tuvo que jugar todas las bazas, porque ellas no eran capaces de promover una nueva cita.
-Susi, ¿te gustaría venir el próximo fin de semana a pasarlo en una casa rural cerca de Segovia?-
-Si, si que puedo- contestó ella alborozada por la invitación.
-Bueno, pues yo te llamo y ya te indico el lugar- Le di un beso de despedida y le susurré al oído que me parecía una mujer muy sensual. No sé si eso la animó o ya la chica se había animado sola, el caso es que cuando se despidió de Marilina le dio un beso en los labios y con una mano le dio un más que descarado sobado de culo, a lo que Marilina no respondió de ninguna manera, sólo se dejo hacer.
Cuando Marilina y yo regresábamos al hotel me dice -Susi me ha tocado el culo-
-Sí, ya lo he visto- le contesté escuetamente.
-Me ha parecido algo extraño- dijo pensativa -otras veces me han tocado el culo, pero esta vez he sentido como una transmisión de energía-
No volvimos a hablar más del encuentro, o poco más, pero yo ya no deje por un instante en pensar como deconstruir aquella imagen de marimacho dominante que trasmitía Susi y moldearla en una metrosexual del tercer milenio. La chica tenía una cara agradable, pero su cuerpo no la acompañaba para nada. Hacia ejercicios de musculación, no sé por qué, de modo que tenía un cuerpo como de unos 120-110-130, vamos comparados con los 85-65-95 de Marilina eran como el anverso y el reverso del erotismo en forma de mujeres.
La siguiente semana alquilé una casa rural en Segovia que ya conocía y que me la alquilaban completa. Marilina y yo ya habíamos estado alguna vez y era un lugar perfecto para aislarse y reflexionar sobre algún negocio, pero esta vez no eran los negocios los que nos iban a llevar a ese lugar. Llamé a Susi, le expliqué el camino, le dije que si quería la iba a buscar a Segovia, pero ella me dijo con mucha convicción que no hacia falta, que se las apañaría para llegar sola. Le pedí que me dejara llevar algunas prendas para vestirla a mi manera, lo que aceptó encantada, pero ella también me pidió algo a mí.
-Oyes, no me dejes sola con Marilina. Me pongo muy nerviosa delante de ella y a lo mejor la pifio-
Ese viernes Marilina y yo llegamos a la casa como a eso de las seis de la tarde. El lugar era muy acogedor, amplio y apartado y no tenía personal de servicio, pero nos habían dejado en la despensa bebidas y nos habían preparado una cena fría para no tener que salir fuera a cenar. Yo además había traído alguna que otra cosilla para engalanar a Susi todo lo que pudiese.
Susi llego en su coche como a eso de las nueve de la noche. Había hablado con ella varias veces por teléfono y a pesar de que me dijo que tenia muy buena orientación para llegar a los lugares, el caso es que se perdió y tuve que guiarla telefónicamente hasta llegar a la casa. Venía hecha un manojo de nervios, de modo que la acompañé directamente a su habitación y no pasamos ni a saludar a Marilina, quería calmarla antes de que se viera con ella.
Ya al abrigo de la habitación me dijo que estaba muy excitada porque era la primera vez que iba a tener relaciones sexuales con una mujer. Le pregunté si estaba segura de querer hacerlo. Me contestó que eso era lo único seguro que tenía en ese momento en su cabeza, pero me volvió a pedir ayuda, que no la dejase sola y que la ayudase a vestirse.
La ayudé a desnudarse, la ayudé a ducharse, la planté en medio de la habitación y comencé a vestirla como a una modelo. Había que sacar partido a lo que tenía, de modo que lo primero fue tratar de atemperar la solidez de su majestuoso culo, para ello había traído un pantalón de popelín color piedra que le enfundé sin nada debajo, sin bragas, sin medias, sin ligueros, muy suelta pero con todas sus carnes apretadas donde tenían que estar.
Sobre su busto le puse un sujetador que al contrario de su culo que iba suelto, le aprisionaba las tetas y se las erguía hasta una posición casi imposible, pero lo complementaba con una blusa camisera holgada de punto de seda color rosa palo que era, según mi criterio, el color que más realzaba la redondez y belleza de su cara, le calcé unos zapatos de loneta clara sobre pie descalzo y unté sobre mi mano un poco de fijador brillantina de aspecto húmedo y con mis dedos moldeé magistralmente su media melena dándole volumen y consistencia. La hice que se mirase al espejo y agarrados de la mano bajamos al salón donde suponíamos nos estaría esperando Marilina extrañada de nuestra tardanza.
Al verla, Marilina no pudo reprimir su sorpresa y vino corriendo a besarla y a decirla lo encantadora que estaba. Durante la espera mi esposa había preparado la mesa para cenar y entre nervios y que aún no habíamos cogido el tono, pues se diría que fue una cena fría en todos los aspectos. Ninguno cenamos mucho y al final me dispuse a servir unas copas para ver si conseguía ambientar un poco la reunión, porque se me estaba yendo de las manos. También puse un poco de música y entre sorbos, chascarrillos y unos ritmos que invitaban a bailar, conseguí ponerlas a las dos de pie y los tres abrazados diría que hicimos algo así como bailar. Bailar, bailar, podría asegurarles que no era, porque la jovencisima Susi, en su inexperiencia o quizás en su osadía, nada mas abrazarnos los tres le echó mano al culo de mi esposa, le subió como pudo la falda y le estaba metiendo unos restregones que, más que ponerla caliente la estaba poniendo nerviosa.
Marilina no tardó demasiado en dar por terminada aquella embarazosa situación y se fue a la cama, aunque invitándonos a seguirla cuando quisiéramos. Susi la mujer estaba más nerviosa aún que cuando llegó, de modo que le dije que se tranquilizara, y que no era necesario que pasara nada, que si pasaba, pasaba, y que si no pasaba pues abría más días. Ella cada vez confiaba más en mí, y me dijo que se moría de ganas por follarse a Marilina.
-Pues vamos a follarla- le dije.
Ella se armó de valor, respiro profundamente, me agarró la mano y nos fuimos tras los pasos de Marilina. Ella se diría que nos estaba esperando, de modo que nos desnudamos y ambos nos acostamos a uno y otro lado de Marilina. Mi esposa estaba rabiosamente femenina y endiabladamente tentadora, Susi fogosa y firmemente empeñada en no dejar pasar una ocasión tan propicia, yo enseguida me di cuenta que por fin habíamos conseguido armonizarnos.
Y sucedió lo que se esperaba que sucediera. Yo animé a Susi a que se subiera encima de Marilina y Susi se subió. Le dije que se la metiera y Susi comenzó un tanto atropelladamente a simular algo parecido a una penetración, me acerqué al oído de Marilina y le susurré que la estaban follando, y se lo dije varias veces y lo dije suficientemente alto para que también Susi lo escuchara, y ambas, follada y folladora disfrutaron con la confidencia, y animé a Susi que dulcificase sus envites y que buscase el chochito de Marilina y Susi meneó sus caderas en busca del chocho de Marilina y sus clítoris se encontraron, y ambas fueron perdiendo los nervios y empezaban los primeros suspiros.
Y pasaron de los envites a las caricias y surgieron unos tímidos suspiros, y los suspiros fueron dando paso a los jadeos, y los jadeos a los espasmos, y los espasmos a ligeros chillidos de placer, y finalmente rugidos de leonas en celo. Fue sencillamente apoteósico, Marilina por fin había sido furiosamente follada, Susi por fin descubrió los inmensos placeres de su desconocido sexo y yo por fin había llegado al cenit de mi carrera. Toda mi vida había sido un caminar en busca de la perfección de la feminidad y hoy tenia en mi cama los rostros de la felicidad.